domingo, 27 de julio de 2014

Esperando que unos polvos hagan milagros

Estaba pasando un fin de semana de turismo y tango con una amiga en una preciosa ciudad francesa. Era sábado y habíamos oído hablar de una milonga con mucho encanto que tenía lugar en una plaza céntrica en la que había bancos de madera para sentarse, un banco corrido de piedra, y un par de cafeterías alrededor, para reponer fuerzas a mitad de milonga.

Me sorprendió el equipo de música excepcional que tenían allí desplegado, así como la cantidad de gente que había ido a disfrutar y también la cantidad de gente que observaba la milonga con esos de sorpresa y de "yo quiero" con los que todos miramos alguna vez a las parejas cuando bailan. Era una milonga preciosa en la que la gente estaba muy mezclada, y se respiraba buena onda.

Lo único a lo que poner pegas de aquella milonga era el suelo, que al fin y al cabo no era el más ideal para bailar. Por lo visto, alguno de los organizadores o quizás alguno de los milongueros asistentes había pensado exactamente lo mismo y tuvo la brillante idea de poner polvos talco cerca de uno de los altavoces. Todo el mundo iba como loco a pisar los polvitos blancos con la absurda esperanza de deslizarse mejor por la pista, porosa, irregular y de baldosa... especialmente las elegante mujeres francesas que insistían en lucir sus bonitos zapatos en un suelo que no estaba hecho para ellos. No pude evitar una sonrisa al ver aquello. ¡Qué afán por conseguir que un suelo que era imposible que resbalara, lo hiciera!

Cuando la milonga terminó miré hacia lo que quedaba de lugar donde habíamos bailado. Aquello parecía más bien una pista de ski que el suelo donde había tenido lugar una milonga. Eso sí, obviamente no por lo que deslizaba, sino por el colorcito blanco-nieve que cubría toda la zona de baile. ¡Que pena que no llovió! ¡De haberlo hecho podríamos haber convertido la milonga en una batalla de "bolas de nive"!

jueves, 24 de julio de 2014

Se enfadó...

Era la primera milonga de un festival, de eso me acuerdo bien. Seguramente él me miró, yo le miré; él me cabeceó, yo acepté; y finalmente nos encontramos en la pista, donde él me ofreció su abrazo. Esa primera tanda que bailé con él era rítmica, con energía, aunque no me acuerdo de la orquesta porque hace ya tiempo que sucedió, pero si era de ritmo muy marcado.

La disfruté mucho y el hombre me pareció encantador en todos los sentidos. Su forma de bailar era técnicamente buena, su abrazo agradable y su sentido del ritmo muy acertado. Por aquel entonces nunca bailaba más de una tanda seguida con nadie y con él no fue una excepción, así que a pesar de que no me hubiera importado repetir, le di las gracias y regresé a la mesa donde tenía mi abrigo y mi botellín de agua.

Más tarde, durante la misma milonga, volvió a invitarme otra vez más y esta vez tocaba el momento romántico, las tandas melódicas, esas en las que al terminar, muchas veces dejas escapar un suspiro. Ahi es cuando fui consciente de que la primera tanda había sido casualidad, de que él yo yo realmente escuchábamos algo diferente. Su baile no se adaptó a la música, y aunque pisando a ritmo, me bailó cualquier cosa menos lo que la música pedía a gritos. Fue frustrante sentir cómo ese milonguero que me había encantado al principio de la noche, me desencantó de golpe.

Sin embargo, intente comunicarme con él para solucionarlo. Intenté frenar su energía, su correr como loco por la pista, intentando dar tiempo al tiempo, rarentizando en lo posible los movimientos, enviándole un mensaje de cómo la música pedía otra cosa, silencios, sentir. Yo también quería bailar a mi manera aunque fuera una tanda. Pero él iba a lo suyo, no me escuchaba e incluso parecía molesto de que yo intentara frenar sus movimientos. Finalmente comprendí que no iba a a ser posible y desistí. Hay chicos que escuchan a su pareja, otros que bailan para sí mismos y esperan a que ellas se adapten en todo momento a ellos y no hacen del baile algo entre dos. Este hombre era de este segundo grupo.

Después de esto, me sorprendió recibir otra invitación suya ya casi al finalizar la noche. También era una tanda melódica y esa vez rechacé su invitación. Creo que por esa noche era suficiente. Bailaría con él otro día, pero fijo que otro tipo de tanda. Durante esa misma tanda o la siguiente (no me acuerdo bien) acepté la invitación de otro chico con el que no había bailado aún y con el que tenía ganas de bailar, pero honestamente, de ninguna manera había esperado una invitación suya. Él lo vio todo y no le gustó.

Al día siguiente, en un intento de compensarle, le miré para un cabeceo, en una tanda de las que le van a él, pero desvió bruscamente la mirada: fue la confirmación que esperaba de que realmente se había enfadado. Lo curioso es que no me importó: seguramente no volvería a verlo, así que miré hacia otro lado, sonreí, y al minuto siguiente estaba disfrutando de otro abrazo.

lunes, 21 de julio de 2014

Una acompañante especial

La milonga tenía lugar en un espacio acondicionado de unos 200 m2 de un suelo de madera ideal para bailar. Había bancos corridos de madera, unas pocas mesitas, un escenario, una barra y una habitación a parte que hacía de ropero y de mini-restaurante donde te servían ensaladas y crepes dulces y salados a un precio muy económico. El ambiente muy agradable, la gente muy mezclada, y la generación mayoritaria era de milongueros nacidos en los años de la hegemonía del peronismo. Definitivamente, uno de los mejores lugares en los que he estado milongueando.

Allí me encontré con una mujer que al principio no reconocí. Fue ella quien se acercó a saludarme, me refrescó la memoria, y finalmente cuando caí en cuanta de quien era y cómo nos habíamos conocido, desplegué mi sonrisa y me quedé con ella a charlar un buen rato. La acompañaba otra mujer de más o menos su edad, de piel negra con un vestido blanco que la hacía resaltar por encima de todas las demás. Iba muy guapa y estaba sentada, escuchando la música. En un momento dado, un hombre se acercó a ella, le hizo una invitación verbal mientras sonreía, y ella le devolvió la sonrisa mientras extendía su mano. Él la tomó y se dirigieron juntos a la pista. Aunque era una escena de lo más normal en la milonga, me quedé mirando porque me pareció una invitación especial y me gusta vivir experiencias a través de los demás.

Estaba todavía mirándoles acercarse a la pista cuando la otra mujer me dijo que ella era su acompañante, palabra que normalmente no la usas con una amiga con la que vas a la milonga. Pensé que podría estar hablando de su pareja sentimental, pero apenas se me estaba pasando por la cabeza, cuando ella me explicó que pertenecía a un grupo de voluntari@s milonguer@s que colaboraban con una asociación de invidentes y que les estaban enseñando a bailar tango. La emoción de escuchar eso me humedeció los ojos e hizo que cobrara un sentido más intenso la escena que acababa de presenciar. Vi preciosa la iniciativa de esos milonguer@s voluntari@s y desde luego, un ejemplo a seguir.

viernes, 18 de julio de 2014

Pegadita a él

Era una tarde calurosa de domingo. Estábamos cuatro amigas sentadas en la entrada de una milonga local mientras nos poníamos al día después de un tiempo sin vernos. Una de mis amigas recibió una invitación a bailar. Aquel hombre era uno de "los de casa", muy querido por ella, pero con el que creo que nunca había bailado antes. Aceptó encantada mientras el resto nos quedamos charlando hasta finalizar la tanda. Ya sonaba la cortina cuando ella apareció de nuevo, exaltada, riendo, algo indignada. Se acercó y me dijo: "¡no sabes lo que me ha pasado!¡te lo cuento para tu blog!" Me hizo gracia su arrebato y también me hizo ilusión por su gesto al acordarse de Entre Milongas. Así que aquí va la anécdota que, tras serenarse un poco, nos relató.

Todas solemos esperar esa sensación que produce una tanda bien bailada, y también ese tipo de finales que le siguen, en los que te quedas pegadita a tu pareja, casi sin respirar, disfrutando de esos segundos tan especiales en los que os miráis a los ojos, sonreís, y parece que el tiempo se para. Me imagino que ella también esperaba todo esto, y aunque no se si lo consiguió, de lo que estoy segura es de al menos, sí terminó pegadita a él. El nexo de unión: ¡un chicle!

Muchos milongueros y milongueras comen caramelos o mastican chicle para camuflar el aliento, sobre todo si es una milonga tras una comida en la que se te ha olvidado el cepillo de dientes en casa. Nuestro protagonista bailaba con uno en la boca. No sabemos si es que el chicle tenía calor y decidió airearse, obligando al pobre milonguero a masticar con la boca abierta (ajjj); o puede que al milonguero en cuestión le diera por recordar sus tiempos tiernos en los que jugaba con otros niños a ver quien hacía el globo más grande; o incluso pudo ser el arrebato musical del momento; o a lo mejor se tropezó o alguien le puso la zancadilla y el chicle salió disparado como un misil; o también pudo ser que se le escapara el chicle del susto al darse cuenta de que a su pareja de baile se le veía el ombligo, pero el caso es que por curiosos misterios de la milonga el dichoso chile terminó pegado al pelo de mi amiga.

Después de reírnos hasta casi llorar, nos entró la curiosidad y le preguntamos qué había pasado después, cómo había reaccionado él, qué habían hecho. Fue entonces cuando descubrimos porqué al finalizar la tanda ella había venido en un estado tan alterado: no fue porque el chile se le pegara al pelo, sino que él lo recuperó y ¡se lo volvió a meter en la boca como si nada!

martes, 15 de julio de 2014

Cuando el remedio es peor que la enfermedad

Ya había bailado con él antes, aunque no me acuerdo bien en dónde fue. Él, muy simpático, me invitó a bailar de nuevo. Aunque por lo general no me gusta aceptar una invitación de alguien con quien no me gusta bailar, a veces me resulta difícil resistirme a una sonrisa, así que acepté su invitación. La mayoría de la gente tropieza dos veces en la misma piedra: esta milonguera que escribe, no dos, sino tres.

A pesar de que era algo rígido en el abrazo y de que su musicalidad brillaba por su ausencia, él sonreía y se lo pasaba de maravilla, así que al final me contagió y con eso de "be water, my friend", puse mis cinco sentidos en intentar adaptarme a su baile. Todo fue bien, hasta casi el final del segundo tango. Bien porque él me había arrastrado a la tragedia o porque otro la había provocado, recibí una patada de hombre en el tobillo. No grité de milagro porque la verdad es que el dolor me subió por la pierna, quizás porque tocó un nervio o me dio en un punto muy sensible. Conseguí terminar la tanda a pesar de la incomodidad y después fui a la barra a pedir hielo: aquello empezaba a parecerse a un zeppelin y tenía que bajar la inflamación como fuera. El frío me ayudó bastante, pero también una cremita milagrosa que me ofreció una simpática milonguera francesa con la que suelo coincidir a veces en algún encuentro de tango.

Mientras estaba sentada, recuperándome del golpe, apareció a mi lado el hombre que me había dado la patada. Me imagino que se sentía culpable y quiso "compensarme" invitándome a bailar. Y no tuve el valor de decirle que no. De nuevo, error, y de los grandes: no aprendo.

Lo bueno de la tanda que bailé con él es que ni me acordé del tobillo. Él hacía tanta fuerza en apretarme contra él, que con la sensación de que en algún momento me iba a partir en dos y para evitarlo, yo tenía que hacer la misma fuerza para separarme. Aquello era un auténtico pulso y me tenía tan concentrada que ni escuché la tanda.

