domingo, 29 de diciembre de 2013

Cuando menos te lo esperas

Había ido con dos amigos a un festival de tango de verano. Nuestra intención era disfrutar un rato de la milonga de la tarde, ir a cenar, ponernos nuestros mejores trapitos, y seguir milongueando a la luz de las velas. Mis expectativas sobre las maravillosas tandas que iba a disfrutar brillaban por su ausencia, en base a experiencias anteriores de ese mismo festival: no soy muy amiga de los festivales llenos de gente, sino más bien de los encuentros milongueros, de los eventos más bien familiares.

Así que sin muchas ganas llegué a la milonga de la tarde, me puse los zapatos de baile y me entretuve saludando a amigos y conocidos que hacía tiempo que no veía. Entre todos ellos había un chico con el que he coincidido en milongas, clases, y algún que otro festival y/o encuentro. También he compartido tandas con él y las he disfrutado casi siempre, sobre todo según yo he ido aprendiendo, ya que él tiene más experiencia que yo. Me sorprendió escuchar a alguna milonguera que lo definen como frío en su baile, más que nada porque yo no aunque yo no estoy de acuerdo en lo más mínimo: creo que es de las personas que, por la razón que sea, no entrega su abrazo en cuerpo y alma a todo el mundo... tal y como hago yo.

Sonaba un temazo, el primero de una tanda que prometía. Justo entonces sentí su mirada intensa, le miré, me cabeceó y no tardé ni una milésima de segundo en sonreír encantada, aceptando así su invitación. Al llegar al borde de la pista fui consciente de que estaba repleta y que apenas había sitio para bailar en el espacio de una baldosa. Me arrimé bien, hice alarde de mi abrazo más milonguero, totalmente pegadita a él, como si de una lapa a una roca se tratara. Me cuidó en todo momento de choques, golpes, y conseguí relajarme como nunca mientras él me regalaba una de las tandas más especiales que he disfrutado nunca: aquel abrazo transformó una preciosa tanda en toda una experiencia religiosa. Fue increíble. Las palabras no eran necesarias, por lo que me sorprendió escucharle decir: "vaya tanda más intima hemos bailado tú y yo..." Obviamente yo no contesté. Por mi tierra dicen, que "quien calla, con su silencio otorga".

Pasó el resto del verano y las semanas se hicieron meses, y volví a coincidir con él, esta vez en una milonga local. Al poco de ponerme las sandalias de tango y aclimatarme un poco al ambiente, me miró y me cabeceó. He de decir que esa tanda no fue nada especial porque el suelo estaba terrible, la música muy baja y las voces de los milongueros demasiado altas como para escuchar un tango en condiciones y más aún fundirtet con la música. A pesar de esto, me gustó bailar con él, y más aún oírle decir que en aquel festival ninguna de las locales le bailó como yo... todo un cumplido, que por cierto, me volvió loca.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Segundo plato

Aquella milonga consistía en una gran pista de baile con mesas y sillas alrededor de la misma, tan pegadas a la pared que solo permitían el paso por delante de ellas, aún así estaban preciosas con sus velas de colores encima, ambientando el lugar. Como casi siempre, había un puñado de milongueros y un montón de milongueras que aparecían de la nada. La exagerada proporción era de un milonguero por cada cuatro o cinco milongueras.

Visto el panorama, me quedó claro que esa noche iba a ser la típica en la que te sientas con amigas y te pones al día, tomas algo, y te dedicas a mirar zapatos y vestidos, prometiéndote a ti misma que no vas a pecar comprando algo que no necesitas. El caso es que siempre hay una falda que necesita zapatos a juego o unos zapatos a los que les va de maravilla una falda carísima que acabas de ver... ¡qué perdición!

Esa vez me contuve y no pequé, así que me senté junto a mis amigas. Allí estábamos tranquilamente cuando se acercó un milonguero a invitar a una de nosotras. No sabíamos a cual porque estábamos todas en línea, así que esperamos a que se acercara. A continuación se puso delante de una de mis amigas, le sonrió y le extendió una mano al tiempo que se inclinaba un poco hacia ella, algo así como las reverencias esas que aparecen en las películas, las de época. Fue algo exagerado y bastante gracioso, por lo que tuve que contener la risa. Sin embargo esta se esfumó en cuanto mi amiga rechazó la invitación de este milonguero y acto seguido optó por la siguiente en la línea, es decir, yo. Lo miré, le di las gracias y le rechacé. He de confesar que de haber sido su primera elección puede que hubiera aceptado, pero lo siento: yo no soy segundo plato para nadie.

