martes, 25 de agosto de 2015

Los abanicos, objetos mágicos que desaparecen

Una vez escribí sobre el abanico, con introducción incluida, explicando su origen. Como bien sabeis, en las milongas es común el uso del abanico por ambos sexos para refrescarse cuando hace calor, sobre todo después de una tanda. Obviamente lo que te refrescas es directamente proporcional a las agujetas que tienes en el brazo derecho al día siguiente, con lo cual a veces lo usamos también para combatir el aburrimiento intentando cerrarlo con elegancia de un golpe seco, claro que el desenlace final suele ser una nariz de un tono rojo escarlata de lo más poco favorecedor.

Aunque refrescarse es el único uso que yo conocía hasta hace poco del abanico, he de confesar que quizás pueda usarse también para hacer magia. Sí, he descubierto que los abanicos parecen poseer alguna extraña cualidad que les permite aparecer y desaparecer en cualquier momento.

Ojalá me sirviera para desaparecer yo misma tras el abanico a veces, es decir, ponerlo delante de mis ojos y desaparecer, como imaginaba de niña cuando no era un abanico sino mi mano la que ponía delante de mis ojos y creía que por el hecho de no ver a los demás, ellos tampoco me veían a mí. A veces incluso separaba uno o dos dedos para dejar un hueco y poder curiosear y constatar que seguían sin verme. Es una pena que ya no sea esa pendejita inocente por mucho que a veces me comporte como tal y haga algún intento por esconderme detrás del abanico, eso sí, sin éxito alguno. 

En la milonga el qué hacer con el abanico cuando sales a bailar es todo un dilema. Algunos hombres lo llevan en el bolsillo trasero del pantalón cuando bailan para así poder usarlo entre tango y tango, cosa que me parece perfecta, sobre todo cuando una se sofoca un poco, recoje su pelo, se da la vuelta y le airean un poco la nuca. Otros, lo dejan sobre su mesa o cualquier lugar, para poder usarlo en cuanto regresan de una tanda. Las mujeres también: algunas lo dejamos sobre la mesa, otras los guardamos en nuestros bolsos, sobre todo si son bonitos y buenos porque, por alguna extraña razón, estos últimos son los que más poderes mágicos tienen y desaparecen con más frecuencia que los demás. A veces no vuelven a aparecer, pero otras se da el milagro y la magia se vuelve reversible: vuelven a materializarse en el sitio donde estaban, o a unos cuantos metros, cuando la persona que lo había visto abandonado, queriendo aprovechar ese momento para darle uso, lo devuelve a su sitio antes de que el dueño/a lo reclame o simplemente cuando ya ve a alguna milonguera con cara de disgusto buscando su abanico.

Lo curioso en mi caso es que  parece que tengo ojo para los abanicos mágicos: y los que me regalan y tengo especial cariño, tienen más poderes mágicos aún, pero no por quien me los regala, sino porque son los que menos tiempo me dan para memorizar su color y su tacto. Ya son cuatro los preciosos abanicos de colores que me han desaparecido a lo largo de mi vida de milonguera, así que he decidido que si algún día descubro a algún estudiante del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería por la milonga y resulta ser responsable de la desaparición de alguno de mis abanicos, la que va a hacer magia soy yo haciendo desaparecer alguno de mis abanicos por algún rinconcito mágico de su cuerpo.

martes, 18 de agosto de 2015

El orgasmo de piel

Supongo que todos habéis oído a alguien cercano a vosotros hablar sobre la música y lo que le hace sentir, y supongo también que habréis escuchado algo así como "sentí un escalofrío por todo el cuerpo cuando escuché ese tema". Si leéis en Internet y estáis en Facebook, es probable también que hayáis leído por ahí que ese "escalofrío" al que se refiere tanta gente ya tiene nombre: el orgasmo de piel.

Supongo que se llamará de piel porque se siente por toda la piel del cuerpo, especialmente en los brazos, nuca y cabeza, te deja sin respiración, te altera el corazón, hace que tus lágrimas se formen sin llegar a derramarse, tu boca se entreabre, y finalmente consigue que te relajes como pocas cosas lo hacen en esta vida. Y sí, yo también lo he sentido y es maravilloso: a veces incluso lo he sentido junto a otra persona que también lo estaba sintiendo, y otras veces además, no solo mientras la otra persona lo estaba sintiendo, sino también mientras estaba bailando y abrazada a ella. Esto ultimo me lo ha regalado el tango.

Conocer que existe un nombre para esa sensación hará más fácil explicar a partir de ahora lo que se puede sentir al bailar tango a gente que no lo baile y que quiera saber. Al fin y al cabo, ¿quien no ha sentido algo similar al escuchar su tema favorito de música, sea del género que sea? ¿acaso es casualidad que la gente vaya a conciertos a sentirlso en lugar de sentirlos en soledad en su casa?¿no sera quizás porque en un concierto es compartido con otras personas que lo están sintiendo al mismo tiempo que tú y por ello la sensación es exponencialmente más intensa?

Creo que en el tango ocurre igual: no hay nada comparable a sentirlo mientras abrazas y te abrazan, mientras interpretas lo que escuchas de forma simultánea y con un mismo sentir, mientras sincronizas con tu pareja respiraciones y energías, y mientras se crea tal conexión que a veces partir un diamante en dos parezca más fácil que separar un abrazo.

martes, 11 de agosto de 2015

Ella baila sola

Ella Baila Sola es un grupo que me encanta. Quizás por ellas, Marilia y Marta, por su buena energía, sus letras, su fuerza. Hicieron populares temas como Lo echamos a suertes y Amores de barra tan conocidos. Además, me encanta el nombre del grupo. Trasmite esa idea con la que tanto me identifico: el de una mujer independiente, que baila sola en su vida pero también abrazada cuando quiere, y así es feliz.

En las milongas, algunas veces los Djs ponen temas enteros como cortinas, bailables y que la gente aprovecha para lanzarse a la pista. Es común la salsa, bachata, chacarera, rock, cumbia, pero de otros géneros ni se acuerdan o tan solo te regalan unos míseros segundos. ¡Qué injusto! Pero no seguiré quejándome porque podría ser peor y poner la misma cortina durante toda la noche: eso sí que es insoportable.

Pues bien, una de esas noches veraniegas, en una milonga, empecé a escuchar los primeros compases de la cortina, y salté como una loca de mi asiento al darme cuenta de que eran ellas: Ella Baila Sola. Mi alegría duró apenas unos segundos pero tras haber estado planchando varias tandas seguidas y con mi trasero más cuadrado que el cubo de rubik, fue como volver a despertar.

La música de las cortinas es importante, tanto, que más allá de la música escogida para las tandas, es lo que precalienta la milonga y pone el tono adecuado de energía para bailar. No es lo mismo por ejemplo un vals romanticón después del tema We will rock you de Queen que hacerlo tras el tema Se fue de Laura Pausini; ni bailar una tandita de milongas rápidas después del tema Everything I do de Bryan Adams que hacerlo después del tema Mamma Mia de Abba. A cada cual le dejará de una manera un tema u otro, pero desde luego las energías y los ritmos nada tienen que ver.

Tan importante es para mi esto de las cortinas, que en la lista de DJs que tengo, la columna A me dice si su estilo es tradicional o no; la B, si me gusta más o menos su música; la C, si se decanta por una o varias orquestas; la D, si es juguetón y le gusta sorprender en una tanda o un tema; la E, si pone buenas cortinas; y la F, que marca en verde si las cortinas son cortas, en naranja si pone cortinas enteras, y en rojo y me aburre con más de una cortina seguida, todas y cada una de ellas enteras.

