martes, 25 de agosto de 2015

Los abanicos, objetos mágicos que desaparecen

Una vez escribí sobre el abanico, con introducción incluida, explicando su origen. Como bien sabeis, en las milongas es común el uso del abanico por ambos sexos para refrescarse cuando hace calor, sobre todo después de una tanda. Obviamente lo que te refrescas es directamente proporcional a las agujetas que tienes en el brazo derecho al día siguiente, con lo cual a veces lo usamos también para combatir el aburrimiento intentando cerrarlo con elegancia de un golpe seco, claro que el desenlace final suele ser una nariz de un tono rojo escarlata de lo más poco favorecedor.

Aunque refrescarse es el único uso que yo conocía hasta hace poco del abanico, he de confesar que quizás pueda usarse también para hacer magia. Sí, he descubierto que los abanicos parecen poseer alguna extraña cualidad que les permite aparecer y desaparecer en cualquier momento.

Ojalá me sirviera para desaparecer yo misma tras el abanico a veces, es decir, ponerlo delante de mis ojos y desaparecer, como imaginaba de niña cuando no era un abanico sino mi mano la que ponía delante de mis ojos y creía que por el hecho de no ver a los demás, ellos tampoco me veían a mí. A veces incluso separaba uno o dos dedos para dejar un hueco y poder curiosear y constatar que seguían sin verme. Es una pena que ya no sea esa pendejita inocente por mucho que a veces me comporte como tal y haga algún intento por esconderme detrás del abanico, eso sí, sin éxito alguno. 

En la milonga el qué hacer con el abanico cuando sales a bailar es todo un dilema. Algunos hombres lo llevan en el bolsillo trasero del pantalón cuando bailan para así poder usarlo entre tango y tango, cosa que me parece perfecta, sobre todo cuando una se sofoca un poco, recoje su pelo, se da la vuelta y le airean un poco la nuca. Otros, lo dejan sobre su mesa o cualquier lugar, para poder usarlo en cuanto regresan de una tanda. Las mujeres también: algunas lo dejamos sobre la mesa, otras los guardamos en nuestros bolsos, sobre todo si son bonitos y buenos porque, por alguna extraña razón, estos últimos son los que más poderes mágicos tienen y desaparecen con más frecuencia que los demás. A veces no vuelven a aparecer, pero otras se da el milagro y la magia se vuelve reversible: vuelven a materializarse en el sitio donde estaban, o a unos cuantos metros, cuando la persona que lo había visto abandonado, queriendo aprovechar ese momento para darle uso, lo devuelve a su sitio antes de que el dueño/a lo reclame o simplemente cuando ya ve a alguna milonguera con cara de disgusto buscando su abanico.

Lo curioso en mi caso es que  parece que tengo ojo para los abanicos mágicos: y los que me regalan y tengo especial cariño, tienen más poderes mágicos aún, pero no por quien me los regala, sino porque son los que menos tiempo me dan para memorizar su color y su tacto. Ya son cuatro los preciosos abanicos de colores que me han desaparecido a lo largo de mi vida de milonguera, así que he decidido que si algún día descubro a algún estudiante del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería por la milonga y resulta ser responsable de la desaparición de alguno de mis abanicos, la que va a hacer magia soy yo haciendo desaparecer alguno de mis abanicos por algún rinconcito mágico de su cuerpo.

martes, 18 de agosto de 2015

El orgasmo de piel

Supongo que todos habéis oído a alguien cercano a vosotros hablar sobre la música y lo que le hace sentir, y supongo también que habréis escuchado algo así como "sentí un escalofrío por todo el cuerpo cuando escuché ese tema". Si leéis en Internet y estáis en Facebook, es probable también que hayáis leído por ahí que ese "escalofrío" al que se refiere tanta gente ya tiene nombre: el orgasmo de piel.

Supongo que se llamará de piel porque se siente por toda la piel del cuerpo, especialmente en los brazos, nuca y cabeza, te deja sin respiración, te altera el corazón, hace que tus lágrimas se formen sin llegar a derramarse, tu boca se entreabre, y finalmente consigue que te relajes como pocas cosas lo hacen en esta vida. Y sí, yo también lo he sentido y es maravilloso: a veces incluso lo he sentido junto a otra persona que también lo estaba sintiendo, y otras veces además, no solo mientras la otra persona lo estaba sintiendo, sino también mientras estaba bailando y abrazada a ella. Esto ultimo me lo ha regalado el tango.

Conocer que existe un nombre para esa sensación hará más fácil explicar a partir de ahora lo que se puede sentir al bailar tango a gente que no lo baile y que quiera saber. Al fin y al cabo, ¿quien no ha sentido algo similar al escuchar su tema favorito de música, sea del género que sea? ¿acaso es casualidad que la gente vaya a conciertos a sentirlso en lugar de sentirlos en soledad en su casa?¿no sera quizás porque en un concierto es compartido con otras personas que lo están sintiendo al mismo tiempo que tú y por ello la sensación es exponencialmente más intensa?

Creo que en el tango ocurre igual: no hay nada comparable a sentirlo mientras abrazas y te abrazan, mientras interpretas lo que escuchas de forma simultánea y con un mismo sentir, mientras sincronizas con tu pareja respiraciones y energías, y mientras se crea tal conexión que a veces partir un diamante en dos parezca más fácil que separar un abrazo.

martes, 11 de agosto de 2015

Ella baila sola

Ella Baila Sola es un grupo que me encanta. Quizás por ellas, Marilia y Marta, por su buena energía, sus letras, su fuerza. Hicieron populares temas como Lo echamos a suertes y Amores de barra tan conocidos. Además, me encanta el nombre del grupo. Trasmite esa idea con la que tanto me identifico: el de una mujer independiente, que baila sola en su vida pero también abrazada cuando quiere, y así es feliz.