Al acabar la tanda, tenía los músculos de los brazos doloridos y me dolía la espalda, bastante más que el tobillo, por cierto. Os preguntareis porqué no le di las gracias y me senté. Buena pregunta... ¡si alguien la sabe, que me lo explique!. Pero que conste que algo sí aprendí: me quedé con su cara para no volver a bailar nunca más con él.Y además, a partir de esa tanda y ese momento decidí que mis tandas ONGs habían finalizado. Después y a lo largo de la velada rechacé al menos seis invitaciones, y todas las tandas que bailé fueron increíbles.

sábado, 12 de julio de 2014

Buscando una sensación

La gente va a la milonga por muchas razones. Según lo que yo he observado, principalmente hay dos: divertirse y socializar, o buscar una sensación muy especial y definida, aunque a veces es más bien una mezcla de ambas. Pero son etapas. Creo que al principio la gente va para divertirse y socializar, y una vez que descubre la sensación que deja tu alma y tu cuerpo temblando, la sigue buscando como una droga, y ya no se conforma con menos. El ser humano es así.

Los que van solo a divertirse y socializar, suelen ser gente relativamente nueva en el tango, aunque siempre hay excepciones para todo, y no buscan una afinidad concreta en el baile, sino que aprenden a sacar lo mejor de cada persona con la que bailan, disfrutan con todo el mundo. Esta es la etapa más feliz de cualquier milonguer@. Para este grupo, la parte más importante de la la milonga es la parte social y no buscan una sensación que el cuerpo les pide porque no la conocen, o porque la conocen y saben que es muy difícil conseguirla, y cuando lo hacen, lo reciben como un regalo. El punto de inflexión llega cuando empiezan a obtener esa sensación más a menudo, analizan la situación, y se dan cuenta de que la consiguen casi todo el tiempo con gente que baila como ellos o que es más experimentada. Y la clave de todo este asunto es que cuando empiezas, casi todos bailan como tú o mejor, pero a medida que vas siendo más experimentado (siempre y cuando sigas evolucionando en tu baile), hay menos que bailan como tú o mejor. Es lógico, es normal. De esta forma, poco a poco dejan disfrutar de cualquier manera y con cualquiera, y empiezan a anhelar bailar con gente afín a ellos a nivel personal o en cuanto a nivel de baile, gente que les de esa sensación que han conocido y que es la que realmente te engancha como una droga al tango. 

Los que van a lo segundo son gente que por lo general ya ha pasado por la primera etapa hace ya tiempo y se han vuelto algo exigentes e inconformistas. Más intensos, bailan con otros que conocen y con los que saben que van a obtener esa sensación que anhelan, pero también buscan nuevos abrazos que puedan provocársela. Se sienten completos con su vida social y de pareja y seleccionan mucho la gente nueva que incorporan a su circulo social, aunque se relacionen con todos. Rara vez bailan por compromiso. Cuando bailan, lo hacen motivados por un lazo de algún tipo, como es la afinidad o la amistad. No buscan mezclarse con cualquiera porque sí, simplemente por conocer gente y experimentar, sino más bien bailan poco pero seleccionan lo que bailan y con quien: priman la calidad antes que la cantidad. Buscan la compenetración total con la pareja de baile, que es lo que les produce la sensación que tanto persiguen, y aunque no siempre, el nivel de baile de las personas con las que bailan suele ser importante para conseguirlo.

Pero cada milonguer@ es un mundo y cada cual tenemos diferentes motivaciones según nuestra edad, nuestro estado emocional, y nuestra experiencia.

miércoles, 9 de julio de 2014

Tierra trágame

Me acuerdo que hace tiempo estaba en una milonga, sentada junto a una columna, en primera línea de pista, junto a otras tres milongueras. Todas mirábamos hacia una esquina en particular, cerca de la entrada, donde había un grupo de milongueros listos para bailar. Cada una buscaba su cabeceo.

Hubo un hombre que cabeceó a alguna, aunque ninguna de nosotras sabíamos fijo a quien. Aún así una de las milongueras junto a mi, que vestía una falda verde, se levantó y se dirigió a la pista. Al yo no tener claro a quien iba dirigido el cabeceo, no me levanté. Me habían enseñado que cuando un hombre te cabecea y siempre y cuando haya más milongueras a tu lado, no es buena idea dirigirte a la pista para esperarle, sino seguirle con los ojos, y cuando él se acerca, si es a ti a quien ha cabeceado, lo hará de nuevo cuando esté a un metro o dos de ti, para que no haya duda alguna.

Yo estaba convencida de que me había cabeceado a mí, pero frené mis impulsos de levantarme. Y menos mal. Lo primero, porque él pasó de largo junto a la milonguera de la falda verde, que ya lo esperaba en la pista, creyendo que era a ella a quien había invitado, y se acercó a nosotras. La mujer de verde se quedó sorprendida, molesta y algo avergonzada por la metedura de pata, pero aun con ese gesto de "tierra, trágame", disimuló como pudo y se fue al baño. Y lo segundo, porque para mi asombro, al acercarse a nosotras, se dirigió hacia la milonguera del vestido gris que estaba a mi derecha para saludarla, gesto que hizo que ella se levantara pensando que la invitación era también para ella, y se tuviera que sentar de nuevo al darse cuenta de que el extendía su mano hacia la siguiente chica a su lado, que iba vestida con una falda negra y un top rojo, que lo miraba sorprendida.

A ver, malentendidos suceden, pero que sean cuatro chicas las que te interpretan mal la invitación de un milonguero.. ¿no es un poco extraño? Quizás deberían enseñar a los milongueros, así como a milongueras como yo nos enseñaron a no movernos de la silla hasta estar al 100% seguras, a no ser tan dispersos en sus invitaciones.

domingo, 6 de julio de 2014

Abriendo puertas

Entre milongas es normal observar a milongueras que no suelen bailar mucho, bien porque no conocen a la gente en la milongas, son novatas, no han sabido elegir un buen sitio para sentarse, no son muy jóvenes (las jóvenes por lo general bailan más aunque no sepan bailar), o muchas otras razones, aunque a veces no hay ninguna en particular.

Algunas veces, sin embargo, he observado que hay milongueras sentadas, esperando, observando, apenas sonríen, están como abstraídas del mundo, supongo que aburridas porque no bailan. Cuando estás aburrida es difícil sonreír porque no es lo natural, y si lo haces, se suele ver forzado, falso. Por eso es importante aprender a buscar razones verdaderas para sonreír, tanto en la vida como en la milonga, y ponerlas en práctica, aunque esto no se fácil a veces. La razón: quien sonríe, baila más. La gente va a disfrutar y a divertirse a la milonga y por lo general busca gente que esté en la misma onda. En este caso, no son los polos opuestos los que se atraen.

Yo me acuerdo un día en el que fui a relajarme a la milonga. Estaba triste, decaída y aunque fui allí porque quería cambiar mi estado de ánimo, durante la primera hora de la milonga mi negra energía me hizo invisible al resto de los milongueros. Decidí acercarme a la barra y pedir un vino que me templara un poco y regresé a mi silla con copa en mano, algo más relajada, descontracturados ya los músculos de la sonrisa. Entonces observé la pista y de repente vi un pequeño altercado de una pareja: uno de esos en los que ves un malentendido tomado con humor.

Esa pareja me contagió y con una sonrisa todavía en la boca, pasé la vista por la barra. Fue entonces cuando crucé mirada con dos milongueros y ambos me cabecearon. Se creó una pequeña confusión entre ellos, pero finalmente, tras intercambiar unas palabras y disculpas, se acercó uno de ellos. Me brindó una tanda maravillosa. Pero lo mejor fue que mi pareja de baile hizo que tanda acabara justo al lado de la barra, donde el otro milonguero me esperaba para tomar el relevo. Fue divertido ver cómo uno me cedía al otro y obviamente, la situación provocó risas. A partir de entonces no paré de bailar, de reírme, de pasarlo bien. Objetivo cumplido. Esta milonguero antes tristona, volvió feliz a su casa. Definitivamente sonreír abre puertas... ¿quién se resiste a una sonrisa?

jueves, 3 de julio de 2014

Des-sincronización total

Supongo que esa fue la tercera o cuarta vez que tropezaba con la misma piedra. Acepté una invitación sabiendo que la palabra "tragedia" estaba escrita en nuestro destino, pero como era el novio de una amiga, me sentía mal por rechazar su invitación y acepté por compromiso: tocaba momento ONG o de suicidio milonguero, o como queramos llamarlo.

Sonaba una de milongas...¡milongas! Él sonrió. Yo sonreí y respiré profundo intentando armarme de valor. Me concentré, sabía que iba a necesitarlo. Sonó el primer compás, el segundo, el tercero, los treinta primeros. No nos movíamos. Al final se dio el milagro, pero era algo así como un coche sin batería: un intento, una calada. ¡Ayyyy! En el segundo intento conseguimos hacer un movimiento, todavía en la misma baldosa, pero aquello era más bien a un balanceo poco sincronizado. Yo me sentía como una barca de remos en medio de una tormenta, me parecía extrañísima su forma de moverse. Los intentos se repitieron, pero el resultado el mismo. En mi vida me había pasado algo igual, de no se capaz de coordinar con mi pareja ni dos segundos y dar un paso.

La primera milonga terminó, comenzó la segunda, nosotros permanecíamos en el mismo lugar. La historia se repitió. La frustración era patente, había miradas de incomprensión: él, como diciendo "¿porqué no me entiendes?"; yo, "¿me estás hablando en chino?". Yo no hacía nada, no sabía qué hacer, no entendía sus marcas. Definitivamente, el tango es cosa de dos.bLo que está claro es que no deberíamos haber bailado: ni yo debería haber aceptado su invitación, ni él debería haberme invitadosospechando que no me gusta bailar con él, no después de haber rechazado sus invitaciones en numerosas ocasiones.Al final, pasó lo que tenía que pasar: hablamos de lo que sucedía, dejamos de "bailar", dejamos la tanda sin terminar.

Pasó muchísimo tiempo más, meses, hasta que volvió a invitarme. ¿Y sabeis qué? ¡Que no aprendo! Quinto error: seguía siendo el novio de mi amiga y volví a decirle que si por compromiso. Lo hizo con una tanda de tangos, no milongas, y aunque el resultado fue mejor, definitivamente ese chico y yo no somos compatibles. Yo ya me di cuenta hace tiempo, ¿porqué él sigue insistiendo?

lunes, 30 de junio de 2014

Un par de tortolitos

Entre milongas a menudo se ven parejas bailando tango y mostrándose afecto mientras lo hacen. Hay una pareja que me llamaba siempre la atención porque parecía que cada día se les veía más cariñosos, más enamorados. Me quedé sorprendida cuando supe que eran un matrimonio consolidado, con muchos años de casados. Costaba creérselo viéndoles.

El tiempo pasó y seguían compartiendo carantoñas, sonrisas, besos, y también muchos abrazos. Obviamente nadie finge tan bien ni tanto tiempo. Luego empecé a conocerles mejor y en lugar de descubrir que eran dignos de un Oscar, me sorprendí encontrándome con una mujer que hablaba de lo afortunada que era por tener un marido como él, mientras esa sonrisa suya salía por los ojos; con un hombre que que le oía decir que nadie le bailaba tan bien como su mujer, describiendo en que momentos, mientras bailaban, él se derretía totalmente por ella.

Me sorprendí más aún, cuando una noche, mientras esperaban a un ascensor y creyéndose a solas, parecían unos tortolitos, una pareja enamorada a punto de pasar su noche de bodas. En fin, que si, que era verdad. El amor así existe, y supongo que con mucho trabajo (comunicación, respeto, apoyo...) se consolida, crece con el tiempo y se hace más fuerte. También he llegado a la conclusión de que así como dicen que quien vive con amimales es más feliz, quien tiene una pasión y encima la comparte con su amor, no puede ser más feliz. También creo que hay pasiones que tienen un algo especial, que funcionan como un catalizador para estos sentimientos, como en su caso es el caso del tango...

viernes, 27 de junio de 2014

Una vez más, hablamos del cabeceo

En la milonga, esconderse sirve de poco. Fingir que no ves a alguien, sirve de lo mismo. Lo curioso es que algunos no captan el mensaje, o mejor dicho, no quieren captarlo. Hay hombres que se empeñan en conseguir su objetivo a cualquier precio, es decir, una milonguera con la que ellos quieren bailar, ignorando los códigos, y forzando situaciones. La excusa es que el cabeceo no se estila en Europa. La verdad es que a algunos no les conviene que se estile porque así tienen la opción de poner en compromiso a más mujeres, que educadas para complacer, la mayoría no sabe declinar una invitación o se siente mal al hacerlo, y finalmente aceptan por evitar una situación incómoda. 

