martes, 15 de noviembre de 2016

Gato por liebre

Equilibrio s. m. dícese de la "proporción y armonía entre los elementos dispares que integran un conjunto". Qué palabra tan espinosa, sobre todo cuando lo esperas y no es lo que hay.

Gato por liebre es lo que siento que me dan, cuando me prometen equilibrio entre hombres y mujeres en un evento de tango, y resulta que hay tropecientas mil mujeres más que hombres. Lo triste es que algunos organizadores utilizan ese gancho para que muchas mujeres se inscriban a ciertos eventos y así garantizar que se cubren costes. Para mí eso es un engaño, poco ético, algo así como una estafa. Y me he sentido así, estafada, más de una vez. Por eso mismo tengo mi lista particular de "milongas y eventos en los que me han dado gato por liebre y a los que no pienso volver".

Es cierto que el equilibrio no garantiza que una mujer vaya a bailar más o menos en la milonga o no lo haga en absoluto, pero ayuda, y mucho. Mi experiencia así me lo dice. Y no creo que solo la mía, ya que de hecho, por algo existen los eventos en los que prometen por su madre, su abuela y toda la familia, que habrá equilibrio entre hombres y mujeres.

Hay quien no está acuerdo con la existencia de estos eventos en los que hay equilibrio entre hombres y mujeres, por la sencilla razón de que creen que no es justo dejar a gente fuera de la milonga (mujeres principalmente, porque somos más en número) una vez que se ha cumplido el cupo. Sin embargo sí que ven bien que una milonga tenga un aforo determinado y haya milongueros y milongueras que se queden fuera. Es el mismo principio.

Y aquí el matiz puntilloso: ¿es discriminatorio hacia la mujer, especialmente la mujer que va sola y no tiene con quien apuntarse? Parece que en principio así es, pero la realidad es la siguiente: en muchos de los eventos en los que está la norma de paridad entre hombres y mujeres, las mujeres que se apuntan solas entran tan pronto como se apunta un hombre solo, por lo tanto, solo tienen que hacer como el resto: apuntarse lo antes posible. Ocurre exactamente lo mismo con los hombres. Como mujer, a veces te quedas fuera o en lista de espera, otras veces tienes suerte, pero es así y esto les pasa tanto a hombres, como mujeres, como a parejas.

Pero la cuestión de todo esto no es esa, sino que si se vende un evento con unos términos, lo lógico es que la organización sea profesional y cumpla, sin engaños, aunque esto haga que no se complete el aforo, y por tanto no se obtenga el benefio esperado. Quien no está de acuerdo con los términos establecidos siempre tiene la opción de no apuntarse: nadie obliga a nadie.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Gracias a tres mujeres

Os quiero hablar de un sertir, de una ruptura de la autocrítica sin sentido que muchas mujeres tenemos hacia nosotras mismas. Solemos ser con nosotras mismas el juez más cruel que existe, mucho más de lo que jamás lo seríamos con los demás. Yo fui consciente de ello hace bastantes años, cuando alguien me sugirió que, estando a solas, me mirara al espejo y dijera en voz alta lo que veía: se trababa de un ejercicio para aumentar la autoestima. En mi caso fue más que eso, ya que recuerdo que cuando lo hice, mis palabras habían sido secuestradas por mis emociones y solo fui capaz de echarme a llorar.

Durante la adolescencia nacen montones de complejos que solo con el tiempo, cuando vamos madurando dejan de tener importancia. Es entonces cuando las mujeres aprendemos a aceptar que no somos perfectas y que ni falta que hace, ya que lo hermoso de una mujer no se ve, está dentro, se siente. Es ese momento en el que lo realmente importante empieza a tener el lugar que le corresponde en la escala de valores, cuando aprendemos a aceptar, a dejar ir, a poner límites y todo aquello que nos hace personas felices.

Fue en esa etapa, la adolescencia, cuando uno de esos complejos me hizo llorar frente al espejo en más de una ocasión: mis piernas. Me acuerdo que las veía deformes, con excesiva forma en los gemelos, y me veía horrible. Me encantaban las botas altas pero no me favorecían, y además, la mayoría de ellas ni siquiera me entraban. Tampoco me gustaba calzar zapatos porque hacían que mis finos tobillos desentonaran mucho con mis piernas nada finas, no porque hiciera mucho deporte aunque lo practicara, sino más bien por genética.

Los años pasaron e interiormente fui creciendo como toda mujer, derribando complejos, sintiéndome a gusto conmigo misma, imperfecta y perfecta a la vez, como todas y todos, feliz. Fue entre milongas que el tema de mis piernas salió a relucir de nuevo por primera vez, cuando una milonguera me comentó que le encantaban mis piernas. Lo tome como un comentario agradable de una amiga que quiere ser amable, o que quizás exprese en forma de halago un complejo que ella misma tenía. Le di las gracias con cariño y la historia quedó ahí, sin más, olvidada en el tiempo.