Así que os he revelado un secreto: esta milonguera que escribe tiene una lista en la que el día que vuelva a oír a un Dj poner a Ella Baila Sola de cortina, subirá unos cuantos puestos, y más aún, si deja sonar un tema más de cinco segundos: posiblemente baje también unos cuantos puntos en la lista de otros milongueros... ¡es lo que tiene la milonga!

martes, 4 de agosto de 2015

La última tanda

No se cómo definirla. Normalmente ni suele ser realmente la última tanda, ni suele ser una tanda más, sino más bien una tanda especial, bailada en un abrazo que, o bien te enamora, o lo ha hecho en algún momento pasado. Sin embargo, a veces es ese abrazo desesperado que regalas a cualquiera cuando no quieres asumir que una noche maravillosa llega a su fin, pero a veces también es ese abrazo deseado y por fin alcanzado. Sea lo que sea, la última tanda, es la que te regala el abrazo que recordarás, el perfume que te acompañará a casa, la huella que quedará de una cálida mano, el sabor que te dejará esa milonga.

Era jueves, verano, y yo estaba de vacaciones. Como milonguera sin remedio, no tenía muy claro mi ruta turística, pero sí la localización, horario y precios de todas las milongas de la zona y el tiempo que necesitaba para prepararme y desplazarme hasta ellas, teniendo en cuenta de que soy rápida para ducharme y vestirme, me pierdo hasta con GPS, y atraigo como un imán a los contratiempos. Aquel día no fue menos: me quedé sin agua caliente, me perdí, y me olvidé la documentación en el hotel, así que llegué a la milonga más tarde que pronto, cuando apenas quedaban unas tandas para acabar la milonga.

Al ser nueva, no fue llegar y besar el santo, sino más bien llegar y planchar. Pero no fue tiempo perdido, sino que fue tiempo en el que observé y capté al único milonguero con el que realmente me dieron ganas de bailar. Le miré, esperé que él me mirara, pero el cabeceo no llegaba. Así, tanda tras tanda. Entre una y otra, acepté invitaciones, pero no me enamoró ningún abrazo, ninguno de aquellos quedaría en el recuerdo.

Entonces anunciaron la última tanda. Allí estaba él, y yo mirándole, como si no existiera nadie más para mi en la milonga. Fui testigo de una curiosa y frecuente escena: cómo él buscaba a una mujer (su abrazo deseado, sin duda) y cómo ella deseaba aún más otro abrazo (que no era el que él estaba dispuesto a brindarle). Seguí mirando a mi triste y deseado milonguero con su cara de pocos amigos y entonces me dije "ahora o nunca". Así que fui testigo también de cómo mis pies se levantaban, se acercaban y se quedaban plantados a unos dos metros de él, mientras yo seguía sonriendo. Fue entonces cuando se dio el milagro: me vio, me miró, me mantuvo la mirada, se lo pensó, y finalmente recibí ese cabeceo tan deseado.

Con el calor de su mano en la mía como recuerdo tras acabar la tanda, me disponía a buscar mi bolsa de los zapatos para cambiarme, cuando comenzó otra tanda (ya dije que la última tanda casi nunca es realmente la última). Levanté la mirada, justo para ver otra escena: en esta ella le buscaba a él, cruzaron miradas, pero él no se detuvo en ella, sino que buscó mi mirada y me cabeceó de nuevo. Ahora la que tenía cara de pocos amigos era ella. Me quedé confusa por un momento, sin saber qué hacer, pero por solo apenas un segundo porque bien se que las oportunidades no son muy dadas a esperar. Le sonreí y fui hacia él.

Fue una tanga agridulce porque por un lado la disfruté, pero por otro, tal y como dice mi experiencia como mujer y milonguera, parecía más bien que la invitación era consecuencia de un ego herido y el hombre vio en mi su perfecta "venganza", servida en bandeja de plata... mejor dicho, en tacones color plata.

martes, 28 de julio de 2015

Lo que tienen las gatas y las milongueras en común

Dicen que un gato tiene siete vidas por mucho que todos sepamos que en realidad tiene una sola, por mucho ingenio y talento que ponga para conservarla. Si atendemos a la creencias populares, lo de las siete vidas quizás por la facilidad con la que sale bien parado de ciertas situaciones en las que otros animales no; o por la capacidad de caer sobre sus cuatro patas, de forma totalmente equilibrada, aunque caiga de grandes Alturas; también puede ser porque era el número de la suerte en la antigüedad, o porque entonces también se creía que los gatos se reencarnaban siete veces hasta hacerlo en carne mortal, humana.

De una forma bien diferente, la milonguera también tiene unas cuantas vidas...¡quien sabe, quizás hasta tenga genes gatunos! Lo digo porque la milonguera común, además de la su vida entre milongas, también tiene una como madre, otra como hija o familiar de alguien, otra como amiga, otra como trabajadora, otra como amante y compañera sentimental, y otra interior que solo disfruta y conoce ella misma. Y curiosamente, todas estas vidas terminan fundiéndose en la misma maravillosa mujer.

Pero las mujeres, y las milongueras en especial, tienen algo más en común con los gatos: son inteligentes (por eso bailan tango), intuitivas (sobre todo cuando no tienen ni la más remota idea de lo que les intentan marcar algunos milongueros cuando bailan), curiosas (siempre quieren saber todo sobre zapatos, vestidos, vida sentimental y cotilleos de otros milongueros) , cariñosas (a no ser que les den un taconazo, en cuyo se vuelven ariscas... también como los gatos), seductoras (saben poner ojitos, acicalarse bien, y "ronronear" cuando bailan), sensitivas (notan el estado absoluto de cualquier milonguero con tan solo abrazarle: si está aburrido, si está nervioso, y también si está demasiado contento), buenas cuidadoras (especialmente con sus amigas milongueras, a las que advierten de cualquier peligro que ande suelto por la milonga), autosuficientes (no dependen de ellos para pasar un buen rato en la milonga), el mejor apoyo en los momentos más difíciles (consuelan como nadie a una amiga milonguera que acaba de tener una tanda horrible o cuando el ex de esta aparece en la milonga con otra), tienen buen oído (demasiado bueno a veces, tanto que incluso se enteran de las conversaciones de alrededor mientras están bailando)... y también se enfadan por cosas que algunos hombres consideran sin sentido, por mucho sentido que tengan: igualito que los gatos.

martes, 21 de julio de 2015

Camerero, ¡una ducha, por favor!

Aquella era una milonga que tenía lugar dentro de un fin de semana lleno de clases impartidas por maestros que venía de Buenos Aires.Yo había ido con una amiga a bailar, así que buscamos una mesa redonda grande y nos sentamos en espera de las invitaciones que harían nuestra noche inolvidable.

Sin embargo, hay milongas en las que se baila y otras e las que no, pero confieso que después de inventarme un montón de teorías a lo largo del tiempo que expliquen este fenómeno, sigo como al principio, sin enterderlo. En la primera milonga del viernes, ambas bailamos, aunque poco. En la milonga del sábado, por la razón que sea, yo bailé más que ella, con lo cual, según fue avanzando la noche, llegó un punto en el que mi amiga supongo que empezó a aburrirse un poco y decidió aceptar invitaciones dudosas.

Un milonguero de la zona la invitó. Cuando terminó la tanda le pregunté qué tal le había ido. Ella me miró pero fue incapaz de decirme nada. Supe por su expresión que la tanda había no solo sido un desastre, sino seguramente una tortura. Cuando pasaron unos minutos y fue capaz de hablar, me lo confirmó. Tras un pequeño reproche a sí misma por haber aceptado la invitación, me contó que el milonguero en cuestión tenía un serio problema con su higiene personal y que olía terriblemente mal. Describió el olor no como algo desagradable, sino como algo que te hace sentir literalmente enferma. Esa tanda obviamente condicionó bastante su noche: cuando sufres una tanda espantosa, sufres un desequilibrio en tu nivel de energía.

