Yo lo había conocido unas semanas antes, cuando lo vi hablando con un amigo, del cual él es alumno. Él miraba la pista, de vez en cuando se animaba a invitar a alguna chica. Le invité a bailar porque pensé que quizás él no lo hacía por timidez, por su inexperiencia. Disfruté mucho de la tanda: de su musicalidad, de su atrevimiento al intentar experimentar con sus pocos recursos, de su abrazo suave, y de su simpatía, siempre con una sonrisa. A partir de entonces, tras hablar y conocernos un poco fuera de la pista de baile, la afinidad fue palpable. Parecía que nacía una amistad.
Apenas dos semanas más tarde, él vino a aquella milonga en la que ardió Troya. Formaba parte de mi grupo de amigos, que ocupábamos una mesa en primera fila, justo al lado de la pista. Él bailó menos esa vez, quizás algo intimidado por sentirse en un lugar nuevo o quizás por el peso de sus tres o cuatro meses de clases y poco más
de media docena de milongas en su haber. A pesar de eso se le veía a gusto, emocionado, esperando
poder disfrutar de unas cuantas tandas y seguir aprendiendo. Yo y mis amigas lo invitamos, una por una, todas a bailar. Más tarde, él mismo se animó a invitar a otras milongueras.
En un momento dado de la noche, yo estaba sentada observando la pista, cuando después del primer tango, el apareció a mi lado. Le pregunté: "¿qué tal va la noche?". No necesité respuesta, ví su cara, algo había pasado, algo no había ido bien. Le pregunté y me contó que había invitado a una chica y que ella, tras el primer tango, le había preguntado si hacía mucho que bailaba. Él había sido sincero y le había explicado que estaba empezando, y después, sin decir ni un gracias, ella se dio media vuelta y se fue. Planchazo total.
Yo reconozco haber dejado en la pista a alguno en más de una ocasión, pero siempre ha sido porque me hacían daño, porque mi pareja era un loco descontrolado, o porque los dos habíamos estado de acuerdo en parar de bailar por la música. Sin embargo, este chico, a pesar de ser novato, tiene un bonito abrazo, musicalidad, no hace daño, tiene cuidado en la pista y no te choca con nadie, y es educado y respetuoso. No lo entiendo. Sin embargo, he hecho mis suposiciones. A ella la conozco. Es una milonguera que sin ser principiante, no destaca por su baile, ni por su musicalidad. Quizás no supo seguirle, adaptarse a él, se agobió, y terminó dejándole. Hasta ahí bien, todos tenemos inseguridades y derecho a parar cuando no estamos cómodos. Pero hay unas formas. Creo que lo apropiado es dar una explicación, dar las gracias y retirarse juntos de la pista, y no darse la vuelta e irse sin más.
Fue entonces cuando intenté consolarle contándole mi anécdota "En un palacio al lado del mar", que publiqué del 3 de junio de 2013. Luego, una de mis amigas más veteranas lo invitó a bailar, y supongo que él se fue animando poco a poco. Lo triste es que estoy segura de que se fue de la milonga con un sabor agri-dulce. Aunque creo que es sano que todos tengamos experiencias de estas, para luego apreciar mejor las que no son así, si te ocurre algo como esto en una de tus primeras milongas, te puede llegar a desanimar bastante.
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