sábado, 30 de noviembre de 2013

La primera milonga en la que invité yo a bailar

Milongueando un fin de semana en una ciudad extranjera, el viernes fui a una milonga en el que las tandas que me habían ofrecido habían brillado por su escasez y por su calidad; el sábado, en otra milonga de la misma ciudad, pasé unas cinco horas en las que no bailé ni una sola tanda porque no me llegó invitación alguna, a pesar de desplegar todas las artimañas que se para que ellos se fijaran en mi; pero el domingo decidí que yo no había recorrido tantas millas en vano y que haría eso que no había hecho nunca antes: ser yo la que invitara a bailar.

Me sentía exactamente como había imaginado, como a punto de hacer algo prohibido: nerviosa, quizás incluso ansiosa. Pero me armé de valor y me acerqué a la barra del bar a invitar a un chico argentino, encargado de la comida, con el que había estado charlando previamente. Él me confesó que estaba agobiado y sin ganas de bailar pero que aún así intentaría buscarme más tarde para bailar. Charlamos un buen rato y me contó que tenía problemas con la organización de la milonga. Poco después le vi salir de la milonga con cara seria, supongo que sin ganas de bailar.

Fui a por otra víctima: una mujer. Sabía que ella bailaba de chico y como ya la conocía y era muy simpática, ni me lo pensé. He de confesar que me encanta bailar con mujeres: es como si realmente habláramos el mismo idioma en todos los sentidos. Pero... ella tenía tacones y con ese calzado no consideró adecuado bailar. Además, no salía apenas de la pista, todos los chicos la conocían y querían bailar con ella. 

Mi tercer intento fue cinco minutos después, cuando abordé a un chico que hacía tiempo que estaba en la barra, mirando, sin que le hicieran mucho caso a pesar de que miraba a todas. Ingenua de mi que creía que sería algo más principiante que el resto y que por eso quizás no rechazaría mi invitación. Así que me acerqué, entablé conversación y le pregunté si le apetecía bailar la tanda que acababa de comenzar. Su repuesta fue un rechazo directo acompañado de un "gracias" de lo más tímido. Le vi bailar después, y qué suerte la mía que me dijo que no: ¡era terrible! Aquí sin duda, ¡la víctima hubiera sido yo!

En mi cuarto y último intento invité a un chico al que ya había visto bailar aunque no le conocía. Me armé de valor una vez más, me acerqué y le invité directamente, sin entablar conversación alguna. Me miró a los ojos y me dijo que estaba descansando. ¡Olé! ¡qué capacidad tienes algunos seres humanos de mirar directamente a los ojos y mentir abiertamente! Su "descanso" duró medio minuto o quizás medio segundo, porque casi inmediatamente después le vi cabecear a una rubia y desaparecer en la pista. Entiendo que no quisiera bailar conmigo pero no su falta de tacto al invitar inmediatamente después a otra. Ahora entiendo a algunos amigos cuando se quejan de esto mismo. Yo particularmente intento no aceptar invitaciones de otros chicos si previamente he rechazado a alguien... ¡al menos no durante la misma tanda!

He de reconocer que ese último rechazo me afectó emocionalmente y decidí que cuatro rechazos eran más que suficientes. Me resigné a ser ignorada el resto de la noche, pero afortunadamente pude centrarme en ver bailar a otras parejas, tomar algún combinado que otro, y en escuchar la maravillosa música con la que el DJ nos regalaba.

jueves, 28 de noviembre de 2013

No estás cómoda con el abrazo, ¿verdad?

Es lo que preguntó un hombre con el que bailaba una tarde de domingo en la última milonga de un festival. Era el segundo tango de la tanda, y aunque no me acuerdo de la música que sonaba, sí de que durante todo el primer tango me había estado moviendo en su abrazo mucho más de lo que lo hubiera hecho en una cama llenita de pulgas. La razón: no estaba cómoda.