Es cierto que hay personas cuyo olor corporal es por enfermedad, pero lo cierto es que en la mayoría de los casos es por falta de higiene. En el tango, un baile en el que te abrazas íntimamente a otra persona, el sentido de la higiene y los olores cobran otra dimensión. Es un aspecto que realmente hay que cuidar por educación y respeto hacia los demás. Sino, lo que lógicamente ocurrirá es que nadie querrá bailar contigo. Así que un consejo: si lavas tu ropa una vez al mes y te duchas cada cuatro semanas, no estaría mal que fueras pensando que sería buena idea también que "cuando te toca" sea al menos el día de la milonga.

Me sorprende que algo que es tan básico y de sentido común para casi todos los mortales, todavía sea un tema del que me siento obligada a escribir. Pero lo tengo que hacer: ¡en casi cada milonga te encuentras uno o dos personajes (hombres y mujeres) a los que parece darles alergia asearse!

martes, 14 de julio de 2015

Sin fronteras

¡Cuánto se aprende en la barra de las milongas...! Conversaciones interesantes y atrevidas nacen ahí. Los vinos, los cubatas y las cervezas hacen magia sobre la lengua de los milongueros y las milongueras, y las sueltan como nadie. Es así como sentada en aquella silla alta que cojeaba, esta milonguera no pudo evitar oír una conversación a gritos, que finalmente terminó escuchando. Pero no fue sin querer: lo siento, pero todo lo que tiene que ver con tango siempre me parece interesante.

Sonaba una tanda en francés, y de eso hablaban: del tango en otros idiomas.

El tango se ha internacionalizado tanto que los amantes de esta danza maligna no se conforman con la música, sino que quieren que nadie les robe la poesía de sus letras. Por eso las traducen, las inventan, creando así algo nuevo, más o menos distinto, pero también muy hermoso en su sentir. Al fin y al cabo, quieren su trocito del pastel.

Desde aquella vez en la que fui consciente del regalo que supone comprender las letras del tango, una vez que obviamente fui capaz de entenderlas (digo esto porque aunque hablo el idioma, en los tangos abunda el lunfardo), me he molestado en buscar tangos que no conozco en otros idiomas y escucharlos para imaginar lo que dicen tan solo por su música. Ha sido un experimento cuyo resultado me ha sorprendido porque hay música a la que parecen no irle esas letras y letras que parecen desencajadas en su música. Pero sin embargo, me ha ayudado a comprender porqué a veces veo bailar un tango a gente que no comprende lo que dice como si fuera la canción más alegre del mundo, mientras que a mi, por su letra, me hace llorar. Se dejan guiar por la música y lo que les dicta el corazón, y seguro que escuchan, sienten, se emocionan y tiemblan, pero al no entender la letra, es decir, la poesía que hay en muchos de los tangos, interpretan el tono del tema de forma muy distinta a los que sí entienden la letra.

Quizás por todo esto se traducen los tangos, se crean nuevos, existen en otros idiomas. El tango cambia, y deja de ser el tango que se define no solo por su música, sino también por una cultura y una región geografíca. Aquel tango que a tantos nos enamoró, hoy en día está evolucionando, tomando tantas y diferentes formas, que está convirtiendose en una nueva cultura, que desde hace tiempo, afortunadamente ya no tiene fronteras.

martes, 7 de julio de 2015

Poniendo en entredicho un código

Hay un código milonguero, socialmente aceptado por todos como norma no escrita, en la que se establecen las pautas de comportamiento en una milonga. En lo referente a lo que sucede entre el milonguero y la milonguera tras bailar juntos una tanda, la norma aceptada es que él acompaña a su pareja de baile a su sitio, y si quiere continuar bailando con ella, deberá hacerlo más tarde, tras un nuevo cabeceo. Tiene cierto sentido, y como teoría está bien, sobre todo si ello permite que esta norma social milonguera haga que todo el mundo tenga la oportunidad de bailar con todo el mundo. Pero la realidad es bien distinta.

En Europa al menos, se cuestiona abiertamente si se puede "obligar" a alguien a bailar o dejar de hacerlo simplemente porque el código milonguero así lo diga. ¿Qué sucede si un hombre y una mujer quieren seguir bailando juntos por la razón que sea, de mutuo acuerdo, tanda tras tanda? Al fin y al cabo, están en su derecho de hacerlo y no deberían dar explicaciones a nadie.

Quienes se quejan de este comportamiento suelen ser mujeres casi siempre, quizás porque las mujeres solemos ser más numerosas que los hombres en las milongas. Erróneamente creen que si una milonguera "acapara" a un milonguero varias tandas, eso implica que las demás no tienen tantas oportunidades de bailar con él. En realidad, se les escapa un pequeño detalle: nadie obliga al milonguero a repetir tandas, sino que él lo hace porque quiere. Es decir, si él solo quiere bailar con ciertas chicas y solo puede bailar una tanda con cada una de ellas porque hay un código milonguero que así lo indica y quiere respetar esta costumbre, ¿acaso alguien cree que porque no pueda bailar todas las tandas que quiere con sus milongueras elegidas, optará por bailar con otras con las que no quiere o no le apetece bailar? Sinceramente, creo que no.

Me pregunto si también les parecerá mal que una milonguera se quede charlando en la barra con un milonguero, tomando cervezas, mientras transcurren varias tandas, y por tanto, "impidiendo" así que baile con otras. Creo que es bastante absurdo; también creo que la envidia no es sana; y obviamente también considero que se puede emplear la energía en protegerse de otros comportamientos que definitivamente sí son poco sociales y desconsiderados hacia las demás.

Con tales comportamientos me refiero por ejemplo a la típica milonguera que invita de forma directa, comprometiendo a ciertos bailarines con las que todas quieren bailar (para así asegurarse sus buenas tandas), en lugar de cabecear; o a la roba-cabeceos, que se hace las tonta mejor que nadie, y con la excusa de que creía que era para ella, siempre se las apaña para interceptar un cabeceo que no es para ella, sabiendo que la mayoría de los hombres, por educación y por evitar situaciones incómodas, no corregirá el malentendido. También está la milonguera que se pone delante de las demás, tapándolas, y así asegurarse de que solo ella pueda recibir un cabeceo dirigido a la zona donde todas ellas están. En fin, que me parece que hay muchos comportamientos bastante más preocupantes que el hecho de que un hombre y una mujer quieran, por mutuo acuerdo, bailar juntos más de una tanda.

martes, 30 de junio de 2015

Regalando energía

Mi forma de vestir ha cambiado mucho en los últimos años. No se realmente si eso ha sido la base para ganar confianza en la pista de baile y fuera de ella, o ha sido justo la revés y la confianza en la pista de baile y en mi vida particular son las que me ha hecho cambiar mi forma de vestir, o quizás un poco de ambas. O la seguridad en mi misma, que crece en nosotras las mujeres a medida que pasa el tiempo.

Definitivamete, sea lo que sea, ha sido reciente. Lo percibo yo misma, por cómo me siento, lo perciben mis amigos y conocidos, por los comentarios que me hacen; y lo perciben los hombres, por cómo me miran. Directa o indirectamente, creo que jamás en mi vida se me han insinuado tantos hombres como lo hacen últimamente, ni he recibido invitaciones a bailar de chicos tan guapos y tan buenos bailarines. No se si durará mucho o no, o qué está sucediendo, pero lo siento como una burbuja, como un sueño.

Hay una pareja de amigos, a los que le tengo mucho cariño, que alguna vez me han dejado caer alguna que otra observación sobre mi energía, lo relajada que se me ve ahora bailando, e incluso dicen me ven más guapa. Es un regalo que me lo digan, por lo bien que me hace sentir y por el cariño con que me lo dicen, y también es por ello que me siento tan agradecida, pero creo que todo esto es tan solo porque me ven feliz, porque soy feliz.

