martes, 17 de noviembre de 2015

La Yapa

Nunca había estado milongueando en Barcelona, así que como hago siempre, busqué en San Google y me informé de las milongas locales, cuyas ubicaciones anoté una a una sobre un mapa de la ciudad. Y menos mal que lo hice, porque me fundí los megas de Internet que tenía en los primeros días del mes y luego no pude utilizar bien Google Maps para moverme por allí.

Por casualidad elegí ir a una milonga de miércoles llamada la Yapa, situada en la calle Valencia: pequeña, agradable, con buen suelo para bailar y donde me hicieron sentir como en casa nada más entrar. No solo porque a pesar de que había poca gente ví mas de una cara conocida y en seguida se acercaron a saludar y me presentaron a sus conocidos y amigos, con lo cual obtuve invitaciones a montones, sino porque para mi sorpresa, una de esas caras conocidas era la de Toni Barber, uno de los organizadores, con el cual había coincidido en algún otra milonga de la península.

Al regresar a casa unos días después, encontré esto en su página web, donde él se presenta, y me parece que son unas líneas preciosas que me encantaría compartir con vosotros:

"Para mí el tango:
Es una unidad, de dos personas que juntas parecen una
y se mueven como una hoja arrastrada por el viento que es la música.
Es comunicativo, donde las ideas se trasladan sin parar en dos direcciones
y no se convierten en aburridos monólogos.
Es contrastado, pues la música te permite infinidad de transiciones
desde la absoluta quietud a la máxima movilidad.
Es terrestre, intentando que los pies se separen
lo mínimo e imprescindible del suelo, para casi anclarse a él.
Es emotivo, tratando que cada movimiento provoque una sensación.
Es cadencial, su ritmo oculto te marca la pauta a seguir
y del que no se debe salir para ser comprendido.
Es continuo, ya que en su línea melódica
siempre debe prevalecer la sensación de movimiento aún estando parado.
Es felino, pues se conserva en toda su ejecución
una elegancia gatuna de puntas de pie y de cuerpos en tensión articular.
Es improvisado, porque se debe estar preparado
a responder ante cualquier iniciativa que tenga cualquiera de sus dos componentes.
Es intimista, pues me gusta bailar en la intimidad
de la comunicación a dos y no en un discurso hacia la galería.
Es galante, pues se espera a que la otra parte
termine de decir sus frases y se exprese con toda comodidad.
Es popular, ya que el pueblo lo inventó y él lo modifica.
Es creativo, y su creatividad es recíproca y permitida a cualquiera de sus integrantes.
Y además de todo esto, es muchas cosas más y por eso lo quiero."

Toni Barber

martes, 10 de noviembre de 2015

Tanda de chistes argentinos

Un hombre y una mujer argentinos, que no se conocían de nada, coinciden en el mismo compartimiento de coche-cama de un tren. A pesar de la obvia incomodidad que provoca la situación, y de las protestas de la mujer ante el guarda del tren, quien le explica que la formación va llena y no hay otro compartimento libre, ambos ocupan su respectiva cucheta: el hombre la litera de arriba y la mujer, la inferior.
A media noche, el hombre despierta a la mujer y le dice:
- Lamento molestarte, pero tengo un frío tremendo. ¿Podrías alcanzarme una de las mantas que están apiladas al lado de la puerta?.
La mujer se asoma sugestiva entre las cortinas de la cucheta, y guiñándole un ojo, le dice:
- Tengo una idea mejor: hagamos de cuenta, sólo por esta noche, que estamos casados...
 El hombre sin poder creer su buena suerte, exclama entusiasmado:
- Pero claro...!, mi vida..., claro...!
Entonces.... ¿por qué no bajás a buscártela vos..., pedazo de pelotudo...???!!!

***

Che, ¿habrá argentinos acá en Roma?
-No sé... mirá en la guía telefónica.
 Y el otro lee:
-Baldini, Corranti, Dominici, Ferrutti... ¡Che.., Roma está llena de apellidos argentinos!

***

Un psicólogo venezolano llama a un colega a las 2 de la mañana:
-¡Tienes que venirte para mi consultorio inmediatamente!
-¿A las 2 de la mañana?
-Es que tengo un caso único aquí.
-Pero... ¿de qué se trata?
 -Tengo un caso de complejo de inferioridad.
-¿Estás loco?... ¡¡¡Yo atiendo a miles de pacientes así, todos los días!!!
-Sí, sí... pero... ¿argentino?

***

-Che pibe, ¿me das 40 condones?
 El vendedor abre un cajoncito y cuenta:
-...33, 34, 35. Lo siento señor, sólo me quedan 35.
-¡Ya me arruinaste la noche! pero bueno, dámelos igual.

martes, 3 de noviembre de 2015

Una sugerencia muy atrevida

Dicen que la ignorancia, el exceso de ego y la impaciencia hacen que las personas se vuelvan osadas.

Aquella era una milonga de tarde de lo más tranquila. Estaba sentaba en una mesa con dos parejas de amigos y casi todas las mesas estaban vacías, a excepción de una ocupada por tres chicos que no conocía. Miré hacia su mesa y dos de ellos me cabecearon pero desvié la mirada para evitar malentendidos. Aproveché la ocasion para preguntar a mis amigas si les conocían o habían bailado con ellos, tal y como hacemos las milongueras a menudo. Solo una de ellas había bailado con uno de los chicos y me dijo que no le había gustado. Aún así, yo tenía muchas ganas de bailar esa tanda de milongas que tanto me gustaba y por ello dejé que la impaciencia me volviera atrevida para hacer algo nada aconsejable en la milonga, y menos aún en una tanda de vals o milonga: aceptar una invitación a ciegas, sin saber cómo baila el milonguero.

Me encontré con él en la pista: un chico ansioso, que sin saludarme y casi sin terminar de cerrar el abrazo, comenzó a bailar. No empezó muy bien, pero a veces no se trata de los comienzos, sino de cómo son los finales, y por eso intenté relajarme. El primer tango fue un desencuentro total entre ambos, así que intentamos una segunda milonga, que terminó igual que la primera. Fue entonces cuando él hizo su primer comentario sobre nuestros diferentes estilos, como queriendo justificar la falta de conexión que había entre ambos. Supongo que levanté las cejas como siempre hago y no puedo evitar, pero sonreí y no dije nada.

Comenzó la tercera y última milonga de la tanda, y creo que es entonces cuando su frustración empezó a ser evidente y al finalizar la tanda me preguntó quiénes eran mis profesores, entiendo que en un intento de identificarlos para jamás tomar clases con ellos. Cuando yo le contesté que no tenía profesores (en ese momento no tomaba clases, así que no mentí), me miró y haciendo un gesto de entendimiento sentenció: "pues deberías". He de reconocer que no me quedo muda muy a menudo, pero en esa ocasion lo hice, de puro asombro. Cuando desapareció de mi vista, sin haberme acompañado a la mesa, dude entre reírme o escribir su nombre en la lista negra milonguera cuyo título dice "asnos que te encuentras en la milonga".

Durante la tanda siguiente decidí tomar un vino y un dulce, relajarme, y no dejarme amargar por un comentario como aquel. Fue entonces cuando me encontré con un chico que hacía dos años que no veía y no bailaba con él. Tras charlar un rato, me invitó a bailar y me brindó dos maravillosas tandas: fue increíble. Definitivamente,  una de mis experiencias religiosas de aquel fin de semana: me hizo volar, olvidar y sonreír de nuevo.

Poco después, estaba de nuevo relajada, disfrutando del vino, cuando me topé con un amigo con el cual estuve charlando de diversos temas. También le conté la anécdota de la tanda de milongas, en un intento de desahogarme un poco. Estuvimos bromeando un rato y me preguntó quién era el chico. Estaba fácil de localizar allí sentado en una mesa, en primera fila, observando la pista, con su pose y su camisa marrón.

Poco después sonó una tanda de milongas. Fue entonces cuando mi amigo me invitó a bailar. Él, que he de confesar, baila milonga de maravilla, hizo parecer a esta milonguera normalita de nivel intermedio como si fuera una bailarina mucho más experimentada. Disfruté muchísimo la tanda a pesar de que estaba algo nerviosa.

Realmente no se si aquel chico osado que me dejó muda me vio bailar o no, pero si lo hizo, seguramente se preguntó dónde había tomado clases desde que había bailado con él hasta ese momento. Y digo esto porque seguramente una persona con semejante ego no es capaz de ni siquiera de considerar que, aunque los demás necesitemos clases, quizás él también necesite unas cuantas... sobre todo de educación y saber estar.

martes, 27 de octubre de 2015

Mejor sola que mal acompañada

Es la típica frase que una madre, una tía o una abuela te dicen cuando eres adolescente y enfadas con una amiga o cuando un amor te abandona. En ese momento lo escuchas y te dan una ganas enormes de mandarlas a cualquier sitio bien lejos de donde estás, porque te sientes herida, triste y sola. Pero el tiempo pasa y las sabias palabras calan el alma y la razón.

Cuando ya eres adulta y estás con una pareja que no te hace feliz, suele ser una tía o amiga la que te dice que si eliges estar en pareja es para estar mejor que sola. Es otra forma de decir lo mismo, pero no sé por qué, al ser algo algo más enrevesado y sonar distinto, da la sensación de que te están dando un consejo más adulto. Al final, en un momento de calma, las sabias palabras encajan con las que ya sabías y pasan al plano consciente: calan de nuevo el alma y la razón.

Para aplicar en la vida tan sabia frase hay que tener valor. Y entonces un día sientes que lo tienes y decides dejar de compartir tu vida con un amor. Duele. Pero el tiempo todo lo cura. Aprendes que también se está bien sola, y que esa soledad, si la abrazas, llegas a entenderla y también a amarla, se puede convertir en tu mejor amiga, un canal maravilloso para conocerte a tí misma como mujer. Hasta que un nuevo amor llega a tu vida, te vuelve a ilusionar, descubres que estás mejor en pareja que sola, porque esta vez, la pareja suma, no resta.