Unos años después, estaba en un festival de tango y conocí a una mujer española que vive en el sur de Francia. Ella, tras bailar yo un par de tandas y encontrarnos  en la barra del bar de la milonga, me relató una conversación que había tenido con un hombre. Ellos dos en su cháchara habían decidido que yo tenía las piernas más bonitas de esa milonga. Ella, como mujer, me explicó que sentía el deber de decírmelo, porque según ella, las cosas buenas hay que compartirlas. Sinceramente, me quedé perpleja y ni me acuerdo qué respondí... supongo que le di las gracias.

Y luego hubo episodio más relacionado con mis piernas hace apenas unas semanas. Fui a un workshop de una clase de baile que no era tango, y una señora, que acudió a la clase y que no conocía, me hizo un brusco comentario bromeando, aludiendo a lo que ella haría si fuera un hombre y viera mis piernas. Creo que me quedé tan sorprendida por lo que dijo como por cómo lo hizo, y creo que ni reaccioné. Ella entonces quiso aclarar la situación y tras informar de que no era lesbiana, mientras me daba unas palmaditas en la espalda, me dijo que en su opinión yo tenía unas piernas muy bonitas.

¡Qué cosas tiene la vida! Lo que un día fue un complejo que me afectaba tanto, para otras personas es algo bonito, así que definitivamente es cierto que solemos ser los jueces más crueles cuando se trata de nuestra propia persona. Recordar las palabras de estas tres mujeres ahora me hace sonreír, me miro en el espejo, y por primera vez veo unas piernas bonitas. Así que, me lean o no, me gustaría dar las gracias a ellas tres en especial... pero también al resto de mujeres que son como ellas.

viernes, 28 de octubre de 2016

Cuando nos precipitamos

Aunque no me acuerdo cuando ni dónde fue, sí me acuerdo del momento de confusión que viví aquella noche.

Había llegado tarde a aquella milonga, pero me senté en una mesita que acababan de desocupar. Contenta por mi suerte fui a por una bebida, que pensaba tomar tranquilamente mientras observaba cómo andaba la pista. Pero no llegué a acabarla porque ansiosa como estaba por bailar, ya que hacía tiempo que no milongueaba, acepté la primera invitación que me hicieron. Fue una invitación directa, y como la mayoría de las veces que he aceptado una invitación directa de una persona que no conozco y sin haberla visto bailar antes, aquella, también terminó un desastre que no merece la pena relatar.

Pero aceptar aquella invitación también tuvo su parte buena porque recordé que la ansiedad no suele ser buena compañía. Así que después de terminar la tanda, me senté de nuevo y decidí terminar tranquilamente mi copa. Entonces entraron dos chicas, y al ver que en mi mesa había sillas libres, pidieron permiso y se sentaron conmigo. Al parecer, eran chicas a las que muchos conocían en la milonga.

No tardó en llegar un cabeceo para una de ellas, o lo que creí que era un cabeceo (yo, y las dos chicas que estaban sentadas conmigo). Un chico, como a unos tres metros de distancia, hizo un gesto con la cabeza, mirando a una de ellas y entendí que era una invitación. Se miraron entre ellas brevemente, pero una se levantó para dirigirse a él sonriendo, supongo que con la misma enfermedad de ansiedad por bailar que yo había mostrado un rato antes. Pero entonces él reaccionó de forma extraña, ya que se dio media vuelta y se fue. Si yo me quedé confusa, las chicas todavía más.

Hoy en día, cada vez que recuerdo aquello, intento controlar esa ansiedad que nos invade a las milongueras cuando vamos a un lugar nuevo a bailar y hace tiempo que no nos ponemos los tacones. Suelo intentar asegurarme de que el cabeceo es para mí, quedándome sentada, mirándole y sonriéndole, pero esperando a que él se acerque y confirme el cabeceo. Pero cierto es que alguna vez lo he olvidado y he sido yo la que ha tenido que disimular dirigiéndome al baño o a la barra, porque el cabeceo no era para mí... ;-)


viernes, 21 de octubre de 2016

Condicionado estados de humor

No soy Dj, ni musicalizo milongas, ni nada parecido, pero escucho música cuando puedo. Me encanta. En la milonga también lo hago y me condiciona mucho a la hora de bailar. Si la música me gusta más o menos y está bien organizada, me fundo en el ambiente, pero si no es así, me convierto en un ser que no termina de estar presente. No bailo igual, me canso, me pongo nerviosa. Es el poder de la música, de alterar o domar a una fiera. En marketing, esto es bien sabido, y la música es un instrumento muy poderoso que hace que la gente compre tranquilamente en una tienda o transite por los pasillos a más velocidad de la habitual, dependiendo de si al establecimiento le conviene una cosa o la otra, según la hora del día.