Ahora bien, también hay mujeres que hacen exactamente lo mismo. Se amparan en esa afirmación de que el código de la milonga es machista y lo que hacen es imponer ellas de igual manera su "invitación", ya que de no hacerlo, sus posibilidades de bailar, y más aún de hacerlo con aquellos bailarines con quienes ellas quieren, decrecen considerablemente.

Creo que esta es una razón de peso por la que a mucha gente no le gusta el cabeceo. A mi, sin embargo, me parece una buena solución ya que con este método de invitación ambos eligen por igual. Yo como mujer, si no quiero bailar con un hombre, no le miro y punto; si quiero bailar con un hombre, le miro y con suerte me mirará y me cabeazará. Él hará exactamente lo mismo con las mujeres con las que quiere bailar. Si no lo hace, significa que prefiere bailar otro tipo de música conmigo, o que prefiere bailar con otra, o que no quiere bailar conmigo. Todo bien, sea la razón que sea. ¿Es tan difícil seguir un código que evita situaciones incómodas y pone en compromiso a otras personas?

Afortunadamente para el tango, cada vez hay más mujeres y hombres que declinan invitaciones con naturalidad. Ahora lo que falta es que nadie se ofenda ni se enfade. Quien invita, arriesga, aunque también es sabido que quien no arriesga, nada consigue. Es elección de cada persona de forma individual el invitar o no hacerlo, pero sería interesante ser consecuente con ello: si eres hombre y te gusta que te inviten también, tendrás que aprender a decir "no" de vez en cuando; si eres hombre y no te gusta que te inviten, acepta que tú invitarás pero ella, con el mismo derecho de elegir que tú te otorgas, elegirá y aceptará o no tu invitación; si eres mujer y no invitas porque les cedes a ellos ese privilegio, tendrás que esperar a recibir invitaciones que puede que no lleguen pero como premio, tendrás todo privilegio y derecho de rechazar invitaciones si así lo deseas; si eres mujer e invitas, al igual que ellos, acepta que tú invitarás pero él, con el mismo derecho de elegir que tú te otorgas, elegirá y aceptará o no tu invitación.

martes, 24 de junio de 2014

El primer desplante

Yo lo había conocido unas semanas antes, cuando lo vi hablando con un amigo, del cual él es alumno. Él miraba la pista, de vez en cuando se animaba a invitar a alguna chica. Le invité a bailar porque pensé que quizás él no lo hacía por timidez, por su inexperiencia. Disfruté mucho de la tanda: de su musicalidad, de su atrevimiento al intentar experimentar con sus pocos recursos, de su abrazo suave, y de su simpatía, siempre con una sonrisa. A partir de entonces, tras hablar y conocernos un poco fuera de la pista de baile, la afinidad fue palpable. Parecía que nacía una amistad.

Apenas dos semanas más tarde, él vino a aquella milonga en la que ardió Troya. Formaba parte de mi grupo de amigos, que ocupábamos una mesa en primera fila, justo al lado de la pista. Él bailó menos esa vez, quizás algo intimidado por sentirse en un lugar nuevo o quizás por el peso de sus tres o cuatro meses de clases y poco más de media docena de milongas en su haber. A pesar de eso se le veía a gusto, emocionado, esperando poder disfrutar de unas cuantas tandas y seguir aprendiendo. Yo y mis amigas lo invitamos, una por una, todas a bailar. Más tarde, él mismo se animó a invitar a otras milongueras.

En un momento dado de la noche, yo estaba sentada observando la pista, cuando después del primer tango, el apareció a mi lado. Le pregunté: "¿qué tal va la noche?". No necesité respuesta, ví su cara, algo había pasado, algo no había ido bien. Le pregunté y me contó que había invitado a una chica y que ella, tras el primer tango, le había preguntado si hacía mucho que bailaba. Él había sido sincero y le había explicado que estaba empezando, y después, sin decir ni un gracias, ella se dio media vuelta y se fue. Planchazo total.

Yo reconozco haber dejado en la pista a alguno en más de una ocasión, pero siempre ha sido porque me hacían daño, porque mi pareja era un loco descontrolado, o porque los dos habíamos estado de acuerdo en parar de bailar por la música. Sin embargo, este chico, a pesar de ser novato, tiene un bonito abrazo, musicalidad, no hace daño, tiene cuidado en la pista y no te choca con nadie, y es educado y respetuoso. No lo entiendo. Sin embargo, he hecho mis suposiciones. A ella la conozco. Es una milonguera que sin ser principiante, no destaca por su baile, ni por su musicalidad. Quizás no supo seguirle, adaptarse a él, se agobió, y terminó dejándole. Hasta ahí bien, todos tenemos inseguridades y derecho a parar cuando no estamos cómodos. Pero hay unas formas. Creo que lo apropiado es dar una explicación, dar las gracias y retirarse juntos de la pista, y no darse la vuelta e irse sin más.

Fue entonces cuando intenté consolarle contándole mi anécdota "En un palacio al lado del mar", que publiqué del 3 de junio de 2013. Luego, una de mis amigas más veteranas lo invitó a bailar, y supongo que él se fue animando poco a poco. Lo triste es que estoy segura de que se fue de la milonga con un sabor agri-dulce. Aunque creo que es sano que todos tengamos experiencias de estas, para luego apreciar mejor las que no son así, si te ocurre algo como esto en una de tus primeras milongas, te puede llegar a desanimar bastante.

sábado, 21 de junio de 2014

Djs traviesos

¿Habeis estado alguna vez en una milonga en la que de repente en medio de la tanda encontráis una versión de lo más peculiar de un tema, o de repente, un tema nuevo, no oído antes, en el que en un momento dado la música o la falta de ella, o las voces, te dejan fuera de juego?

Siempre había pensado que eran pequeños "accidentes" que se dan por un mal acierto del Dj con un tema, pero hace poco descubrí que hay Djs a los que simplemente les encanta jugar, divertirse a su manera. Haciendo esto rompen con lo esperado, pero sobre todo, ponen a prueba la escucha de la música y la capacidad de reacción e improvisación de los milongueros. Esperan con ansiedad y atención su momento de gloria, cuando los milongueros intentan salir del apuro como pueden, y se oyen risas, suspiros, y se ve alguna que otra cara mirando al Dj de turno con ganas de asesinarlo, mientras él sonríe intentando contener la risa.

He observado que los Djs traviesos, lo hacen solo durante una tanda y solo con un tango. Es su modo modo de dar el toque de humor a una milonga: su golpe maestro. Hasta ahora yo creía que ese toque maestro consistía en aburrir con la misma cortina toda la milonga, pero me equivocaba. Esto me gusta muchísimo más.

Que no era accidental sino a propósito, lo descubrí un día en el que estaba bailando y hubo un silencio musical, una nota que no terminaba, sostenida por una sola voz, sin instrumentos. Mi pareja de baile no sabía qué hacer y cuando mirando al Dj, lo vio sonreír hacia la pista, lo comprendió y se unió al momento en el que yo dejaba escapar mi risa poco contenida. Al día siguiente, y por si quedaban dudas, tuve la confirmación de que el Dj lo había hecho a propósito: momentos antes, había avisado a una amiga con una seña, para que estuviera atenta y pudiera divertirse con él con la confusión que se iba a crear en la pista.

He de confesar que me encantan esos momentos, tanto cuando me sucede en medio de la pista, como cuando los observo. No puedo evitarlo: me gusta el humor, y cómo no, también en la milonga.

miércoles, 18 de junio de 2014

No siempre son ellos

Como milonguera, suelo hablar de ellos, de lo que me gusta, de lo que no, sobre todo de lo que me llama la atención. A veces es aquello que me enfada y por ello a veces parece que no me gusta ni como se comportan ni como bailan la mayoría de los milongueros que me encuentro entre milongas. Pero no es así: es todo lo contrario. Así que para ser justa, también hablaré de otros comportamientos que no me gustan y cuyas protagonistas son milongueras, a veces, incluso yo misma. Este caso es de una milonguera que observé y conocí en un festival internacional.

Ella estaba sentada con unas amigas en una mesita en primera fila, junto a la pista de baile. Se la veía en su salsa, en terreno conocido, con bastantes aires de diva. Observaba a los bailarines, pero lo que me llamó la atención es la forma en que lo hacía, con la barbilla un poco levantada, un gesto un poco prepotente que no me gusta nada. Al parecer había un hombre intentando cabecearla pero ella, se hacía la loca porque no quería bailar con él. Finalmente, una de sus amigas, que no se enteraba de la fiesta, le hizo el típico gesto de "ese te está mirando", y ella miró. Entonces sucedió lo inevitable: un cabeceo no deseado. Él por lo visto tenía tantas ganas de bailar con ella que no esperó a ver si ella aceptaba o no el cabeceo y se dirigió hacia ella.

Fue curioso ver la cara molesta de la milonguera hacia su amiga y hacia el milonguero que se acercaba. Hasta aquí, es una escena que se ve a menudo en la milonga, en la cual ella se ve obligada a aceptar la invitación o a pasar por una situación incomoda al rechazar abiertamente a alguien. El enfado de la milonguera snob era tal, que él, una vez delante suyo, sonriendo y extendiendo la mano, recibió un desplante muy fuera de tono: ella puso cara de disgusto, y se llevó el dedo índice a la sien, girándolo, en un gesto parecido al que le haces a alguien que ha perdido la cabeza.

Yo me quedé perpleja y horrorizada. Ella, me pareció una perfecta desubicada. Había visto comportamientos y gestos de mal gusto, pero este es digno de mencionar. Al hombre, que no se creía lo que le estaba pasando, le cambió la cara de color, luego se dio media vuelta  -obviamente con cara de pocos amigos-, y desapareció. Fue todo un caballero, yo no estoy segura de haber hecho lo mismo. Ella se merecía un par de palabras altas y claras: creo que las formas son algo que sea cual sea la situación, hay que intentar no perderlas.

domingo, 15 de junio de 2014

Trampeando un cabeceo

Me acuerdo que una vez fui a un evento milonguero, en el cual había unas normas estrictas que había que respetar de forma rigurosa si querías participar en las milongas. Entre las normas estaba la obligación de invitar mediante cabeceo, es decir, ir a la mesa e invitar directamente quedaba prohibido. La idea me encantó.

Lo curioso de estas milongas era que tenían lugar en una pista cuadrada con dos filas de sillas, de las cuales dos lados eran para las mujeres y los otros dos lados para los hombres. No era fácil ver un cabeceo una vez que la tanda comenzaba, ya que según en que sitio estuvieras sentada, solo veías a otras mujeres. En mi caso, dormilona por naturaleza, durante las dos primeras milongas, en una me tocó silla en una esquina, con lo cual no podía ver a ninguno; y la otra vez me tocó justo delante de un fotógrafo, con lo cual, me tapaba ante los ojos de cualquiera. Al menos tuve el buen atino de optar por quedarme de pie cerca de la entrada y así no hubo problema para recibir cabeceos.

De todas formas, el último día de todos, aprendí la lección y madrugué. Conseguí un buen sitio, pero ya ese día, aquellos para los que el cabeceo era algo relativamente nuevo, estaban algo cansados de torcer el cuello e intentar cabecear a una chica, y utilizaban otras tácticas, disimuladas, para que no les tiraran de las orejas como a niños traviesos.

Estaba yo sentada, perfectamente visible para todos los milongueros, cuando se me acercó un chico, con el que había bailado los días anteriores, para saludarme. Y, ni corto ni perezoso, se acercó a mi oído y me susurró: "estáte atenta, que te voy a cabecear ahora". Y antes de poderle decir que eso era hacer trampa, había desaparecido. Cuando volví a verlo, ya estaba en su silla.

