viernes, 30 de mayo de 2014

Proponiendo un juego: la cadena de abrazos

Todos sabemos lo bien que sientan los abrazos, y hasta de eso se aprovechan algunos. Oí que por la calle los regalaban, y algunos grupos de gente con pocos escrúpulos, metían mano en bolsillos ajenos mientras abrazaban, y junto a la sonrisa de la persona abrazada, también las manos llenas se llevaban.

Oí que la gente ya no se quería abrazar en la calle a desconocidos, a pesar de que había iniciativas totalmente altruistas, con la mejor de las intenciones, regalando abrazos por doquier por la calle. Nos hacen dudar de todo, es una pena. Pero yo hay algo de lo que no dudo: de los abrazos de los milongueros. En la milonga, donde pones el abrazo, pones el corazón.

Y ahí se me ocurrió una manera divertida, al estilo cadena de favores, pero con abrazos, para conocer a otros milongueros a los que por timidez no llegamos a conocer nunca: la cadena de abrazos. La sugiero, la dejo caer, y espero que algún día algún organizador la tome en consideración. Podría ser una bonita forma de hacer algo menos impersonales aquellas milongas que lo son.

La idea: que cada milonguero/a elija a tres personas, hombres o mujeres, con los que no haya bailado nunca, mejor aún si ni siquiera ha hablado con ellos, y se acerque para regalarles un abrazo, siempre haciéndoles saber que forma parte del juego de la cadena de abrazos. La persona que regala el abrazo se presenta, y le invita a la otra a hacer lo mismo. La persona a la que le han  abrazado debe "regalar" a la otra el nombre de un tango que le guste mucho o que le parezca interesante, incluyendo el nombre de la orquesta que lo interpreta. Una forma de romper el hielo, de iniciar conversaciones interesantes sobre música, de pasar un buen rato, y de seguir compartiendo abrazos.

lunes, 26 de mayo de 2014

Qué molestas son las manías...!

Domingo. Milonga de tarde. Milongueros locales y de las proximidades. Un sótano precioso ambientado para celebrar una milonga. Ambiente familiar. Una barra, pista con dos columnas, mesitas y un jardín. Un apasionado del tango que organiza una milonguita en ese lugar. Son diez euros la entrada, con una consumición, por cuatro horas de buena música.

La gente va llegando, saludan, se besuquean, como hacemos todos cuando llegamos a una milonga. Bien es sabido que el tango nos vuelve besucones a todos, hasta a los más ariscos. Algunos se acercan a la barra y pagan sus diez euros a cambio de un papelito canjeable por una bebida. Otros se olvidan, o acordándose, prefieren no acercarse a la barra. A veces, son los mismos a los que les falla la memoria o las ganas de ser honestos y pagar lo que deben.

Ante una situación así, ¿qué puede hacer el anfitrión? Se me ocurren varias soluciones, en este orden:

* Recordar en las invitaciones a la milonga, que hay un precio de entrada: si es en letras negritas, mejor.

* Recordar a los asistentes en el momento de los anuncios, que alguna persona se ha olvidado de pagar la entrada, sin dar nombres. 

* Apuntar los nombres de los olvidadizos, y cobrarles cuando sea posible, bien cuando pidan una bebida o la próxima vez que vengan, pagando doble.

* Poner una mesa en la entrada como taquilla. Esto me parece excesivo, pero si no funcionan el resto de las soluciones, quizás sea lo más acertado.

* Usar un "quita-manías". De hecho tengo yo en casa uno que no uso: igual hasta se lo regalo la próxima vez que le vea. Me explico, para los que no sepan lo que es: un "quita-manías" es tan solo un inofensivo bate de béisbol con la palabra "quita-manías" escrita... normalmente la sugerencia hace que no sea necesario usarlo. Y por cierto, creo que la última solución es la más efectiva.

jueves, 22 de mayo de 2014

¿Se aprende todo?

A estas alturas, tengo mis dudas. Me enseñaron que todo se aprende, pero creo que se equivocaban: no se aprende cuando no se quiere aprender. Me enseñaron que aprendes cuando te enseñan, pero creo que también se equivocaban: se aprende cuando estás preparado para aprender, no cuando te enseñan.

Me enseñaron que con trabajo y esfuerzo se puede conseguir todo. De nuevo, creo que también se equivocaban: casi todo, sí; todo, no. Un ejemplo es que uno no se hace rico solo con trabajo y esfuerzo. Se olvidaron de mencionar las limitaciones que existen, que en el caso de las artes y concretamente del baile, son las capacidades o dones con los que se nace, por mucho que se puedan adquiririr con trabajo y esfuerzo, esto solo sucede hasta cierto punto. Yo he llegado a la conclusión de que jamás cantaré bien por mucho que lo intente y que me guste, ya que la naturaleza me privó de oído y de voz. Y por supuesto, también están las limitaciones que nosotros mismos nos ponemos, pero eso es otra cosa. 

