jueves, 13 de junio de 2013

Un ingenuo malentendido

Sales un sábado, tomas dos copas de más divirtiéndote, y al día siguiente juras que nunca más vas a tomar de nuevo una copa, pero otro sábado vuelves a salir y la tentación de disfrutar de una copa vuelve, y obviemanete, la historia se repite de nuevo. ¿Os suena?  

Pues me ocurrió algo parecido con las clases de tango... la tentación es la tentación y nunca se sabe el final. Era la época en la que ya había decidido no tomar más clases grupales, tan solo privadas. Ariadna y Fernando eran quienes daban las clases y no pude ni quise resistirme a tomarlas, aún sabiendo que era un riesgo porque no sabia si tendría o no de pareja de baile, si podría o no aprovechar la clase, o si me permitían quedarme a escuchar, pagando los 20 euros de la clase, por supuesto.

No soy de las que tienen suerte con las parejas que le asignan, así que en principio fui sin expectativas. La primera la tome con un chico, voluntario forzoso, que además de simpático y guapo, bailaba como un ángel: fue una de las clases más aprovechadas que he tomado nunca. Después tenía tiempo de ir a la barra a tomar algo y descansar mientras espera a la siguiente clase. Allí me encontré con un señor, milonguero de mi zona con el que me siento muy a gusto al bailar y con el que alguna vez he tenido la suerte de tomar clases grupales sueltas, cuando él se quedaba sin pareja. Parece ser que al principio querían habernos emparejado juntos para las clases (él, como voluntario forzoso), y como es un encanto en todos los sentidos, vino a decirme que se había enterado de que me habían emparejado con Ariadna para las clases y que obviamente al enterarse él, no había querido decir nada, puesto que había sido una auténtica suerte y privilegio para mí el que me tocara bailar con ella. He de aclarar que la chica a la que se refería obviamente no era Ariadna, sino una chica con un nombre bastante parecido. Al principio al darme cuenta del malentendido me entró la risa y luego me dieron ganas de comérmelo, por lo ingenuo que había sido, y al mismo tiempo por ser tan encantador y todo un caballero. He de decir que la clase con “Ariadna” fue tan provechosa como la primera o incluso más, y además, durante todo ese tiempo mi estado de ánimo fue inmejorable, sonriendo a ratos, cada vez que recordaba la anécdota y el ingenuo malentendido.

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