Me lo puso demasiado fácil como  para no gastarle una broma, así que decidí mirarle y hacerle un gesto como de "no entiendo" en cuanto vi su cabeceo. Él me miró sorprendido, me cabeceó dos o tres veces más, y luego me entró la risa cuando lo vi levantarse, moviendo de lado a lado la cabeza y acercándose a mi. Cuando llegó hasta mi silla, me miró con cara de reproche, pero divertido. Me entró la risa, no pude evitarlo.

miércoles, 11 de junio de 2014

El Garrón

Era otoño, mi estación favorita. Iba por primera vez a una milonga llamada El Garrón. Por mi tierra dicen que "garrón" es la carne dura con nervios que no hay quien se la coma, así que me imagino que esa era la razón del nombre, al menos para mí, ya que desde luego ni era gratuita ni había nadie regalando abrazos por pura simpatía. 

En aquella milonga obtuve uno de mis records de milonguera: cinco horas enteras, sin bailar ni dos compases de un tango. Usé todas las tácticas que conozco para cambiar la situación, pero no hubo suerte: saludé a la poca gente que conocía en la milonga, miré y miré esperando algún cabeceo, me puse un vestido bonito y un escote de vértigo, paseé a la barra (e incluso me aprendí los nombres de los camareros), me senté en un sitio privilegiado, no hablé casi (y eso sí que fue un gran esfuerzo), y empleé varias ocurrencias más, hasta que finalmente tuve que aceptar que esa noche sería para disfrutar de la música, pero de otra manera.

Tras la aceptación me dediqué a observar la pista, hasta que los vi. Allí, entre tantas parejas que intentaban llamar la atención acentuando el ritmo y haciendo toda clase de piruetas, boleos, ganchos y demás figuritas, estaban ellos en un abrazo que nada tenía que ver con todo lo demás. Su forma de bailar me encandiló. Captaron mi atención en el momento en el que los vi, y luego ya no miré a nadie más. Me emocionaron durante unas cuantas tandas. No sabía quienes eran, aunque me imaginaba que serían alguna pareja de bailarines profesionales.

Se acercaba el final de la milonga y la vi a ella sentada sola, en un rincón. Aproveché para acercarme discretamente a preguntarle su nombre, para poder buscarles en YouTube y ver vídeos suyos bailando. Fui breve, ya que solo le dije que me había encantado verles bailar y que si eran profesores de tango, me encantaría saber su nombre. Ella sonrió amablemente, me dio su nombre, y luego nos despedimos.

La milonga terminó y yo me quitaba las sandalias para ponerme las botas y salir a buscar un taxi. Entonces la vi a mi lado, despidiéndose, mientras me preguntaba qué tal la milonga. En ese momento llegó su pareja y ella le dijo: "es esta la chica de la que te he hablado antes". Me quedé sorprendida, y entonces fue él quien se puso a hablar conmigo. Me volvió a preguntar por mi opinión sobre la milonga, y me salió del alma ser sincera: le dije que la música me había gustado, que había disfrutado viendo la pista de baile, pero que me iba con pena porque no había bailado ni un solo tango. Él quiso ser amable y me dijo algo así como que las chicas bonitas intimidan a los chicos. Mentirosillo en mayúculas, pero un cielo: desde luego hay chicos que sí que saben cómo sacar una sonrisa a una chica.

Luego, tras sacar su cartera, me extendió una tarjeta de presentación y me invitó a que los llamara la próxima vez que fuera a París a milonguear. Me quedé sorprendida y también muy agradecida por su amabilidad. Me fui de la milonga con una sonrisa de oreja a oreja. Ni la lluvia parisina consiguió borrármela, ni aún así cuando algunas odiosas gotitas caían sobre la tarjeta emborronando los nombres de Sebastián Missé y Andrea Reyero.

domingo, 8 de junio de 2014

Viva la espontaneidad

Era una milonga de domingo, la última de un festival, en la que fueron los miembros de una asociación de tango local los que muscializaron. Como en muchas asociaciones de este tipo, ponerse de acuerdo y consensuar algo es complicado, con lo cual esta vez no fue una excepción: no se pusieron de acuerdo sobre quien iba a musicalizar la primera parte de la milonga y quien la segunda, y creyeron tener buen atino al optar por una solución salomónica: ni para ti ni para mí, mejor una tanda cada uno. La intención fue muy buena, pero el resultado un desastre.

Musicalizaban dos voluntarios. Con uno de ellos, un chico amante del tango nuevo, con el que bailé por primera vez durante ese fin de semana. Él, muy amable, se había sentado a mi lado para darme conversación y allanar la invitación que vendría minutos después. Hice una tontería de libro al aceptarla sin saber cómo bailaba. El chico no era capaz de mantener el eje, era algo brusco y me daba la sensación de que bailaba para sí mismo y para que le vieran, es decir, tenía todas las virtudes que en circunstancias normales me hacen rechazar una invitación. Intuyo además que tiene una gran opinión de si mismo como bailarín, y como Dj. Aclaro que era tan buen Dj como bailarín, pero allí donde no estaba gente cercana a él para abrirle los ojos, lo hizo de forma espontánea toda una milonga.

Supongo que la música había sido preparada con antelación, las tandas enlatadas, simplemente alternando las de uno y las del otro, y con cortinas entre ellas. He de confesar que en más de una ocasión tuve problemas para identificar alguna de las cortinas porque había tandas, estilo tango nuevo, que eran cualquier cosa, muchas imbailables, pero que al Dj de tango nuevo le encantaban. Al menos, no nos encontramos ninguna jota aragonesa como parte de la tanda, aunque creo que a esas alturas no me hubiera sorprendido. Así de triste era la situación.

Los milongueros que habían venido desde muy lejos estaban indignados y vi cómo algunos bromeaban con el asunto, otros tenían caras muy serias, y alguno incluso llegó a llevarse las manos a la cabeza. Así que tras una de las tandas más horribles, en la cual la pista estaba vacía, a excepción del Dj de tango nuevo bailando, y alguno otro que se movía por no quedarse frío, llegó una cortina que pasó totalmente desapercibida. Y luego ocurrió algo  que jamás había presenciado en una milonga: sonó una tanda de Ricardo Malerva con los temas Embrujamiento, La piba de los jazmines y Violín, y de repente todos los milongueros presentes comenzaron a aplaudir de forma espontánea. El Dj de tango nuevo se quedó mirando alrededor intentando comprender, y la verdad le debió caer como un jarro de agua fría cuando practicamente la milonga al completo se apresuró a abandonar las sillas y a llenar la pista de baile.

Segun esto sucedía, recibí un cabeceo del otro musicalizador, al que creo que hice pasar un rato de apuro, ya que al acercarme a él no pude reprimirme, y exclamé "¡qué bien, esto sí que es una tanda!". Odio ser tan espontánea a veces, con lo casi-guapa que estoy callada. Al instante siguiente de pronunciar las palabras recibí una mirada de reproche: era la forma de mi compañero de baile de hacerme callar porque a un escaso metro de distancia estaba el otro Dj. Creo que lo oyó todo, pero hizo como que no, que no iba con él. Sin embargo no me disculpé: supongo que en ese el momento no sentí que debía hacerlo, o porque soy más bruja de lo que pensaba, y aún estaba molesta con él por haberme hecho sentir maltratada dos días antes, durante la tanda que había bailado con él.

jueves, 5 de junio de 2014

La fusión de un abrazo

"Ayer bailé con otra chica...". Me quedé sorprendida al oírlo. Una declaración espontánea y a vez muy cierta. Era yo, aunque más bien una versión de mi misma en ese estado tembloroso, tenso y con la energía bien revuelta, esa que no impide fundirse en el abrazo, aunque sí entregarse a él. En estos casos nada se puede hacer salvo intentar relajarse, pero aún así, es cuestión de energías, de un equilibrio entre la energía de dos seres que se abrazan. Y si uno de los dos no está en equilibrio, la magia no se da.

En otra ocasión, tras un fin de semana bailando con un amigo en varias ocasiones, lo hice por última vez en una tarde de domingo. Son las milongas que más me gustan porque son de día, el ambiente es más relajado, estoy más descansada y a la vez con esa certeza de que a lo bueno le quedan los minutos contados y quieres disfrutar y entregarte como nunca para irte con el mejor de los recuerdos. Bailamos varias tandas seguidas y ya desde el primer momento sentí que la conexión con él era más intensa. Pero fue durante la segunda tanda que ambos lo sentimos... y le oí decir algo así como "ahora lo siento.. ahora estamos conectados", y esa magia que te une a la otra persona totalmente, donde la energía, el movimiento y el abrazo es uno solo, surgió. Creo que pocas veces he conseguido una fusión a ese nivel.

He pensado mucho en ello, porque en realidad es lo que hace del tango algo tan especial y lo que en el fondo, una vez que lo has sentido, lo buscas con desesperación, como una droga. Y también he pensado en ello porque es una fusión íntima, que algunos no comparten y reservan solo para su pareja, otras veces no se comparte porque no se puede, bien porque no se consigue el nivel de relajación y entrega suficiente para conectarse o bien porque se requiere alcanzar un nivel de baile específico para ello. Creo que la unión en el abrazo se consigue de forma rápida; la unión sincronización musical también; pero esta unión en la fusión del movimiento a un nivel que sientes que no sois dos sino uno solo, incluso para respirar y sentir... eso es otra cosa.Y me vuelve loca, me encanta.

lunes, 2 de junio de 2014

Ardiendo Troya

Yo había llegado temprano a la milonga con el fin de conseguir una de las mejores mesas, y reservarla para mi grupo de amigas milongueras. Dejé todas mis pertenencias en tres sillas y en la restante se sentó conmigo un amigo de los que si la música es buena y le gusta, lo baila casi todo. Perfecto para que mis amigas, que como siempre están en mayor número respecto a ellos, pudieran ocupar también su silla cuando él no lo hiciera. Éramos cinco mujeres y dos hombres, con lo cual pensé que con cuatro sillas nos las arreglaríamos bien. Y así fue, hasta que llegó ella.

Salí a bailar una tanda en la que por lo visto también varias de mis amigas recibieron invitaciones. Quedaron dos de nuestras sillas libres. Una señora aprovechó la ocasión y se sentó en mi silla, en primera línea, a pesar de que había muchas otras sillas libres lejos de la pista. Hasta ahí todo bien, puesto que nadie la ocupaba. Esperaba que ella hiciera lo que hacemos todas: levantarnos de la silla que no es nuestra cuando la dueña regresa a ella al acabar la tanda. Lo que me encontré fue una silla ocupada y unos ojos saltones preguntando si la silla era mía. Mis cosas estaban allí, yo estaba mirando mi silla con ganas de sentarme, mi bebida estaba delante.... ¿no era obvio? Aún así, al ver que había una silla libre al lado, la de mi amigo, no quise ser mala y le dije que no se preocupara, que me sentaba en la de al lado. No esperaba que ella directamente se adueñara de mi silla el resto de la milonga.

Ella, cómoda en primera fila y sin apenas invitaciones, no estaba dispuesta a renunciar el chollo que había conseguido. Durante la milonga, observé entre otras escenas, una en la que ella se levantaba a bailar y una de sus amigas ocupaba inmediatamente la silla, levantándose justo cuando ella regresaba de su tanda, para devolvérsela, mientras ella la ocupaba de nuevo como si fuera suya por derecho.

Mis amigas, mientras todo esto sucedía, iban enfadándose más y más por su descaro... hasta que terminó ardiendo Troya. Hacía muchísimo calor y mis amigas tenían todas unos estupendos abanicos dispersos en la mesa, listos para ser usados al regresar de la tanda. La usurpadora, creyó que ya que le había ido bien con la silla, le iría igual de bien con el mejor y más bonito abanico de la mesa, que obviamente se adueñó en cuanto tuvo ocasión. Obviamente ni se le ocurrió devolverlo a la mesa al acabar la tanda por si la dueña lo necesitaba y lo buscaba, o tal vez se le ocurrió y le dio igual, como con la silla. La dueña del abanico, como era de esperar, al regresar de una tanda vio su silla ocupada (por una de las amigas de la usurpadora), y no veía su abanico por ninguna parte... hasta que le vio a ella usándolo. Se dirigió hacia donde estaba, la miró y le dijo: "¿me disculpas?" y sin esperar, se adueñó de su abanico. Yo observé ese arrebato, y lo disfruté como una enana: la usurpadora se lo tenía merecido. Justo en ese momento decidí hacer lo mismo con mi silla. A estas alturas me queda claro que cuando alguien no tiene educación, ni respeto, las formas convencionales para que aprenda a tenerlos, simplemente no funcionan.

