martes, 6 de octubre de 2015

Las siete maravillas del mundo

Me acuerdo que leí por Facebook una historia, real o no, en la cual preguntaban en la escuale cuales eran las siete maravillas del mundo. Algunos alumnos, obviamente pensando en el mundo antigüo, contestaron El Mausoleo de Halicarnaso, La Estatua de Zeus, El Coloso de Rodas, El faro de Alejandría, El Tempo de Artemisa, La Gran Pirámide de Guiza y Los Jardines colgantes de Babilonia. Otros, pensando en el mundo moderno, contestaron que Chichen Itzá, La Estatua del Cristo Redendor, El Coliseo de Roma, El Taj Mahal, La Ciudad de Petra, Machu Picchu, y La Gran Muralla China. Sin embargo, hubo una alumna a la que le hicieron esa misma pregunta y respondió: poder ver, poder oír, poder tocar, poder probar, poder sentir, poder reír y poder amar.

¡Qué gran razón! Nos centramos a veces tanto en las cosas materiales que nos olvidamos realmente de todo aquello que tenemos y que solo por ello, también a veces nos olvidamos de apreciar. En mi caso, sin embargo, hay algo que me lo recuerda constantemente: la milonga.

Porque en la milonga VES.
Ves la cara de felicidad de una milonguera cuando baila, el semblante relajado de un milonguero que disfruta de su tanda favorita, la tenue luz de algunas velas que rozan las sonrisas de quienes comparten un abrazo, los preosos trajes y vestidos al moverse al compás, la madera de un piso que luce desgastado, o un abanico susurrando mientras da vida.

Porque en la milonga OYES.
Oyes las notas que salen de un violin formando una frase, la respuesta de un bandoneón, el piano juguetón que quiere alegrar y entrometerse en esa conversación, o los suspiros de los milongueros.

Porque en la milonga TOCAS.
Tocas, rodeando con tus brazos el cuerpo de otra persona, fundiéndote con ella, mientras te reconforta y la reconfortas con tu calor humano, y haces más que tocar, porque a veces rozas el alma de la persona con la que compartes un abrazo.

Porque en la milonga PRUEBAS.
Pruebas los dulces que comparten los amigos para reponer fuerzas a mitad de la milonga, los vinos y sus aromas que llenan las copas de cristal repartidas sobre las mesas, o el perfume en la piel de distintos milongueros, cada cual aportando su toque especial.

Porque en la milonga SIENTES.
Sientes el calor de un abrazo, las miradas cómplices de otras milongueras, esa conexión que va más allá de las palabras, la felicidad que te invade cuando disfrutas una tanda, o el aliento que se va cuando te eriza la piel el sonido de un bandoneón.

Porque en la milonga RÍES.
Riés cuando la felicidad te invade, cuando te pones nerviosa y no te entiendes con la pareja, cuando ves una escena de complicidad, un juego entre dos o el ingenio al interpretar un tango, cuando abrazas a una amiga que no ves desde hace tiempo, o cuando observas la pista y simplemente ves a alguien disfrutando, con cara de felicidad.

Porque en la milonga AMAS.
Amas, cuando compartes esa música que te llega al alma con otras peronas que tienen la misma pasión por ella que tú, cuando abrazas a los amigos y les pasas tu energía positiva, cuando eres considerado con los demás en la pista, cuando regalas sonrisas, cuando cierras los ojos y sientes felicidad, cuando la das, y sobre todo, cuando das gracias a la vida por estar donde estás.

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