Lo que me sorprendió fue escuchar ese "no estás cómoda con el abrazo, ¿verdad? si es así dime y dejamos de bailar porque se supone que el baile es para disfrutar... no pasa nada". Me sorprendió tanta sinceridad y además me encantó que me lo dijera, aunque he de reconocer que me sentí un poco mal por ello, ya que reconozco que empleé más energía al principio en intentar forzar de alguna manera un cambio en su abrazo y sin embargo dejé de un lado mis esfuerzos por intentar adaptarme a él.

Al oír tal pregunta, y con el sentimiento de culpa bien arraigado, le miré sinceramente a los ojos y le dije que no quería que termináramos la tanda y seguido le comenté las razones por las que no estaba cómoda. Si él estaba dispuesto a amoldarse y cambiar un poco su abrazo, yo también a relajarme un poco más... un poco de trabajo en equipo. Y la colaboración dio sus frutos. El tercer tango fue mejor que el primero y el segundo, y mientras esperábamos a que sonara el cuarto, le dije "mejor así"; él me miró y me respondió "tú también". Casi me entra la risa ahí mismo porque tenía toda la razón del mundo: mejor los dos. La última tanda puedo decir que realmente la disfruté porque se me hizo muy corta, y de pronto me vi sonriéndole y despidiéndome de él. Definitivamente volveré a bailar con él si me invita porque sinceramente espero que lo haga. 


martes, 26 de noviembre de 2013

Una nueva especie de setas aparace por tierras norteñas: los maestrillos

El lluvioso otoño ha favorecido la aparición de muchas setas, pero lo curioso es que casi en la misma cantidad lo hayan hecho los maestrillos, allá por tierras norteñas. Aclaro que no hablo de esos milongueros que se dedican a dar lecciones a su pareja de baile en una milonga (muy mal, por cierto), sino de todas esas personas, que después de unos años bailando tango, bailen como bailen, gracias a amigos y gente conocida que no les han hecho favor alguno, se creen aptos para iluminar al mundo con sus habilidades de tango -existan o no-, y lo que es peor, transmitirlas.

En el fondo creo que la intención es buena, es de difundir el tango, de aportar su granito de arena a una pasión que les hace felices y que quieren compartir. Sin embargo, las buenas intenciones no son suficientes. En realidad lo que hacen es perjudicar al tango y a los profesionales que se dedican a ello y que mueven escuelas, milongas, y que además han invertido mucho tiempo y dinero en una formación y debido a ello tienen una calidad mínima. No olvidemos que un buen profesional es aquel que nunca para de superarse, de formarse, de crear, de aportar.

La clave de este asunto es la calidad. El hecho de que a uno o dos milongueros que hace un tiempo que bailan, alguien que les quiere mucho les diga que son fantásticos, que bailan divino y que deberían transmitirlo, no significa que deban impartir clases. Recordemos que son amigos o conocidos que les aprecian los que les hacen creer lo que no es, y luego es su ego el que toma el mando y se autoconvence, pero seamos razonables: los amigos no suelen una fuente muy objetiva, y el hijo de una madre tampoco es el niño más bueno y guapo del mundo.

Ya aclarado este asunto, con tanto champiñón por las campiñas norteñas, algo muy serio está pasando: si esta nueva especie de la naturaleza osa enseñar una técnica que no posee aunque crea que sí, el resultado serán alumnos con los que nadie querrá bailar, por lo que tendrán que hacer milongas entre ellos y la división en el tango irá a más. Por otro lado, esta pobre gente con pasión por el tango y dispuesta a invertir dinero y tiempo, serán estafados ya que no obtendrán aquello por lo que pagan, y lo peor es que para cuando lo sepan, es decir, cuando realmente tomen clases con verdaderos profesionales, estarán ya desesperados porque no consiguen bailan en milongas, porque tienen que corregir malos hábitos y porque han estado perdiendo su tiempo y su dinero. Por favor, un poquito de respeto hacia los profesionales del tango y hacia esta gente que son quienes van a enriquecer el tango y hacer que la comunidad milonguera española crezca en número y en calidad.