No esperé mucho: la ocasión se presentó durante la siguiente tanda. La usurpadora se levantó a bailar, ninguna de sus amigas estaba presente, y dejó su bolso encima de la silla, para que nadie pudiera ocuparla. El colmo de los colmos. En ese momento, yo estaba sentada justo al lado, en la silla de mi amigo, y otro amigo mío estaba de pie, por no tener silla en la que sentarse. Mientras miraba perpleja y enfadada, una amiga de ella venía dispuesta a quitar el bolso y sentarse, pero justo al levantar ella el bolso de la silla y aún dudando de si sentarse o no, le dije a mi amigo bien alto para que la otra lo oyera: "siéntate si quieres, al fin y al cabo es mi silla y parece que ella no se va a sentar". Entonces ya no hubo duda, ella no quiso osar sentarse viendo mi enfado, y mi amigo por fin ocupó mi silla. Después de eso, quedó bien claro de quien era el derecho a usar esas sillas, los abanicos, y la mesa.

viernes, 30 de mayo de 2014

Proponiendo un juego: la cadena de abrazos

Todos sabemos lo bien que sientan los abrazos, y hasta de eso se aprovechan algunos. Oí que por la calle los regalaban, y algunos grupos de gente con pocos escrúpulos, metían mano en bolsillos ajenos mientras abrazaban, y junto a la sonrisa de la persona abrazada, también las manos llenas se llevaban.

Oí que la gente ya no se quería abrazar en la calle a desconocidos, a pesar de que había iniciativas totalmente altruistas, con la mejor de las intenciones, regalando abrazos por doquier por la calle. Nos hacen dudar de todo, es una pena. Pero yo hay algo de lo que no dudo: de los abrazos de los milongueros. En la milonga, donde pones el abrazo, pones el corazón.

Y ahí se me ocurrió una manera divertida, al estilo cadena de favores, pero con abrazos, para conocer a otros milongueros a los que por timidez no llegamos a conocer nunca: la cadena de abrazos. La sugiero, la dejo caer, y espero que algún día algún organizador la tome en consideración. Podría ser una bonita forma de hacer algo menos impersonales aquellas milongas que lo son.

La idea: que cada milonguero/a elija a tres personas, hombres o mujeres, con los que no haya bailado nunca, mejor aún si ni siquiera ha hablado con ellos, y se acerque para regalarles un abrazo, siempre haciéndoles saber que forma parte del juego de la cadena de abrazos. La persona que regala el abrazo se presenta, y le invita a la otra a hacer lo mismo. La persona a la que le han  abrazado debe "regalar" a la otra el nombre de un tango que le guste mucho o que le parezca interesante, incluyendo el nombre de la orquesta que lo interpreta. Una forma de romper el hielo, de iniciar conversaciones interesantes sobre música, de pasar un buen rato, y de seguir compartiendo abrazos.

lunes, 26 de mayo de 2014

Qué molestas son las manías...!

Domingo. Milonga de tarde. Milongueros locales y de las proximidades. Un sótano precioso ambientado para celebrar una milonga. Ambiente familiar. Una barra, pista con dos columnas, mesitas y un jardín. Un apasionado del tango que organiza una milonguita en ese lugar. Son diez euros la entrada, con una consumición, por cuatro horas de buena música.

La gente va llegando, saludan, se besuquean, como hacemos todos cuando llegamos a una milonga. Bien es sabido que el tango nos vuelve besucones a todos, hasta a los más ariscos. Algunos se acercan a la barra y pagan sus diez euros a cambio de un papelito canjeable por una bebida. Otros se olvidan, o acordándose, prefieren no acercarse a la barra. A veces, son los mismos a los que les falla la memoria o las ganas de ser honestos y pagar lo que deben.

Ante una situación así, ¿qué puede hacer el anfitrión? Se me ocurren varias soluciones, en este orden:

* Recordar en las invitaciones a la milonga, que hay un precio de entrada: si es en letras negritas, mejor.

* Recordar a los asistentes en el momento de los anuncios, que alguna persona se ha olvidado de pagar la entrada, sin dar nombres. 

* Apuntar los nombres de los olvidadizos, y cobrarles cuando sea posible, bien cuando pidan una bebida o la próxima vez que vengan, pagando doble.

* Poner una mesa en la entrada como taquilla. Esto me parece excesivo, pero si no funcionan el resto de las soluciones, quizás sea lo más acertado.

* Usar un "quita-manías". De hecho tengo yo en casa uno que no uso: igual hasta se lo regalo la próxima vez que le vea. Me explico, para los que no sepan lo que es: un "quita-manías" es tan solo un inofensivo bate de béisbol con la palabra "quita-manías" escrita... normalmente la sugerencia hace que no sea necesario usarlo. Y por cierto, creo que la última solución es la más efectiva.

jueves, 22 de mayo de 2014

¿Se aprende todo?

A estas alturas, tengo mis dudas. Me enseñaron que todo se aprende, pero creo que se equivocaban: no se aprende cuando no se quiere aprender. Me enseñaron que aprendes cuando te enseñan, pero creo que también se equivocaban: se aprende cuando estás preparado para aprender, no cuando te enseñan.

Me enseñaron que con trabajo y esfuerzo se puede conseguir todo. De nuevo, creo que también se equivocaban: casi todo, sí; todo, no. Un ejemplo es que uno no se hace rico solo con trabajo y esfuerzo. Se olvidaron de mencionar las limitaciones que existen, que en el caso de las artes y concretamente del baile, son las capacidades o dones con los que se nace, por mucho que se puedan adquiririr con trabajo y esfuerzo, esto solo sucede hasta cierto punto. Yo he llegado a la conclusión de que jamás cantaré bien por mucho que lo intente y que me guste, ya que la naturaleza me privó de oído y de voz. Y por supuesto, también están las limitaciones que nosotros mismos nos ponemos, pero eso es otra cosa. 

Dentro de estos dones de la naturaleza y dentro de los que sí se pueden aprender, hay uno que no se ve mucho entre milongas: la musicalidad. Es fácil ver a milongueros intentando ir a ritmo: algunos lo consiguen, muchos son los que no, por mucho empeño que pongan. Es como cuando yo intento cantar como Celine Dion: lo intento, y a veces incluso me creo que canto bien, pero lo cierto es que no. Soy feliz con eso, me basta... aunque supongo que a alguien con oído musical no le hará mucha gracia hacer un dúo conmigo. En la milonga es igual: hay milongueros que intentan ir a ritmo y con eso les vale. Dentro de los que van a ritmo, pocos son los que juegan con la música, los que te hacen descubrir mil maneras de escuchar con tus sentidos una misma pieza musical. Suelen ser aquellos que emocionan y transmiten no solo a sus parejas de baile, sino a quienes los ven, cuando convierten el movimiento de su cuerpo en un instrumento musical.

Aún así me siento positiva y creo que la musicalidad se puede aprender escuchando, bailando. Si no se tiene de forma natural, surge con el tiempo, del mejor entendimiento de la música y la adaptación de tu cuerpo al baile, una vez que ya el movimiento sale solo, cuando ya no hay que pensar, sino solo sentir. Y se necesita mucha paciencia, empeño y entrega. No surge solo cuando se sigue el ritmo de un tema, sino cuando se escucha e interpreta la música. Supongo que es lo que yo entiendo como la parte emocional de la interpretación de la música, esa sensibilidad que también forma parte de la comunicación con la pareja. Y es la comunicación la parte difícil, lo que como en la vida misma, no siempre fluye.

Y luego está ese toque mágico que va más allá de la musicalidad. Ahí solo hablo de privilegiados: se tiene o no, como la voz. Una forma de interpretar las pausas o la respiración musical, de acentuar las frases musicales con su empiece y su final, de darles un sentido, de arrastrar las notas musicales con el cuerpo, de bailar los silencios. Es también un sello personal en la forma de interpretar la música.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Oso polar

Frío es poco. Lo que allí hacía era un aire helado que llegaba directamente del mar y te entumecía hasta los huesos. La milonga al aire libre estaba concurrida a pesar de todo: a los milongueros, hay pocas cosas nos quitan las ganas de bailar. Parecíamos cebollas a punto de ser cocinadas: primero con un montón de capas, al minuto siguiente, casi sin ninguna, olvídandonos por completo de todo salvo de la música y los brazos que nos envolvían.

Tiesa, con chaqueta de invierno, cabeza tapada con capucha, y una bufanda, allí estaba yo, como una más, comtemplando como al Dj se le congelaban los dedos sobre el ordenador, y se le caía el moquillo y las ganas de estar ahí sentado. ¡Póbrecito! De repente una invitación de uno de mis milongueros favoritos. Así que empecé a quitarme capas.... una, dos, tres prendas, todas fuera. Me quedé con tan solo un top y una chaquetita de verano. 

Llegué a la pista y mientras esperaba a que me ofreciera la mano para cerrar el abrazo, me quedé sorprendida viendo cómo él se desabrollaba una chaqueta polar que llevaba puesta. Me sonrió. Yo me derretí ahí mismo y lo abracé, no por fuera, sino por dentro, colocando mi mano entre du chaqueta y su cuerpo. Se estaba calentita, se estaba en la gloria. Él emanaba calor, era como un osito polar. Me hubiera quedado así eternamente.

La música sonó y acompañó al abrazo que habíamos cerrado, con una tanda melódica, tranquila. Bailé totalmente pegadita, calentita, en otro mundo. Disfruté muchísimo la tanda y odié con ganas el momento en el que acabó. Con pesar me despegue mientras él me daba otro abrazo y se despedía. Luego volví a por mi abrigo, pero ya no tenía frío... éste tardó lo suyo en volver a sentirse. 

domingo, 18 de mayo de 2014

En el metro de París

Nunca había estado en París por lo que aquel viaje me tuvo ansiosa semanas enteras. Tenía doble ilusión por ir ya que por un lado me moría de ganas de visitar la ciudad y por otro de milonguear por allí. Y sucedieron dos cosas: ni conocí París porque llovió a cántaros durante los días que allí estuve, ni baile mucho porque en las milongas a las que fui me volví algo así como transparente.

Pero me fui de esa ciudad muy contenta gracias a la gente estupenda que conocí, a los maravillosos momentos con amigos y sobre todo, porque había estado por fin en París, una ciudad que se me había resistido hasta en siete ocasiones y que estaba en mi lista de las capitales europeas que aún no conocía. Al regresar a casa, cada uno de mis amigos lo hacía desde un aeropuerto diferente de París, con lo cual, nuestro trayecto juntos acabó en el metro.

Justo cuando iba a subir al vagón de la que era mi última conexión antes de llegar al aeropuerto, oí detrás mio cómo un chico indicaba a una chica en qué parada del metro debía de bajarse para llegar a la terminal del aeropuerto en que que debía bajar. Era justo la misma terminal a la que yo iba. Como era un castellano perfecto con acento argentino, sin pensármelo me di la vuelta y le dije a la chica rubia que yo iba a la misma terminal. Nos pusimos a hablar durante el trayecto y como en toda conversación con gente que no conoces de nada, me preguntó qué hacía en París. Me resultó paradójico informarle a una argentina que yo había ido a París a bailar tango. Esperaba su cara de sorpresa, pero la sorprendida fui yo cuando se presentó y me dijo que ella también había ido a París, pero no a bailar, sino a musicalizar un evento de tango, aunque eso sí, otro evento diferente al que yo fui.