En cuanto a organizar las tandas, si en una milonga me ponen una secuencia tipo 4T-3V-4T-3M en lugar de por ejemplo 4T-4T-3V-4T-4T-3M (aclaro: V, de vals; T, de tango; M, de milonga), empiezo a alterarme: demasiada milonga, demasiado vals, por mucho que ambos me gusten.

Si en una milonga me ponen cortinas enteras de bailes caribeños (que duran muchos minutos) o bien más de una chacarera (ya que  rara vez va una sola), me empiezo a poner de los nervios, y me enfrío, puesto que cortan el ambiente de la milonga y obligan a sentarse por mucho tiempo a toda la gente que no sabe bailar los otros bailes o no le apetece. Idem para las exhibiciones interminables de algunos maestros, que me gustan, pero como todo, en su justa medida.

Normalmente en la milonga se escucha Canaro o Roberto Firpo, ambos maestros del cayengue, Troilo, D'Arienzo, Tanturi, Enrique Rodriguez, Caló, Di Sarli, Fresedo, De Angelis, D'Agostino y alguna de Pugliese. Algo menos a Alfredo Gobbi, Lucio Demare o José Basso y muchos otros a los que me gustaría escuchar. Me da la impresión de que muchas milongas son más de lo mismo. Eso también me deja un poquito fuera de onda y me aburre.

No me gusta cuando me mezclan algo muy clásico seguido de Fervor de Buenos Aires o La Tuba Tango, que son bastante modernos, aunque me gusten. Es la forma de mezclar lo que a veces desentona. No estaría mal escuchar por año y orquesta como por ejemplo Troilo con Fiorentino seguido de una de milongas de D'Arienzo o Canaro y luego tangos de Tanturi o Campos, unas instrumentales de Di Sarli y luego quizás una tanda "tango nuevo" para que haya para todos los gustos. Luego se podría poner una de Pugliese de instrumentales y luego volvemos a unos tangos ya de De Angelis, Dante, o Martel.

Y ya que estoy protestona, tampoco me gusta que me cambien drásticamente las velocidades, como por ejemplo sería meter un D'Arienzo después de un Plugiese: eso es de chocante para mi como oír una guitarra desafinada. Algo que tampoco entiendo son a los DJs que mezclan diferentes epocas de una misma orquesta, como si a través del tiempo no hubieran evolucionado y sonasen igual: al fin y al cabo, son personas quienes componen la música, y evolucionan tanto al escribir, como al componer música, como en todo en la vida.

¡Ah! ¡..y si! Me estoy volviendo una milonguera exigente... ¡qué se le va a hacer!

viernes, 14 de octubre de 2016

De maestros hablamos

Recuerdo una vez cuando por fin llegó el esperado momento en el que un organizador hizo la presentación de la pareja de artistas, -no sin antes también emplear unos minutos eternos en elogiar a los bailarines-, los mencionó anteponiendo la palabra "maestro" al nombre del bailarín y su compañera, luego toda la sala aplaudió, ellos aparecieron, y poco después sonó la música. 

Como algo que me llamó la atención es que el presentador utilizó la palabra "maestro" antes de presentarles. Entiendo que usó la palabra como respeto o admiración hacia el bailarín, reconociendo así que se trataba de una persona que con desenvoltura maneja un arte, en este caso el de bailar tango. Sin embargo, he de confesar que para mí la palabra "maestro" tiene una connotación algo diferente, es algo más que eso: es un conocimiento experto en una material, normalmente acompañado de un título que acredita dicha capacitación o experiencia.

Quizás me equivoque, pero me da la impresión de que, a veces, se usa mucho la palabra "maestro" para presentar a cualquier bailarín o para mencionar a cualquiera que tenga experiencia bailando o enseñe a bailar, independientemente de si domina o no lo que hace o de si tiene alguna titulación. Y eso, particularmente a mí, me crea confusión, especialmente cuando voy a una exhibición en la que la pareja profesional domina el tango, pero no destaca por la originalidad de su baile o por su técnica. Así que por mucho que esa pareja de artistas trabaje mucho y evolucione, e incluso se dedique a dar clases, si en la milonga se ve a mucha otra gente bailando (milongueros, no profesionales) que controla la técnica y musicalidad mejor que la pareja de profesionales, entonces supongo que me veo en la obligación de deducir que las milongas están llenas de maestros.

viernes, 7 de octubre de 2016

Compartiendo unas palabras de otra milonguera

LaMariTere, una milonguera que escribe en tangueros.mforos.com, nos regala unas líneas preciosas que quiero compartir con vosotros. Ví luz y entré...