En el tango es igual que en la vida, no solo cuando eliges no bailar a bailar sin disfrutar, sino también cuando aprendes a amar lo que oyes sin tener que ir a la milonga y compartir un abrazo.

Lo curioso es que yo en mi vida todo esto lo hice del revés. Primero quise y busqué estar en pareja, quizás porque todo el mundo lo hacía así, sin previamente aprender a vivir sola. Y en el tango hice exactamente lo mismo. Fue ver un abrazo lo que me enamoró del tango y por ello busqué abrazar y bailar en primer lugar, mucho antes de aprender a apreciar y entender lo que escuchaba. El orden de las cosas importa mucho. Ahora que amo lo que escucho, y tengo pareja después de haber aprendido a vivir sola, tanto bailar tango, como estar en pareja, son muchísimo mejor.

martes, 13 de octubre de 2015

¿El tango es machista?

En la milonga escuchas comentarios de gente cercana a ti que a veces te hacen feliz, otros te entristecen, otros te dejan perpleja, algunos te enfadan, y otros simplemente no los entiendes, y menos aún en una sociedad como en la que vivimos hoy.

Era temprano y los milongueros iban llegando poco a poco, saludando, ocupando mesas, calzándose, preparándose para la noche. Entonces apareció ella, una chica joven, simpatica, a la que conozco desde hace tiempo. Tras saludarnos, decidimos  ponernos al día, pero como de costumbre, terminamos hablando de tango, de códigos milongueros, de abrazos, de cuales nos gustaban y cuales no.

Me dijo que a ella le gustan los abrazos firmes y cerrados y que no le importan los abrazos en los que apenas puede moverse, ya que es el hombre quien marca y la mujer quien sigue, y que al fin y al cabo, el tango es un baile machista. A mí también me gusta el abrazo cerrado y firme, pero también me gusta que se pueda respirar en él y que sea flexible, y lo que definitivamente no me gusta es que el hombre me anule y no se moleste en "escucharme" al bailar.

Me quedé sorprendida por su explicación de que el tango es un baile machista. En mi opinión, ningún baile lo es y el tango menos. Es el milonguero -y para nada todos lo son-, quien es machista, baile o no baile tango. Lo que no cabe duda es que si él es machista, le conviene decir que el tango también lo es, para así excusar su comportamiento con las milongueras y en la milonga.

Algunos dicen también que el cabeceo es machista. De nuevo opino que es una tremenda tontería. Quizás el que cabecea lo es, pero el cabeceo en sí no lo es. En el cabeceo, es ella quien mira a los milongueros con los que quiere bailar; luego son ellos quienes al percibir su mirada, si comparten el deseo de bailar con ella, extienden su invitación en forma de cabeceo; y finalmente es ella quien lo confirma o no. El cabeceo es un acuerdo no verbal totalmente bilateral.

Yo creo firmemente que el tango es un canal de la comunicación entre dos personas que se abrazan. Lo que hace que esta comunicación sea bilateral es el respeto mutuo y la escucha por ambas partes hacia la otra persona, en la que hay una propuesta y una aceptación o no del movimiento. Es un tango libre, nada machista si la persona que propone el movimiento tampoco lo es, respeta y tiene en igual consideración a la otra persona. Sin embargo, lo que hace que esta comunicación sea unilateral es un milonguero que impone su voluntad, que no cuenta con ella salvo para que le siga y haga lo que él manda. Este ultimo caso es el claro ejemplo de un milonguero machista, que seguramente en la intimidad de su casa es exactamente igual: autoritario, con un ego inmenso y un orgullo muy acentuado.

¿Y qué tiene que ver el machismo con el tango? Lo mismo que la moda, el cine, las relaciones entre personas, las relaciones laborales, familiares, y otros muchos aspectos de la vida misma. El tango es tan solo un elemento más en el tiempo y en el espacio, en el que se ha tratado y considerado a la mujer de una manera determinada a lo largo de la historia.

martes, 6 de octubre de 2015

Las siete maravillas del mundo

Me acuerdo que leí por Facebook una historia, real o no, en la cual preguntaban en la escuale cuales eran las siete maravillas del mundo. Algunos alumnos, obviamente pensando en el mundo antigüo, contestaron El Mausoleo de Halicarnaso, La Estatua de Zeus, El Coloso de Rodas, El faro de Alejandría, El Tempo de Artemisa, La Gran Pirámide de Guiza y Los Jardines colgantes de Babilonia. Otros, pensando en el mundo moderno, contestaron que Chichen Itzá, La Estatua del Cristo Redendor, El Coliseo de Roma, El Taj Mahal, La Ciudad de Petra, Machu Picchu, y La Gran Muralla China. Sin embargo, hubo una alumna a la que le hicieron esa misma pregunta y respondió: poder ver, poder oír, poder tocar, poder probar, poder sentir, poder reír y poder amar.

¡Qué gran razón! Nos centramos a veces tanto en las cosas materiales que nos olvidamos realmente de todo aquello que tenemos y que solo por ello, también a veces nos olvidamos de apreciar. En mi caso, sin embargo, hay algo que me lo recuerda constantemente: la milonga.

Porque en la milonga VES.
Ves la cara de felicidad de una milonguera cuando baila, el semblante relajado de un milonguero que disfruta de su tanda favorita, la tenue luz de algunas velas que rozan las sonrisas de quienes comparten un abrazo, los preosos trajes y vestidos al moverse al compás, la madera de un piso que luce desgastado, o un abanico susurrando mientras da vida.

Porque en la milonga OYES.
Oyes las notas que salen de un violin formando una frase, la respuesta de un bandoneón, el piano juguetón que quiere alegrar y entrometerse en esa conversación, o los suspiros de los milongueros.

Porque en la milonga TOCAS.
Tocas, rodeando con tus brazos el cuerpo de otra persona, fundiéndote con ella, mientras te reconforta y la reconfortas con tu calor humano, y haces más que tocar, porque a veces rozas el alma de la persona con la que compartes un abrazo.

Porque en la milonga PRUEBAS.
Pruebas los dulces que comparten los amigos para reponer fuerzas a mitad de la milonga, los vinos y sus aromas que llenan las copas de cristal repartidas sobre las mesas, o el perfume en la piel de distintos milongueros, cada cual aportando su toque especial.

Porque en la milonga SIENTES.
Sientes el calor de un abrazo, las miradas cómplices de otras milongueras, esa conexión que va más allá de las palabras, la felicidad que te invade cuando disfrutas una tanda, o el aliento que se va cuando te eriza la piel el sonido de un bandoneón.

Porque en la milonga RÍES.
Riés cuando la felicidad te invade, cuando te pones nerviosa y no te entiendes con la pareja, cuando ves una escena de complicidad, un juego entre dos o el ingenio al interpretar un tango, cuando abrazas a una amiga que no ves desde hace tiempo, o cuando observas la pista y simplemente ves a alguien disfrutando, con cara de felicidad.

Porque en la milonga AMAS.
Amas, cuando compartes esa música que te llega al alma con otras peronas que tienen la misma pasión por ella que tú, cuando abrazas a los amigos y les pasas tu energía positiva, cuando eres considerado con los demás en la pista, cuando regalas sonrisas, cuando cierras los ojos y sientes felicidad, cuando la das, y sobre todo, cuando das gracias a la vida por estar donde estás.

martes, 29 de septiembre de 2015

No todo es lo que parece

Creo que a estas alturas nadie duda de que el rol del que propone es bien difícil, más bien todo un reto. Más allá de lo que implica dominar los movimientos para que se den de forma refleja y de circular por la pista y adquirir los recursos necesarios para que la circulación sea fluida, está la difícil tarea de cuidar y proteger a tu pareja para que confíe en ti y pueda darte lo mejor de su baile. El verdadero reto sin embargo está en ganar la confianza de ella en tan solo unos segundos, cuando regalas tu abrazo, o bien en ganárla durante el tiempo que dura una tanda. Es la única forma de que una mujer se relaje y baile: de que ambos disfruten de la tanda. Normalmente una de las señales claras de que es ha conseguido es cuando ella baila con los ojos cerrados, totalmente entregada a la música y al abrazo. 

Pero no es oro todo lo que lo reluce. A veces una cierra los ojos no porque haya regalado esa confianza, es decir, no para fundirse más intensamente en el abrazo y disfrutar de la música, sino para concentrarse lo suficiente para conseguir interpretar el lenguaje extraterrestre en el que le están hablando, o bien para no ver y no ponerse nerviosa cuando la pista están imposible, o bien cuando el abrazo que ha aceptado y que se banca en ese mismo momento tiene más peligro que un caramelo en la puerta de un colegio.

Hubo un día en el que bailé con un chico que si bien musicalmente estaba en la línea adecuada, era un tipo brusco en cuanto a la ejecución de sus movimientos y nada fluido. Para mí no era una energía que fluía de forma más o menos intensa, sino una especie de energía con cortocircuitos cada pocos segundos. Era uno de esos casos en los que yo iba con los ojos cerrandos para intentar concentrarme lo máximo posible e interpretar sus intenciones de movimiento: algo bastante frustrante y que además, no siempre conseguía.