Creo que es de mal gusto hacer sentir a una mujer que ella es la segunda opción. Puede que lo sea, pero el milonguero en cuestión debería tener algo más de tacto y no invitar justo inmediatamente después de haber sido rechazado por otra, y menos aún cuando esto ha sucedido delante de las narices del "segundo plato" en cuestión.

Para que los hombres que no terminan de entender esto quiero que os imagineis otra situación. Invitas a una mujer y ella te rechaza porque esa tanda la prefiere bailar con otro hombre. Ves que ella le va a buscar pero no tiene suerte ya que otra mujer se le adelanta y le invita antes. Ella decide regresar a tu lado, te mira y te invita. Es evidente que eres su segunda opción. ¿Cómo te sientes?¿Le dices algo y luego aceptas... o no?¿Rechazas directamente la invitación?

En ambos casos hay una falta de tacto que puede hacer sentir mal a alguien, aunque se den con la mejor de las intenciones. Todos hemos observado alguna vez a un milonguero que se acerca a una mujer, la invita, y ella le rechaza. Justo inmediatamente después se acerca otro milonguero a invitarla y ella acepta. Más de lo mismo, solo que en este caso la escandalosa falta de tacto roza lo cruel. ¿Realmente es necesario esto?

miércoles, 25 de diciembre de 2013

lunes, 23 de diciembre de 2013

Tan solo una milonguera

Como si de una película al revés se tratara, la milonga empieza con los pies terriblemente doloridos metidos en un cubo con hielo en tu casa, mientras comentas la noche con tu pareja o con una amiga; o bien en un hotel, cambiando el cubo con hielo por una eficiente rociada de piernas con agua helada de la ducha; o dándote cremas y un buen masaje en los pies: todo ello, mientras engañas a tu hambriento estómago de la mejor manera que puedes.

Un poco antes has hecho eso, que por costumbre, no sueles hacer: volverte una besucona. Repartes besos por doquier, y sin darte cuenta te despides varias veces de la misma persona. Sales de la milonga y sigues regalando besos, despidiéndote de gente a la que verás en unas horas, y que viste justo el día anterior, y quizás por la emoción, igual terminas dando un beso incluso a una columna en lugar de a algún milonguero... como vi hacer una vez a un chico, aunque intuyo que los cubatas tuvieron algo que ver.

Luego la escena continúa con ese momento, en el que se te sale el corazón, después de haber aplaudido hasta dolerte las manos, y ya casi sin voz, tras pedir "otra, otra" una vez más. Te sientes viva, eufórica, adrenalina a mil corriendo por tus venas. No quieres que acabe, no tienes sueño, tan solo un pequeño malestar en el estómago recordándote que la cena quedó atrás hace ya muchas horas.

Ese último tango que suena, uno de los más especiales, al que te arrastras con lo que queda de ti y de tus pies, pero que por nada te perderías. Ya nada importa, te sientes ligera, emocionada, relajada, preparada. Dispuesta a improvisar si hace falta, a sacar lo mejor de tu tango.

Unas horas antes has salido de tu casa coqueta, con la raya del ojo pintada y una de tus faldas más bonitas, has limpiado tus zapatos y has metido en la bolsa unos, con un poquito menos de tacón, para las últimas tandas de la milonga. Has revisado tu bolso y ahí también has encontrado un abanico, caramelos, un pequeño monedero con dinero suficiente para la entrada y unas cuantas bebidas, la cámara de fotos para captar algún momento mágico, galletas, barritas energéticas o chocolates para compartir, unos pañuelos, una pinza para el pelo y mucha ilusión. Pero no hay identificación alguna dentro de ese bolso, porque tú ya no eres tú, sino esa milonguera en la que te has transformado... justo en el momento en el que salías de casa, con ese último toque de carmín en tus labios.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Quiroz

Supongo que si os movéis por Madrid de vez en cuando o por cualquier rincón de la península ibérica, habréis asistido alguna vez a una milonga musicalizada por un pibe llamado Mariano Quiroz. Hablo de ese chico de ojos vivaces y pelo revoltoso que crea magia allí donde él pone sus vinilos, su arte y su ilusión. Creo sinceramente que pertenece al grupito de los pocos Djs que conozco que realmente lo son.

