Yo había llegado temprano a la milonga con el fin de conseguir una de las mejores mesas, y reservarla para mi grupo de amigas milongueras. Dejé todas mis pertenencias en tres sillas y en la restante se sentó conmigo un amigo de los que si la música es buena y le gusta, lo baila casi todo. Perfecto para que mis amigas, que como siempre están en mayor número respecto a ellos, pudieran ocupar también su silla cuando él no lo hiciera. Éramos cinco mujeres y dos hombres, con lo cual pensé que con cuatro sillas nos las arreglaríamos bien. Y así fue, hasta que llegó ella.
Salí a bailar una tanda en la que por lo visto también varias de mis amigas recibieron invitaciones. Quedaron dos de nuestras sillas libres. Una señora aprovechó la ocasión y se sentó en mi silla, en primera línea, a pesar de que había muchas otras sillas libres lejos de la pista. Hasta ahí todo bien, puesto que nadie la ocupaba. Esperaba que ella hiciera lo que hacemos todas: levantarnos de la silla que no es nuestra cuando la dueña regresa a ella al acabar la tanda. Lo que me encontré fue una silla ocupada y unos ojos saltones preguntando si la silla era mía. Mis cosas estaban allí, yo estaba mirando mi silla con ganas de sentarme, mi bebida estaba delante.... ¿no era obvio? Aún así, al ver que había una silla libre al lado, la de mi amigo, no quise ser mala y le dije que no se preocupara, que me sentaba en la de al lado. No esperaba que ella directamente se adueñara de mi silla el resto de la milonga.
Ella, cómoda en primera fila y sin apenas invitaciones, no estaba dispuesta a renunciar el chollo que había conseguido. Durante la milonga, observé entre otras escenas, una en la que ella se levantaba a bailar y una de sus amigas ocupaba inmediatamente la silla, levantándose justo cuando ella regresaba de su tanda, para devolvérsela, mientras ella la ocupaba de nuevo como si fuera suya por derecho.
Mis amigas, mientras todo esto sucedía, iban enfadándose más y más por su descaro... hasta que terminó ardiendo Troya. Hacía muchísimo calor y mis amigas tenían todas unos estupendos abanicos dispersos en la mesa, listos para ser usados al regresar de la tanda. La usurpadora, creyó que ya que le había ido bien con la silla, le iría igual de bien con el mejor y más bonito abanico de la mesa, que obviamente se adueñó en cuanto tuvo ocasión. Obviamente ni se le ocurrió devolverlo a la mesa al acabar la tanda por si la dueña lo necesitaba y lo buscaba, o tal vez se le ocurrió y le dio igual, como con la silla. La dueña del abanico, como era de esperar, al regresar de una tanda vio su silla ocupada (por una de las amigas de la usurpadora), y no veía su abanico por ninguna parte... hasta que le vio a ella usándolo. Se dirigió hacia donde estaba, la miró y le dijo: "¿me disculpas?" y sin esperar, se adueñó de su abanico. Yo observé ese arrebato, y lo disfruté como una enana: la usurpadora se lo tenía merecido. Justo en ese momento decidí hacer lo mismo con mi silla. A estas alturas me queda claro que cuando alguien no tiene educación, ni respeto, las formas convencionales para que aprenda a tenerlos, simplemente no funcionan.
No esperé mucho: la ocasión se presentó durante la siguiente tanda. La usurpadora se levantó a bailar, ninguna de sus amigas estaba presente, y dejó su bolso encima de la silla, para que nadie pudiera ocuparla. El colmo de los colmos. En ese momento, yo estaba sentada justo al lado, en la silla de mi amigo, y otro amigo mío estaba de pie, por no tener silla en la que sentarse. Mientras miraba perpleja y enfadada, una amiga de ella venía dispuesta a quitar el bolso y sentarse, pero justo al levantar ella el bolso de la silla y aún dudando de si sentarse o no, le dije a mi amigo bien alto para que la otra lo oyera: "siéntate si quieres, al fin y al cabo es mi silla y parece que ella no se va a sentar". Entonces ya no hubo duda, ella no quiso osar sentarse viendo mi enfado, y mi amigo por fin ocupó mi silla. Después de eso, quedó bien claro de quien era el derecho a usar esas sillas, los abanicos, y la mesa.
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