Sin embargo, él, convencido de que obviamente el problema era solo mío y que además era porque iba con los ojos cerrados, bastante molesto, no tardó ni media tanda en expresarme verbalmente cómo tenía que bailar según él, es decir, con los ojos bien abiertos. ¿Perdónnnn? Ahí es cuando esa paciencia de milonguera que creía que no tenía, me sorprendió: no le dejé plantado ahí mismo en medio de la pista como se merecía, sino que le mire con cara de "¿me estás vacilando?" y le ignore. Fui yo la que tomó el mando y en lugar de hacer esfuerzos por entenderle, me relajé e hice lo que me daba la gana, mientras la cara de fastidio de él se hacía cada vez más evidente, y obviamente, con los ojos bien cerrados.

martes, 22 de septiembre de 2015

Volviéndote poco social

Último día de un fin de semana precioso en un maratón de tango. Era domingo a mediodía, o lo que es lo mismo, la mañana para los milongueros. De forma relajada, los "madrugadores", menda incluida, tomábamos un brunch mientras charlábamos. Allí había una chica con la cual compartía una amiga en común, así que nos reconocimos y la conversación se dio de forma natural. A la media hora ya estábamos confesándonos, hablando de milongas, de cómo nos sentíamos, lo que nos gustaba y lo que no: entrando en ese ciclón de experiencias y sentimientos que la otra cuenta, luego tú te sientes identificada, asientes, y sigue así una tras otra, primero ella, luego tú, y así hasta que los minutos pasan y pasan sin enterarse. Entendimiento y pequeñas confesiones milongueras.

Es así como en un momento dado ella me contó que con el tiempo se había vuelto algo menos sociable en las milongas y los eventos de tango, y que incluso a veces, evitaba a cierta gente con la que no quería bailar, por muy bien que le cayeran a nivel personal. Me quedé sorprendida, pero no por el contenido de lo que decía, sino porque me sentí, una vez más, identificada con ella.

La razón que me dio esta madrileña no me sorprendió para nada: según ella, si charlas con algunos hombres, amigos, conocidos o no (pero más aún si son conocidos), eso genera una invitación por parte de ellos en algún momento de la noche, y además, con la excusa de que "hay confianza" porque ya habéis hablado. Supongo que entienden que si hay buena onda fuera de la pista eso significa que estarás encantada de bailar con él. Pues no: muchas veces no es así y con esa invitación directa te compromete. Y claro, si es amigo o de tu entorno de tango, si rechazas su invitación, casi siempre declaras una guerra, lo quieras o no. Y no hay duda de que así es porque por mucho que digan que no les molesta que les rechacen, la verdad es que sí que les molesta.

Al final, para evitar esos malos momentos de tener que rechazar una invitación o bancarte una tanda que no vas a disfrutar, algunas milongueras optamos por ser poco sociales con todas aquellas personas con las que no nos gusta bailar, por miedo a encontrarnos ante la tesitura de aceptar o no la invitación. Es una pena y al mismo tiempo una cobardía, de la que yo soy culpable a veces, pero cuando no lo soy, corro el riesgo de tener a alguno persiguiéndome toda la noche por la milonga para invitarme a bailar, sin querer enterarse de que no estoy interesada, y eso sí que es incómodo. O peor aún, como tampoco he ido a la milonga para que otros se lo pasen bien y yo no, rechazo invitaciones y claro, todos sabemos lo que pasa después. Injusto, pero es así.

martes, 15 de septiembre de 2015

Las botas de monte, por si acaso

Aquel verano fui a un encuentro de tango en el que el año anterior me lo había pasado muy bien por el ambiente dentro y fuera de la milonga, debido a todas las actividades que se ofrecían, muchas de ellas, en contacto con la naturaleza. Recuerdo que las milongas no me habían emocionado mucho, pero me lo había pasado muy bien en general y es eso lo que en realidad me importaba.

Llegué justo cuando empezaba la primera milonga, que tenía lugar exactamente en el mismo lugar que el año anterior, en una sala rectangular, con suelo de baldosa y sillas junto a las paredes. No era una distribución que me gustara, pero lo importante iban a ser la música y los abrazos. Tras saludar a unos cuantos amigos, me senté a observar la pista mientras me calzaba.

En la milonga había dos grupos de milongueros: los más mayores, a los que después de observar un buen rato, solo vi uno o dos con los que estaba segura que disfrutaría una tanda; y los algo más jóvenes, que escaseaban bastante y estaban rodeados de muchas chicas, la mayoría amigas, con las que seguramente bailarían toda la noche. Efectivamente el tiempo me daría la razón. Asimilé el panorama y decidí estar atenta a posibles cabeceos, pero después de enterrar bien los pies en la tierra, me dediqué charlar con amigas y tomar unas copas en lugar de intentar tandas imposibles. La milonga no invitaba a nada más.

Entre mis amigas, hubo una que visto el panorama y consciente de que una de esas tandas maravillosas que te hacen ir a la cama con una sonrisa seguramente no iba a llegar, a mitad de la milonga y algo molesta por haber renunciado a otras cosas por ir a bailar, se quitó los zapatos, y se fue a casa. Creo que no bailó ni una tanda. Me apenó verla partir, pero en el fondo yo deseaba hacer lo mismo, solo que no podía porque no había ido sola.

Aún así, la imité un par de horas después, cansada de esperar y del largo día después de un viaje en coche de varias horas tras una agotadora semana de trabajo. No se bien cómo llegué al hotel y creo que es de las pocas noches que me dormí sin desmaquillarme. Esperaba madrugar al día siguiente y poder disfrutar del maravilloso entorno precioso de montaña de Benia de Onís.

Por la mañana calcé mis botas de monte, que conmigo siempre van en el maletero del coche, me junté con gente amante de la naturaleza, y dejamos al tango tan solo como melodía que acompañaba a aquel precioso paisaje. Aproveché bien los días soleados, pero menos mal que así fue, porque el resto de las milongas del fin de semana fueron exactamente igual que la primera: una perfecta decepción.

martes, 8 de septiembre de 2015

Nunca es igual

Era un festival internacional y repetía. Durante el primer año, el anterior, había conocido a cuatro chicos con los que había bailado, y la verdad es que tenía ganas de volvérmelos a encontrar, disfrutar de nuevo de la experiencia de bailar con ellos, aunque era consciente de que ya no sería igual que el año anterior.

Son tantos los factores que afectan cuando dos milongueros se vuelven a unir en un abrazo, que nunca hay dos momentos o dos abrazos iguales en el tiempo, aunque estos se den con la misma persona. Todos evolucionamos de forma diferente en cuanto a técnica, conocimiento musical, y no solo eso, sino que también influyen otros factores como el nivel de energía, el estado emocional y la salud en cada momento y de cada persona. Volver a bailar con estos cuatro chicos tan solo constató esa firme creencia mía.

El primero de todos me había parecido en su momento el mejor bailarín de todos porque era al que más le entendía las marcas. Yo era muy principiante y él prácticamente me empujaba a los movimientos, con lo cual no había duda alguna de hacia dónde tenía que moverme. Desde la primera vez que había bailado con él un año antes, hasta entonces, yo había tomado clases y parecía que él había tomado menos; también había bailado con otro tipo de bailarines más suaves y que marcaban mejor, con lo cual había cambiado totalmente mi percepción de lo que era un buen bailarín para mí. Así que esa segunda vez que bailé con él no me gustó en absoluto: me pareció brusco, arítmico y con un abrazo horrible.

El Segundo había sido mi pesadilla durante el primer años porque aunque él era un estupendo bailarín, yo no había sido capaz de estar a su altura y de seguirle, me había puesto muy nerviosa y no había disfrutado nada: y lo peor es que seguramente él tampoco. Ese segundo año, en el que yo me encontraba más segura en el baile, me sorprendí recibiendo de nuevo su invitación. Esa vez fui capaz de seguirle y de disfrutar, pero no conseguí relajarme del todo. Por entonces no sabía que un buen bailarín no es solo quien baila bien, sino quien además sabe adaptarse a su pareja y hacer que ésta bailé cómoda, disfrute, y además, saque lo mejor de sí misma.

Mi tercer milonguero había sido una gran novedad para mi durante el primer año, pero no por su baile, sino porque su nivel de energía era el más parecido al mío. Ese segundo año fue él quien más me hizo disfrutar de una tanda, quizás porque nuestros niveles de baile en cuanto a técnica eran muy similares, también nuestro nivel en cuanto a técnica era similar, y supongo que además vivíamos la experiencia con igual intensidad. Resaltaría sobre él que era uno de esos chicos que da más importancia a la música que a hacer un millón de figuritas intentando "entretener" a su pareja pensando que de lo contrario, ella se aburrirá: error muy común en principiantes.

Mi cuarta experiencia fue quien más me sorprendió el segundo año, pero no por su baile, sino porque solo me invitó cuando el ultimo tango de la tanda estaba por comenzar. Y luego no quiso continuar. Él y yo teníamos niveles parecidos el primer año, pero se notaba que él había progresado muchísimo con respecto a mi durante el transcurso de ese año y ya no se divertía bailando conmigo. Es lógico, así que aquello fue algo así como una decepción y a la vez un reto para mí: mejorar lo suficiente para que en futuras ocasiones él me viera como una milonguera con la que sí puede divertirse bailando y así conseguir de nuevo una invitación suya.

martes, 1 de septiembre de 2015

La magia de un bandoneón

Era primavera y fui a un evento que se organizaba por primera vez, en lo que ante era una antigua fábrica de la luz y a la vez hogar de una pareja de milongueros, que como anfitriones inmejorables, consiguieron que todos los asistentes nos sintiéramos como en casa.

Aquel hermoso lugar invitaba a la relajación desde el primer momento en el que llegabas. Se oía un constante y lejano sonido del agua que corría por un riachuelo que atravesaba la propiedad. Era especialmente agradable oírlo mientras hacíamos ejercicios de pilates en los jardines de césped verde bajo los árboles que nos daban lo mejor del sol: la sombra. Allí todo era tranqulidad, la comida sana, había servicios de masajes estupendos para los pies de la mano de @Yolitango, y la buena onda flotaba en el ambiente, tanto, que creo que me lo hubiera pasado igual de bien de habernos quedado sin música ni milongas.