Dicho lo dicho, que sepáis que esta milonguera pasó de la incredulidad a la indignación al enterarse de este fenómeno de los maestrillos, pero ahora he de confesaros que está esperanzada porque sabe que tras esos maestrillos hay gente honesta, con valores, capaz de razonar y de desarrollar su capacidad de auto crítica, una vez que lean esta entrada. Tengo fe.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Goteras en la milonga

Era la misma milonga en la que yo me animé a invitar por primera vez, en la que obtuve cuatro rechazos de cuatro invitaciones. Aquello me desanimó definitivamente a seguir invitando, no así a disfrutar de la música, la compañía de buenos amigos y el ambiente de la milonga. Hay noches en la que no puede ser y hay que asumirlo.

Asumidísimo lo tenía cuando un señor extranjero, mayor, muy alto se me acercó, me miró con una sonrisa, y me invitó a bailar. Obviamente acepté sin saber ni cómo bailaba, aunque os he de confesar que ya una amiga me había dicho que le había gustado bailar con él, así que me imaginé que sería una tanda al menos aceptable.

Empezamos a movernos con los primeros compases del primer tango cuando sentí una gota caer sobre mi frente e ir resbalando lentamente por mi nariz, haciéndome cosquillas, y finalmente posándose cerca de mis labios. Con un gesto rápido solté la mano del abrazo de mi pareja y retiré la gotita de mi cara. Pensé que mi suerte no tenía límites al estar justamente debajo de la única gotera de la milonga, ya que el suelo estaba seco e impecable. Es ese tipo de suerte que se tiene cuando pasa una paloma por encima de un montón de gente y te cae justo a ti la sorpresita.

La segunda gota, justo cuando pasábamos por el mismo lugar, me irritó un poco, me desconcentró, e hizo que mirara instintivamente hacia arriba para buscar la gotera o un posible bromista subido a una viga, pasándoselo en grande con una flor de esas que tienen los payasos en la solapa y que tiran un chorrito de agua cuando te acercas. Pero no, ni había payaso ni alma alguna sobre las vigas.

La tercera gotita, ya dentro del segundo tango, hizo que me diera cuenta de que por mucho que no me gusten las goteras y los payasos, hay todavía cosas peores. Esa vez estaba totalmente decidida a averiguar qué pasaba, e incluso a buscar ayuda en mi pareja de baile para localizar la gotera. Entonces lo miré. Lo siguiente que recuerdo es el esfuerzo sobrehumano que hice para no dar un grito de horror ahí mismo, al descubrir que las gotitas de lluvia no eran tales sino sudor de mi pareja de baile, cayendo directamente sobre mi, como si de gotas de lluvia se trataran.

Lo que además me dejó totalmente anonadada es que él se dio cuenta, sacó un pañuelo de papel para secarse, sonrió a modo de disculpa, y continuó bailando como si nada. No tuve el valor para sentarle pero si para adaptar mi abrazo a la situación e intentar salvar una tanda insalvable: ni corta ni perezosa, abrí el abrazo todo lo que pude, eché mi cabeza hacia atrás y continué bailando esos tangos como si de valses vieneses se trataran.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Ciencia aplicada al baile

Me acuerdo que una vez leí un artículo muy curioso escrito por psicólogos de la Universidad de Northumbría, en Newcastle. Tras una serie de estudios, concluyeron que un hombre es mucho más atractivo para las mujeres si baila bien, e incluso decían que la forma de bailar del hombre da una señal a las mujeres de su capacidad reproductora o de su masculinidad.

Lo curioso de todo esto, o lo que a mí me llamó la atención, fue que la mujeres que participaron en el estudio hacían su valoración de si un hombre les parecía buen bailarín o no fijándose en ocho detalles del cuerpo, de los que desafortunadamente ahora no me acuerdo. ¿En tanto nos fijamos nosotras cuando miramos bailar a un hombre? Supongo que nuestro cerebro tiene una capacidad de procesar datos muy superior a aquella de la que somos conscientes.