 Es como un sueño, sí, del que como todo sueño, una despierta... pero queda el recuerdo, así como cuando una ha disfrutado de una maravillosa milonga y luego regresa a casa en coche escuchando tangos y recordando los mejores momentos, con las endorfinas a mil, con una sonrisa increíble en la cara, como si todavía estuviera compartiendo abrazos. Viajar con la mente puede ser mejor que el sueño en sí mismo, porque soy yo quien lo controla: lo que suena, el lugar donde estoy, a quien abrazo... y a quien regalo mi energía.

martes, 23 de junio de 2015

La suerte de entender las letras

Era medianoche, sábado, y esta milonguera que escribe acababa de llegar a una milonga de un país extranjero en el que no conocía a nadie. Se había plantado en la pequeña barra improvisada y pidiendo un vino blanco -que por cierto ya ha aprendido a pedir en varios idiomas, se dedicó a contemplar la pista de baile para entrar en ambiente. Aquel era uno de esos momentos en los que una deja que el vino le mime por dentro, le relaje poco a poco, y según el calor va descendiendo, despierta el alma y las pasiones.

Entonces comenzó a sonar ese tango tan precioso del año 1958 de la orquesta Alfredo de Angelis con Juan Carlos Godoy que dice "...quien tiene tu amor, ahora que yo no lo tengo, díme de quien es, y quien se ha llevado tus besos..." y sin darme cuenta, viajé al pasado, a mis recuerdos, y comencé a cantarlo. En el aquel rinconcito donde creía que nadie veía, dejé que la música me envolviera y con la letra de esa canción, me quedé allí, quieta, sintiéndola, emocionándome. Era mi momento.

Fue entonces cuando sentí que alguien me miraba, intensamente. Al levantar la vista y cruzar la mirada con él, se acercó a mí, con esa clase de expresión que oculta una pregunta, pero sin pronunciar palabra alguna. Lo malinterpreté como una invitación debido a un gesto reflejo que él hizo, con lo cual "acepté" una invitación que no era tal. Llegó hasta mí y en lugarr de guiarme hacia la pista, me sorprendió confesándome que le intrigaba saber qué decía la letra de ese tango para que me emocionaba de tal manera. Después de recuperarme de su inesperada petición, le sonreí y empecé a traducírsela. Fue entonces cuando me di cuenta de la suerte que tenemos los que entendemos las letras de los tangos, porque lo tenemos todo de los ellos: la música y su poesía en forma de letras.

Pasó casi una hora mientras le iba traduciendo al inglés trozos de cada tango que escuchábamos... hasta que tocó una tanda instrumental, en la que como era de esperar, me invitó a bailar. Aquella vez, la poesía no vino de la mano de unas frases dentro de un tema, sino de su maravilloso abrazo y la forma en la que él interpretaba la música. Fue maravilloso. Y lo mejor de todo fue que bailó conmigo tanda tras tanda, hasta que decidí que quería sentir también otros abrazos. Así que le sonreí y le di las gracias. Poco despues fui aceptando una invitación tras otra: supongo que es la suerte que se tiene a veces de ser giri de un lugar en el que los milongueros locales son buenos anfitriones. 

martes, 16 de junio de 2015

Blanco y en botella

Hay algo que me sorprende y que me da pena al mismo tiempo: los milongueros que aunque han oído hablar de las diferentes orquestas, no son capaces de mencionar más de cinco. La razón: no escuchan tango. Así como no hay más ciego que quien no quiere ver, tampoco hay más sordo que aquel que no quiere oír: y eso se nota en la milonga, se nota al bailar.

Lo que más me llama la atención es que parece no preocuparles demasiado. Muchos de ellos lo bailan todo, casi por igual, y aunque a veces van a ritmo y técnicamente bailan, no escuchan la música en sí, sino que juegan tan solo con el ritmo. Es triste, porque se pierden la emoción y las sensaciones que ella da, esas que te hacen introducirte en las conversaciones de los instrumentos, vivirlas; esas que te erizan la piel, las que te hacen soltar un suspiro y con él, una sonrisa.

Hace poco descubrí una manera fácil de saber si un milonguero, sin bailar con él o sin verle bailar, si tiene o no posibilidades de encandilarme en la pista. ¿Cómo? ¡Pues compartiendo coche con él! Y a ser posible, su coche. De esa manera intuyes o no si esa persona escucha habitualmente tango, por el placer de escuchar, sin bailar. Si tiene tango en el coche, seguramente también en casa, quizás incluso cante en la ducha o haga algo parecido llamado desafinar (como es mi caso) y si esa persona escucha tango fuera de la milonga, lo más probable es que también lo haga en la milonga. Pero, por el contrario, si no escucha tango ni en su casa ni en su coche, es probable que tampoco lo haga en la milonga.Y no hay nada más desagradable que bailar con alguien que no escucha lo que suena.

Así que esta milonguera que escribe, si de casualidad sabe de alguien que no escucha tango en su vida cotidiana, seguramente tampoco aceptará una invitación a bailar suya: porque blanco y en botella, suele ser leche.

martes, 9 de junio de 2015

Algo así como un engaño

Recuerdo que sonaba una de mis tandas favoritas cuando él se acercó a invitarme a bailar. Una invitación directa, de esas que normalmente rechazo con un "no, gracias", especialmente si me encanta la orquesta. Él no me había visto bailar, ni yo tampoco a él, pero la intuición milonguera me decía que el chico era muy principiante, quizás por su falta de seguridad, pero sobre todo por su forma de vestir.

Acepté la incitación muy consciente de lo que sería: una tanda maravillosa para él, un momento especial compartido. En casi todas las milongas suelo aceptar una o dos de estas invitaciones, y a veces, incluso soy yo la que invita, sobre todo si sé que él no se atreve porque es más principiante que yo. Es de las pocas veces que hago invitaciones directas, porque en general, no me gustan.

Por un lado, creo que debemos ser considerados con los demás, con los que empiezan. Como todos hemos sido principiantes alguna vez, hemos sonreído con los ojos y el corazón cuando nos han invitado a bailar en nuestros comienzos con el tango, y por ello creo que tal y como hicieron con nosotros, debemos regalar esos momentos que calan en el alma, que quedan por siempre en el recuerdo. Pero creo que también debemos ser considerados con nosotros mismos, y aceptar este tipo de invitaciones en su justa medida.

Pero en mi vida de milonguera ha habido ocasiones en los que la invitación directa he sentido que venía con trampa, como la de aquella vez que un chico me vio bailar después de mirarme un montón de veces (de las yo ni cuenta me di) y al no consiguir el cabeceo, decidió que la mejor forma de salirse con la suya era una invitación directa, comprometedora. En ese momento no vi la jugada, y como en otros casos, acepté. Fue después, cuando él me confesó su jugada, cuando me sentí engañada. Cuando un hombre o una mujer no miran, puede ser por despiste, porque no quiere bailar esa tanda particular contigo, porque está descansando o haciendo algo más (en cuyo caso ya se dará la oportunidad en otra ocasión), pero normalmente suele ser que no quiere bailar contigo. En el fondo todos sabemos esto, pero a veces no nos conviene saberlo.