Aún así hubo de todo lo prometido, y más, pero no revelaré todo, ya que las sorpresas dejarían de serlo para todos aquellos milongueros que vayan en un futuro por primera vez. La música me gustó mucho, a excepción de un día por la tarde en el que pusieron tango nuevo/alternativo y yo decidí escaparme a dar un paseo y tomar fotos en lugar de bailar. Para ello salí de la propiedad y seguí un sendero hacia una colina donde había una estructura parecida a una plaza de toros pequeña, pero que parecía ser algo bien distinto. Es entonces cuando lo escuché... era un bandoneón. ¡En medio del campo!

Fui acercándome poco a poco hasta que se materializó ante mi. No era mi imaginación, era real. Allí estaba él, Fernando Giardini, practicando, inmerso en su música, y yo robándole parte de ese momento. Saludé, le pedí permiso para escuchar, y tras concedérmelo, me senté allí, con los ojos cerrados, dejándome llevar por su sonido y la acústica del lugar: fue algo mágico.

Aquel fin de semana me llevé alguna tanda en mi corazón pero fue la magia del lugar, la gente que vive en él y los demás invitados y su buena onda los que hicieron de aquellos dos días algo tan especial. El encuentro se llama Mánchame y cómo no, definitivamente os lo recomiendo porque aunque a veces lo creamos así, la vida no es solo tango, es compartir momentos con gente especial, es disfrutar, relajarse, charlar, y a veces, tan solo escuchar y sentir.

martes, 25 de agosto de 2015

Los abanicos, objetos mágicos que desaparecen

Una vez escribí sobre el abanico, con introducción incluida, explicando su origen. Como bien sabeis, en las milongas es común el uso del abanico por ambos sexos para refrescarse cuando hace calor, sobre todo después de una tanda. Obviamente lo que te refrescas es directamente proporcional a las agujetas que tienes en el brazo derecho al día siguiente, con lo cual a veces lo usamos también para combatir el aburrimiento intentando cerrarlo con elegancia de un golpe seco, claro que el desenlace final suele ser una nariz de un tono rojo escarlata de lo más poco favorecedor.

Aunque refrescarse es el único uso que yo conocía hasta hace poco del abanico, he de confesar que quizás pueda usarse también para hacer magia. Sí, he descubierto que los abanicos parecen poseer alguna extraña cualidad que les permite aparecer y desaparecer en cualquier momento.

Ojalá me sirviera para desaparecer yo misma tras el abanico a veces, es decir, ponerlo delante de mis ojos y desaparecer, como imaginaba de niña cuando no era un abanico sino mi mano la que ponía delante de mis ojos y creía que por el hecho de no ver a los demás, ellos tampoco me veían a mí. A veces incluso separaba uno o dos dedos para dejar un hueco y poder curiosear y constatar que seguían sin verme. Es una pena que ya no sea esa pendejita inocente por mucho que a veces me comporte como tal y haga algún intento por esconderme detrás del abanico, eso sí, sin éxito alguno. 

En la milonga el qué hacer con el abanico cuando sales a bailar es todo un dilema. Algunos hombres lo llevan en el bolsillo trasero del pantalón cuando bailan para así poder usarlo entre tango y tango, cosa que me parece perfecta, sobre todo cuando una se sofoca un poco, recoje su pelo, se da la vuelta y le airean un poco la nuca. Otros, lo dejan sobre su mesa o cualquier lugar, para poder usarlo en cuanto regresan de una tanda. Las mujeres también: algunas lo dejamos sobre la mesa, otras los guardamos en nuestros bolsos, sobre todo si son bonitos y buenos porque, por alguna extraña razón, estos últimos son los que más poderes mágicos tienen y desaparecen con más frecuencia que los demás. A veces no vuelven a aparecer, pero otras se da el milagro y la magia se vuelve reversible: vuelven a materializarse en el sitio donde estaban, o a unos cuantos metros, cuando la persona que lo había visto abandonado, queriendo aprovechar ese momento para darle uso, lo devuelve a su sitio antes de que el dueño/a lo reclame o simplemente cuando ya ve a alguna milonguera con cara de disgusto buscando su abanico.

Lo curioso en mi caso es que  parece que tengo ojo para los abanicos mágicos: y los que me regalan y tengo especial cariño, tienen más poderes mágicos aún, pero no por quien me los regala, sino porque son los que menos tiempo me dan para memorizar su color y su tacto. Ya son cuatro los preciosos abanicos de colores que me han desaparecido a lo largo de mi vida de milonguera, así que he decidido que si algún día descubro a algún estudiante del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería por la milonga y resulta ser responsable de la desaparición de alguno de mis abanicos, la que va a hacer magia soy yo haciendo desaparecer alguno de mis abanicos por algún rinconcito mágico de su cuerpo.

martes, 18 de agosto de 2015

El orgasmo de piel

Supongo que todos habéis oído a alguien cercano a vosotros hablar sobre la música y lo que le hace sentir, y supongo también que habréis escuchado algo así como "sentí un escalofrío por todo el cuerpo cuando escuché ese tema". Si leéis en Internet y estáis en Facebook, es probable también que hayáis leído por ahí que ese "escalofrío" al que se refiere tanta gente ya tiene nombre: el orgasmo de piel.

Supongo que se llamará de piel porque se siente por toda la piel del cuerpo, especialmente en los brazos, nuca y cabeza, te deja sin respiración, te altera el corazón, hace que tus lágrimas se formen sin llegar a derramarse, tu boca se entreabre, y finalmente consigue que te relajes como pocas cosas lo hacen en esta vida. Y sí, yo también lo he sentido y es maravilloso: a veces incluso lo he sentido junto a otra persona que también lo estaba sintiendo, y otras veces además, no solo mientras la otra persona lo estaba sintiendo, sino también mientras estaba bailando y abrazada a ella. Esto ultimo me lo ha regalado el tango.

Conocer que existe un nombre para esa sensación hará más fácil explicar a partir de ahora lo que se puede sentir al bailar tango a gente que no lo baile y que quiera saber. Al fin y al cabo, ¿quien no ha sentido algo similar al escuchar su tema favorito de música, sea del género que sea? ¿acaso es casualidad que la gente vaya a conciertos a sentirlso en lugar de sentirlos en soledad en su casa?¿no sera quizás porque en un concierto es compartido con otras personas que lo están sintiendo al mismo tiempo que tú y por ello la sensación es exponencialmente más intensa?

Creo que en el tango ocurre igual: no hay nada comparable a sentirlo mientras abrazas y te abrazan, mientras interpretas lo que escuchas de forma simultánea y con un mismo sentir, mientras sincronizas con tu pareja respiraciones y energías, y mientras se crea tal conexión que a veces partir un diamante en dos parezca más fácil que separar un abrazo.

martes, 11 de agosto de 2015

Ella baila sola

Ella Baila Sola es un grupo que me encanta. Quizás por ellas, Marilia y Marta, por su buena energía, sus letras, su fuerza. Hicieron populares temas como Lo echamos a suertes y Amores de barra tan conocidos. Además, me encanta el nombre del grupo. Trasmite esa idea con la que tanto me identifico: el de una mujer independiente, que baila sola en su vida pero también abrazada cuando quiere, y así es feliz.

En las milongas, algunas veces los Djs ponen temas enteros como cortinas, bailables y que la gente aprovecha para lanzarse a la pista. Es común la salsa, bachata, chacarera, rock, cumbia, pero de otros géneros ni se acuerdan o tan solo te regalan unos míseros segundos. ¡Qué injusto! Pero no seguiré quejándome porque podría ser peor y poner la misma cortina durante toda la noche: eso sí que es insoportable.

Pues bien, una de esas noches veraniegas, en una milonga, empecé a escuchar los primeros compases de la cortina, y salté como una loca de mi asiento al darme cuenta de que eran ellas: Ella Baila Sola. Mi alegría duró apenas unos segundos pero tras haber estado planchando varias tandas seguidas y con mi trasero más cuadrado que el cubo de rubik, fue como volver a despertar.

La música de las cortinas es importante, tanto, que más allá de la música escogida para las tandas, es lo que precalienta la milonga y pone el tono adecuado de energía para bailar. No es lo mismo por ejemplo un vals romanticón después del tema We will rock you de Queen que hacerlo tras el tema Se fue de Laura Pausini; ni bailar una tandita de milongas rápidas después del tema Everything I do de Bryan Adams que hacerlo después del tema Mamma Mia de Abba. A cada cual le dejará de una manera un tema u otro, pero desde luego las energías y los ritmos nada tienen que ver.

Tan importante es para mi esto de las cortinas, que en la lista de DJs que tengo, la columna A me dice si su estilo es tradicional o no; la B, si me gusta más o menos su música; la C, si se decanta por una o varias orquestas; la D, si es juguetón y le gusta sorprender en una tanda o un tema; la E, si pone buenas cortinas; y la F, que marca en verde si las cortinas son cortas, en naranja si pone cortinas enteras, y en rojo y me aburre con más de una cortina seguida, todas y cada una de ellas enteras.

Así que os he revelado un secreto: esta milonguera que escribe tiene una lista en la que el día que vuelva a oír a un Dj poner a Ella Baila Sola de cortina, subirá unos cuantos puestos, y más aún, si deja sonar un tema más de cinco segundos: posiblemente baje también unos cuantos puntos en la lista de otros milongueros... ¡es lo que tiene la milonga!

martes, 4 de agosto de 2015

La última tanda

No se cómo definirla. Normalmente ni suele ser realmente la última tanda, ni suele ser una tanda más, sino más bien una tanda especial, bailada en un abrazo que, o bien te enamora, o lo ha hecho en algún momento pasado. Sin embargo, a veces es ese abrazo desesperado que regalas a cualquiera cuando no quieres asumir que una noche maravillosa llega a su fin, pero a veces también es ese abrazo deseado y por fin alcanzado. Sea lo que sea, la última tanda, es la que te regala el abrazo que recordarás, el perfume que te acompañará a casa, la huella que quedará de una cálida mano, el sabor que te dejará esa milonga.

