viernes, 30 de septiembre de 2016

Los amantes

Hace tiempo leí en La Brújula del Cuidador una entrada muy interesante. Recientemente encontré esas mismas palabras por Facebook, y por eso, inspirándome en ella, escribo la entrada de esta semana.

Es curioso como a veces juzgamos antes de tiempo, quizás porque no nos paramos a observar, más allá de ver; a escuchar, más allá de oír; o a actuar, más allá de sentir. A veces es la impaciencia lo que nos empuja a obrar así, otras el miedo, y otras la ignorancia.

Cuando leí la palabra "amante" reconozco que al principio pensé en esa persona con la cual alguien le es infiel a su pareja sentimental. Pero afortunadamente la vida ha convertido a una milonguera impaciente por naturaleza en una persona algo más paciente y civilizada (a excepción de esos momentos en los que una tiene hambre y ese instinto animal odioso se hace muy presente) y por eso continué leyendo hasta el final. Así supe que un amante puede ser todo aquello que nos apasiona en la vida, es decir, un deporte, la música, una amistad, estudiar y cultivarse, la espiritualidad o el placer que te da un hobby como en mi caso es el tango o escribir.

Creo que para ser feliz, hay que madurar, es decir, ir por la vida coleccionando amantes y aprender a escucharlos, a asimilar lo que ellos te enseñan.

Por ejemplo en mi caso, conseguir ver a una persona feliz en el espejo cuando me levanto por las mañanas es más fácil cuando me refugio en uno de mis muchos "amantes", bien sea el tango, escribir, salir a pasear, compartir momentos con las amigas junto a una buena copa de vino o un zumo de pera, abrazar y besar a mi pareja, o tomar una infusión con mi tía.

Por un lado, el tango me enseñó a perder el miedo a lo desconocido, a la intimidad de un abrazo; a escuchar tanto a mi cuerpo y mente como al de los demás; a evadirme y disfrutar con cada fibra de mi ser; a confiar, al cerrar los ojos y dejar que otra persona me guíe; a ser valiente y sobreponerme al sentimiento de culpa cuando rechazo una invitación, mientras abrazo al mismo tiempo la libertad que se siente.

Por otro lado, escribir me ayuda a afrontar mejor situaciones negativas que de otro modo podrían indignarme o enfadarme e incluso afectándome físicamente enfermándome o causándome dolencias. Me permite desahogarme primero, relajarme después, y luego ser capaz de afrontarlas con un humor relativo. Escribir me ha permitido empeñarme en ser más asertiva, al decir todo aquello que pienso intentando ser lo más diplomática posible; me ha enseñado mucho sobre mí misma y de cómo cambia mi forma de pensar con el tiempo; me ha regalado la consciencia, de lo que me gusta, de lo que no, lo que hago bien, lo que hago mal; me ha proporcionado la vía de escape y desahogo; pero lo más importante, es que me ha concedido la oportunidad de compartir lo que pienso y darme cuenta que todos somos más iguales de lo que creemos, porque seamos de donde seamos, tengamos los genes que tengamos, somos seres con miedos, sueños y necesidades por igual.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Tango en Tarbes

Al festival de Tarbes voy siempre que puedo. Somos cientos de personas las que en agosto vamos a disfrutar por más de una semana de todo tipo de eventos relacionados con el tango: películas, clases, espectáculos, milongas, y charlas, entre otras actividades.

Es un festival es de lo más especial, y no solo por el ambiente, sino porque toda la localidad acoge el evento con mucha ilusión, tanto, que incluso ponen hilo musical por las calles, para que puedas ir escuchando tango mientras paseas.

Las milongas de la noche tienen lugar un pabellón enorme. Y si soy sincera, no me gusta nada ese sitio, ya que para poder albergar a tanta gente, lo convierten en algo así como un estadio de fútbol, con gradas incluidas pero sin árbitros para echar de la pista a todos esos que creen que aquello es un circuito de carreras donde todo está permitido. Además, las gradas tienen unas escaleras que atentan contra la vida de más de un milonguero o milonguera cada año (todavía no han tenido éxito, pero todo llegará....).