"Aquella noche la magia se sentía en el ambiente, y desde un tango ofrecimos al mundo lo que con palabras no pudimos decirnos. Y el tiempo, casi sin avisar, se paró en aquella trabada, en aquel caminar, en el suave arrastrar de unos píes que soñaban al compás.
La música nacía del alma y dos locos la sentían como si siempre hubiese sido suya, como si no fuese de nadie más. En la oscuridad de esa pequeña milonga hicimos nuestro aquel momento, sintiendo desde el corazón lo que los pies apenas podían comprender.
Aquella noche aprendí a poner mi alma en un solo segundo, en un solo sentir, en el familiar murmullo de un bandoneón que sólo sonó para nosotros dos."
 
Y también os dejo esta frase de Jorge Luís Borges aportada por JOTA-ERRE, otro milonguero del foro.
 
"Al cavo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso". De JORGE LUÍS BORGES "Los conjurados" 1985.

viernes, 30 de septiembre de 2016

Los amantes

Hace tiempo leí en La Brújula del Cuidador una entrada muy interesante. Recientemente encontré esas mismas palabras por Facebook, y por eso, inspirándome en ella, escribo la entrada de esta semana.

Es curioso como a veces juzgamos antes de tiempo, quizás porque no nos paramos a observar, más allá de ver; a escuchar, más allá de oír; o a actuar, más allá de sentir. A veces es la impaciencia lo que nos empuja a obrar así, otras el miedo, y otras la ignorancia.

Cuando leí la palabra "amante" reconozco que al principio pensé en esa persona con la cual alguien le es infiel a su pareja sentimental. Pero afortunadamente la vida ha convertido a una milonguera impaciente por naturaleza en una persona algo más paciente y civilizada (a excepción de esos momentos en los que una tiene hambre y ese instinto animal odioso se hace muy presente) y por eso continué leyendo hasta el final. Así supe que un amante puede ser todo aquello que nos apasiona en la vida, es decir, un deporte, la música, una amistad, estudiar y cultivarse, la espiritualidad o el placer que te da un hobby como en mi caso es el tango o escribir.

Creo que para ser feliz, hay que madurar, es decir, ir por la vida coleccionando amantes y aprender a escucharlos, a asimilar lo que ellos te enseñan.

Por ejemplo en mi caso, conseguir ver a una persona feliz en el espejo cuando me levanto por las mañanas es más fácil cuando me refugio en uno de mis muchos "amantes", bien sea el tango, escribir, salir a pasear, compartir momentos con las amigas junto a una buena copa de vino o un zumo de pera, abrazar y besar a mi pareja, o tomar una infusión con mi tía.

Por un lado, el tango me enseñó a perder el miedo a lo desconocido, a la intimidad de un abrazo; a escuchar tanto a mi cuerpo y mente como al de los demás; a evadirme y disfrutar con cada fibra de mi ser; a confiar, al cerrar los ojos y dejar que otra persona me guíe; a ser valiente y sobreponerme al sentimiento de culpa cuando rechazo una invitación, mientras abrazo al mismo tiempo la libertad que se siente.

Por otro lado, escribir me ayuda a afrontar mejor situaciones negativas que de otro modo podrían indignarme o enfadarme e incluso afectándome físicamente enfermándome o causándome dolencias. Me permite desahogarme primero, relajarme después, y luego ser capaz de afrontarlas con un humor relativo. Escribir me ha permitido empeñarme en ser más asertiva, al decir todo aquello que pienso intentando ser lo más diplomática posible; me ha enseñado mucho sobre mí misma y de cómo cambia mi forma de pensar con el tiempo; me ha regalado la consciencia, de lo que me gusta, de lo que no, lo que hago bien, lo que hago mal; me ha proporcionado la vía de escape y desahogo; pero lo más importante, es que me ha concedido la oportunidad de compartir lo que pienso y darme cuenta que todos somos más iguales de lo que creemos, porque seamos de donde seamos, tengamos los genes que tengamos, somos seres con miedos, sueños y necesidades por igual.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Tango en Tarbes

Al festival de Tarbes voy siempre que puedo. Somos cientos de personas las que en agosto vamos a disfrutar por más de una semana de todo tipo de eventos relacionados con el tango: películas, clases, espectáculos, milongas, y charlas, entre otras actividades.

Es un festival es de lo más especial, y no solo por el ambiente, sino porque toda la localidad acoge el evento con mucha ilusión, tanto, que incluso ponen hilo musical por las calles, para que puedas ir escuchando tango mientras paseas.