Era jueves, verano, y yo estaba de vacaciones. Como milonguera sin remedio, no tenía muy claro mi ruta turística, pero sí la localización, horario y precios de todas las milongas de la zona y el tiempo que necesitaba para prepararme y desplazarme hasta ellas, teniendo en cuenta de que soy rápida para ducharme y vestirme, me pierdo hasta con GPS, y atraigo como un imán a los contratiempos. Aquel día no fue menos: me quedé sin agua caliente, me perdí, y me olvidé la documentación en el hotel, así que llegué a la milonga más tarde que pronto, cuando apenas quedaban unas tandas para acabar la milonga.

Al ser nueva, no fue llegar y besar el santo, sino más bien llegar y planchar. Pero no fue tiempo perdido, sino que fue tiempo en el que observé y capté al único milonguero con el que realmente me dieron ganas de bailar. Le miré, esperé que él me mirara, pero el cabeceo no llegaba. Así, tanda tras tanda. Entre una y otra, acepté invitaciones, pero no me enamoró ningún abrazo, ninguno de aquellos quedaría en el recuerdo.

Entonces anunciaron la última tanda. Allí estaba él, y yo mirándole, como si no existiera nadie más para mi en la milonga. Fui testigo de una curiosa y frecuente escena: cómo él buscaba a una mujer (su abrazo deseado, sin duda) y cómo ella deseaba aún más otro abrazo (que no era el que él estaba dispuesto a brindarle). Seguí mirando a mi triste y deseado milonguero con su cara de pocos amigos y entonces me dije "ahora o nunca". Así que fui testigo también de cómo mis pies se levantaban, se acercaban y se quedaban plantados a unos dos metros de él, mientras yo seguía sonriendo. Fue entonces cuando se dio el milagro: me vio, me miró, me mantuvo la mirada, se lo pensó, y finalmente recibí ese cabeceo tan deseado.

Con el calor de su mano en la mía como recuerdo tras acabar la tanda, me disponía a buscar mi bolsa de los zapatos para cambiarme, cuando comenzó otra tanda (ya dije que la última tanda casi nunca es realmente la última). Levanté la mirada, justo para ver otra escena: en esta ella le buscaba a él, cruzaron miradas, pero él no se detuvo en ella, sino que buscó mi mirada y me cabeceó de nuevo. Ahora la que tenía cara de pocos amigos era ella. Me quedé confusa por un momento, sin saber qué hacer, pero por solo apenas un segundo porque bien se que las oportunidades no son muy dadas a esperar. Le sonreí y fui hacia él.

Fue una tanga agridulce porque por un lado la disfruté, pero por otro, tal y como dice mi experiencia como mujer y milonguera, parecía más bien que la invitación era consecuencia de un ego herido y el hombre vio en mi su perfecta "venganza", servida en bandeja de plata... mejor dicho, en tacones color plata.

martes, 28 de julio de 2015

Lo que tienen las gatas y las milongueras en común

Dicen que un gato tiene siete vidas por mucho que todos sepamos que en realidad tiene una sola, por mucho ingenio y talento que ponga para conservarla. Si atendemos a la creencias populares, lo de las siete vidas quizás por la facilidad con la que sale bien parado de ciertas situaciones en las que otros animales no; o por la capacidad de caer sobre sus cuatro patas, de forma totalmente equilibrada, aunque caiga de grandes Alturas; también puede ser porque era el número de la suerte en la antigüedad, o porque entonces también se creía que los gatos se reencarnaban siete veces hasta hacerlo en carne mortal, humana.

De una forma bien diferente, la milonguera también tiene unas cuantas vidas...¡quien sabe, quizás hasta tenga genes gatunos! Lo digo porque la milonguera común, además de la su vida entre milongas, también tiene una como madre, otra como hija o familiar de alguien, otra como amiga, otra como trabajadora, otra como amante y compañera sentimental, y otra interior que solo disfruta y conoce ella misma. Y curiosamente, todas estas vidas terminan fundiéndose en la misma maravillosa mujer.

Pero las mujeres, y las milongueras en especial, tienen algo más en común con los gatos: son inteligentes (por eso bailan tango), intuitivas (sobre todo cuando no tienen ni la más remota idea de lo que les intentan marcar algunos milongueros cuando bailan), curiosas (siempre quieren saber todo sobre zapatos, vestidos, vida sentimental y cotilleos de otros milongueros) , cariñosas (a no ser que les den un taconazo, en cuyo se vuelven ariscas... también como los gatos), seductoras (saben poner ojitos, acicalarse bien, y "ronronear" cuando bailan), sensitivas (notan el estado absoluto de cualquier milonguero con tan solo abrazarle: si está aburrido, si está nervioso, y también si está demasiado contento), buenas cuidadoras (especialmente con sus amigas milongueras, a las que advierten de cualquier peligro que ande suelto por la milonga), autosuficientes (no dependen de ellos para pasar un buen rato en la milonga), el mejor apoyo en los momentos más difíciles (consuelan como nadie a una amiga milonguera que acaba de tener una tanda horrible o cuando el ex de esta aparece en la milonga con otra), tienen buen oído (demasiado bueno a veces, tanto que incluso se enteran de las conversaciones de alrededor mientras están bailando)... y también se enfadan por cosas que algunos hombres consideran sin sentido, por mucho sentido que tengan: igualito que los gatos.

martes, 21 de julio de 2015

Camerero, ¡una ducha, por favor!

Aquella era una milonga que tenía lugar dentro de un fin de semana lleno de clases impartidas por maestros que venía de Buenos Aires.Yo había ido con una amiga a bailar, así que buscamos una mesa redonda grande y nos sentamos en espera de las invitaciones que harían nuestra noche inolvidable.

Sin embargo, hay milongas en las que se baila y otras e las que no, pero confieso que después de inventarme un montón de teorías a lo largo del tiempo que expliquen este fenómeno, sigo como al principio, sin enterderlo. En la primera milonga del viernes, ambas bailamos, aunque poco. En la milonga del sábado, por la razón que sea, yo bailé más que ella, con lo cual, según fue avanzando la noche, llegó un punto en el que mi amiga supongo que empezó a aburrirse un poco y decidió aceptar invitaciones dudosas.

Un milonguero de la zona la invitó. Cuando terminó la tanda le pregunté qué tal le había ido. Ella me miró pero fue incapaz de decirme nada. Supe por su expresión que la tanda había no solo sido un desastre, sino seguramente una tortura. Cuando pasaron unos minutos y fue capaz de hablar, me lo confirmó. Tras un pequeño reproche a sí misma por haber aceptado la invitación, me contó que el milonguero en cuestión tenía un serio problema con su higiene personal y que olía terriblemente mal. Describió el olor no como algo desagradable, sino como algo que te hace sentir literalmente enferma. Esa tanda obviamente condicionó bastante su noche: cuando sufres una tanda espantosa, sufres un desequilibrio en tu nivel de energía.

Es cierto que hay personas cuyo olor corporal es por enfermedad, pero lo cierto es que en la mayoría de los casos es por falta de higiene. En el tango, un baile en el que te abrazas íntimamente a otra persona, el sentido de la higiene y los olores cobran otra dimensión. Es un aspecto que realmente hay que cuidar por educación y respeto hacia los demás. Sino, lo que lógicamente ocurrirá es que nadie querrá bailar contigo. Así que un consejo: si lavas tu ropa una vez al mes y te duchas cada cuatro semanas, no estaría mal que fueras pensando que sería buena idea también que "cuando te toca" sea al menos el día de la milonga.

Me sorprende que algo que es tan básico y de sentido común para casi todos los mortales, todavía sea un tema del que me siento obligada a escribir. Pero lo tengo que hacer: ¡en casi cada milonga te encuentras uno o dos personajes (hombres y mujeres) a los que parece darles alergia asearse!

martes, 14 de julio de 2015

Sin fronteras

¡Cuánto se aprende en la barra de las milongas...! Conversaciones interesantes y atrevidas nacen ahí. Los vinos, los cubatas y las cervezas hacen magia sobre la lengua de los milongueros y las milongueras, y las sueltan como nadie. Es así como sentada en aquella silla alta que cojeaba, esta milonguera no pudo evitar oír una conversación a gritos, que finalmente terminó escuchando. Pero no fue sin querer: lo siento, pero todo lo que tiene que ver con tango siempre me parece interesante.

Sonaba una tanda en francés, y de eso hablaban: del tango en otros idiomas.

El tango se ha internacionalizado tanto que los amantes de esta danza maligna no se conforman con la música, sino que quieren que nadie les robe la poesía de sus letras. Por eso las traducen, las inventan, creando así algo nuevo, más o menos distinto, pero también muy hermoso en su sentir. Al fin y al cabo, quieren su trocito del pastel.

Desde aquella vez en la que fui consciente del regalo que supone comprender las letras del tango, una vez que obviamente fui capaz de entenderlas (digo esto porque aunque hablo el idioma, en los tangos abunda el lunfardo), me he molestado en buscar tangos que no conozco en otros idiomas y escucharlos para imaginar lo que dicen tan solo por su música. Ha sido un experimento cuyo resultado me ha sorprendido porque hay música a la que parecen no irle esas letras y letras que parecen desencajadas en su música. Pero sin embargo, me ha ayudado a comprender porqué a veces veo bailar un tango a gente que no comprende lo que dice como si fuera la canción más alegre del mundo, mientras que a mi, por su letra, me hace llorar. Se dejan guiar por la música y lo que les dicta el corazón, y seguro que escuchan, sienten, se emocionan y tiemblan, pero al no entender la letra, es decir, la poesía que hay en muchos de los tangos, interpretan el tono del tema de forma muy distinta a los que sí entienden la letra.