En esas milongas de la noche el cabeceo es algo complicado, pero es  fácil que durante días y días no veas a alguien, sabiendo con certeza que está por algún lado en la milonga; hay demasiada gente. Este año, en uno de los días de más afluencia de gente, propusieron celebrar dos milongas a la vez, en dos lugares distintos. No acertaron: en una la música era para el gusto de unos pocos, y en la otra no supieron acondicionar bien la pista y el calor que allí hacía era insoportable.

Sin embargo, aunque no me gustan las milongas de noche, soy fan total de las milongas diurnas. Esas milonguitas informales en las que se puede ver bien la cara de la gente, donde todo el mundo está relajado y el ambiente da para mucho más que bailar; donde puedes charlar y disfrutar de un vino mientras te tumbas en una manta bajo un árbol, donde esperas un invitación para una de esas tandas que hacen que se te erice la piel.

Es cierto que las pistas de baile de día suelen ser pequeñas y que hay que bailar en apenas una baldosita, pero eso es precisamente lo que más me gusta. La razón: así se intimida un poco a todos esos bailarines que necesitan kilómetros cuadrados para moverse y hacer sus boleos hasta las orejas. Adoro que no vengan este tipo de bailarines, tanto como sentir los abrazos milongueros: esos que terminan con una mirada directa a los ojos, que envuelven una conversación sin palabras, y que culmina con una palabra de agradecimiento y a veces un achuchón en un intento de alargar un segundo más la maravillosa sensación.

viernes, 16 de septiembre de 2016

El ambiente de la milonga

Más de una vez he oido decir a gente que el tango le gusta, que ha tomado algunas classe, pero que luego ha dejado el tango porque no le gustaba el ambiente de la milonga. Es un sentir, es respetable. Y además, creo que lo entiendo.

Intentando dar una explicación a este sentir, se me ocurre que quizás estas personas simplemente van con unas expectativas determinadas y luego se decepcionan. Lo sé porque creo que a todos nos ha pasado alguna vez, fuera y dentro de la milonga.

¿De qué  expectativas hablamos? Pues me imagino que las mismas que tengo yo cuando viajo lejos de casa, gasto tiempo, dinero y energía, y luego me quedo en la milonga viendo cómo bailan los demás porque allí no me conocen, y tampoco me invitan a bailar, o lo hacen todos aquellos con los que nadie quiere bailar... ni yo tampoco.

No cabe duda de que el tango engancha. Y no lo hace como cualquier otro baile, sino de forma especial: porque el tango abraza, conecta, comparte sensaciones, y conversa sin palabras en el idioma universal. El tango hace que los miedos, las preocupaciones, la soledad, el ayer, el mañana, y todo aquello que altera, simplemente desaparezca durante unos mágicos minutos. Es algo así como una meditación musical, una cura para el alma de los que nos dejamos abrazar, y de los que miramos a los ojos, a veces incluso a los de un extraño.

Es por esa razón que como el tango nos da tanto, esperamos tanto del lugar donde se baila. Pero la milonga está llena de personas, que por una parte buscan lo mismo que nosotros, pero por otro lado, también tienen sus miedos y sus costumbres.

Además, no todo el mundo va a la milonga a bailar con todo el mundo y a charlar con todos (socializar) y/o probar nuevos abrazos, sino que hay gente que va a juntarse con amigos y relacionarse con ellos, como lo haría en un bar, bailando y charlando solo con ellos. Otra gente va solo a buscar el subidón, esas endorfinas que le produce el baile, como una droga: busca solo bailar, pero no con cualquiera, no de cualquier manera, solo disfrutando. Y aquí está la cuestión espinosa ya que bien sea por nivel técnico al bailar, por conexión, o por compatibilidad de energía, no todo el mundo disfruta con todo el mundo bailando. Y la verdad es que duele sentir que esa persona que en realidad a ti te hace disfrutar muchísimo, no quiere bailar contigo... porque el sentimiento no es compartido. En el amor es igual, y en otros aspectos de la vida, también. En la milonga no siempre obtenemos lo que queremos, en la vida tampoco, y es cuestión de madurez el asumirlo.