Las milongas de la noche tienen lugar un pabellón enorme. Y si soy sincera, no me gusta nada ese sitio, ya que para poder albergar a tanta gente, lo convierten en algo así como un estadio de fútbol, con gradas incluidas pero sin árbitros para echar de la pista a todos esos que creen que aquello es un circuito de carreras donde todo está permitido. Además, las gradas tienen unas escaleras que atentan contra la vida de más de un milonguero o milonguera cada año (todavía no han tenido éxito, pero todo llegará....).

En esas milongas de la noche el cabeceo es algo complicado, pero es  fácil que durante días y días no veas a alguien, sabiendo con certeza que está por algún lado en la milonga; hay demasiada gente. Este año, en uno de los días de más afluencia de gente, propusieron celebrar dos milongas a la vez, en dos lugares distintos. No acertaron: en una la música era para el gusto de unos pocos, y en la otra no supieron acondicionar bien la pista y el calor que allí hacía era insoportable.

Sin embargo, aunque no me gustan las milongas de noche, soy fan total de las milongas diurnas. Esas milonguitas informales en las que se puede ver bien la cara de la gente, donde todo el mundo está relajado y el ambiente da para mucho más que bailar; donde puedes charlar y disfrutar de un vino mientras te tumbas en una manta bajo un árbol, donde esperas un invitación para una de esas tandas que hacen que se te erice la piel.

Es cierto que las pistas de baile de día suelen ser pequeñas y que hay que bailar en apenas una baldosita, pero eso es precisamente lo que más me gusta. La razón: así se intimida un poco a todos esos bailarines que necesitan kilómetros cuadrados para moverse y hacer sus boleos hasta las orejas. Adoro que no vengan este tipo de bailarines, tanto como sentir los abrazos milongueros: esos que terminan con una mirada directa a los ojos, que envuelven una conversación sin palabras, y que culmina con una palabra de agradecimiento y a veces un achuchón en un intento de alargar un segundo más la maravillosa sensación.

viernes, 16 de septiembre de 2016

El ambiente de la milonga

Más de una vez he oido decir a gente que el tango le gusta, que ha tomado algunas classe, pero que luego ha dejado el tango porque no le gustaba el ambiente de la milonga. Es un sentir, es respetable. Y además, creo que lo entiendo.

Intentando dar una explicación a este sentir, se me ocurre que quizás estas personas simplemente van con unas expectativas determinadas y luego se decepcionan. Lo sé porque creo que a todos nos ha pasado alguna vez, fuera y dentro de la milonga.

¿De qué  expectativas hablamos? Pues me imagino que las mismas que tengo yo cuando viajo lejos de casa, gasto tiempo, dinero y energía, y luego me quedo en la milonga viendo cómo bailan los demás porque allí no me conocen, y tampoco me invitan a bailar, o lo hacen todos aquellos con los que nadie quiere bailar... ni yo tampoco.

No cabe duda de que el tango engancha. Y no lo hace como cualquier otro baile, sino de forma especial: porque el tango abraza, conecta, comparte sensaciones, y conversa sin palabras en el idioma universal. El tango hace que los miedos, las preocupaciones, la soledad, el ayer, el mañana, y todo aquello que altera, simplemente desaparezca durante unos mágicos minutos. Es algo así como una meditación musical, una cura para el alma de los que nos dejamos abrazar, y de los que miramos a los ojos, a veces incluso a los de un extraño.

Es por esa razón que como el tango nos da tanto, esperamos tanto del lugar donde se baila. Pero la milonga está llena de personas, que por una parte buscan lo mismo que nosotros, pero por otro lado, también tienen sus miedos y sus costumbres.

Además, no todo el mundo va a la milonga a bailar con todo el mundo y a charlar con todos (socializar) y/o probar nuevos abrazos, sino que hay gente que va a juntarse con amigos y relacionarse con ellos, como lo haría en un bar, bailando y charlando solo con ellos. Otra gente va solo a buscar el subidón, esas endorfinas que le produce el baile, como una droga: busca solo bailar, pero no con cualquiera, no de cualquier manera, solo disfrutando. Y aquí está la cuestión espinosa ya que bien sea por nivel técnico al bailar, por conexión, o por compatibilidad de energía, no todo el mundo disfruta con todo el mundo bailando. Y la verdad es que duele sentir que esa persona que en realidad a ti te hace disfrutar muchísimo, no quiere bailar contigo... porque el sentimiento no es compartido. En el amor es igual, y en otros aspectos de la vida, también. En la milonga no siempre obtenemos lo que queremos, en la vida tampoco, y es cuestión de madurez el asumirlo.

viernes, 19 de agosto de 2016

La Caja de Pandora (tres años después de empezar a milonguear)

Ese sábado por la mañana me había conectado a Facebook mientras me hacía la remolona en la cama. Era tarde y mi idea era ducharme, vestirme, y llegar justo al mediodía a la milonga, donde disfrutaría de un brunch antes de ponerme los tacones y fundirme en algún abrazo. Pero me quedé mirando la pantalla, su foto. Entonces decidí guardar el teléfono rápidamente y no pensar. Secuestré mis emociones, quería disfrutar del día.