Humildemente reconozco, y por ridículo que parezca, que es cierto que los buenos bailarines, al menos a mí, me parecen más guapos, más atractivos. Así que no añado comentarios o lo sin-sentido: evidentemente soy parte de la regla y no una excepción. Supongo además, que eso explica porqué chicos poco atractivos, pero que bailan bien, tienen tanto éxito con las chicas.

Me viene al recuerdo un momento en el que estaba sentada en una milonga, en primera línea de pista, junto a un amigo, cuando me pareció que él me exclamó algo así como: "no se qué le ven las mujeres a ese chico, guapo, guapo no es...". El chico del que hablaba baila bien, efectivamente guapo no es, pero tiene el don de la palabra y sabe camelar bien a una chica, supongo que porque a pesar de su juventud, proyecta seguridad. Mi amigo no tiene nada que envidiarle porque aunque no baila tan bien ya que no tiene tanta experiencia, no lo hace nada mal y mejora día a día. Además, es buen chico, guapo, joven, aunque hay una cosa que lo diferencia del otro: su timidez. Yo creo que en el fondo la timidez podría ser inseguridad y creo que justamente por eso él cree que no tiene tanto éxito con las chicas, aunque en realidad se equivoca: sé de al menos una que le ronda, que está interesada en él; sin embargo, él no parece darse cuenta.

martes, 19 de noviembre de 2013

La actitud al bailar

Hace poco estuve en una clase poco convencional que me gustó mucho. En ella, los maestros no enseñaron figura alguna y aunque hicieron enfoque principalmente en la técnica, también lo hicieron en otro aspecto del tango que pocas veces se menciona en las clases o se dedica una clase en exclusiva a ello: la actitud al bailar.

Enfocaron su charla en explicar cómo al bailar la actitud debe de ser activa y de escucha a la música y a la pareja. Así como en una conversación hay que escuchar y dejar tiempo y espacio a los demás para que se expresen, ya que de no ser así, la comunicación no sería en forma de conversación (bilateral) sino más bien un monólogo (unilateral), en el baile ocurre exactamente igual: la comunicación debe fluir en ambos sentidos y no como se ve mucho en la pista de baile, en la que es el hombre quien marca y la mujer la que le sigue bien porque el hombre no le deja expresarse o bien porque ella no hace esfuerzo alguno por expresarse, por ser activa.

Por un lado, si un hombre no escucha a la mujer y no le deja que se exprese, solo baila él. Además, el abrazo también refleja una actitud, sea equivocada o no. Si un hombre está relajado, permite el movimiento de la mujer; si un hombre está rígido puede anular el movimiento de ella. Es una actitud inconsciente, pero que en mi opinión revela muchísimo: él es el que manda. Entiendo que habrá algún caso en el que sea simplemente la tensión por mantener una postura que no sale de forma natural, en cuyo caso habrá que trabajar mucho y aprender a relajarse para que ella se sienta cómoda también. A las milongueras no nos gustan los chicos que nos estrujan, van torcidos y nos obligan a tomar posturas incómodas que a veces incluso hacen daño. El tango no es un pulso, no va de fuerza, sino de energía. 

Por otro lado, si una mujer no es activa, es como si el hombre hablara solo, con lo cual él se aburre, pierde interés. El abrazo de ella es igualmente importante y también refleja una actitud: la rigidez que denota tensión por la falta de experiencia, por la desconfianza o por incomodidad. Amigos milongueros me han transmitido que ellos agradecen cuando ella facilita el movimiento y la comodidad del hombre no colgándose como un saco de patatas de él o moviéndose por sí misma sin esperar a que él la arrastre. Para conseguir esto último se necesita técnica (esta se adquiere tomando clases), seguridad y saber pisar, no ir de puntillas, inestable y como flotando. Hay que ser ligera, pero estar presente, sin que esto necesariamente signifique pesarle a él.