Quizás por todo esto se traducen los tangos, se crean nuevos, existen en otros idiomas. El tango cambia, y deja de ser el tango que se define no solo por su música, sino también por una cultura y una región geografíca. Aquel tango que a tantos nos enamoró, hoy en día está evolucionando, tomando tantas y diferentes formas, que está convirtiendose en una nueva cultura, que desde hace tiempo, afortunadamente ya no tiene fronteras.

martes, 7 de julio de 2015

Poniendo en entredicho un código

Hay un código milonguero, socialmente aceptado por todos como norma no escrita, en la que se establecen las pautas de comportamiento en una milonga. En lo referente a lo que sucede entre el milonguero y la milonguera tras bailar juntos una tanda, la norma aceptada es que él acompaña a su pareja de baile a su sitio, y si quiere continuar bailando con ella, deberá hacerlo más tarde, tras un nuevo cabeceo. Tiene cierto sentido, y como teoría está bien, sobre todo si ello permite que esta norma social milonguera haga que todo el mundo tenga la oportunidad de bailar con todo el mundo. Pero la realidad es bien distinta.

En Europa al menos, se cuestiona abiertamente si se puede "obligar" a alguien a bailar o dejar de hacerlo simplemente porque el código milonguero así lo diga. ¿Qué sucede si un hombre y una mujer quieren seguir bailando juntos por la razón que sea, de mutuo acuerdo, tanda tras tanda? Al fin y al cabo, están en su derecho de hacerlo y no deberían dar explicaciones a nadie.

Quienes se quejan de este comportamiento suelen ser mujeres casi siempre, quizás porque las mujeres solemos ser más numerosas que los hombres en las milongas. Erróneamente creen que si una milonguera "acapara" a un milonguero varias tandas, eso implica que las demás no tienen tantas oportunidades de bailar con él. En realidad, se les escapa un pequeño detalle: nadie obliga al milonguero a repetir tandas, sino que él lo hace porque quiere. Es decir, si él solo quiere bailar con ciertas chicas y solo puede bailar una tanda con cada una de ellas porque hay un código milonguero que así lo indica y quiere respetar esta costumbre, ¿acaso alguien cree que porque no pueda bailar todas las tandas que quiere con sus milongueras elegidas, optará por bailar con otras con las que no quiere o no le apetece bailar? Sinceramente, creo que no.

Me pregunto si también les parecerá mal que una milonguera se quede charlando en la barra con un milonguero, tomando cervezas, mientras transcurren varias tandas, y por tanto, "impidiendo" así que baile con otras. Creo que es bastante absurdo; también creo que la envidia no es sana; y obviamente también considero que se puede emplear la energía en protegerse de otros comportamientos que definitivamente sí son poco sociales y desconsiderados hacia las demás.

Con tales comportamientos me refiero por ejemplo a la típica milonguera que invita de forma directa, comprometiendo a ciertos bailarines con las que todas quieren bailar (para así asegurarse sus buenas tandas), en lugar de cabecear; o a la roba-cabeceos, que se hace las tonta mejor que nadie, y con la excusa de que creía que era para ella, siempre se las apaña para interceptar un cabeceo que no es para ella, sabiendo que la mayoría de los hombres, por educación y por evitar situaciones incómodas, no corregirá el malentendido. También está la milonguera que se pone delante de las demás, tapándolas, y así asegurarse de que solo ella pueda recibir un cabeceo dirigido a la zona donde todas ellas están. En fin, que me parece que hay muchos comportamientos bastante más preocupantes que el hecho de que un hombre y una mujer quieran, por mutuo acuerdo, bailar juntos más de una tanda.

martes, 30 de junio de 2015

Regalando energía

Mi forma de vestir ha cambiado mucho en los últimos años. No se realmente si eso ha sido la base para ganar confianza en la pista de baile y fuera de ella, o ha sido justo la revés y la confianza en la pista de baile y en mi vida particular son las que me ha hecho cambiar mi forma de vestir, o quizás un poco de ambas. O la seguridad en mi misma, que crece en nosotras las mujeres a medida que pasa el tiempo.

Definitivamete, sea lo que sea, ha sido reciente. Lo percibo yo misma, por cómo me siento, lo perciben mis amigos y conocidos, por los comentarios que me hacen; y lo perciben los hombres, por cómo me miran. Directa o indirectamente, creo que jamás en mi vida se me han insinuado tantos hombres como lo hacen últimamente, ni he recibido invitaciones a bailar de chicos tan guapos y tan buenos bailarines. No se si durará mucho o no, o qué está sucediendo, pero lo siento como una burbuja, como un sueño.

Hay una pareja de amigos, a los que le tengo mucho cariño, que alguna vez me han dejado caer alguna que otra observación sobre mi energía, lo relajada que se me ve ahora bailando, e incluso dicen me ven más guapa. Es un regalo que me lo digan, por lo bien que me hace sentir y por el cariño con que me lo dicen, y también es por ello que me siento tan agradecida, pero creo que todo esto es tan solo porque me ven feliz, porque soy feliz.

 Es como un sueño, sí, del que como todo sueño, una despierta... pero queda el recuerdo, así como cuando una ha disfrutado de una maravillosa milonga y luego regresa a casa en coche escuchando tangos y recordando los mejores momentos, con las endorfinas a mil, con una sonrisa increíble en la cara, como si todavía estuviera compartiendo abrazos. Viajar con la mente puede ser mejor que el sueño en sí mismo, porque soy yo quien lo controla: lo que suena, el lugar donde estoy, a quien abrazo... y a quien regalo mi energía.

martes, 23 de junio de 2015

La suerte de entender las letras

Era medianoche, sábado, y esta milonguera que escribe acababa de llegar a una milonga de un país extranjero en el que no conocía a nadie. Se había plantado en la pequeña barra improvisada y pidiendo un vino blanco -que por cierto ya ha aprendido a pedir en varios idiomas, se dedicó a contemplar la pista de baile para entrar en ambiente. Aquel era uno de esos momentos en los que una deja que el vino le mime por dentro, le relaje poco a poco, y según el calor va descendiendo, despierta el alma y las pasiones.

Entonces comenzó a sonar ese tango tan precioso del año 1958 de la orquesta Alfredo de Angelis con Juan Carlos Godoy que dice "...quien tiene tu amor, ahora que yo no lo tengo, díme de quien es, y quien se ha llevado tus besos..." y sin darme cuenta, viajé al pasado, a mis recuerdos, y comencé a cantarlo. En el aquel rinconcito donde creía que nadie veía, dejé que la música me envolviera y con la letra de esa canción, me quedé allí, quieta, sintiéndola, emocionándome. Era mi momento.

Fue entonces cuando sentí que alguien me miraba, intensamente. Al levantar la vista y cruzar la mirada con él, se acercó a mí, con esa clase de expresión que oculta una pregunta, pero sin pronunciar palabra alguna. Lo malinterpreté como una invitación debido a un gesto reflejo que él hizo, con lo cual "acepté" una invitación que no era tal. Llegó hasta mí y en lugarr de guiarme hacia la pista, me sorprendió confesándome que le intrigaba saber qué decía la letra de ese tango para que me emocionaba de tal manera. Después de recuperarme de su inesperada petición, le sonreí y empecé a traducírsela. Fue entonces cuando me di cuenta de la suerte que tenemos los que entendemos las letras de los tangos, porque lo tenemos todo de los ellos: la música y su poesía en forma de letras.

Pasó casi una hora mientras le iba traduciendo al inglés trozos de cada tango que escuchábamos... hasta que tocó una tanda instrumental, en la que como era de esperar, me invitó a bailar. Aquella vez, la poesía no vino de la mano de unas frases dentro de un tema, sino de su maravilloso abrazo y la forma en la que él interpretaba la música. Fue maravilloso. Y lo mejor de todo fue que bailó conmigo tanda tras tanda, hasta que decidí que quería sentir también otros abrazos. Así que le sonreí y le di las gracias. Poco despues fui aceptando una invitación tras otra: supongo que es la suerte que se tiene a veces de ser giri de un lugar en el que los milongueros locales son buenos anfitriones. 

martes, 16 de junio de 2015

Blanco y en botella

Hay algo que me sorprende y que me da pena al mismo tiempo: los milongueros que aunque han oído hablar de las diferentes orquestas, no son capaces de mencionar más de cinco. La razón: no escuchan tango. Así como no hay más ciego que quien no quiere ver, tampoco hay más sordo que aquel que no quiere oír: y eso se nota en la milonga, se nota al bailar.

Lo que más me llama la atención es que parece no preocuparles demasiado. Muchos de ellos lo bailan todo, casi por igual, y aunque a veces van a ritmo y técnicamente bailan, no escuchan la música en sí, sino que juegan tan solo con el ritmo. Es triste, porque se pierden la emoción y las sensaciones que ella da, esas que te hacen introducirte en las conversaciones de los instrumentos, vivirlas; esas que te erizan la piel, las que te hacen soltar un suspiro y con él, una sonrisa.

Hace poco descubrí una manera fácil de saber si un milonguero, sin bailar con él o sin verle bailar, si tiene o no posibilidades de encandilarme en la pista. ¿Cómo? ¡Pues compartiendo coche con él! Y a ser posible, su coche. De esa manera intuyes o no si esa persona escucha habitualmente tango, por el placer de escuchar, sin bailar. Si tiene tango en el coche, seguramente también en casa, quizás incluso cante en la ducha o haga algo parecido llamado desafinar (como es mi caso) y si esa persona escucha tango fuera de la milonga, lo más probable es que también lo haga en la milonga. Pero, por el contrario, si no escucha tango ni en su casa ni en su coche, es probable que tampoco lo haga en la milonga.Y no hay nada más desagradable que bailar con alguien que no escucha lo que suena.