Lo que sucede es que con ignorar algo no hace que eso desaparezca por muchas ganas que tengas de que así sea. Así que cuando llegué a la milonga, me senté con unos amigos para comer, y aunque dejé que las conversaciones me distrajeran y sacaran mi mejor humor a relucir, la comida no me sentó del todo bien. Poco a poco ese malestar se convirtió en un dolor de cabeza bastante molesto. Con pocas ganas de sonreír y paseándome inquieta de un lado a otro, las invitaciones a bailar tampoco llegaban.

Fue entonces cuando decidí que, antes de continuar milongueando hasta la madrugada en aquella marathon de tango, un paseo me vendría bien. Dejar de ignorar que era su tercer aniversario, también.

Hacía un día espléndido, el sol en mi piel hacía que me estremeciera de gusto, y me confortaba. Tanto, que me fui relajando poco a poco, hasta que sentí como se abría la caja de Pandora y mis lágrimas empezaron a fluir. Por casi media hora dejé que mis emociones me dominaran. Con cada gotita salada la tensión en mi cabeza iba disminuyendo, así como mi temperatura corporal, hasta que dejé de temblar y todo cesó. Me senté, esperé media hora más dejando que el sol templara algo más que mi piel, y finalmente regresé a la milonga.

Como bien dicen, después de la tormenta viene la calma. Relajada, me convertí en algo parecido a la gelatina en los brazos de cada bailarín que me invitó esa noche, y pude disfrutar de unas tandas increíbles. Temblé, pero esta vez no fue por las lágrimas sino por algo muy distinto. Creo que aquella noche fue una de las ocasiones en las que mejor y más a gusto he bailado en una milonga. 

viernes, 12 de agosto de 2016

Desapareciendo bajo la lluvia (dos años después de empezar a milonguear)

Llovía a cántaros pero yo cerré el paraguas. Quería mimetizarme con el frío y la humedad, camuflar mis lágrimas con las gotas de lluvia. Acababa de salir de una milonga a la que había ido, sinceramente no sé a qué, supongo que a distraerme, a olvidar. El abrigo de pesar, que me hundía hasta hacerme pequeñita, y esa sonrisa que no terminaba de llegar a mis ojos, dejaron claro a todos los milongueros que no estaba muy por la labor de bailar. Las tandas que escuché, en el poco tiempo que allí estuve, en lugar de animar mi espíritu, hicieron que terminara de quebrarse. Me sentí como un huevo, al que un piquito golpea desde el interior, sabiendo que es cuestión de minutos que se empiece a romper del todo.

Me apresuré a localizar mi bolso, el paraguas y aceleré el paso. Sentía cómo se iba formando un nudo en mi garganta, cómo resultaba cada vez más difícil contener el río de lágrimas que empezaban a nublar mi vista, y cómo en pocos segundos iba a ser imposible detenerlo. No quería que nadie me viera, no quería compartir mis emociones en ese momento.

Rompí a llorar en cuanto salí por la puerta y doblé la esquina. Ya estaba lloviendo cuando empecé a caminar, mientras abría tórpemente el paraguas.

Hacía muchos meses que no dejaba fluir así mis emociones, que dejaba que estas me controlaran a mí en lugar de yo a ellas. Fue liberador. A cada paso me hacía más liviana, la opresión del pecho disminuía, mi respiración se normalizaba y yo iba recuperando poco a poco el control. Finalmente me paré bajo una tejavana. Me sentía vacía, relajada y a la vez muy cansada. Entonces decidí regresar al hotel: abrí el paraguas y desaparecí de nuevo bajo la lluvia.

Esa noche, en la que hacía exactamente dos años que ella me faltaba, dormí como un bebé.

viernes, 5 de agosto de 2016

Empezando a milonguear

Me anunciaron que se iba, y no dudé en dejar mi trabajo para acompañarla en el viaje. Pero no teníamos el mismo destino: el suyo, despedirse de la vida, la familia y su pequeña; y el mío, estar a su lado mientras lo hacía.

Aquel viaje duró meses.