Dentro de estos dones de la naturaleza y dentro de los que sí se pueden aprender, hay uno que no se ve mucho entre milongas: la musicalidad. Es fácil ver a milongueros intentando ir a ritmo: algunos lo consiguen, muchos son los que no, por mucho empeño que pongan. Es como cuando yo intento cantar como Celine Dion: lo intento, y a veces incluso me creo que canto bien, pero lo cierto es que no. Soy feliz con eso, me basta... aunque supongo que a alguien con oído musical no le hará mucha gracia hacer un dúo conmigo. En la milonga es igual: hay milongueros que intentan ir a ritmo y con eso les vale. Dentro de los que van a ritmo, pocos son los que juegan con la música, los que te hacen descubrir mil maneras de escuchar con tus sentidos una misma pieza musical. Suelen ser aquellos que emocionan y transmiten no solo a sus parejas de baile, sino a quienes los ven, cuando convierten el movimiento de su cuerpo en un instrumento musical.

Aún así me siento positiva y creo que la musicalidad se puede aprender escuchando, bailando. Si no se tiene de forma natural, surge con el tiempo, del mejor entendimiento de la música y la adaptación de tu cuerpo al baile, una vez que ya el movimiento sale solo, cuando ya no hay que pensar, sino solo sentir. Y se necesita mucha paciencia, empeño y entrega. No surge solo cuando se sigue el ritmo de un tema, sino cuando se escucha e interpreta la música. Supongo que es lo que yo entiendo como la parte emocional de la interpretación de la música, esa sensibilidad que también forma parte de la comunicación con la pareja. Y es la comunicación la parte difícil, lo que como en la vida misma, no siempre fluye.

Y luego está ese toque mágico que va más allá de la musicalidad. Ahí solo hablo de privilegiados: se tiene o no, como la voz. Una forma de interpretar las pausas o la respiración musical, de acentuar las frases musicales con su empiece y su final, de darles un sentido, de arrastrar las notas musicales con el cuerpo, de bailar los silencios. Es también un sello personal en la forma de interpretar la música.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Oso polar

Frío es poco. Lo que allí hacía era un aire helado que llegaba directamente del mar y te entumecía hasta los huesos. La milonga al aire libre estaba concurrida a pesar de todo: a los milongueros, hay pocas cosas nos quitan las ganas de bailar. Parecíamos cebollas a punto de ser cocinadas: primero con un montón de capas, al minuto siguiente, casi sin ninguna, olvídandonos por completo de todo salvo de la música y los brazos que nos envolvían.

Tiesa, con chaqueta de invierno, cabeza tapada con capucha, y una bufanda, allí estaba yo, como una más, comtemplando como al Dj se le congelaban los dedos sobre el ordenador, y se le caía el moquillo y las ganas de estar ahí sentado. ¡Póbrecito! De repente una invitación de uno de mis milongueros favoritos. Así que empecé a quitarme capas.... una, dos, tres prendas, todas fuera. Me quedé con tan solo un top y una chaquetita de verano. 

Llegué a la pista y mientras esperaba a que me ofreciera la mano para cerrar el abrazo, me quedé sorprendida viendo cómo él se desabrollaba una chaqueta polar que llevaba puesta. Me sonrió. Yo me derretí ahí mismo y lo abracé, no por fuera, sino por dentro, colocando mi mano entre du chaqueta y su cuerpo. Se estaba calentita, se estaba en la gloria. Él emanaba calor, era como un osito polar. Me hubiera quedado así eternamente.

La música sonó y acompañó al abrazo que habíamos cerrado, con una tanda melódica, tranquila. Bailé totalmente pegadita, calentita, en otro mundo. Disfruté muchísimo la tanda y odié con ganas el momento en el que acabó. Con pesar me despegue mientras él me daba otro abrazo y se despedía. Luego volví a por mi abrigo, pero ya no tenía frío... éste tardó lo suyo en volver a sentirse. 

domingo, 18 de mayo de 2014

En el metro de París

Nunca había estado en París por lo que aquel viaje me tuvo ansiosa semanas enteras. Tenía doble ilusión por ir ya que por un lado me moría de ganas de visitar la ciudad y por otro de milonguear por allí. Y sucedieron dos cosas: ni conocí París porque llovió a cántaros durante los días que allí estuve, ni baile mucho porque en las milongas a las que fui me volví algo así como transparente.