La conversación no faltó y estuvimos a gusto, tanto que en el aeropuerto tomamos café y comimos juntas, y la charla siguió hasta el punto en el que descubrimos que teníamos amigos en común, a los que enviamos una foto que nos hicimos juntas. Bonitos momentos que el tango te da fuera de milongas. Pero como los aviones no esperan, nos despedimos con la certeza de que volveríamos a encontrarnos, y mientras yo miraba una pantalla para informarme sobre la salida de mi vuelo, Analía La Rubia desaparecía tras su puerta de embarque.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Déjate cabecear

Hay unos consejos que siempre te dan para bailar en aquellas milongas en las que se siguen los códigos milongueros y en las que el cabeceo es la forma más habitual de invitar. Lo que yo he aprendido, aunque eso no quiere decir que lo ponga en práctica siempre, es todo esto:

* No hay que cruzar las piernas y brazos. Lenguaje corporal de libro: indican actitud defensiva o negativa. Es difícil que alguien se sienta cómodo y tentado a invitar a una persona que esté en esa actitud. Pero tampoco soy partidaria de poner las piernas en paralelo y las palmas de la mano encima, como una niña buena atendiendo en clase, ya que el mensaje que envía es más bien de ansiedad por bailar y de bancarse cualquier cosa. Digo esto porque me dieron este consejo una vez.

* Hay que sonreír de vez en cuando ya que si tienes "cara de pocos amigos", ellos se sentirán cohibidos y no te invitarán, o pensarán simplemente que tienen más posibilidades de ser rechazados y no se arriesgarán a mirarte más de dos segundos. Con lo propensa que yo soy a estar en medio de todos los accidentes en los que el daño colateral es mi propia persona, esta cara suele ser mi cara en muchas ocasiones, durante al menos el primer tango, después de sentarme con el cuerpo dolorido.  Aunque aclaro que la "cara de pocos amigos" suele ser más bien para mí misma, por volver a hacer la estupidez de aceptar una invitación cuando tu sentido común te grita que no lo hagas.

* Hay que tomar la iniciativa y mirar activamente a aquellos hombres con los que te apetece bailar para que ellos te miren y te cabeceen, sobre todo al inicio de una tanda. Incluso, puedes cabecear tú. Si miras para otros lados o a la pista, entenderán que no estás muy interesada en bailar. Aquí os diré también que yo tengo mi propia forma de cabecear: le miro, le sonrío y le sigo mirando, y al final, el pececillo suele picar.

* Elegir el momento en el empieza una tanda justo para colocarte el pelo, cambiarte a otros zapatos más cómodos o bien buscar algo en el bolso, hace bastante complicado, o más bien imposible el cabeceo: se necesita un cruce de miradas para ello. Aunque mirado desde otro punto de vista, es la forma ideal para darle entender a alguien que te mira que no tienes intención de mirarle porque no quieres bailar con él. Otra cosa bien distinta es que el tipo se dé por aludido. A veces, simplemente se acerca y te dice: "te estoy cabeceando, ¡pero no miras!". Sin comentarios.

* Hablar y hablar y seguir hablando, tampoco es la mejor idea. El milonguero pensará que prefieres charlar a bailar. Esto lo hago siempre que no me gusta una tanda, y funciona de maravilla. Ahora bien, seré más sincera aún: lo hago casi siempre. Estoy en el "proceso de" dejar de hacerlo, pero todavía no he conseguido callarme más de cinco minutos seguidos a no ser que sea mientras como, mientras duermo... y bajo el agua.

* Sobra mencionar que ir al baño o a la barra justo cuando acaba una tanda y va a empezar la otra, o justo cuando ha empezado una, no es la idea más inteligente, ya que al regresar puede que el pescado ya esté vendido, y solo queden sentados aquellos con los que no te apetece bailar. El problema en realidad suele ser cuando la música es muy buena y no quieres perderte un tema, sino escucharlos todos, y luego ir corriendo al baño en la cortina.

* Es importante elegir un buen sitio donde sentarse o donde quedarse de pie. Las esquinas, donde nadie te ve, no son muy adecuadas, a no ser que sean al lado de una zona de paso. Suelen recomendar ir pronto para optar por una buena mesa, pero también se puede ir tarde -como a veces hago yo, dejar tus cosas en cualquier lugar discreto y quedarte de pie en un lugar estratégico. Una vez lo que hice fue fichar la silla de un chico con el que quería bailar, y como yo no tenía silla, me senté en la suya. Cuando regresó, me disculpé, charlamos... y al final me invitó a bailar. Fui un bicho, lo reconozco.

* Para aceptar una invitación solo tienes que sonreír, hacer un gesto de asentimiento con la cabeza, pero NUNCA moverte de tu sitio: puede que hayan cabeceado justo a la que tienes al lado o detrás y metas la pata pensando que te han invitado a ti. Cuando él esté cerca, te hará un segundo cabeceo con el que no tendrás duda alguna de su intención. Obviamente, lo se porque una vez salí a la pista junto a otra mujer... ¡y el cabeceo no era para mi! ¡horror de los horrores!

* Cuando aceptes una invitación, no lo hagas demasiado ansiosa, porque pensará que eres una novata de libro y que estás así de contenta porque nunca bailas. Aún así, tengo un amigo al que le gustan las mujeres efusivas al aceptar la invitación, porque dice que para él eso significa que la chica está deseando bailar con él. Y tiene razón, lo mires por donde lo mires. Yo lo hago a veces, cuando escucho una tanda que me vuelve loca y aparece uno de tus milongueros favoritos sonriendo, invitándote a bailar: ahí no me puedo controlar, ¡me comporto de forma casi indecente!

sábado, 10 de mayo de 2014

Cuando el tango me enamoró

A cada milonguero le enamoró el tango de una manera diferente. A mi me suele gustar preguntar por ese cupido que lanzó la flecha y he hizo que tomaran una clase por primera vez o que fueran a una milonga, porque detrás de muchos milongueros hay historias que emocionan. Pero antes de empezar a contaros en otras entradas del blog todas esas historias, os contaré la mía.

Hace unos años yo vivía lejos de mi familia, cuando una buena amiga argentina me invitó a pasar la Nochebuena con ella y su familia. Tras la cena, estábamos todos en el salón, quizás con algún extraño estado de alegría provocado por brindar por tantas cosas buenas que la vida nos había dado. No me acuerdo muy bien puesto que así como recuerdo mejor los abrazos que las caras, también recuerdo mejor las emociones que los detalles. En algún momento sus padres cambiaron villancicos por tangos y nos deleitaron a mi amiga, sus hermanos y a mí con un tango. Al verles bailar me emocioné, cuando por aquel entonces yo apenas sabía canalizar mis emociones y pocas cosas me hacían perder el control, así que sentir aquello me sorprendió, mientras se esfumaba el estereotipo que yo había creado en mi mente del tango: esa imagen de una raja hasta la cintura, una rosa en la boca, una caminada de lado a lado con las caras de lado, tocándose, levantando las piernas para todos los lados y enroscándolas en las piernas en el hombre... algo sexual, exagerado y vulgar. ¡Qué daño me había hecho el cine y la televisión!

Lo que en ese salón había era entendimiento en una comunicación sin palabras, un toque de elegancia mezclado con sensualidad, y un amor compartido que tenía la palabra felicidad y disfrute escrita en sus caras, todo ello envuelto en un abrazo. Ahí sentí una flecha clavada en mí... ¡diana total! Tan pronto lo vi, lo tuve claro, lo quise para mi: me prometí a mi misma que algún día compartiría algo así con alguien de quien estuviera enamorada. Así es como el tango me llenó el corazón y lleno como está, ahora solo me falta encontrar a alguien con quien compartirlo.

martes, 6 de mayo de 2014

Efecto zaragozano

Efecto zaragozano [ eˈfek.to ][ sa.ɾa.ɣo'sa.no ] s. m. El cabreo que le entra a toda milonguera local que es ignorada casi completamente por los milongueros locales en cuanto una o varias milongueras giris, es decir, extranjeras o de otras ciudades, aparecen por una milonga local.

Posibles causas: los anfitriones quieren hacer gala de sus buenos modales y que las giris se sientan bien recibidas; los locales están cansados de bailar siempre con las mismas y quieren probar nuevos abrazos; algunos simplemente no quieren bailar con las de casa porque no les gusta bailar con ellas pero eso de admitirlo no va con ellos. Muchas veces, la verdadera causa en una mezcla de todas ellas o alguna no mencionada.


Cómo evitarlo: metiendo a las giris en una lavadora para que den unas cuantas vueltas y luego tengan problemas con el eje; cortándoles las piernas; o mejor aún, dándoles un capón bien enérgico en el cogote a los milongueros locales cuando van a invitarlas por segunda o tercera vez y sus milonguera locales (y amigas) están sentadas viendo cómo las patas de las sillas bailan más que ellas.

Posibles curas: rechanzando las invitaciones de los milongueros locales cuando las giris se han vuelto a su casita (aunque me da que muchos de ellos necesitan oír eso de "estoy cabreada" para entenderlo, ya que demostrarlo con el comportamiento no suele ser suficiente...); dándoles un buen sermón sobre lo importante que es cuidar "a las de casa", como se cuida a los amigos o a la familia (claro que esto  dura hasta el "efecto Dori" tiene lugar, es decir, se olvidan del sermón a los cinco minutos...). Dicen que lo último es lo más diplomático, aunque no me cabe duda de que lo primero es lo más efectivo.

Diccionario Enciclopédico de una Milonguera © 2013 Editorial Tanguera, S.L. 

viernes, 2 de mayo de 2014

El peligro de las espectativas

En eventos especiales de tango, en los cuales hay bailarines profesionales que imparten clases, suele haber exhibiciones de los maestros en las milongas de la noche. La gente deja la pisa libre y ellos se ponen en el centro esperando los primeros compases. El resto, nos sentamos en las sillas de alrededor y a veces, incluso en el suelo, con lo cual es normal que termines con un pie dormido o con el trasero congelado cuando el suelo no es de madera.

Normalmente bailan dos o tres tangos (vals, tango o milonga) y en pocas ocasiones he visto cómo la pareja es aplaudida tanto que termina regalando uno o dos más. Pero he visto de todo: a milongueros emocionarse al ver una actuación, a milongueros mirando para otro sitio pasando casi vergüenza ajena por lo que estaban contemplando, pero lo más común es gente totalmente entregada y disfrutando del espectáculo.

A veces es solo eso: un espectáculo formado por una coreografía con boleos por doquier y toda clase de figuras, eso sí, cuanto más originales mejor. Supongo que es lo que la mayoría de los milongueros espera y lo que en realidad lo que les gusta a muchos: algo diferente, novedoso quizás. Cuando se ve un espectáculo de tango en la televisión y el cine, es aún más exagerado.

Quizás soy bicho raro hasta para eso, ya que para ver un alarde de flexibilidad y acrobacias prefiero ir al circo. Para mi un espectáculo de baile tiene que transmitir más allá, especialmente si se trata de tango, que al fin y al cabo, en esencia, es un abrazo. Por eso, lo que espero de una exhibición en una milonga es que la pareja de bailarines transmita sentimientos, complicidad de pareja, y una maestría especial y única en la interpretación musical. Por eso me resulta extraño, frío, ver coreografías en abrazo abierto: es algo agradable de ver y entretenido, pero la mayoría de las veces, sólo eso.

Cuando voy al cine o al teatro, no espero que un actor cite unas frases sin confundirse, técnicamente perfectas en cuanto a su pronunciación y dichas en el momento adecuado, sino que espero bastante más. Y creo que los espectadores también. Cuando veo una exhibición de tango, también espero más y quiero ver una interpretación, emociones a través de sus ojos. Hay parejas que lo muestran, pero lo exageran de forma que no parece natural. Me imagino que después de todo es la dificultad que tiene la interpretación: conseguir ese punto medio. Por eso suelo aplaudir igualmente los esfuerzos de los bailarines a pesar de todo. Pero es como cuando yo hago una paella que no está en su punto y mis invitados sonríen y dicen "¡qué rica!", por ser amables y compensar así mi esfuerzo.

martes, 29 de abril de 2014

Cuando la paciencia no es una de tus virtudes

Creo que una de las primeras lecciones fundamentales que me transmitieron cuando empecé a bailar tango es que debía de escuchar a mi pareja y trabajar la espera. Este mensaje era dirigido a las chicas, o quien hiciera el rol de seguidor. La primera vez que lo oí, me confundió. ¿Escuchar a qué, si no había música y mi pareja no hablaba?¿a los pajaritos? ¿La espera? La confusión duró hasta que comprendí que lo que querían decirme era que no me adelantara a mi pareja de baile en el movimiento y que estuviera atenta a su intención, algo así como escuchar su cuerpo. Entendí que era como jugar al payaso en el que uno levanta una mano y el otro, adivinando el moviento tiene que imitarle a modo de espejo, intentando hacerlo al mismo tiempo, aunque en verdad lo hace un poquito después, cuando ya ha visto el gesto o la intención. Yo creía que armarme de paciencia -esa virtud que por lo general en mi brilla por su ausencia- y esperar a que mi pareja propusiera un movimiento, era la clave. Parecía fácil.