A musicalizar una milonga son muchos los que se atreven una vez que se familiarizan con el conjunto de los quinientos o seiscientos tangos más oídos en las milongas. Y algunos lo hacen de maravilla, aún así, lo que hacen es simple: montan la milonga, la meten en un USB, o a veces, queriendo ser más profesionales la dejan en su ordenador de última generación y le dan al play. Algunos, ponen buena música y encandilan a la gente; otros, de forma inexplicable, encima eligen tangos difícilmente bailables, ¡con lo difícil que eso es teniendo en cuenta la de temazos que existen..!. Están los que te mezclan tandas decentes con eso que llaman tango nuevo, que corta la onda de la milonga y con ello la magia. Entiendo que hay gustos para todo así que teniendo en cuenta eso, quizás sería mejor hacer milongas solo de tango nuevo y no mezclar, ya que esas tandas de tango nuevo, a mi parecer, nada pintan en una milonga tradicional. Otros intentan ser originales, pero mejor ni hablamos de éstos. Lo hacen con ilusión y con la mejor de las intenciones y eso está muy bien para una milonga local o entre amigos, pero no para un evento al que asiste gente de fuera que ha invertido tiempo, dinero y esfuerzo. Es como darles a estos pobrecitos una milanesa, pero sin pasar por la sartén.

Un Dj no solo tiene que ir amoldando la música a los milongueros de la pista para mantenerla en todo momento fluida y llena, sino que además tiene que ir calentando el ambiente poco a poco hasta conseguir que las horas vuelen, los abrazos se hagan más íntimos y especiales y los corazones se salgan del pecho. Para ello no sirven las tandas enlatadas en un USB o un ordenador, sino ir adaptándose, leer lo que que la milonga pide. Ser Dj es un arte, independientemente de la música con la que regales a tu público, y no se aprende en dos noches y media.

Un pajarito me ha dicho que Quiroz ya era Dj de otro estilo musical mucho antes de comenzar en el mundo del tango, y supongo que eso explica lo que ocurre en las milongas en las que él musicaliza: sabe lo que hace. También me han dicho que su colección de vinilos es magnífica, de coleccionista, y eso también explica de donde saca los temazos con los que inunda las milongas, y los corazones de muchos milongueros. Gracias Mariano.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Cambiando el chip

En el mes de junio publiqué una entrada llamada "sincronizando pensamientos". En ella os hablaba de un milonguero con el que no tuve piel de ninguna clase al bailar con él, pero con suerte, lo sentimos los dos y amablemente me sentó, para mi propio alivio.

La verdad es que una amiga mía me había comentado que es un tipo particular, como bailarín no es nada especial, pero una consigue divertirse con él y entra en su juego, aunque para ello hay que cambiar el chip, mentalizarse de que bailar no vas a bailar, reírte, eso puede que sí. Como es un chico que baila a la velocidad del rayo, pisando cuando quiere y haciendo lo que en ese momento su mente le indica, dejando a su pobre milonguera con el susto en la cara, pues he de confesar que es toda una aventura atreverse a aceptar una invitación suya. Y un reto para una misma el conseguir bailar la tanda completa con él.

Lo que me sorprendió es que después de sentarme aquella vez, al coincidir con él en otra milonga, me invitó a bailar de nuevo. Quizás entonces era verdad que él necesitaba descanso y por eso me sentó, o quizás le pasó lo mismo que a mi y se dijo: "no puede ser, esto puede dar para mucho más...". Fuera lo que fuese, el caso es que me invitó y acepté.

Siguiendo consejos de buenos amigos, decidí entrar en su juego y finalmente conseguí lo que no esperaba conseguir: divertirme. Para ello tuve que olvidarme por completo de la música y poner al límite mi capacidad de mantener el eje, pero en el fondo creo que fue una especie prueba personal por la que tenía que pasar. Muy de vez en cuando coincidimos en milongas. A veces me mira y de vez en cuando mantengo la mirada lo suficiente para que pueda hacer un cabeceo, luego le sonrío, y tan pronto como llego a la pista y me regala su abrazo, para dos segundos después dejar de existir.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Lo que realmente aburre

Todas hemos bailado alguna vez con hombres a los que les gusta mostrar todo lo que saben en un solo tango: ganchos, boleos, barridas, sandwichitos, y otras figuras que se inventan ellos mismos intentando ser originales. Hace poco me enteré por casualidad, gracias a un amigo milonguero, de que hacen esto por miedo a que la mujer se aburra con ellos bailando. ¿Aburrirse? Me quedé de piedra porque de todo lo que se me podía haber pasado por la cabeza, eso era lo que menos esperaba oír. Justo en ese instante sentí que nunca había estado más de acuerdo con John Grey que en ese momento: los hombres son de Marte, las mujeres de Venus.