Aquella vez me molesté, especialmente porque sonaba también una de mis tandas favoritas, y al no decirme que era principiante, sentí que me robaba la oportunidad de realmente disfrutar de esa tanda con otra persona. Es simplemente un asunto de consideración. Ni ahora ni cuando empezaba a bailar he comprometido a nadie a través de una invitación directa, y mucho menos aún para salirme con la mía y bailar con alguien que se que es más experimentado que yo, simplemente porque se me antoja, sin tener en cuenta si esa persona se va o no a divertir tanto conmigo como yo con él. Que me lo hagan a mi, no me gusta tampoco.

martes, 2 de junio de 2015

La elegancia no va de colores

Recuerdo cuando empezaba a milonguear. Por entonces tenía un armario lleno de lo que yo entendía que era la ropa más elegante (aunque a veces también es la más incómoda), toda ella de colores oscuros, principalmente negros, grises y algún blanco. Colores fríos. Optaba por ellos porque según había oído decir siempre, eran los colores más discretos y elegantes. Quizás sea así, pero también son los colores de los muertos, del luto, y curiosamente los que te hacen casi invisible en la milonga. Además, humildemente opino que la elegancia no va de colores, sino de las personas que visten esos colores.

Recuerdo como me habían inculcado que ser discreta era una virtud, y por ello casi todo mi armario estaba lleno de "virtudes" en forma de faldas, vestidos, tops y pantalones, obviamente casi todos negros y también algo holgados, ya que eran los más discretos. La discreción venía de la mano de otra "lección maestra" que, al igual que tantas otras mujeres, recibí. En ella nos aseguraban que mostrarse sexy o llamar la atención significaba ser algo buscona, y eso era malo, era pecado, especialmente para las mujeres. Machista e injusto. Humildemente de nuevo opino que la elegancia ni se mide por colores ni por lo que vistes, sino por cómo lo vistes y por tu actitud. 

Aún así, viviendo en un país donde la crítica destructiva es el deporte nacional, intentaba llamar la atención lo menos posible. También quería evitar dar señales inequívocas y buscarme problemas con los hombres, a los que por entonces era incapaz de manejar y desgraciadamente les habían educado igual que a mi, lo que significaba que una chica que vestía sexy, era una puta a la que ellos tenían el derecho de tratar de cualquier manera. Y no hablo de hace tanto tiempo.Era el miedo y la inseguridad quienes me dominaban y me convencían sin esfuerzo alguno para seguir en esa línea de vestir y comportarme.

Pero llegó un día en el que me cansé de toda esa tontería: es lo que nos pasa a las mujeres cuando llegamos a cierta edad y empezamos a sentirnos seguras de nosotras mismas, a querernos, y aprendemos a poner límites. Fui ganando confianza con el tiempo y rompiendo poco a poco con todas esas normas impuestas por los demás y por mi misma, dejando los miedos atrás, esos que me quitaban libertad, que me inhibían y me impedían disfrutar del tango y de la vida como afortunadamente lo hago hoy en día. Visto de colores y me atrevo con el rojo, los escotes atrevidos y los vestidos ajustados, y me siento bien, guapa, sexy, y sobre todo, mujer. Además, es ahora que por primera vez en mi vida soy consciente del poder que ello me da y soy capaz de dominarlo, y no hay nada de malo en ello: se siente fenomenal. Ojalá pudiera regalar un poquito de ese sentir a cada mujer, que esté donde esté, lea esto.

jueves, 28 de mayo de 2015

Revelando misterios

¿Porqué en Europa la gente acude a los encuentros milongueros y los maratones de tango cada vez más y el éxito de los festivales disminuye? Esta es una buena pregunta que se hacen muchos profesionales del tango que fundamentalmente viven de las clases locales que imparten semanalmente, de las clases privadas, de las milongas locales que organizan y de los festivales de tango en los que participan impartiendo clases y haciendo exhibiciones. Pero seguramente prefieren no asumir la respuesta.

Como ya mencioné en otra entrada del blog, los festivales de tango son el lugar donde los milongueros apasionados por la cultura del tango tienen la oportunidad de escuchar orquestas en vivo, ver proyecciones de películas y documentales de archivo, disfrutar de exhibiciones de maestros, y disfrutar del arte del tango en cualquiera de sus modalidades. Pero también mencioné que son los eventos de tango que más cuestan y aunque eso no implique que sean caros, no son tan aptos para todos los bolsillos, especialmente para los de la gente joven.

Los jóvenes toman clases para mejorar su técnica y su baile, aprenden rápido y una vez que ellos alcanzan el nivel de baile necesario, continúan su aprendizaje principalmente milongueando. Tienen motivaciones diferentes que los milongueros de más edad. Quizás entre ellas esté la de disfrutar del momento, compartir experiencias con gente de más o menos su edad, o simplemente bailar mucho y bien, y sobre todo sin gastar mucho dinero. Los maratones suelen ser económicos e incluyen comidas y lugares donde hospedarse: son algo así como un todo-incluido. Cuando no se lo pueden permitir, el baile en sí empieza a ser su prioridad, más que la cultura del tango, cosa que hasta cierto punto es perfectamente comprensible, puesto que, al fin y al cabo, el tango es para ellos un baile al que son aficionados y no es parte de su cultura local. Por algo suelen decir que la gente joven es un mercado complicado, deja poco dinero y es bastante impredecible.

Es la gente de mediana edad o avanzada la que se interesa más por el tango como cultura, se preocupa en mejorar su baile y va a clases de forma regular, también su poder adquisitivo es mayor. Sin embargo, por lo general y por motivos naturales, no aprende con la misma rapidez, o se estancan en su aprendizaje técnico, o quizás tan solo sus prioridades son otras como por ejemplo socializar, aprender figuras, y escuchar música entre otras. Es por ello que este grupo de milongueros son que más frecuentan los festivales.

Así que respondiendo a la pregunta del principio, ¿será quizás porque la mayoría de la gente que se inicia en el tango es joven? Eso explicaría porqué los maratones de tango son cada vez más. ¿Será quizás parte de la gente que antes iba a festivales quiere optar a parejas con más nivel de baile (técnicamente hablando) como el que aporta la gente más joven? Eso explicaría también su crecimiento. ¿O quizás será porque muchos milongueros se cansan de exhibiciones muy largas, orquestas que no todas son bailables y de calidad, de discursos eternos al micrófono por parte de algunos organizadores, o de los horarios y los precios de las milongas?

domingo, 17 de mayo de 2015

Clases: muchas; milongas: cero.

¿Qué sentido tiene ir a clases por años y años y jamás pisar una milonga, que es la razón por la que supuestamente se toman clases? Me lo pregunto cada vez que oigo que en determinadas ciudades la comunidad de tangueros es elevada y, sin embargo, a la mayoría de ellos no se les ve nunca por las milongas locales ni de otras ciudades o países. Lo curioso es que hay grupos de alumnos que tras dos, tres, o cuatro años todavía pisan menos la milonga que los elefantes.¿Qué falla?¿Porqué no van? ¿Timidez?¿Van solo a la clase como irían a una clase de aerobic, para manternerse en forma?

Pero de vez en cuando, alguien nos sorprende.

Una vez descubrí a una mujer que parecía que había ido tan solo a curiosear porque no bailaba y estaba algo escondido. Hasta que el que parecía su profesor, la vio, la saludó, y al darse cuenta de que ella ya se iba, decidió invitarla, casi arrastrándola a la pista. Lo de esta chica era timidez absoluta. Vi cómo sus mejillas pasaban por todos los tonos de rojo posibles antes de regalarle su abrazo al borde de la pista y bailar una tanda a trompicones, invadida por los nervios. Volví a verla bailar más veces durante la noche, y también en la siguiente milonga y en todas las demás desde aquella vez. Supongo que hay gente que es tímida y le cuesta dar el paso.

Entonces, ¿porqué tampoco van a las milongas que organizan sus profesores con el único fin de que sus alumnos pierdan la timidez, ganen seguridad y practiquen? Otro misterio. Pienso que quizás el tango no les guste lo suficiente o tengan vidas complicadas u otros intereses...pero, ¿todos?