Pero más bien resultó ser una misión imposible. Cuando tomas tus primeras clases de tango "no adelantarse" supone que debes esperar a que un chico, inseguro, decida proponer un movimiento, luego que lo consiga hacer bien, y después es cuando tú entras en el juego. Es algo así como sentarse en el suelo horas y horas delante de un niño de dos años para ver si es capaz de tirar una bolita y meterla a un cubo que está a un metro de él, y luego, una vez que lo consigue, intentas devolverle la bola y encima, que él la atrape, teniendo en cuenta que tú también tienes que saber devolverle la bola de la forma adecuada en cuanto a distancia, fuerza, y demás aspectos. La mayor parte de los mortales aguantan unas veinte bolitas antes de querer meter al niño dentro del cubo, pero yo, desgraciadamente, soy de las que después de la tercera bolita, definitivamente empiezo ya a reprimir ese impulso, y lo peor, se me nota. Por eso, cuando empecé a bailar tango con mi pareja, decidí dejarlo por un tiempo, mientras él seguía aprendiendo. La decisión fue tomada ante el dilema de hacer eso o crear una situación que podía dar lugar a un divorcio prematuro porque según parece, aunque intentaba ser paciente y sonreír, estoy segura que al final se me notaba, y él se enfadaba, claro. 

Más adelante, tomando clases con otras parejas comprendí que mi impaciencia podía ser considerada incluso una virtud. Fui consciente de ello cuando esta milonguera, independiente, segura y bastante acostumbrada a que nadie le diga lo que tiene que hacer o lo que no, exigente y perfecionista, habituada también a conseguir lo que quiere y a no necesitar a nadie para eso, es decir, a arreglárselas sola, se encontró en una situación en la que ella no era la que llevaba el timón del barco. Eso si era poner límites a la paciencia de una. Pero todo se aprende, y mientras la vida me enseñaba mucho, el tango también me daba lecciones.

viernes, 25 de abril de 2014

No hay dos sin tres

Soy una de esas personas a las que les dicen que se le ha caído el apellido al suelo, y va, y mira. A veces peco de ingenua o me lo creo todo, y aunque solo me dura unos segundos, son los suficientes para que a mis amigos les haga toda la gracia del mundo y siempre que pueden, aprovechan la ocasión: definitivamente, es algo que tengo que corregir.

La última vez que sucedió estábamos cenando en casa un grupo de amigos antes de ir a una milonga. Habíamos pedido comida a un restaurante italiano y además de algunos platos para compartir, cada uno pidió un plato para sí mismo. Yo pedí albóndigas de espinacas. Comimos mucho, pero sobró comida, incluida una albóndiga que metería a mi estómago al día siguiente durante la comida. El anfitrión la puso en un plato y la metió al microondas, sabiendo que estaba muerta de hambre y ansiosa por darle un mordisco. Así que al sacarla no pudo reprimir sus ganas de tomarme el pelo y exclamó: "¡se ha hecho más grande!". Y yo abrí los ojos sorprendida para mirar, encantada, creyéndomelo totalmente. Hasta que vi su sonrisa burlona mientras giraba la cabeza de un lado a otro con gesto de "no tienes remedio" y murmuraba lo fácil que es tomarme el pelo y sobre todo cuando hay comida de por medio. Por algo dicen en mi casa que es mejor comprarme un vestido que invitarme a cenar. Si, definitivamente la comida me pierde.

Ese mismo día asistimos a una milonga de tarde. Acababa de ponerme las sandalias de baile cuando recibí una invitación. Me dirigí a la pista. Iba vestida con unas babuchas negras y un top, ropa de lo más cómoda y adecuada para esa milonga. Sin embargo, las babuchas anchas tienen un pequeño problema: es fácil enganchar un tacón en ellas cuando haces un adorno. Y sucedió exactamente eso. Afortunadamente el pantalón no llegó al suelo, solo a bajar un poco cuando mi tacón arrastraba la prenda hacia el piso, hasta que me las apañé para soltarme. Mi compañero de baile, bicho y amigo, no perdió oportunidad y me dijo: "azul... te la va a ver toda la milonga". Entré en estado de pánico pensando que mi babucha no estaba todavía en su sitio y mostraba algo de lo que no debería verse. Justo entonces caí en la cuenta de que no llevaba nada azul debajo, de que no se me veía nada, y de que otra vez, tenía a alguien delante mío partiéndose de risa. Me dieron ganas de estrangularlo.

Y como suelen decir, no hay dos sin tres.

Faltaba muy poco para terminar la milonga. Me senté un rato para masajearme los pies, que me dolían terriblemente después de todo un fin de semana bailando. Justo en ese momento sonó Pugliese. Me encanta, aunque he de confesar que muchas veces me resulta dificilísimo bailarlo. Aún así, me llegó una invitación de un estupendo bailarín, que me suele invitar cuando coincidimos en algún evento, aunque yo no estoy ni de lejos a su altura en cuanto al baile. Me dijo que para esa tanda estaba buscando a alguien con quien sabía que podía disfrutarla. Me encantó el halago y me puse roja como un tomate, consciente de que no era merecido. Le regalé una de mis mejores sonrisas y todo mi esfuerzo por intentar seguir su baile, que conseguí casi todo el tiempo, ya que al estar la pista medio vacía y el ser un chico muy alto, sus zancadas me hicieron sentirme como si al terminar la tanda hubiera corrido una maratón. Luego me senté a reponer fuerzas. Entonces se me acercó una amiga para preguntar si le conocía y si se lo podía presentar. Con mis manos en uno de los cierres de mis sandalias, dispuesta a quitármelas y dar por finalizada la milonga, al menos para mi, le comenté que me sentía como si hubiera corrido una maratón. Ella me miró y bromeó: "bueno, eso explica porqué las suelas de tus zapatos sacan humo...". Supongo que estaba tan cansada que no vi venir la broma y el absurdo de lo que me decía, y para variar, me lo creí por un instante. Miré las suelas de mis zapatos horrorizada, y luego simplemente sentí ese familiar deseo de estrangular a alguien cuando partiéndose de risa me miró y dijo "no me lo puedo creer! ja, ja, ja...".

lunes, 21 de abril de 2014

La milonga del sábado

En los festivales de tango de fin de semana la milonga más importante es la del sábado, independientemente de que sea en esa en la que se crea mejor ambiente, pero sí el Dj suele ser de mejor calidad, es la más concurrida y además, en la que a veces hay exhibiciones de maestros. 

La milonga de la que os voy a hablar era una de estas milongas de sábado. Tenía lugar en un hotel precioso con pista de parqué flotante, pero la organización acertó poco con la planificación del espacio para la milonga. La disposición de las mesas distaba de ser práctica, ya que estaban todas juntas a un lado de la pista, faltaban sillas, y las pocas con las que contaba la sala estaban contra la pared, alrededor de la espaciosa pista, dejando solo la posibilidad de circular por delante de ellas.

Sin embargo, en mi opinión, fue la iluminación lo que realmente condicionó la milonga. Hay un tango muy conocido llamado "A media luz", que es cómo yo considero que es el estado ideal de iluminación para crear ambiente a la hora de bailar un tango. Pero eso es precisamente lo que escaseaba allí: la milonga estaba excesivamente iluminada, dando una sensación de frialdad que a mí me hizo estar fuera de ambiente, como ausente y poco motivada para bailar. Además de que se veían todas las imperfecciones del maquillaje, tragedia para las coquetas milongueras.

También hubo algo que me llamó especialmente la atención: la original pero poco acertada idea de permitir que una especie de láser rojo y verde apuntara a las pocas mesas que había, olvidándose por completo de que aquello no era una discoteca sino una milonga. Fue ya al final de la velada, tras insistir varias veces a algún organizador que otro que por favor la apagaran, que dejó de molestar.

He de reconocer que la música y el ambiente estuvieron bien, a pesar de que el DJ tampoco tuviera una de sus mejores noches, ya que por lo general su música suele conseguir que la pista permanezca llena la mayor parte del tiempo. Pero, siendo sincera, creo que era más por la luz que por otra cosa o quizás a él también le cegaba un poco esa dichosa luz roja y verde.

Después de las críticas, las alabanzas. Los anfitriones se portaron de maravilla con la gente de fuera y pusieron mucha ilusión en el evento, acertaron plenamente con los maestros invitados, y también con el servicio de barra que fue impecable e incluso me atrevo a decir que uno de los mejores servicios que he encontrado nunca en una milonga.

jueves, 17 de abril de 2014

Emboscada cumpleañera

Un sábado, dos días antes de mi cumpleaños, fui a una de mis milongas habituales. Había sido muy discreta sobre la fecha en la que nací, ya que no quería sorpresas no deseadas en la milonga: me refiero a esa costumbre de obligar al cumpleañero a ponerse en el centro de la pista para que baile un vals con todos aquellos que quieran. Algunos consideran este homenaje como algo simpático, pero otros más bien como una tortura, algo que deseamos evitar. Así que las únicas personas que conocían la fecha de la discordia eran amigos cercanos, que sabían también de mi aversión por esa costumbre que hace que incluso oculte la fecha de mi cumpleaños en Facebook, a pesar de que me gusta celebrarlo con amigos, saber de ellos en ese día y hacer alguna fiesta.

Aquel día algunos de estos amigos se fueron de la lengua. Me prepararon una emboscada. Seguramente hasta confesaron que si me enteraba que iba a salir a la pista, buscaría alguna excusa para desaparecer. No me cabe duda de que fue planeado con la mejor de las intenciones, esperando que yo enfrentara a algo que me pone nerviosa y que ellos no comprenden y ven como una tontería. Para mi no lo es.

Sonó la primera tanda de tangos en la que recibía una invitación para bailar, ya que anteriormente solo había bailado valses. Él, un amigo milonguero con el que me encanta bailar y todo un caballero, me brindó una tanda preciosa. Al terminar, me agarró de la mano y me dijo que me quedara, con lo que supuse que quería repetir tanda, aunque no es su costumbre. Cuando vi que la gente iba desapareciendo, la siguiente tanda no empezaba, me empecé a poner nerviosa. Cuando vi acercarse a la organizadora de la milonga, empecé a sentir el malestar de verdad. Al menos no era la única cumpleañera, ya que mi amigo también celebraba el suyo, por lo que el vals lo empezamos bailando juntos, aunque de poco sirvió para calmarme. Luego no recuerdo que vino después ni con quien bailé, ni qué sonó. Intenté sobrellevar la tortura evitando mirar a la gente, manteniendo los ojos cerrados todo lo posible, y concentrándome en la música. Obviamente, fue en vano.

Tan pronto como la música cesó, busqué una silla al fondo de la sala, pedí un botellín de agua e intenté calmarme. El mal rato que había pasado hizo que me encontrara algo indispuesta y no fui capaz de volver a meterme en el ambiente de la milonga. Después de eso, ya no bailé más. Lo único que hizo que lo olvidara por unos instantes fue la sonrisa de dos amigas, a las que quiero un montón, cuando me entregaron un pañuelo precioso con un broche como regalo de cumpleaños. Poco después, sin despedirme de casi nadie, me fui a casa. A pesar de todo, me fui a dormir con una gran sonrisa. Aquella noche dormí de maravilla, supongo que por el estrés emocional y por lo agotada que me sentía.

domingo, 13 de abril de 2014

Lo que me derrite

A veces, bien por su inexperiencia, es decir, sin poder evitarlo, o porque va embalado y a lo suyo, el milonguero con el que bailas te arrastra al desastre: sientes un taconazo, un empujón, o algo peor. Dejas de oír la música y si continuas bailando, definitivamente lo haces con miedo, sin permanecer entregada ni a la música ni al abrazo. Otras veces, sin embargo, sabes que puedes cerrar los ojos y entregarte en cuerpo y alma porque quien te abraza tiene como objetivo hacerte disfrutar pero por encima de todo, protegerte.