Se que hay muchos hombres que leéis el blog y aguantáis todas mis críticas con una sonrisa -o con ganas de estrangularme-, así que lo mínimo que puedo hacer es aclararos porqué me sorprendió tanto oír tal afirmación. Se trata de que creo que los hombres, que piensan que las mujeres se aburren cuando no les hacen muchas figuras, están muy equivocados. Por lo que tengo entendido por opiniones de otras milongueras, coincidimos que a las mujeres nos gusta un buen abrazo, entendiendo por ello un abrazo cómodo para ambos, en el que el hombre no estruje a la mujer, ni la fuerce de ninguna manera en el movimiento, ni impida su movimiento. Nos gusta también que un hombre escuche e interprete la música, pero para ello no son necesarias mil figuritas por segundo sino que solo es necesario caminar y hacer algún giro para no salirse de la pista, sin golpear ni chocarse con nadie. Nada más... y nada menos. El resto puede estar bien, pero solo si se hace correctamente, dominando el eje y los tiempos en todo momento.

He de reconocer que al menos a mí, hay algunas cosillas que si me aburren, como por ejemplo los hombres que bailan todo igual, rítmicamente hablando, que escuchan una milonga y te la bailan como un tango o un tango como un vals o ni siquiera saben lo que está sonando, que lo bailan todo. También me aburren los que sonando un precioso vals en el la música pide una fluidez de movimiento, me hacen cinco sandwichitos en cuatro minutos, con paradas donde no debía haberlas y destrozando el tema totalmente. Confieso que además me aburren los milongueros que en lugar de escuchar la música, hablan o peor aún, dan lecciones o los que hacen una figura, no les sale o no te sale a ti, y se pasan medio tango insistiendo para que salga bien. Aún así creo que el colmo del aburrimiento son los que bailan para que los miren a ellos y no para la mujer a la que abrazan. Todo esto que he mencionado son cosas que realmente aburren, y no un agradable abrazo con una caminadita y un par de giros, sin mostrar todas las figuritas de tango que uno sabe.

viernes, 13 de diciembre de 2013

A tan solo dos milímetros

Era una milonga local. Yo bailaba con un milonguero de esos que han pasado bastantes otoños sacando viruta al piso, es decir, un chico experimentado. Relajada, confiada, disfrutando de una maravillosa tanda estaba esta milonguera cuando él empezó a juguetear, provocando la suerte y llegando a los límites de ella, que por entonces apenas hacía dos otoños que pisaba las pistas de baile.

A falta de clases en la que mejorar la técnica y ganar seguridad para luego milonguear, la confianza no era uno de mis fuertes, ni en mis capacidades como milonguera, ni en las de casi ningún milonguero. Así que cuando en un momento dado él hizo un paso lateral y percibí un un boleo lineal, con la intención de que mi pierna, a modo de péndulo, pasara entre sus piernas, la inseguridad se apoderó de mi... a tiempo. Os confieso que aunque meter goles nunca ha sido mi fuerte, esta vez casi lo consigo.

Lo que sucedió fue que sentí la energía, más fuerte de lo habitual, supongo que porque el atrevido milonguero con el que bailaba sabía que yo necesitaba una marca exagerada para percibirla, por lo que al estar una pizca más relajada de lo habitual y dejar que mi pierna cobrara vida, comenzó a elevarse a una altura algo peligrosa y poco deseada. El milonguero en cuestión tuvo una suerte increíble porque justo en ese momento mi inseguridad, de la que os he hablado, entró en acción e intentó controlar el movimiento antes de que terminara en tragedia, o en gol, según como se mire: ¡mi pie quedó a tan solo dos milímetros escasos de su entrepierna!

Él sigue a día de hoy igual de atrevido, pero ya no me mira con ojos abiertos de espanto reflejando la cara que se le pone a una cuando teme dejar sin futuro a un pobre milonguero. Ahora que ya ha transcurrido algún que otro otoño más, voy más segura, tengo más control, y afortunadamente, esos dos milímetros han pasado a ser más de veinte.

martes, 10 de diciembre de 2013

Poniendo límites

A veces se dan situaciones incómodas en la milonga. Un ejemplo es cuando un hombre se acerca a una mujer a invitarla a bailar, ella declina la invitación y el hombre se ofende, como si la mujer le hubiera dicho una barbaridad o le estuviera insultando. Creo que hay que comprender que a pesar de ser un baile social, nadie tiene obligación de bailar con nadie y a todo el mundo no le gusta bailar con todo el mundo. Además, si en la mayoría de las milongas rige un código en el que es él quien invita a bailar, siendo obvio que él elige cuando decide invitar o no a una milonguera, lo lógico es que ella ejerza el mismo derecho de elegir y decline o no  la invitación según le parezca. Así de simple. Y si no estamos de acuerdo con esto señores, pues cambiemos el código y que sean ellas o ambos quienes inviten, o mejor aún, cabeceemos, y así evitamos situaciones incómodas de todo tipo. 