Yo saqué una conclusión muy clara de todo esto: en el baile debe de haber buena comunicación y ambos deben de ser activos para que, como en el sexo, la calidad de la experiencia mejore de forma considerable. Y también me quedó muy claro que el tango no es una dictadura, ya que no es él el que manda sino el que propone, el resto es un trabajo en equipo; pero el tango tampoco es un autobús en el que una milonguera se sube y espera a que la lleven. Ahora solo espero que yo, como estudiante de milonguera, tome nota y aplique la lección.

sábado, 16 de noviembre de 2013

La cotilla del bajo A aparece en la milonga

En aquella milonga casi la mitad de la gente que asistía era conocida o eran amigos a los que hacía tiempo que no veía: fue un encuentro añorado al que fui con mucha ilusión. Estaba feliz, como todo ese año en el que me había sentido en la cresta de la ola, llena de energía y positividad. Supongo que se notaba en mi baile porque la verdad es que esa noche tanto amigos como milongueros, con los que nunca había bailado antes o hacía mucho que no bailaba, me brindaron un montón de tandas maravillosas. Mis doloridos pies al final de la noche dieron fe de ello.

Esa noche tuve la suerte de poderme sentar en un lugar estratégico de la milonga, en primera línea, cerquita de la entrada y de la barra, gracias a unos amigos que habían llegado temprano y habían podido hacerse con un buen lugar. Entre ellos estaba un amigo con el que últimamente me muevo mucho a milonguear, hay buena complicidad y una amistad muy especial convertida en cariño. Supongo que eso se ve, al igual que con otros amigos y amigas, porque soy muy expresiva.

Esa noche hubo una invitación de un chico que se dedica profesionalmente al tango. Me encantó bailar con él una vez que pasé los primeros minutos de nervios y conseguí olvidarme un poco de la gente que sin lugar a dudas estaría mirándole: todos miramos a los maestros cuando salen a la pista, bailen con quien bailen. Lo más sorprendente no fue su invitación, sino que al acompañarme a mi silla me miró y pidió que le prometiera otra tanda más adelante. Y cómo no, la promesa fue hecha.

Ya el día anterior había estado simpático, como muchos otros chicos a los que les gusta piropear a las chicas, y me había dicho que estaba muy guapa. Ese día el cumplido se repitió pero a diferencia del día anterior, alguien lo oyó. Una señora que no había visto en mi vida y que por lo visto me había visto bailar con él las dos tandas. Asi que en un momento en el que me acerqué a la barra del bar a comprar un refresco, ella me asaltó por el camino, provocando que por el susto casi tirara mi refresco al suelo. Pero el susto más gordo no fue su asalto sino lo que me dijo: "a tu marido no le va a gustar que ese otro te haga ojitos y encima tú le sonrías....", mientras señalaba a "mi marido" primero y luego a "ese otro. Algún día me darán medallas por las caras de idiota que se me quedan a veces. Obvio es que pensó que mi amigo era mi marido y que el otro chico, el profesor, tenía un interés especial en mí solo por haber bailado dos tandas conmigo y ser simpático: dos conclusiones de lo más erróneas expresadas por una auténtica cotilla ridícula de las que no bailan casi nunca y van a la milonga a meterse donde no les llaman. Me recordó a esa mujer rubia teñida del bajo A de mi portal que espera en la ventana de su casa a que alguien salga o entre en el edificio para no perderse detalle de cómo va vestida, con quien va, echar imaginación con el resto y luego soltarlo a los cuatro vientos... a quien se apiade de ella y la escuche.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Un cabeceo de lo más original

No era una de esas milongas en las que parece que los anfitriones ponen especial empeño en que los milongueros no encuentren la forma de cabecear, sino más bien una en la que había espacio de sobra, pasillos entre las mesas y también detrás de las mismas. Con lo cual, era bastante sencillo cabecear así que lo que descubrí esa noche no dejó de sorprenderme y hacerme reír.