Así que esta milonguera que escribe, si de casualidad sabe de alguien que no escucha tango en su vida cotidiana, seguramente tampoco aceptará una invitación a bailar suya: porque blanco y en botella, suele ser leche.

martes, 9 de junio de 2015

Algo así como un engaño

Recuerdo que sonaba una de mis tandas favoritas cuando él se acercó a invitarme a bailar. Una invitación directa, de esas que normalmente rechazo con un "no, gracias", especialmente si me encanta la orquesta. Él no me había visto bailar, ni yo tampoco a él, pero la intuición milonguera me decía que el chico era muy principiante, quizás por su falta de seguridad, pero sobre todo por su forma de vestir.

Acepté la incitación muy consciente de lo que sería: una tanda maravillosa para él, un momento especial compartido. En casi todas las milongas suelo aceptar una o dos de estas invitaciones, y a veces, incluso soy yo la que invita, sobre todo si sé que él no se atreve porque es más principiante que yo. Es de las pocas veces que hago invitaciones directas, porque en general, no me gustan.

Por un lado, creo que debemos ser considerados con los demás, con los que empiezan. Como todos hemos sido principiantes alguna vez, hemos sonreído con los ojos y el corazón cuando nos han invitado a bailar en nuestros comienzos con el tango, y por ello creo que tal y como hicieron con nosotros, debemos regalar esos momentos que calan en el alma, que quedan por siempre en el recuerdo. Pero creo que también debemos ser considerados con nosotros mismos, y aceptar este tipo de invitaciones en su justa medida.

Pero en mi vida de milonguera ha habido ocasiones en los que la invitación directa he sentido que venía con trampa, como la de aquella vez que un chico me vio bailar después de mirarme un montón de veces (de las yo ni cuenta me di) y al no consiguir el cabeceo, decidió que la mejor forma de salirse con la suya era una invitación directa, comprometedora. En ese momento no vi la jugada, y como en otros casos, acepté. Fue después, cuando él me confesó su jugada, cuando me sentí engañada. Cuando un hombre o una mujer no miran, puede ser por despiste, porque no quiere bailar esa tanda particular contigo, porque está descansando o haciendo algo más (en cuyo caso ya se dará la oportunidad en otra ocasión), pero normalmente suele ser que no quiere bailar contigo. En el fondo todos sabemos esto, pero a veces no nos conviene saberlo.

Aquella vez me molesté, especialmente porque sonaba también una de mis tandas favoritas, y al no decirme que era principiante, sentí que me robaba la oportunidad de realmente disfrutar de esa tanda con otra persona. Es simplemente un asunto de consideración. Ni ahora ni cuando empezaba a bailar he comprometido a nadie a través de una invitación directa, y mucho menos aún para salirme con la mía y bailar con alguien que se que es más experimentado que yo, simplemente porque se me antoja, sin tener en cuenta si esa persona se va o no a divertir tanto conmigo como yo con él. Que me lo hagan a mi, no me gusta tampoco.

martes, 2 de junio de 2015

La elegancia no va de colores

Recuerdo cuando empezaba a milonguear. Por entonces tenía un armario lleno de lo que yo entendía que era la ropa más elegante (aunque a veces también es la más incómoda), toda ella de colores oscuros, principalmente negros, grises y algún blanco. Colores fríos. Optaba por ellos porque según había oído decir siempre, eran los colores más discretos y elegantes. Quizás sea así, pero también son los colores de los muertos, del luto, y curiosamente los que te hacen casi invisible en la milonga. Además, humildemente opino que la elegancia no va de colores, sino de las personas que visten esos colores.

Recuerdo como me habían inculcado que ser discreta era una virtud, y por ello casi todo mi armario estaba lleno de "virtudes" en forma de faldas, vestidos, tops y pantalones, obviamente casi todos negros y también algo holgados, ya que eran los más discretos. La discreción venía de la mano de otra "lección maestra" que, al igual que tantas otras mujeres, recibí. En ella nos aseguraban que mostrarse sexy o llamar la atención significaba ser algo buscona, y eso era malo, era pecado, especialmente para las mujeres. Machista e injusto. Humildemente de nuevo opino que la elegancia ni se mide por colores ni por lo que vistes, sino por cómo lo vistes y por tu actitud. 

Aún así, viviendo en un país donde la crítica destructiva es el deporte nacional, intentaba llamar la atención lo menos posible. También quería evitar dar señales inequívocas y buscarme problemas con los hombres, a los que por entonces era incapaz de manejar y desgraciadamente les habían educado igual que a mi, lo que significaba que una chica que vestía sexy, era una puta a la que ellos tenían el derecho de tratar de cualquier manera. Y no hablo de hace tanto tiempo.Era el miedo y la inseguridad quienes me dominaban y me convencían sin esfuerzo alguno para seguir en esa línea de vestir y comportarme.

Pero llegó un día en el que me cansé de toda esa tontería: es lo que nos pasa a las mujeres cuando llegamos a cierta edad y empezamos a sentirnos seguras de nosotras mismas, a querernos, y aprendemos a poner límites. Fui ganando confianza con el tiempo y rompiendo poco a poco con todas esas normas impuestas por los demás y por mi misma, dejando los miedos atrás, esos que me quitaban libertad, que me inhibían y me impedían disfrutar del tango y de la vida como afortunadamente lo hago hoy en día. Visto de colores y me atrevo con el rojo, los escotes atrevidos y los vestidos ajustados, y me siento bien, guapa, sexy, y sobre todo, mujer. Además, es ahora que por primera vez en mi vida soy consciente del poder que ello me da y soy capaz de dominarlo, y no hay nada de malo en ello: se siente fenomenal. Ojalá pudiera regalar un poquito de ese sentir a cada mujer, que esté donde esté, lea esto.

jueves, 28 de mayo de 2015

Revelando misterios

¿Porqué en Europa la gente acude a los encuentros milongueros y los maratones de tango cada vez más y el éxito de los festivales disminuye? Esta es una buena pregunta que se hacen muchos profesionales del tango que fundamentalmente viven de las clases locales que imparten semanalmente, de las clases privadas, de las milongas locales que organizan y de los festivales de tango en los que participan impartiendo clases y haciendo exhibiciones. Pero seguramente prefieren no asumir la respuesta.

Como ya mencioné en otra entrada del blog, los festivales de tango son el lugar donde los milongueros apasionados por la cultura del tango tienen la oportunidad de escuchar orquestas en vivo, ver proyecciones de películas y documentales de archivo, disfrutar de exhibiciones de maestros, y disfrutar del arte del tango en cualquiera de sus modalidades. Pero también mencioné que son los eventos de tango que más cuestan y aunque eso no implique que sean caros, no son tan aptos para todos los bolsillos, especialmente para los de la gente joven.

Los jóvenes toman clases para mejorar su técnica y su baile, aprenden rápido y una vez que ellos alcanzan el nivel de baile necesario, continúan su aprendizaje principalmente milongueando. Tienen motivaciones diferentes que los milongueros de más edad. Quizás entre ellas esté la de disfrutar del momento, compartir experiencias con gente de más o menos su edad, o simplemente bailar mucho y bien, y sobre todo sin gastar mucho dinero. Los maratones suelen ser económicos e incluyen comidas y lugares donde hospedarse: son algo así como un todo-incluido. Cuando no se lo pueden permitir, el baile en sí empieza a ser su prioridad, más que la cultura del tango, cosa que hasta cierto punto es perfectamente comprensible, puesto que, al fin y al cabo, el tango es para ellos un baile al que son aficionados y no es parte de su cultura local. Por algo suelen decir que la gente joven es un mercado complicado, deja poco dinero y es bastante impredecible.

Es la gente de mediana edad o avanzada la que se interesa más por el tango como cultura, se preocupa en mejorar su baile y va a clases de forma regular, también su poder adquisitivo es mayor. Sin embargo, por lo general y por motivos naturales, no aprende con la misma rapidez, o se estancan en su aprendizaje técnico, o quizás tan solo sus prioridades son otras como por ejemplo socializar, aprender figuras, y escuchar música entre otras. Es por ello que este grupo de milongueros son que más frecuentan los festivales.

Así que respondiendo a la pregunta del principio, ¿será quizás porque la mayoría de la gente que se inicia en el tango es joven? Eso explicaría porqué los maratones de tango son cada vez más. ¿Será quizás parte de la gente que antes iba a festivales quiere optar a parejas con más nivel de baile (técnicamente hablando) como el que aporta la gente más joven? Eso explicaría también su crecimiento. ¿O quizás será porque muchos milongueros se cansan de exhibiciones muy largas, orquestas que no todas son bailables y de calidad, de discursos eternos al micrófono por parte de algunos organizadores, o de los horarios y los precios de las milongas?

domingo, 17 de mayo de 2015

Clases: muchas; milongas: cero.

¿Qué sentido tiene ir a clases por años y años y jamás pisar una milonga, que es la razón por la que supuestamente se toman clases? Me lo pregunto cada vez que oigo que en determinadas ciudades la comunidad de tangueros es elevada y, sin embargo, a la mayoría de ellos no se les ve nunca por las milongas locales ni de otras ciudades o países. Lo curioso es que hay grupos de alumnos que tras dos, tres, o cuatro años todavía pisan menos la milonga que los elefantes.¿Qué falla?¿Porqué no van? ¿Timidez?¿Van solo a la clase como irían a una clase de aerobic, para manternerse en forma?

Pero de vez en cuando, alguien nos sorprende.

Una vez descubrí a una mujer que parecía que había ido tan solo a curiosear porque no bailaba y estaba algo escondido. Hasta que el que parecía su profesor, la vio, la saludó, y al darse cuenta de que ella ya se iba, decidió invitarla, casi arrastrándola a la pista. Lo de esta chica era timidez absoluta. Vi cómo sus mejillas pasaban por todos los tonos de rojo posibles antes de regalarle su abrazo al borde de la pista y bailar una tanda a trompicones, invadida por los nervios. Volví a verla bailar más veces durante la noche, y también en la siguiente milonga y en todas las demás desde aquella vez. Supongo que hay gente que es tímida y le cuesta dar el paso.

