sábado, 16 de noviembre de 2013

La cotilla del bajo A aparece en la milonga

En aquella milonga casi la mitad de la gente que asistía era conocida o eran amigos a los que hacía tiempo que no veía: fue un encuentro añorado al que fui con mucha ilusión. Estaba feliz, como todo ese año en el que me había sentido en la cresta de la ola, llena de energía y positividad. Supongo que se notaba en mi baile porque la verdad es que esa noche tanto amigos como milongueros, con los que nunca había bailado antes o hacía mucho que no bailaba, me brindaron un montón de tandas maravillosas. Mis doloridos pies al final de la noche dieron fe de ello.

Esa noche tuve la suerte de poderme sentar en un lugar estratégico de la milonga, en primera línea, cerquita de la entrada y de la barra, gracias a unos amigos que habían llegado temprano y habían podido hacerse con un buen lugar. Entre ellos estaba un amigo con el que últimamente me muevo mucho a milonguear, hay buena complicidad y una amistad muy especial convertida en cariño. Supongo que eso se ve, al igual que con otros amigos y amigas, porque soy muy expresiva.

Esa noche hubo una invitación de un chico que se dedica profesionalmente al tango. Me encantó bailar con él una vez que pasé los primeros minutos de nervios y conseguí olvidarme un poco de la gente que sin lugar a dudas estaría mirándole: todos miramos a los maestros cuando salen a la pista, bailen con quien bailen. Lo más sorprendente no fue su invitación, sino que al acompañarme a mi silla me miró y pidió que le prometiera otra tanda más adelante. Y cómo no, la promesa fue hecha.

Ya el día anterior había estado simpático, como muchos otros chicos a los que les gusta piropear a las chicas, y me había dicho que estaba muy guapa. Ese día el cumplido se repitió pero a diferencia del día anterior, alguien lo oyó. Una señora que no había visto en mi vida y que por lo visto me había visto bailar con él las dos tandas. Asi que en un momento en el que me acerqué a la barra del bar a comprar un refresco, ella me asaltó por el camino, provocando que por el susto casi tirara mi refresco al suelo. Pero el susto más gordo no fue su asalto sino lo que me dijo: "a tu marido no le va a gustar que ese otro te haga ojitos y encima tú le sonrías....", mientras señalaba a "mi marido" primero y luego a "ese otro. Algún día me darán medallas por las caras de idiota que se me quedan a veces. Obvio es que pensó que mi amigo era mi marido y que el otro chico, el profesor, tenía un interés especial en mí solo por haber bailado dos tandas conmigo y ser simpático: dos conclusiones de lo más erróneas expresadas por una auténtica cotilla ridícula de las que no bailan casi nunca y van a la milonga a meterse donde no les llaman. Me recordó a esa mujer rubia teñida del bajo A de mi portal que espera en la ventana de su casa a que alguien salga o entre en el edificio para no perderse detalle de cómo va vestida, con quien va, echar imaginación con el resto y luego soltarlo a los cuatro vientos... a quien se apiade de ella y la escuche.

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