Es normal que entre amigos sentados cerca en la milonga o al lado, se oigan invitaciones del tipo "¿bailamos esta?", o "venga, levanta que esta tenemos que bailarla" o similares. También es común un cabeceo a solo un metro o dos de distancia haciendo algún gesto atípico con las cejas, el guiño de ojos u otro tipo de mueca graciosa para invitar a una amiga con la que hay confianza, o bien acercarse a ella ya bailando, sonriendo y en plan juguetón: la invitación deja de ser algo formal y se convierte en un juego.

Yo estaba tranquilamente sentada en una mesa junto a un amigo cuando me di cuenta de que él miraba a una amiga para invitarla a bailar, y tras hacer una serie de cabeceos de los que ella no se precató porque estaba hablando con otro chico y mirando a su teléfono móvil, agudizó su ingenio para llamar su atención. Sacó él también su teléfonomóvil y le mandó un mensaje a través de Whatsapp que decía: "¿bailamos?". Acto seguido ella miró hacia nosotros riéndose, levantándose de la silla mientras guardaba su teléfono. Los vi reírse todo el trayecto hasta llegar a la pista. Creo que ese día nació el whatsacabeceo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

El camaleón

Estaba sentada observando la pista y de repente le vi. Hubiera sido imposible no verle porque realmente llamaba la atención por su postura, tanto como por su forma de bailar. Algún tipo de contorsionista parecía haberse escapado de un circo y haberse colado después en la milonga. Un caso realmente llamativo.

Iba totalmente torcido, invadiendo el espacio de ella, con lo cual la piba tenía que torcer todo su cuerpo para buscar un hueco que él no le permitía obtener debido a su rígido abrazo. Para colmo, él bailaba con la cabeza inclinada hacia adelante y hacia un lado, mientras ejercía una más que ligera presión sobre la cabeza de ella. Sufrí al ver la cara de ella y la miré espantada. De nuevo, esa comunicación tan especial existente entre milongueras se asomó por esa milonga y por primera vez a mi cara de asombro se le unieron ambas manos gesticulando un "piba, qué haces... cómo lo aguantas!". Pero ella siguió bailando y lo que es peor, se bancó la tanda entera. Qué malo es no saber poner límites.

Según iba observando la escena fui consciente de que mucha gente pone demasiado esfuerzo en mantener una postura que cree que es correcta, y llega a un punto de rigidez antinatural que adopta eternamente como postura de baile. Creo que sucede cuando la tensión es obvia al intentar hacer demasiado bien algo que no sale de forma natural y que cuesta al principio. Es con el tiempo, cuando los milongueros se llegan a relajar, cuando adoptan una postural natural y cómoda para su pareja de baile.

Me dio por observale cuando iba a la barra, después al baño y finalmente a sentarse en su mesa. Su postura era erguida, de lo más normal; su cabeza recta, no torcida ni hacia adelante; sus pasos eran constantes y naturales. ¿Qué sucedía?¿Acaso era un camaleón?¿Por qué entonces en la pista parecía un contorsionista tremendo, ridículo y caminando fuera de la pista era todo un señor elegante y natural? No lo entiendo.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Homeless tanguera

Aquella vez hice una locura poco característica en mi: apuntarme a todas las clases del festival. Supongo que mi conciencia, después de permanecer casi un año sin clases, tocó fondo o quizás fue la cruda consciencia de que mi técnica no mejoraba y que necesitaba clases urgentemente.

Me apunté a ocho clases de las cuales cuatro tomé con el que se ha convertido en mi compañero"habitual cuando me da por ir a clases sueltas. El resto las tomé con un un chico jovencísimo, de ojos claros, muy educado y con una energía desbordante. En todas ellas me entregué en cuerpo y alma e intenté absorver toda la información posible para luego interorizarla con el tiempo. El mismo tiempo que me ha demostrado que conseguí mi propósito y que efectivamente mis milongueros habituales notaron la diferencia.