Pero me fui de esa ciudad muy contenta gracias a la gente estupenda que conocí, a los maravillosos momentos con amigos y sobre todo, porque había estado por fin en París, una ciudad que se me había resistido hasta en siete ocasiones y que estaba en mi lista de las capitales europeas que aún no conocía. Al regresar a casa, cada uno de mis amigos lo hacía desde un aeropuerto diferente de París, con lo cual, nuestro trayecto juntos acabó en el metro.

Justo cuando iba a subir al vagón de la que era mi última conexión antes de llegar al aeropuerto, oí detrás mio cómo un chico indicaba a una chica en qué parada del metro debía de bajarse para llegar a la terminal del aeropuerto en que que debía bajar. Era justo la misma terminal a la que yo iba. Como era un castellano perfecto con acento argentino, sin pensármelo me di la vuelta y le dije a la chica rubia que yo iba a la misma terminal. Nos pusimos a hablar durante el trayecto y como en toda conversación con gente que no conoces de nada, me preguntó qué hacía en París. Me resultó paradójico informarle a una argentina que yo había ido a París a bailar tango. Esperaba su cara de sorpresa, pero la sorprendida fui yo cuando se presentó y me dijo que ella también había ido a París, pero no a bailar, sino a musicalizar un evento de tango, aunque eso sí, otro evento diferente al que yo fui.

La conversación no faltó y estuvimos a gusto, tanto que en el aeropuerto tomamos café y comimos juntas, y la charla siguió hasta el punto en el que descubrimos que teníamos amigos en común, a los que enviamos una foto que nos hicimos juntas. Bonitos momentos que el tango te da fuera de milongas. Pero como los aviones no esperan, nos despedimos con la certeza de que volveríamos a encontrarnos, y mientras yo miraba una pantalla para informarme sobre la salida de mi vuelo, Analía La Rubia desaparecía tras su puerta de embarque.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Déjate cabecear

Hay unos consejos que siempre te dan para bailar en aquellas milongas en las que se siguen los códigos milongueros y en las que el cabeceo es la forma más habitual de invitar. Lo que yo he aprendido, aunque eso no quiere decir que lo ponga en práctica siempre, es todo esto:

* No hay que cruzar las piernas y brazos. Lenguaje corporal de libro: indican actitud defensiva o negativa. Es difícil que alguien se sienta cómodo y tentado a invitar a una persona que esté en esa actitud. Pero tampoco soy partidaria de poner las piernas en paralelo y las palmas de la mano encima, como una niña buena atendiendo en clase, ya que el mensaje que envía es más bien de ansiedad por bailar y de bancarse cualquier cosa. Digo esto porque me dieron este consejo una vez.

* Hay que sonreír de vez en cuando ya que si tienes "cara de pocos amigos", ellos se sentirán cohibidos y no te invitarán, o pensarán simplemente que tienen más posibilidades de ser rechazados y no se arriesgarán a mirarte más de dos segundos. Con lo propensa que yo soy a estar en medio de todos los accidentes en los que el daño colateral es mi propia persona, esta cara suele ser mi cara en muchas ocasiones, durante al menos el primer tango, después de sentarme con el cuerpo dolorido.  Aunque aclaro que la "cara de pocos amigos" suele ser más bien para mí misma, por volver a hacer la estupidez de aceptar una invitación cuando tu sentido común te grita que no lo hagas.

* Hay que tomar la iniciativa y mirar activamente a aquellos hombres con los que te apetece bailar para que ellos te miren y te cabeceen, sobre todo al inicio de una tanda. Incluso, puedes cabecear tú. Si miras para otros lados o a la pista, entenderán que no estás muy interesada en bailar. Aquí os diré también que yo tengo mi propia forma de cabecear: le miro, le sonrío y le sigo mirando, y al final, el pececillo suele picar.

* Elegir el momento en el empieza una tanda justo para colocarte el pelo, cambiarte a otros zapatos más cómodos o bien buscar algo en el bolso, hace bastante complicado, o más bien imposible el cabeceo: se necesita un cruce de miradas para ello. Aunque mirado desde otro punto de vista, es la forma ideal para darle entender a alguien que te mira que no tienes intención de mirarle porque no quieres bailar con él. Otra cosa bien distinta es que el tipo se dé por aludido. A veces, simplemente se acerca y te dice: "te estoy cabeceando, ¡pero no miras!". Sin comentarios.