Hasta entonces había milongueado poco, supongo que porque para milonguear hay que ir a clases y aprender y yo había tomado pocas clases productivas, así que no era capaz de desenvolverme en la pista ni evitar que me sentasen después del primer tango. También hay que disponer de recursos económicos para poder pagar la entrada a las milongas, y aunque soy una chica afortunada en muchos aspectos de la vida, en ése que consiste en encontrar un trabajo con una paga decente, mi suerte navega por otros mares. Para milonguear, también la salud debe acompañar y, resumiendo, la mía no lo hacía.

Según ella hacía las maletas, yo empecé a milonguear como nunca. Solo conocía una milonga local, así que con ayuda de San Google me informé en Internet sobre milongas, y escribí a todas ellas para obtener detalles de cómo llegar, los horarios, y los precios de entrada. Descubrir que existía más de una milonga por mi zona fue como descubrir un tesoro. Al principio iba sola, bailaba poco, pero me sobraba ilusión.

Poco a poco fui enganchándome a la sensación que produce abrazarse a alguien, dejar las responsabilidades y preocupaciones a un lado, sentir, disfrutar de la música y olvidarse del resto del mundo. El tango se convirtió en mi droga. Era lo que me hacía dormir cada noche tras días de intensas emociones, de regalar mi energía más positiva, y de utilizar la poca que me quedaba en recuperarme yo misma. Y más tarde fue mi salvavidas, cuando el barco amenazaba con hundirse, al irse ella se fue para siempre.

En aquella época, estando de duelo, recuperaba mi salud lentamente, comenzaba un nuevo trabajo lleno de desafíos, y cupido me gastaba una broma de mal gusto, fulminándome sin miramiento alguno. Lidiar con mis emociones -que bajaban, subían, daban vueltas y amenazaban con volverme loca-, ocupaba toda mi energía. Me sentía como un barco a la deriva que tras una tormenta divisa un puerto en el horizonte pero está demasiado maltrecho como para llegar a puerto, o en mi caso, para controlar ninguna emoción. Pero el tango fue mi salvavidas entonces: esa energía extra que necesitaba para afrontar el día a día, lo que me ayudó a canalizar mis emociones, y lo más importante, el ancla que evitó que el barco de mi vida quedara a la deriva demasiado tiempo.

Afortunadamente es cierto que en el mar hay muchos barcos, cada uno especial a su manera y siempre hay unos cuantos cerca para subirte a bordo cuando lo necesitas. Y el tango, también, siempre está ahí, como la familia, el sol, y las estrellas más especiales.

lunes, 25 de julio de 2016

Análisis genético

Se dice que gran parte de la actual composición étnica de Argentina es el resultado de la descendencia de la gran ola de inmigración italiana y española en el siglo XIX y XX. Parece ser que la mayoría de los inmigrantes procedientes de España eran gallegos y asturianos, pero llegaron también leoneses, catalanes, canarios y vascos.

Quizás eso explique ciertos fenómenos en la organización de los eventos de tango en España si los organizadores proceden de Argentina y casualmente son descendientes de españoles, pero también quizás explique cómo una es capaz de atreverse a adivinar  -sin prueba genética alguna-, la procedencia del argentino/a con quien a veces tiene el placer de tratar o charlar (o escuchar su monólogo, en algunos casos). ;-)

Veamos... si tu interlocutor dice "¿oíste?", con más frecuencia que cualquier otra palabra; si después de hablar un rato no sabes si sube o si baja, si entra o sale; si tiene morriña, es decir, si te habla con nostalgia de su hermosa tierra; si desconfía de ti durante el primer minuto de conversación, pero tras el cuarto o quinto, ya sois amigos para toda la vida, entonces sin duda tu interlocutor será argentino, pero posiblemente de origen GALLEGO.

Sin embargo, si va con su bandera a todas partes; si al pedir café con leche, pide que la leche sea de su tierra; si bebe mucho y más aún si le gusta la sidra; si al hablar muchas de sus palabras terminan en diminutivos, entonces sin duda tundra algún abuelete ASTURIANO.

Si resulta que tu interlocutor es un poco cotilla, si además es generoso, si cuida mucho su forma de vestir, y si sabe de vino como nadie, entonces sin duda tendrá algún gen LEONÉS.

Pero pongamos que es algo tacaño (por ejemplo no ha querido comprar sillas en la milonga y nos tiene a todos de pie); sabe vender como nadie y fanfarronea un poquito de ser muy trabajador, entonces quizás algún antepasado suyo haya nacido en CATALUÑA.

En el caso de que se lo tome todo con calma, es decir, sea algo lento (aunque diga que es más bien cuestión de ser observador y detallista); si su acento es divertido y cantarín y usa la palabra "guagua" para referirse a un autobus (porque de casualidad la escuchó en casa); y lo más obvio, sea un guaperas y esté bronceadito siempre, seguro entonces que es de origen CANARIO.