Tanta clase, tantas horas de tacones y llegó un momento en el cuarto y último día en el que mi cuerpo no daba más por el agotamiento. He de decir que a parte de las clases, cerré todas y cada una de las milongas del evento, por lo que me me faltaban muchas horas de sueño y descanso. Ese último día comí casi sin ganas y lo único en lo que pensaba era en tumbarme un poco antes de la milonga de cierre de la tarde. Como ya había hecho el check-out y no podía dormir en mi habitación, me dirigí a lo que creía que era una planta discreta del hotel en la que vi unos sofás que parecían muy cómodos y decidí cerrar los ojos un rato y descansar. Seguramente no tardé ni cinco segundos en caer dormida y como ocurre en estos casos, casi al instante siguiente de acomodarme en el sofá noté un toque en mi hombro y una voz que me decía que eran las seis y que la milonga iba a comenzar: me había quedado dormida unas dos horas.

También me di cuenta de que el lugar elegido para soñar con los angelitos no era todo lo discreto que yo pensaba. Después de pasarme media milonga escuchando bromas sobre mi siesta, el colmo de los colmos tuvo lugar al día siguiente cuando por sorpresa encontré en Facebook una foto de lo que parecía una homeless tanguera durmiendo tirada de cualquier manera en un sofá... ¡me habían etiquetado!¡la homeless tanguera era efectivamente yo! ¡Oh, noooo!

lunes, 4 de noviembre de 2013

¿Quién es tu profesor?¿Cuánto hace que bailas?

¿Os ha pasado que entre tango y tango alguien te pregunta quién es tu profesor o cuánto tiempo hace que bailas? Son las típicas preguntas que te hacen la primera vez que bailas con alguien. Es algo así como cuando vas a un bar y un tipo se te acerca y te pregunta cómo te llamas y si eres de por aquí. Se me han cruzado preguntones un montón de veces en la milonga pero os confieso que sigo poniendo la misma cara de pasmada  que la primera vez que me preguntaron: primero porque me asombra que siempre sean la mismas preguntas, segundo porque tengo que valorar en un segundo si merece o no dar una respuesta, y tercero porque aunque quiera darla, no es fácil y necesito tiempo. 

Para una persona como yo, que en su historial de profesores hay varios y diferentes, que ha sido inconstante con las clases durante toda su vida de milonguera, y que encima ha dado pocas clases y esparciadas a lo largo del tiempo, resulta algo difícil responder. Lo del tiempo es aún más difícil de contestar que lo de los profesores. La razón principal es que no se cómo medirlo: ¿el tiempo que hace que bailo lo mido en horas, días, semanas, meses, años? porque no es lo mismo tomar una clase a la semana e ir una vez al mes a milonguear, que no tomar clases e ir a milonguear semanalmente, o tomar dos clases a la semana y milonguear dos o tres veces por semana... y sería interesante saber si cuenta el escuchar tango mientras lo bailas con la imaginación. Además, mi historia con el tango ha sido como un amor a distancia: a veces cerca, muy cerca; otras lejos, muy lejos, con descansos prolongados y energías renovadas al volver a bailar: es increíble cómo llegas a echar de menos esas endorfinas que te produce el bailar.

Así que cuando las preguntas llegan hago dos cosas: una, empiezo a dar una parrafada increíble al pobre bailarín si es que no me gusta cómo baila y así voy matando el tiempo y va pasando parte del segundo tango en mi charla; y dos, si me gusta su forma de bailar, le sonrío mientras cierro el abrazo para no perder tiempo y  le digo que al finalizar el tango le cuento. Como buena bruja que soy, hago que esto no suceda después del tango y aprovecho discretamente ese momento para hacer comentarios sobre la música o bien para hacerle preguntas a él. Es luego, al final de la tanda, cuando empiezo a darle el sermón, para que así vaya pasando el tiempo y con la tontería comience la siguiente tanda. De esa manera, facilito que el pobrecito no pueda escaparse, me sonría de nuevo, y termine ofreciéndome su abrazo una vez más.