* Hablar y hablar y seguir hablando, tampoco es la mejor idea. El milonguero pensará que prefieres charlar a bailar. Esto lo hago siempre que no me gusta una tanda, y funciona de maravilla. Ahora bien, seré más sincera aún: lo hago casi siempre. Estoy en el "proceso de" dejar de hacerlo, pero todavía no he conseguido callarme más de cinco minutos seguidos a no ser que sea mientras como, mientras duermo... y bajo el agua.

* Sobra mencionar que ir al baño o a la barra justo cuando acaba una tanda y va a empezar la otra, o justo cuando ha empezado una, no es la idea más inteligente, ya que al regresar puede que el pescado ya esté vendido, y solo queden sentados aquellos con los que no te apetece bailar. El problema en realidad suele ser cuando la música es muy buena y no quieres perderte un tema, sino escucharlos todos, y luego ir corriendo al baño en la cortina.

* Es importante elegir un buen sitio donde sentarse o donde quedarse de pie. Las esquinas, donde nadie te ve, no son muy adecuadas, a no ser que sean al lado de una zona de paso. Suelen recomendar ir pronto para optar por una buena mesa, pero también se puede ir tarde -como a veces hago yo, dejar tus cosas en cualquier lugar discreto y quedarte de pie en un lugar estratégico. Una vez lo que hice fue fichar la silla de un chico con el que quería bailar, y como yo no tenía silla, me senté en la suya. Cuando regresó, me disculpé, charlamos... y al final me invitó a bailar. Fui un bicho, lo reconozco.

* Para aceptar una invitación solo tienes que sonreír, hacer un gesto de asentimiento con la cabeza, pero NUNCA moverte de tu sitio: puede que hayan cabeceado justo a la que tienes al lado o detrás y metas la pata pensando que te han invitado a ti. Cuando él esté cerca, te hará un segundo cabeceo con el que no tendrás duda alguna de su intención. Obviamente, lo se porque una vez salí a la pista junto a otra mujer... ¡y el cabeceo no era para mi! ¡horror de los horrores!

* Cuando aceptes una invitación, no lo hagas demasiado ansiosa, porque pensará que eres una novata de libro y que estás así de contenta porque nunca bailas. Aún así, tengo un amigo al que le gustan las mujeres efusivas al aceptar la invitación, porque dice que para él eso significa que la chica está deseando bailar con él. Y tiene razón, lo mires por donde lo mires. Yo lo hago a veces, cuando escucho una tanda que me vuelve loca y aparece uno de tus milongueros favoritos sonriendo, invitándote a bailar: ahí no me puedo controlar, ¡me comporto de forma casi indecente!

sábado, 10 de mayo de 2014

Cuando el tango me enamoró

A cada milonguero le enamoró el tango de una manera diferente. A mi me suele gustar preguntar por ese cupido que lanzó la flecha y he hizo que tomaran una clase por primera vez o que fueran a una milonga, porque detrás de muchos milongueros hay historias que emocionan. Pero antes de empezar a contaros en otras entradas del blog todas esas historias, os contaré la mía.

Hace unos años yo vivía lejos de mi familia, cuando una buena amiga argentina me invitó a pasar la Nochebuena con ella y su familia. Tras la cena, estábamos todos en el salón, quizás con algún extraño estado de alegría provocado por brindar por tantas cosas buenas que la vida nos había dado. No me acuerdo muy bien puesto que así como recuerdo mejor los abrazos que las caras, también recuerdo mejor las emociones que los detalles. En algún momento sus padres cambiaron villancicos por tangos y nos deleitaron a mi amiga, sus hermanos y a mí con un tango. Al verles bailar me emocioné, cuando por aquel entonces yo apenas sabía canalizar mis emociones y pocas cosas me hacían perder el control, así que sentir aquello me sorprendió, mientras se esfumaba el estereotipo que yo había creado en mi mente del tango: esa imagen de una raja hasta la cintura, una rosa en la boca, una caminada de lado a lado con las caras de lado, tocándose, levantando las piernas para todos los lados y enroscándolas en las piernas en el hombre... algo sexual, exagerado y vulgar. ¡Qué daño me había hecho el cine y la televisión!

Lo que en ese salón había era entendimiento en una comunicación sin palabras, un toque de elegancia mezclado con sensualidad, y un amor compartido que tenía la palabra felicidad y disfrute escrita en sus caras, todo ello envuelto en un abrazo. Ahí sentí una flecha clavada en mí... ¡diana total! Tan pronto lo vi, lo tuve claro, lo quise para mi: me prometí a mi misma que algún día compartiría algo así con alguien de quien estuviera enamorada. Así es como el tango me llenó el corazón y lleno como está, ahora solo me falta encontrar a alguien con quien compartirlo.

martes, 6 de mayo de 2014

Efecto zaragozano

Efecto zaragozano [ eˈfek.to ][ sa.ɾa.ɣo'sa.no ] s. m. El cabreo que le entra a toda milonguera local que es ignorada casi completamente por los milongueros locales en cuanto una o varias milongueras giris, es decir, extranjeras o de otras ciudades, aparecen por una milonga local.