Y lo más obvio de todo, si es algo cabezota y capaz de hacer lo que sea "por cojones"; se queja de que no folla aunque no sea cierto; es más fiestero que nadie, de los que se pasa la noche de joda sin dormir; le cuesta darte un abrazo sin antes observarte, invitarte a cenar, llevarte a beber (eso sí, para ver quien aguanta más) y consigue que hagas "gaupasa" (término que significa amanecer estando de fiesta), entonces quizás te suelte un abrazo, y ahí, quizás te vaya quedando algo claro que es de origen VASCO.

Pero no todo fueron gallegos, asturianos, catalanes, leoneses, canaries y vascos los que emigraron a Argentina, así que os dejo el enlace de un blog un divertido que he utilizado como fuente y que os puede ayudar a "esclarecer" otras procedencias... ;-): BloginMadrid.

lunes, 18 de julio de 2016

¡Sillas, por favor!

Era un festival de tango y como suele ser habitual en todo este tipo de eventos había artistas invitados para dar clases y hacer exhibiciones en las milongas. Durante la primera noche de milonga, a medianoche más o menos se interrumpió la música; poco después apareció un  organizador - argentino él-, y se situó en el centro de la pista para presentar a la pareja de bailarines que esa noche harían la exhibición. Mientras, los milongueros allí presentes salieron disparados a buscar un lugar donde sentarse o permanecer de pie sin molestar a los demás y así poder ver la actuación. Quien no pudo encontrar su espacio tuvo que sentarse en el suelo.

Yo tuve la suerte de encontrar una silla. Y digo suerte porque como era de esperar, el pibe habló y habló durante lo que pareció una eternidad: se movía de un lado al otro mientras parecía escucharse a sí mismo, bastante reacio a que aquel momento suyo de gloria terminara. Sé honestamente que fueron tan solo unos minutos pero a mí me parecieron horas, y supongo que al montón de gente que, a falta de sillas para todos, tuvo sentarse en el suelo helado de piedra o bien quedarse de pie, seguro que les parecieron días. Me parece bastante cansino tener que pasar por eso una y otra vez. Y no me refiero tan solo al hecho de parezca que a los organizadores les cobran 1000 euros/hora el alquiler de una silla (razón por la que entendería que siempre escaseasen), sino más bien porque cada vez que es un pibe argentino el que presenta una exhibición, nos dan las uvas (término español para decir que el tiempo parece que se alarga hasta el momento en el que dan las campañadas del nuevo año, que en España es cuando se comen las uvas, una por campanada). ¿No se dan cuenta mucha gente nos sentamos a veces en sillas pero otras veces en suelo helado de piedra porque no hay más sitio donde sentarse, y que lo que para ellos es un discursito (más largo a veces que la propia exhibición de los bailarines) es para todos los demás una gran posibilidad de enfriarnos y terminar enfermos? ¡Pues deberían!

lunes, 11 de julio de 2016

Psicotango

Me gusta leer blogs y todo lo que cae en mis manos sobre tango, y es ahí donde me topé con la web de psicotango, de la que ahora soy fan. La primera vez que entré me econtré con una pequeña encuesta (a la que podéis acceder desde la página principal) en la que se preguntaba si el tango mejoraba la sensibilidad de una, la seguridad, el conocimiento del propio cuerpo, si potenciaba la feminidad o masculinidad de uno, si bailar tango te hacía más feliz o menos o igual y si disminuía el sentimiento de soledad.

Me imagino que la respuesta de casi todo el mundo será SI a casi todo esto mencionado. El tango es definitivamente algo que nos hace sentir bien, sino, seguramente no bailaríamos. Hay casos como el mío, en el que el tango ha sido una terapia, más allá de todo lo demás, y hoy en día una de las cosas que más feliz me hacen.

La segunda parte de la encuesta trataba de señalar lo que cada uno considera más importante a la hora de elegir pareja: la pinta, la técnica, la labia, el abrazo, la edad, la simpatía, los modales, etc.

Luego ya entraba entraban questiones del tipo si creíamos que en la milonga éramos todos iguales, es decir, no existían barreras sociales.

Tras otras pocas preguntas, finalmente preguntaba por la razón de ir a las milongas: si era por diversión, para hacer ejercicio, por tradición o cultura, porque le hacía bien a uno al alma, por el abrazo, por la música, para ligar o para hacer amigos.

Contestar a todas estas preguntas me hizo plantearme muchas cosas y definitivamente, me inspirará en futuras entradas al blog. Os recomiendo que entreis a Psicotango a curiosear: creo que es un blog que merece la pena leer tanto si eres milonguero/a como si no.