Otra vez también descubrí a un hombre que según comentó, acaba de separarse y quería socializar un poco, cambiar de aires. Había dos mujeres milongueras que no le quitaban ojo desde que había entrado, ya que los milongueros nuevos son algo así como una rareza en las milongas locales. Así que ellas se acercaron a darle la bienvenida, a conocerle. Como el no parecía tímido, explicó que él bailaba ya desde hacía tiempo porque hacía dos años que iba a clases. Ellas, ilusionadas porque además no parecía principiante, se aventuraron a invitarle, primero una, después la otra. Lo que él no les contó en su presentación es que jamás había estado en una milonga, que no sabía circular por la pista y que su baile, a pesar de sus dos años de clases, era muy justito. Aún así, las milongueras locales, muy voluntariosas, lo invitaron durante toda la noche para animarle y que practicara. Después de aquel primer día, también se le vio con frecuencia por la milonga. Desde entonces también ha mejorado bastante su baile.

Es lógico que la gente mejore su baile y disfrute cada vez más el tango según va aprendiendo, pero para ello no son suficientes las clases de tango, por mucho que estás se tomen durante años, si luego no se va a milonguear. Es milongueando donde se aprende a improvisar, a adaptarse a otros abrazos, se conoce gente con la que luego se baila y socializa, se mejora el conocimiento musical, y se aprenden los códigos de la milonga.

miércoles, 13 de mayo de 2015

El regalo de confiar

La confianza es lo que las milongueras a veces brindamos a perfectos desconocidos en los primeros segundos de un abrazo, o que a veces decidimos reservar si hay algo que no nos hace sentir cómodas. Regalarla o no depende de si tu pareja es experimentada o no, de si la conoces o no, pero sobre todo de lo que transcurre desde el momento en el que el cabeceo tiene lugar hasta que te ofrece el abrazo en la pista de baile. 

Esos primeros momentos son realmente importantes. No es lo mismo que un hombre te cabecee y espere a que te muevas de la silla para hacerlo él a que, sin dejar de mirarte, vaya decidido hacia ti y luego haga un segundo cabeceo cuando está a uno o dos metros de ti. Tampoco es lo mismo que tu pareja te arrastre a la pista y se meta en ella en cuanto ve un hueco, o que se tome su tiempo para esperar a que los demás pasen, siendo así considerado con el resto de los milongueros que ya están en la pista. Tampoco es lo mismo ponerse a bailar inmediatamente que tomarse su tiempo para abrazar, sentir y conectar, esperando a que el momento musical sea el adecuado.Y mucho menos es lo mismo abrazarte a alguien que descuida su higiene y su imagen, que abrazarte a alguien que se ha esmerado por gustar y hacer sentir cómodas a sus parejas de baile.

La confianza es sin embargo muy frágil. La intención del milonguero suele ser la de cuidar a su pareja de baile. Bien conscientes de ello, muchas milongueras se relajan y cierran los ojos, entregándose completamente al abrazo y a la música. Pero a veces, la intención del milonguero no es suficiente, y cuando ella recibe un golpe o dos, deja de relajarse, abre los ojos y su confianza en él se evapora. Ganarla de nuevo es todo un reto para el milonguero.

También estan los milongueros que bailan como locos y para sí mismos, provocan accidentes, y aunque se disculpan, vuelven a repetir, no cambian su actitud. No conozco milonguera alguna a la que le guste bailar con este tipo de chicos y sea capaz de confiar en ellos. Lo curioso es que el ego de estos milongueros, que llega más allá de las estrellas, les impide verse así mismos de esa manera. 

Luego están los principiantes, llenos de miedos, inseguros, pero con la mejor de las intenciones. Confiar en ellos es fácil tan solo por su intención, pero aunque no sea hasta el punto de relajarte completamente y cerrar los ojos, consiguen que disfrutes de su compañía. 

Y por último están los que se ganan la confianza eterna. Recuerdo un chico con el que bailé una vez y en algún momento durante la tanda, se quedó totalmente quieto. Parece ser que estaba rodeado de otras parejas, no podía moverse, y se acercaba peligrosamente un milonguero bien desbocado. El chico cerró totalmente su abrazo, rodeándome completamente con sus brazos, y esperó. Sentí el golpe, que parecía ir dirigido a mi, pero que mi pareja de baile recibió: lo sentí a través del abrazo. En ese punto no solo me enamoré por una milésima de segundo, sino que además se ganó mi confianza para siempre. ¡Yo quiero bailar con chicos como él!

viernes, 8 de mayo de 2015

Clases de tango en Europa

Según mi experiencia, la mayoría de las clases de tango en Europa no están basadas precisamente enseñar cultura del tango, aunque afortunadamente hay todo tipo de profesores. Tampoco en ellas se habla mucho de los códigos milongueros, ni se invierte mucho tiempo en enseñar a caminar y a abrazar, o a escuchar la música para que cada uno sea capaz de interpretarla como le dicta el corazón. Y es una pena.

El enfoque de las clases en algunos lugares de Europa -España incluida-, suele darse en el llamado "paso básico" y unas cuantas figuritas. Entre ellas, las más comunes son los ganchos imposibles pero vistosos, que casi nadie hace bien, pero que todo el mundo se empeña en ejecutar, suene lo que suene y esté la pista como esté. También están esos molestos "sandwichitos" con los que pueden llegar a torturarte durante una tanda entera aunque no vayan con la música y aunque ya hayan mostrado que saben hacerlos más de cinco veces en un mismo tango. Y cómo no, también están esos levantamientos de jamón ibérico y no ibérico hasta donde la anatomía de cada uno alcance.

No me gustan esas clases pero menos aún el efecto de las mismas en las milongas. Es común encontrarte con milongueros que se creen experimentados porque su repertorio de figuritas mal hechas es infinito. Y luego están los pobres principiantes que se creen que por solo saber dos figuritas, aburren a la chica. Es curioso como cada vez que bailo con uno de estos últimos y sienten que tengo más experiencia que ellos, se disculpan porque son principiantes y dicen que no saben hacer nada más. Entonces trato de tranquilizarles y les digo que lo que nos gusta a las milongueras es un buen abrazo y tan solo caminar, jugando con la música. Luego me miran, igualito que las vacas al tren y me inunda la pena al sentir que no me creen, por muy cierto que sea.

Pero todo en esta vida suele tener una razón de ser, así que os contaré un secreto: parece que la razón por las que estas clases abundan es porque son las que más venden. Sí, no me lo invento.

Tristemente, esta es literalmente la respuesta que esta milonguera que escribe recibió durante un tiempo muchas de las veces que se topaba con un profesor argentino y le hacía una pequeña observación sobre lo que se enseña en las clases y lo que a una le gustaría que le enseñasen. Todos contestaban algo así como "es que eso no es lo que se vende... si a la gente le enseñas a caminar o le hablas sobre tango, se aburre y deja de venir a las clases...".

Quizás su experiencia sea esa, pero creo que se equivocan en su enfoque al continuar en esa línea. Honestamente, creo que lo que hace que la gente vaya a clase es una mezcla de varias cosas a parte de su propia afición al tango: la pasión que los profesores muestran por lo que hacen y sienten; por lo que están dispuestos a regalar de su conocimiento, sin guardarse nada, corrigiendo, ayudando a los alumnos a evolucionar en el baile; por su afán por animar a sus alumnos a milonguear y asistir a otras clases de otros profesores de los que crean que pueden aprender más (para ello se necesita generosidad y humildad por parte de los profesores); y cómo no, por sus ganas de compartir su cultura del tango. Si a todo lo anteriormente mencionado le añades humor, honestidad y cercanía personal, dejando el miedo de que huyan de tus clases, un alumno lo será siempre, porque pasará de ser un cliente a ser un fan incondicional: ESO es marketing y ESO es lo que vende... ¡no los sandwichitos dichosos!

lunes, 4 de mayo de 2015

Europa no es Buenos Aires

En España y en buena parte de Europa el tango no solo es algo relativamente nuevo sino también una pasión adoptada, que no es parte de la cultura local. Por ello, a este lado del mundo generalmente no se entiende la cultura del tango como la entienden en tierras porteñas. Pensaba que era algo obvio, pero me he encontrado a más de uno (maestros de tango argentinos o milongueros argentinos que van a Europa, o milongueros experimentados europeos que han pasado temporadas en BA) molestándose por no encontrar aquí ni siquiera un reflejo de lo que ellos encuentran en BA. Hay que asumirlo, es lo que hay.