En las milongas, algunas veces los Djs ponen temas enteros como cortinas, bailables y que la gente aprovecha para lanzarse a la pista. Es común la salsa, bachata, chacarera, rock, cumbia, pero de otros géneros ni se acuerdan o tan solo te regalan unos míseros segundos. ¡Qué injusto! Pero no seguiré quejándome porque podría ser peor y poner la misma cortina durante toda la noche: eso sí que es insoportable.

Pues bien, una de esas noches veraniegas, en una milonga, empecé a escuchar los primeros compases de la cortina, y salté como una loca de mi asiento al darme cuenta de que eran ellas: Ella Baila Sola. Mi alegría duró apenas unos segundos pero tras haber estado planchando varias tandas seguidas y con mi trasero más cuadrado que el cubo de rubik, fue como volver a despertar.

La música de las cortinas es importante, tanto, que más allá de la música escogida para las tandas, es lo que precalienta la milonga y pone el tono adecuado de energía para bailar. No es lo mismo por ejemplo un vals romanticón después del tema We will rock you de Queen que hacerlo tras el tema Se fue de Laura Pausini; ni bailar una tandita de milongas rápidas después del tema Everything I do de Bryan Adams que hacerlo después del tema Mamma Mia de Abba. A cada cual le dejará de una manera un tema u otro, pero desde luego las energías y los ritmos nada tienen que ver.

Tan importante es para mi esto de las cortinas, que en la lista de DJs que tengo, la columna A me dice si su estilo es tradicional o no; la B, si me gusta más o menos su música; la C, si se decanta por una o varias orquestas; la D, si es juguetón y le gusta sorprender en una tanda o un tema; la E, si pone buenas cortinas; y la F, que marca en verde si las cortinas son cortas, en naranja si pone cortinas enteras, y en rojo y me aburre con más de una cortina seguida, todas y cada una de ellas enteras.

Así que os he revelado un secreto: esta milonguera que escribe tiene una lista en la que el día que vuelva a oír a un Dj poner a Ella Baila Sola de cortina, subirá unos cuantos puestos, y más aún, si deja sonar un tema más de cinco segundos: posiblemente baje también unos cuantos puntos en la lista de otros milongueros... ¡es lo que tiene la milonga!

martes, 4 de agosto de 2015

La última tanda

No se cómo definirla. Normalmente ni suele ser realmente la última tanda, ni suele ser una tanda más, sino más bien una tanda especial, bailada en un abrazo que, o bien te enamora, o lo ha hecho en algún momento pasado. Sin embargo, a veces es ese abrazo desesperado que regalas a cualquiera cuando no quieres asumir que una noche maravillosa llega a su fin, pero a veces también es ese abrazo deseado y por fin alcanzado. Sea lo que sea, la última tanda, es la que te regala el abrazo que recordarás, el perfume que te acompañará a casa, la huella que quedará de una cálida mano, el sabor que te dejará esa milonga.

Era jueves, verano, y yo estaba de vacaciones. Como milonguera sin remedio, no tenía muy claro mi ruta turística, pero sí la localización, horario y precios de todas las milongas de la zona y el tiempo que necesitaba para prepararme y desplazarme hasta ellas, teniendo en cuenta de que soy rápida para ducharme y vestirme, me pierdo hasta con GPS, y atraigo como un imán a los contratiempos. Aquel día no fue menos: me quedé sin agua caliente, me perdí, y me olvidé la documentación en el hotel, así que llegué a la milonga más tarde que pronto, cuando apenas quedaban unas tandas para acabar la milonga.

Al ser nueva, no fue llegar y besar el santo, sino más bien llegar y planchar. Pero no fue tiempo perdido, sino que fue tiempo en el que observé y capté al único milonguero con el que realmente me dieron ganas de bailar. Le miré, esperé que él me mirara, pero el cabeceo no llegaba. Así, tanda tras tanda. Entre una y otra, acepté invitaciones, pero no me enamoró ningún abrazo, ninguno de aquellos quedaría en el recuerdo.

Entonces anunciaron la última tanda. Allí estaba él, y yo mirándole, como si no existiera nadie más para mi en la milonga. Fui testigo de una curiosa y frecuente escena: cómo él buscaba a una mujer (su abrazo deseado, sin duda) y cómo ella deseaba aún más otro abrazo (que no era el que él estaba dispuesto a brindarle). Seguí mirando a mi triste y deseado milonguero con su cara de pocos amigos y entonces me dije "ahora o nunca". Así que fui testigo también de cómo mis pies se levantaban, se acercaban y se quedaban plantados a unos dos metros de él, mientras yo seguía sonriendo. Fue entonces cuando se dio el milagro: me vio, me miró, me mantuvo la mirada, se lo pensó, y finalmente recibí ese cabeceo tan deseado.

Con el calor de su mano en la mía como recuerdo tras acabar la tanda, me disponía a buscar mi bolsa de los zapatos para cambiarme, cuando comenzó otra tanda (ya dije que la última tanda casi nunca es realmente la última). Levanté la mirada, justo para ver otra escena: en esta ella le buscaba a él, cruzaron miradas, pero él no se detuvo en ella, sino que buscó mi mirada y me cabeceó de nuevo. Ahora la que tenía cara de pocos amigos era ella. Me quedé confusa por un momento, sin saber qué hacer, pero por solo apenas un segundo porque bien se que las oportunidades no son muy dadas a esperar. Le sonreí y fui hacia él.

Fue una tanga agridulce porque por un lado la disfruté, pero por otro, tal y como dice mi experiencia como mujer y milonguera, parecía más bien que la invitación era consecuencia de un ego herido y el hombre vio en mi su perfecta "venganza", servida en bandeja de plata... mejor dicho, en tacones color plata.