Entonces, ¿porqué tampoco van a las milongas que organizan sus profesores con el único fin de que sus alumnos pierdan la timidez, ganen seguridad y practiquen? Otro misterio. Pienso que quizás el tango no les guste lo suficiente o tengan vidas complicadas u otros intereses...pero, ¿todos?

Otra vez también descubrí a un hombre que según comentó, acaba de separarse y quería socializar un poco, cambiar de aires. Había dos mujeres milongueras que no le quitaban ojo desde que había entrado, ya que los milongueros nuevos son algo así como una rareza en las milongas locales. Así que ellas se acercaron a darle la bienvenida, a conocerle. Como el no parecía tímido, explicó que él bailaba ya desde hacía tiempo porque hacía dos años que iba a clases. Ellas, ilusionadas porque además no parecía principiante, se aventuraron a invitarle, primero una, después la otra. Lo que él no les contó en su presentación es que jamás había estado en una milonga, que no sabía circular por la pista y que su baile, a pesar de sus dos años de clases, era muy justito. Aún así, las milongueras locales, muy voluntariosas, lo invitaron durante toda la noche para animarle y que practicara. Después de aquel primer día, también se le vio con frecuencia por la milonga. Desde entonces también ha mejorado bastante su baile.

Es lógico que la gente mejore su baile y disfrute cada vez más el tango según va aprendiendo, pero para ello no son suficientes las clases de tango, por mucho que estás se tomen durante años, si luego no se va a milonguear. Es milongueando donde se aprende a improvisar, a adaptarse a otros abrazos, se conoce gente con la que luego se baila y socializa, se mejora el conocimiento musical, y se aprenden los códigos de la milonga.

miércoles, 13 de mayo de 2015

El regalo de confiar

La confianza es lo que las milongueras a veces brindamos a perfectos desconocidos en los primeros segundos de un abrazo, o que a veces decidimos reservar si hay algo que no nos hace sentir cómodas. Regalarla o no depende de si tu pareja es experimentada o no, de si la conoces o no, pero sobre todo de lo que transcurre desde el momento en el que el cabeceo tiene lugar hasta que te ofrece el abrazo en la pista de baile. 

Esos primeros momentos son realmente importantes. No es lo mismo que un hombre te cabecee y espere a que te muevas de la silla para hacerlo él a que, sin dejar de mirarte, vaya decidido hacia ti y luego haga un segundo cabeceo cuando está a uno o dos metros de ti. Tampoco es lo mismo que tu pareja te arrastre a la pista y se meta en ella en cuanto ve un hueco, o que se tome su tiempo para esperar a que los demás pasen, siendo así considerado con el resto de los milongueros que ya están en la pista. Tampoco es lo mismo ponerse a bailar inmediatamente que tomarse su tiempo para abrazar, sentir y conectar, esperando a que el momento musical sea el adecuado.Y mucho menos es lo mismo abrazarte a alguien que descuida su higiene y su imagen, que abrazarte a alguien que se ha esmerado por gustar y hacer sentir cómodas a sus parejas de baile.

La confianza es sin embargo muy frágil. La intención del milonguero suele ser la de cuidar a su pareja de baile. Bien conscientes de ello, muchas milongueras se relajan y cierran los ojos, entregándose completamente al abrazo y a la música. Pero a veces, la intención del milonguero no es suficiente, y cuando ella recibe un golpe o dos, deja de relajarse, abre los ojos y su confianza en él se evapora. Ganarla de nuevo es todo un reto para el milonguero.

También estan los milongueros que bailan como locos y para sí mismos, provocan accidentes, y aunque se disculpan, vuelven a repetir, no cambian su actitud. No conozco milonguera alguna a la que le guste bailar con este tipo de chicos y sea capaz de confiar en ellos. Lo curioso es que el ego de estos milongueros, que llega más allá de las estrellas, les impide verse así mismos de esa manera. 

Luego están los principiantes, llenos de miedos, inseguros, pero con la mejor de las intenciones. Confiar en ellos es fácil tan solo por su intención, pero aunque no sea hasta el punto de relajarte completamente y cerrar los ojos, consiguen que disfrutes de su compañía. 

Y por último están los que se ganan la confianza eterna. Recuerdo un chico con el que bailé una vez y en algún momento durante la tanda, se quedó totalmente quieto. Parece ser que estaba rodeado de otras parejas, no podía moverse, y se acercaba peligrosamente un milonguero bien desbocado. El chico cerró totalmente su abrazo, rodeándome completamente con sus brazos, y esperó. Sentí el golpe, que parecía ir dirigido a mi, pero que mi pareja de baile recibió: lo sentí a través del abrazo. En ese punto no solo me enamoré por una milésima de segundo, sino que además se ganó mi confianza para siempre. ¡Yo quiero bailar con chicos como él!

viernes, 8 de mayo de 2015

Clases de tango en Europa

Según mi experiencia, la mayoría de las clases de tango en Europa no están basadas precisamente enseñar cultura del tango, aunque afortunadamente hay todo tipo de profesores. Tampoco en ellas se habla mucho de los códigos milongueros, ni se invierte mucho tiempo en enseñar a caminar y a abrazar, o a escuchar la música para que cada uno sea capaz de interpretarla como le dicta el corazón. Y es una pena.

El enfoque de las clases en algunos lugares de Europa -España incluida-, suele darse en el llamado "paso básico" y unas cuantas figuritas. Entre ellas, las más comunes son los ganchos imposibles pero vistosos, que casi nadie hace bien, pero que todo el mundo se empeña en ejecutar, suene lo que suene y esté la pista como esté. También están esos molestos "sandwichitos" con los que pueden llegar a torturarte durante una tanda entera aunque no vayan con la música y aunque ya hayan mostrado que saben hacerlos más de cinco veces en un mismo tango. Y cómo no, también están esos levantamientos de jamón ibérico y no ibérico hasta donde la anatomía de cada uno alcance.

No me gustan esas clases pero menos aún el efecto de las mismas en las milongas. Es común encontrarte con milongueros que se creen experimentados porque su repertorio de figuritas mal hechas es infinito. Y luego están los pobres principiantes que se creen que por solo saber dos figuritas, aburren a la chica. Es curioso como cada vez que bailo con uno de estos últimos y sienten que tengo más experiencia que ellos, se disculpan porque son principiantes y dicen que no saben hacer nada más. Entonces trato de tranquilizarles y les digo que lo que nos gusta a las milongueras es un buen abrazo y tan solo caminar, jugando con la música. Luego me miran, igualito que las vacas al tren y me inunda la pena al sentir que no me creen, por muy cierto que sea.

Pero todo en esta vida suele tener una razón de ser, así que os contaré un secreto: parece que la razón por las que estas clases abundan es porque son las que más venden. Sí, no me lo invento.

Tristemente, esta es literalmente la respuesta que esta milonguera que escribe recibió durante un tiempo muchas de las veces que se topaba con un profesor argentino y le hacía una pequeña observación sobre lo que se enseña en las clases y lo que a una le gustaría que le enseñasen. Todos contestaban algo así como "es que eso no es lo que se vende... si a la gente le enseñas a caminar o le hablas sobre tango, se aburre y deja de venir a las clases...".

Quizás su experiencia sea esa, pero creo que se equivocan en su enfoque al continuar en esa línea. Honestamente, creo que lo que hace que la gente vaya a clase es una mezcla de varias cosas a parte de su propia afición al tango: la pasión que los profesores muestran por lo que hacen y sienten; por lo que están dispuestos a regalar de su conocimiento, sin guardarse nada, corrigiendo, ayudando a los alumnos a evolucionar en el baile; por su afán por animar a sus alumnos a milonguear y asistir a otras clases de otros profesores de los que crean que pueden aprender más (para ello se necesita generosidad y humildad por parte de los profesores); y cómo no, por sus ganas de compartir su cultura del tango. Si a todo lo anteriormente mencionado le añades humor, honestidad y cercanía personal, dejando el miedo de que huyan de tus clases, un alumno lo será siempre, porque pasará de ser un cliente a ser un fan incondicional: ESO es marketing y ESO es lo que vende... ¡no los sandwichitos dichosos!

lunes, 4 de mayo de 2015

Europa no es Buenos Aires

En España y en buena parte de Europa el tango no solo es algo relativamente nuevo sino también una pasión adoptada, que no es parte de la cultura local. Por ello, a este lado del mundo generalmente no se entiende la cultura del tango como la entienden en tierras porteñas. Pensaba que era algo obvio, pero me he encontrado a más de uno (maestros de tango argentinos o milongueros argentinos que van a Europa, o milongueros experimentados europeos que han pasado temporadas en BA) molestándose por no encontrar aquí ni siquiera un reflejo de lo que ellos encuentran en BA. Hay que asumirlo, es lo que hay.

Para la mayoría de los milongueros europeos equilibrados el tango es una afición, una pasión, pero no por ello estará como número uno en su lista de prioridades. Además, aunque muchos de ellos desearían viajar a Argentina y vivir la experiencia y la cultura argentina, no todos pueden: cada uno hace lo que puede con los medios de los cual dispone.

Ahora bien, no ir a Argentina, no quiere decir que estos milongueros europeos pasen olímpicamente de la cultura argentina. Los aficionados por lo general, escuchan tango, ven películas y documentales de tango, leen y escuchan las hermosas letras de algunos tangos, se emocionan con la música en vivo, les gusta ir a bailar a la milonga y se sienten atraídos por el arte relacionado con el tango, en la modalidad que sea. Es por eso que los festivales de tango existen: para ofrecer algo de todo eso.

El problema de los festivales es que son los eventos de tango que más cuestan y aunque eso no implique que sean caros, no son aptos para todos los bolsillos, especialmente para los de la gente joven.