Para la mayoría de los milongueros europeos equilibrados el tango es una afición, una pasión, pero no por ello estará como número uno en su lista de prioridades. Además, aunque muchos de ellos desearían viajar a Argentina y vivir la experiencia y la cultura argentina, no todos pueden: cada uno hace lo que puede con los medios de los cual dispone.

Ahora bien, no ir a Argentina, no quiere decir que estos milongueros europeos pasen olímpicamente de la cultura argentina. Los aficionados por lo general, escuchan tango, ven películas y documentales de tango, leen y escuchan las hermosas letras de algunos tangos, se emocionan con la música en vivo, les gusta ir a bailar a la milonga y se sienten atraídos por el arte relacionado con el tango, en la modalidad que sea. Es por eso que los festivales de tango existen: para ofrecer algo de todo eso.

El problema de los festivales es que son los eventos de tango que más cuestan y aunque eso no implique que sean caros, no son aptos para todos los bolsillos, especialmente para los de la gente joven.

martes, 28 de abril de 2015

El milonguero misterioso

¿Os ha pasado alguna vez que vais a una milonga, conocéis a alguien con quien os ha encantado bailar, os dice su nombre, os lo repite una vez más, te lo encuentras al año siguiente, él recuerda tu nombre pero tú no te acuerdas del suyo...? Me pasó, y le pregunté de nuevo su nombre. Me lo dijo. Lo olvidé de nuevo. ¡Noooooo! Luego me daba vergüenza preguntárselo por cuarta o quinta vez, así que le puse de nombre "el milonguero misterioso". Sin  comentarios: definitivamente tengo memoria de pez y lo que no tengo es remedio alguno.

Ese segundo año en el que me lo encontré, el sonrió, me saludo POR MI NOMBRE, y yo solo pude darle un abrazo y preguntarle qué tal estaba. La situación incómoda por mi parte quedó en un segundo plano tan pronto como me guió a la pista. Y lo que son las cosas, la situación se volvió de lo más cómoda, maravillosa, y de las que se repiten no una, sino varias veces.

Cuando íbamos por la segunda tanda todo preocupado me preguntó si a mi novio le parecería bien que bailáramos más tandas. No comprendía al principio, pero poco después caí en la cuenta que no había ido con novio alguno, sino con un amigo al que él confundió con mi novio. Aclarado el asunto, y tras regalarme una enorme sonrisa de alivio, de esas que practicamente funden el sol, continuamos bailando varias tandas a pesar de que había dicho que se tenía que ir. Tras una de ellas mi susurró al oído "diosa"... ains... ¡eso no se hace!¡casi me muero del gusto! El broche final fue una tanda de milongas divertidísima.

Luego desapareció: era verdad que debía irse. Pero una siempre guarda la esperanza de volver a encontrarle más tarde, quizás otro día. No sucedió: desapareció tristemente de la milonga, del evento, de mi vida.

Un año más hasta volver a verle y bailar con él era mucho tiempo, así que puse en marcha un plan B: preguntar, a todas mis amigas de FB que habían estado en el evento, por si alguna le conocía. Tenía la esperanza de que como era un chico que bailaba bien, era simpático y además guapo, alguna, sí o sí, tenía que conocerle. Para ello usé una foto suya no etiquetada. No hubo suerte, nadie sabía de él. Definitivamente hice bien el ponerle el apodo del "chico misterioso".

viernes, 24 de abril de 2015

Una técnica desconocida

Fiel a mi memoria Dori, como en la película "Nemo", no me acordaba de él. Bailo con tanta gente que me hace tocar el cielo, que resulta imposible acordarme de todos ellos. Para mi consuelo, él tampoco se acordaba: el recuerdo vino después.

Como hago siempre que quiero bailar con alguien, le miro, sostengo la mirada, y espero a que me mire y me haga el cabeceo si el sentimiento de querer bailar juntos es compartido. Pocos minutos después estaba en la pista abrazándome a un chico al que había observado antes de bailar. No me había llamado la atención desde fuera por su técnica, pero sí por su musicalidad, y además parecía tener un abrazo agradable. No me había equivocado, tenía un lindo abrazo.

El primer y casi todo el segundo tango fue un intento poco exitoso de comunicarnos. Él tan sutil, yo tan poco relajada. Pero luego decidí centrarme en él solamente, en sentir su respiración, su latido. Funcionó y como ficha que ansía encajar en el puzzle, nuestros abrazos y energías se encontraron por fin. Supongo que por eso los tangos de bailan de tres en tres o de cuatro en cuatro, ya que a veces es tan solo cuestión de tiempo para adaptarse el uno al otro.

Nos supo a poco y repetimos tanda. Madre mía... en esa tanda, las estrellas, el sol y todo el firmamento: una experiencia religiosa total, como pocas antes había tenido. Al comenzar esa tanda, sentí algo que solo había sentido antes una vez bailando, cuando era muy principiante, y el chico con el que bailaba por entonces era muy avanzado para mi. Se trata de una marca difícil de describir: no sale del pecho, sino de la parte del cuerpo situada entre el pecho y el ombligo, a la altura del diafragma. Desde fuera supongo que es algo que no se ve, pero definitivamente se siente... y se siente maravillosamente bien. Es una marca muy sutil, que empleada adecuadamente complementa la comunicación, la mejora. Me dio la sensación que quizás proviene de otros bailes más sensuales, donde los cuerpos se ajustan en movimientos más vibrantes y ondulantes. Sea lo que sea, la experiencia me encantó.

lunes, 20 de abril de 2015

Impartiendo una "clase de cabeceo"

El tango es un pequeño mundo, y aunque una viva en China y la otra en España, dos milongueras amigas se terminan juntando de nuevo sin planearlo. Hacía casi dos años que ella y yo no coincidíamos y a pesar de que no pudimos estar juntas mucho tiempo porque cada una tenía sus compromisos e intereses, hubo una noche en la que pasamos un buen tiempo juntas, charlando sobre nuestra vida, y cómo no, de la milonga, los milongueros y de lo fácil o difícil que era conseguir que te invitaran a bailar. Ella no usaba el cabeceo, a pesar de que sabía de su existencia. Me confesó que le resultaba incómodo mantener la mirada, que le daba vergüenza. Lo comprendí, seguramente era algo cultural.

Quise ayudarla y le expliqué todo lo que sabía, y le hablé de mi experiencia con el cabeceo. Así que le conté cómo recuerdo las primeras veces que usé el cabeceo y cómo al igual que a ella, me resultaba algo incómodo: no sabía cómo hacerlo. Pero luego aprendí lo que todas las milongueras con experiencia saben ya:

1. Hay que observar la pista y elegir a las personas con las que te apetece bailar.
2. Una vez localizados los milongueros que te interesan, debes seguirles con la mirada al finalizar la tanda para ver su ubicación.
3. Si puedes acortar distancias, mejor.
4. Le buscas con la mirada y la mantienes.
5. Esperas a que él mire hacia ti y te cabecee, que hará solo si él también quiere bailar contigo (si le sonríes mientras le miras, casi seguro que obtienes el cabeceo).
6. Si él no quiere bailar contigo o no te ve (lo notarás porque mira hacia otro sitio o no fija su mirada en ti), buscas con la mirada al siguiente de tu lista.