Estaba con unas amigas milongueras cuando comenté en voz alta que me encanta bailar con milongueros que son capaces de hacer lo que sea por protegerme mientras bailamos y que cuando así siento que lo están haciendo, me derrito, me encanta. Estos milongueros suelen ser casi siempre experimentados, bailan suavemente aunque derrochen energía, son generosos y buena onda. Y para que vamos a mentir: nos vuelven locas a las milongueras.

A mis amigas les describí con detalles esos milongueros y esos momentos de los que hablo. A veces, bailando en abrazo cerrado con un milonguero, con los ojos cerrados y totalmente entregada a la música, de repente siento como él se para casi completamente en el sitio. Mientras esto sucede noto cómo él recoge el abrazo, pegando mis brazos a su pecho, hasta que a modo de escudo me veo rodeada solo por su cuerpo. Entonces abro los ojos y me doy cuenta de que estamos rodeados y que de ninguna manera nos vamos a librar de un golpe. Entonces comprendo que de esta forma, casi quieto, intenta evitar que alguien me golpee, y está alerta, dispuesto incluso a recibirlo él.

Cuando siento que esto sucede, simplemente me derrito. Es sin duda uno de los momentos más especiales y que me hacen sentir mejor en la milonga: la sensación de que me cuidan. En ese momento me enamoro por un solo segundo de mi pareja de baile. Del todo. Es parte de la magia del tango.

Lo que más me sorprendió descubrir en esta confesión pública de mis debilidades, fue que cuando describí en voz alta ese momento en el que él se para para protegerme, como si nada más importara, me di cuenta de que todas poníamos la misma cara de bobaliconas y nos derretíamos solo con pensar en un instante de esos. Fue un descubrimiento agradable saber que es una debilidad probablemente de toda milonguera, y no solo mía.

miércoles, 9 de abril de 2014

¿Aceptamos pulpo como animal de compañía?

Entiendo que organizar una milonga es mucho trabajo: hay que buscar local con un suelo decente, preparar la musicalización, adecuar la luz y la disposición de las mesas para crear una agradable ambientación, encargarse de que haya comida y bebida disponible, y muchos otros detalles.  

También entiendo que si la milonga tiene lugar en una sala de fiestas en la que normalmente la consumición mínima no baja de los 5 euros, y no quieres cobrar mucho más en la entrada de la milonga, que además va con consumición incluida, propongas a la sala de fiestas que solo puedan ser canjeables por la entrada aquellas bebidas que sean refrescos, botellas de agua o cervezas.

Me acuerdo una vez que fui a una de estas milongas que se celebraba en una sala de fiestas. No tengo ni idea del arreglo que hicieron los organizadores con los dueños del local y la barra, pero después de pagar mi entrada con consumición y bailar un par de tandas, me dirigí a la barra porque quería descansar un poco y tomar algo. Allí había una chica, seguramente contratada por los dueños del local para atender la barra mientras durara la milonga y con orden expresa de intercambiar nuestras entradas por refrescos, agua o alguna cerveza. No había vino, y sí había combinados, que se pagaban a parte. Hasta ahí todo perfecto.

Como había oído que daban café, pedí uno. La camarera vino hacia mi con una jarra de café "de puchero" ya hecho: no daban café de cafetera sino alguna cosa medio negra y aguada a la que llamaban café. Le dije que si no había café expreso, no quería café. Pedí agua. Ella entonces sacó una botella de plástico de agua con gas, empezada, y se disponía a servirme cuando le dije que tampoco quería eso, que quería agua sin gas. No había agua sin gas. Como no tenía opción de pedir una bebida sin gas, decidí pedir una coca-cola. De nuevo, la camarera sacó de debajo de la barra una botella de litro y medio de coca-cola empezada y me sirvió un vaso de plástico. A estas alturas, ya no dije nada. Estaba alucinada puesto que eso era una sala de fiestas con poca gente, y no una verbena de un pueblo de mala muerte lleno de borrachos donde no se pueden dar vasos que no sean de plástico. En fin, sus razones tendrían.

Mi alucine se transformó en enfado cuando al darle el primer trago a mi refresco, descubrí que aquello era una especie de bebida de cola, no una coca-cola, casi sin gas y encima bastante más caliente de lo que debería estar. Entonces miré a la camarera y le dije: "¿me puedes decir por favor qué es esto?" y me respondió: "coca-cola, como has pedido". Levanté las cejas, la miré de nuevo y luego me dio un ataque de risa. Decidí no perder más el tiempo y aceptar pulpo como animal de compañía, al menos ante la camarera, aunque no así ante los organizadores de la milonga. Con ellos tuve una pequeña charla sobre el asunto y les di mi opinión sobre lo mal que me parece que, si organizan una milonga en la que hay consumición incluida con la entrada (es decir, estás pagando una consumición), lo lógico es que la bebida sea de una calidad mínima para que la gente no se sienta estafada. Pero hay otras opciones, por ejemplo no ofrecer consumición con la entrada.

sábado, 5 de abril de 2014

Amor, tinta y tango

Esta es la historia de un bonito detalle de amor. Los protagonistas, una pareja de milongueros que se conocieron en la juventud y que jubilados como están, siguen juntos, abrazándose entre milongas.

Me acuerdo cuando los conocí en una milonga local. La primera vez que crucé una palabra con él fue al acercarme a su mesa de una forma que yo creía discreta, para comprobar si entre el puñado de caramelitos que había sobre las mesas quedaba alguna picota (esos caramelitos rojos con forma de bola por los que esta milonguera pierde la cabeza). Él se dio cuenta de la estrategia y sonriendo me dijo que ya no quedaban mientras yo me ponía roja como un tomate.

En la siguiente milonga en la que coincidimos él se acercó a mi sonriendo, abrió la mano, y me ofreció un tesoro: un puñado de picotas que él había recolectado para mi. Casi hasta me emociono por el bonito gesto, y con ese puñado de picotas me ganó: no tuve dudas en ese momento de que ese milonguero y yo íbamos a compartir muchos abrazos. Cuando además me presentó a su mujer, conecté enseguida con ella, y  entonces también supe que con ella iba a compartir momentos muy especiales.

Llegó una fecha señalada en la vida de esta pareja: esa en la que una persona que ha trabajado duramente toda su vida, se jubila, pasa al estado "jubiloso", puesto que a partir de entonces dispone de tiempo para él y su mujer, para viajar, pescar, dedicar a la familia y para bailar tango. En aquel momento tan importante de cambio en su vida ella quiso hacerle un regalo original, especial, que yo descubrí durante el siguiente verano, cuando las camisas de manga corta empezaron a sustituir a las de manga larga. Un día de esos en los cuales aprecié que situado en la parte interior de su antebrazo lucía un precioso tatuaje de una pareja bailando tango. Abrí los ojos como platos y mi curiosidad fue más grande que yo y pregunté, y así es como supe su historia. 

Es en el tango donde he visto a varias parejas ya, que al mirarlas hacen que una se conmueva por el cariño y conocimiento palpable entre ellos, su amor y complicidad. Envidio eso que veo en ellos y me siento afortunada de poder ser testigo de estos pequeños detalles y momentos, ya que me hacen vivirlos como si yo fuera parte de ellos.

martes, 1 de abril de 2014

Hablando de un tema espinoso

Me costó muchas experiencias de todo tipo el darme cuenta de que el humor, el sentido común y la educación son culturales. Los pilares básicos en los que se apoyan son los valores y normas transmitidos dentro del núcleo familiar y dados por la sociedad que rodean a la persona que los recibe. Pero siempre hay que tener en cuenta que a todos no nos enseñan lo mismo y por tanto nuestros pilares a veces se pueden llegar a parecer, pero casi nunca son idénticos.

Por esta razón soy partidaria de que deberían existir clases quizás llamadas "códigos milongueros" en los que no solo se hable de los códigos milongueros en sí mismos, como la circulación en la pista, las diferentes formas de invitar, y otros, sino también de otros temas importantes que son clave para que dos personas que no se conocen, separadas apenas unos centímetros las unas de las otras, estén a gusto: hablo por ejemplo de la higiene.

Estoy completamente segura de que hay personas a las que les han enseñado desde pequeños que hay que ducharse dos o tres veces al día, otras a las que hay que asearse una vez al día y otras a las que por los motivos que sea, solo es recomendable o suficiente con dos o tres veces a la semana o incluso menos. Ocurre lo mismo con el lavado de la ropa y muchas otras cosas. Para los que se duchan dos o tres veces al día, puede que los que lo hacen dos o tres veces por semana les parezcan unos guarros, y para estos últimos, los otros unos exagerados y además unos inconscientes por someter a su piel a tantos químicos, pero cada uno tiene sus razones para pensar como piensa y hacer lo que hace, y por eso, debemos ser respetuosos los unos con los otros.

Ahora bien, en la milonga hay que tener en cuenta que hay gente muy sensible a los olores y que lo ideal sería que todos estemos cómodos y relajados, incluso los más sensibles. Hay que tener en cuenta que una invitación de baile puede ser aceptada o rechazada por la comodidad o incomodidad con el olor corporal de una persona, el olor de la ropa, el aliento, e incluso por el perfume.

Con respecto a los olores corporales, mi consejo es que estés en cualquiera de los grupos que he mencionado antes en cuanto tus hábitos de limpieza y ducha, hagas lo siguiente: que tu día y hora de aseo coincida con el momento más próximo antes de ir a la milonga, es decir, si te duchas tres días a la semana, mejor que coincida el día de la milonga y a ser posible, antes de la milonga; si eres de los de diario, que coincida antes de ir a la milonga; si eres de los de varias veces al día, pues antes y después de la milonga y todas las otras veces que desees.

Con respecto al olor de la ropa, sucede algo así como con el aseo personal puesto que hay gente que lava la ropa después de cada uso y otros que no. Mi consejo por tanto es similar al de los olores corporales: siempre lo limpio, antes de ir a la milonga. El tabaco debería tener un capítulo aparte, pero es bueno hacer saber que para algunas personas es un olor desagradable y por tanto equivale a ir sin duchar, con ropa sucia, sin perfume o con exceso de él.

Con respecto al aliento, hay que entender que hay gente que por problemas de salud no tiene buen aliento. Pero la buena noticia es que hay soluciones para casi todo. Lo primero es saber si tienes o no buen aliento, puesto que a veces uno no es consciente de sus propios olores porque se acostumbra a ellos. Para saber si tu aliento es agradable o no, hay un truco que no falla: vas a un lugar privado (por ejemplo un aseo) y te lames la parte interna de tu muñeca, luego acercas la nariz y te sorprenderás al oler tus propios olores como los olerían los demás. Los chicles y los caramelos son la mejor de las soluciones. Yo soy partidaria de que en todas las milongas se regalen caramelitos, para que los despistados que se los han dejado en casa.

Con respecto a los perfumes, mi consejo es que si usas un perfume intenso, mejor usarlo con moderación, ya que a la gente sensible a los olores, el exceso puede provocarles rechazo o malestar. Yo soy más partidaria de usar perfumes frescos y en poca cantidad, y por si a alguien le sirve mi costumbre, suelo ir con una muestra de perfume en la bolsa de los zapatos para usarla cuando es necesario. Creo que es mejor esto último que pasarse con la dosis en una primera vez. Lo que no cabe duda es de que el perfume o agua de colonia es necesario, y a veces incluso una buena elección de perfume puede hacer que una milonguera se derrita al abrazar a su compañero: hay chicos que huelen de maravilla y solo con eso, aunque luego te pisen, hace que la tanda merezca la pena.