Posibles causas: los anfitriones quieren hacer gala de sus buenos modales y que las giris se sientan bien recibidas; los locales están cansados de bailar siempre con las mismas y quieren probar nuevos abrazos; algunos simplemente no quieren bailar con las de casa porque no les gusta bailar con ellas pero eso de admitirlo no va con ellos. Muchas veces, la verdadera causa en una mezcla de todas ellas o alguna no mencionada.


Cómo evitarlo: metiendo a las giris en una lavadora para que den unas cuantas vueltas y luego tengan problemas con el eje; cortándoles las piernas; o mejor aún, dándoles un capón bien enérgico en el cogote a los milongueros locales cuando van a invitarlas por segunda o tercera vez y sus milonguera locales (y amigas) están sentadas viendo cómo las patas de las sillas bailan más que ellas.

Posibles curas: rechanzando las invitaciones de los milongueros locales cuando las giris se han vuelto a su casita (aunque me da que muchos de ellos necesitan oír eso de "estoy cabreada" para entenderlo, ya que demostrarlo con el comportamiento no suele ser suficiente...); dándoles un buen sermón sobre lo importante que es cuidar "a las de casa", como se cuida a los amigos o a la familia (claro que esto  dura hasta el "efecto Dori" tiene lugar, es decir, se olvidan del sermón a los cinco minutos...). Dicen que lo último es lo más diplomático, aunque no me cabe duda de que lo primero es lo más efectivo.

Diccionario Enciclopédico de una Milonguera © 2013 Editorial Tanguera, S.L. 

viernes, 2 de mayo de 2014

El peligro de las espectativas

En eventos especiales de tango, en los cuales hay bailarines profesionales que imparten clases, suele haber exhibiciones de los maestros en las milongas de la noche. La gente deja la pisa libre y ellos se ponen en el centro esperando los primeros compases. El resto, nos sentamos en las sillas de alrededor y a veces, incluso en el suelo, con lo cual es normal que termines con un pie dormido o con el trasero congelado cuando el suelo no es de madera.

Normalmente bailan dos o tres tangos (vals, tango o milonga) y en pocas ocasiones he visto cómo la pareja es aplaudida tanto que termina regalando uno o dos más. Pero he visto de todo: a milongueros emocionarse al ver una actuación, a milongueros mirando para otro sitio pasando casi vergüenza ajena por lo que estaban contemplando, pero lo más común es gente totalmente entregada y disfrutando del espectáculo.

A veces es solo eso: un espectáculo formado por una coreografía con boleos por doquier y toda clase de figuras, eso sí, cuanto más originales mejor. Supongo que es lo que la mayoría de los milongueros espera y lo que en realidad lo que les gusta a muchos: algo diferente, novedoso quizás. Cuando se ve un espectáculo de tango en la televisión y el cine, es aún más exagerado.

Quizás soy bicho raro hasta para eso, ya que para ver un alarde de flexibilidad y acrobacias prefiero ir al circo. Para mi un espectáculo de baile tiene que transmitir más allá, especialmente si se trata de tango, que al fin y al cabo, en esencia, es un abrazo. Por eso, lo que espero de una exhibición en una milonga es que la pareja de bailarines transmita sentimientos, complicidad de pareja, y una maestría especial y única en la interpretación musical. Por eso me resulta extraño, frío, ver coreografías en abrazo abierto: es algo agradable de ver y entretenido, pero la mayoría de las veces, sólo eso.

Cuando voy al cine o al teatro, no espero que un actor cite unas frases sin confundirse, técnicamente perfectas en cuanto a su pronunciación y dichas en el momento adecuado, sino que espero bastante más. Y creo que los espectadores también. Cuando veo una exhibición de tango, también espero más y quiero ver una interpretación, emociones a través de sus ojos. Hay parejas que lo muestran, pero lo exageran de forma que no parece natural. Me imagino que después de todo es la dificultad que tiene la interpretación: conseguir ese punto medio. Por eso suelo aplaudir igualmente los esfuerzos de los bailarines a pesar de todo. Pero es como cuando yo hago una paella que no está en su punto y mis invitados sonríen y dicen "¡qué rica!", por ser amables y compensar así mi esfuerzo.