Además, como muchas milongueras, soy miope, así que en mis inicios en el cabeceo, sin gafas ni lentillas, lo tenía algo difícil. Al principio iba con gafas, y tan pronto como recibía el cabeceo, las dejaba sobre una mesa, y al terminar la tanda, regresaba a por ellas. Luego, me acostumbré a las lentillas y mi vida de milonguera mejoró considerablemente.

Como en todas las experiencias, de vez en cuando hay malentendidos, así que alguna vez me he encontrado a dos chicos delante mio creyendo ambos que acepté su cabeceo. Pero también me ha sucedido de ir a encontrarme con un chico después de un cabeceo y descubrir que no soy la única que ha salido a su encuentro. Con el tiempo aprendes a quedarte en tu lugar después del cabeceo, mirándole, y esperar a que ya a casi un metro de ti, te haga un segundo cabeceo o te sonría o te ayude a incorporarte a la pista.

Una vez que le expliqué todo esto a mi amiga, la animé a practicar y para su sorpresa, no se le daba nada mal. Fue divertido ver su cara cuando al primer chico al que ella miró con una sonrisa de oreja a oreja, le cabeceó: casi se pone a dar saltos de alegría mientras él la acompañaba a la pista. Unas horas más tarde me abrazaba emocionada contándome todo lo que había bailado y las buenas tandas que había disfrutado.

Tendré que montar una escuela de cabeceo: y eso que doy consejos, para para mí pocos vendo.

jueves, 16 de abril de 2015

Lo llamaban "competencia desleal"

Es curioso cómo las realidades y verdades fluctúan según el punto de vista de la persona de la cual surgen.

En aquella milonga yo estaba sentada con una amiga junto a la barra del bar, justo al lado de una pareja de profesores de tango (pareja A), nada discretos, que hacían comentarios sobre otra pareja de profesionales (pareja B), cuyos precios por clase privada eran muy bajos comparado con los precios que por lo general se cobran en el mercado. Según la pareja A, la pareja B perjudicaba al mercado y además, para ellos, lo que hacían era "competencia desleal".

Partamos de la idea de que competencia desleal es cualquier comportamiento comercial que no respete las reglas del mercado, que van sujetas a leyes o establecidas por los usos o costumbres.

Partamos también de otra idea, más bien de una realidad: en el mundo del tango, en el que yo hace un tiempo que me muevo y observo, un gran número de los que imparten clases no son ni una asociación, ni una escuela de baile, ni autónomos, por la sencilla razón de que para serlo, Hacienda tiene que saber de ellos. Y no es así: estafan al Estado y nos estafan a todos.

¿Que engañar a Hacienda es el deporte nacional en este país y que todo el mundo lo hace, no solo en el tango sino en cualquier modalidad de clases de baile y en otros ámbitos? Pues señores, por mucha costumbre que sea, no se admite barco como animal acuático.

Volviendo a la historia de la barra del bar, el colmo de los colmos fue escuchar a esa pareja A, desconocidos totalmente por Hacienda, que debido a su ignorancia o falta de vergüenza, criticaban a la pareja B, igualmente desconocida por Hacienda, por hacer básicamente lo mismo que ellos pero de forma algo más exagerada. Porque seamos sinceros, competencia desleal es lo que la pareja A y B hacen a todos los que pertenecen a ese mundo y sí que pagan impuestos.

Y ahora lo que no entiendo: ¿porqué los que pagan impuestos no denuncian a toda esta gentuza? Yo, sin duda, lo haría. Como alumna, intento poner mi granito de arena y ya desde hace un tiempo no voy a clases que no sean organizadas por una asociación o una escuela de baile o un profesor del cual tenga constancia que paga sus impuestos tal y como yo hago cada primavera. 

Hace años que es este país estamos en una crisis que no acaba, pero la crisis verdadera no es económica, sino de valores. ¿Cómo pretendemos que halla cambios y mejoras si cada ciudadano hace lo que le da la gana y en lugar de hacer un esfuerzo por corregir su comportamiento emplea esa energía en criticar a otros que hacen lo mismo...?

domingo, 12 de abril de 2015

Cuando sobran las palabras

Había bailado con él una sola vez, un año antes. Recuerdo su abrazo, suave; recuerdo la conexión entre nosotros, maravillosa; recuerdo su mirada, dulce e intensa; y recuerdo también su sonrisa al despedirnos, una sonrisa igual de calurosa que la que me recibió cuando volvimos a encontrarnos un año después.

Durante el transcurso de las horas, él me miraba y se encontraba con mis ojos fijos en él; más tarde, cuando yo le miraba, encontraba siempre sus ojos fijos en mí; así que cada vez, todas las veces, nos perdíamos en miradas que sosteníamos en el tiempo, durante varios segundos, a veces hasta diez o veinte segundos. Es mucho tiempo, pero se hace poco para una mirada en la que no hay palabras, en el que la comunicación va más allá de las mismas. Me hice adicta a mirarle, a encontrarme una vez más con su mirada. Y así pasamos todo ese primer día.

Al día siguiente, al encontrarnos de nuevo nos saludamos, nos fundimos en un abrazo largo, de esos que das cuando no quieres separarte nunca. Pero una vez que ya no era posible sostenerlo por mucho más tiempo sin que alguien rompiera la magia con alguna broma, volvíamos al juego de miradas eternas. Aquel día, tras muchas conversaciones sin palabras y llegada la hora de despedirse para ir a cenar, se acercó de nuevo para abrazarme y, mientras me derretía en su abrazo, me susurró "I would love to dance with you...". Entonces creo que me enamoré totalmente de él, en un sentido platónico total y maravilloso: le miré, le sonreí, no hubo necesidad de palabras.

Aquella noche bailamos, y conectamos a un nivel tal, que me hizo sentir miedo de no volver a sentir algo así: fue una de las mejores experiencias de mi vida como milonguera.

Tras aquella increíble experiencia volví a encontrármelo los días siguientes, y de nuevo nuestro ritual de fundirnos en un abrazo del que nos negábamos a despegarnos, fue el saludo mañanero. Luego venían las miradas, con el remate de una sonrisa, y cuando ya ninguno se aguantaba las ganas, nos acercábamos y nos volvíamos a fundir en otro abrazo. Jamás me había pasado algo así con alguien. Pura dulzura.

La siguiente noche que volvimos a bailar, ya muy cansados los dos, no fuimos capaces de conectar, así que lo solucionamos con un abrazo lejos de las miradas, de esos que duran varios minutos. Y al siguiente día que bailamos, más temprano en la noche y menos cansados, sucedió de nuevo la magia... volví a caer rendida en su abrazo.

La eternidad no va asociada a los momentos mágicos, o estos dejarían de serlo. Así que llegó el amanecer en el que yo debía despedirme, tomar un taxi para ir al aeropuerto y de ahí un avión de regreso a casa. Le busqué, le encontré y cuando los primeros rayos de sol todavía no se atrevían a salir, él me acompañó a la salida del recinto de la milonga, mientras tiraba de mi maleta y no apartaba sus ojos de mi. Luego tuvo lugar una despedida en forma de secuencia de abrazos digna de recordar, que hizo que nos costara separarnos un gran esfuerzo. Con una losa de pesar, caminé hasta un taxi, y justo cuando estaba a punto de subirme a él, me giré, para visualizar en mi imaginación la despedida de solo unos minutos antes, pero allí estaba él de nuevo, sosteniendo esa última mirada suya...