Me he encontrado con hombres, acostumbrados a que las mujeres -enseñadas en muchas culturas a ser complacientes- nunca declinen una invitación suya. El problema para ellos viene cuando las que somos algo rebeldes entramos en escena y osamos rechazarles. Entonces empieza la batalla. Algunos hasta montan el númerito de turno a la milonguera poniéndole malas caras, insistiendo, persistiendo con la mirada y con la presencia hasta hacer la situación más incómoda aún, preguntando reiteradamente si quieres bailar con él o no, y alguno incluso osa agarrar del brazo y de un tirón levantarla de la silla, o en otros casos, haciendo reproches o contando por ahí que ella no es "tan buena bailarina sino que se crees no-se-que". Algunos incluso dan media vuelta brúscamente e invitan a la primera que ven como para hacerle saber saber que él si es deseado y que ella comete un error, o bien deja de hablarle o jamás le vuelve a invitar (yo, personalmente, a veces doy gracias por esto cuando me sucede). En fin, algún día me dedicaré a hacer un listado de todas estas reacciones, más que nada porque todavía hay hombres que no admiten que esto sucede, incluso cuando son ellos quienes las tienen.

Creo que la solución no solo está en el cabeceo, sino en que las mujeres complacientes dejen de serlo, dejen de sacrificarse como corderitos eternamente. Para empezar, porque ni se hacen bien a ellas, ya que no disfrutan de la tanda y a veces hasta les hacen daño físico; ni les hacen bien a ellos, porque se acostumbran a obtener siempre lo que quieren; ni nos viene bien a todas los demás, porque ellas crean un precedente; ni le hace bien al tango, porque se crean situaciones tensas cuando lo que debería haber es un maravilloso sentimiento en un abrazo compartido: maravilloso, para ambos.

Es muy difícil para algunas mujeres dejar de ser complacientes, especialmente cuando muchas de ellas no saben poner límites ni dentro ni fuera de la milonga. Y no es una lección fácil de aprender, pero en algunos casos es vital aprenderla. Lo sé porque a mí me costó mucho ir contra esa educación machista que todas hemos recibido y porque he hablado con muchas milongueras que me confirman que a ellas también les pasó. Pero aquí va un secreto: poner límites, en el aspecto que sea, es una de las lecciones que más cuesta aprender en la vida, si embargo es indispensable para valorarse una misma, aprender a quererse y ser feliz. Es triste decirlo, pero hay mujeres que no consiguen aprender la lección, seguramente por miedo, inseguridad, falta de carácter o falta de apoyo, y algunas incluso terminan pagando el más alto de los precios.

Chicas, ¡poned límites... dentro y fuera de la milonga!

domingo, 8 de diciembre de 2013

Así nació Pebeta

Bien es sabido que las primeras y más influyentes figuras del tango tenían apodos como son el caso de Francisco Canaro alias "Pirincho" o "El Kaiser" o del maestro Juan D'Arienzo también llamado en un principio "Grillito" y más tarde "El Rey del Compás" o Juan Maglio conocido como "Pacho" o Aníbal Troilo como "Pichuco".   

Actualmente las figuras del tango, especialmente los bailarines profesonales, también tienen apodos y son ellos también quienes ponen especial empeño en seguir esta tradición y bautizar a otros bailarines profesionales, solo que a veces, lo hacen con gente que no lo es.

Hay un caso particular en el que fui testigo del fenómeno de otorgar un apodo. Estaba en una clase, en un festival de tango, junto a una chica de apariencia muy joven que acababa de conocer. El maestro, al comenzar la clase, se interesó por saber la experiencia en el tango de todos sus alumnos e hizo ronda de preguntas para enterarse. Todos aseguraron que mínimamente hacía uno o dos años que bailaban, todos excepto ella, que con timidez declaró que hacía solo cuatro meses que había empezado con el básico. Él la miró como se mira a un niño que acaba de decir algo conmovedor y exclamó: "...la pebeta de la clase!".

A continuación explicó un poco sobre los apodos en el tango y nos mencionó los de todos los bailarines profesionales invitados al festival, y finalmente, el significado de pebeta. Parece que la gente en la clase se quedó con el apodo recién otorgado...y colorín colorado, Pebeta se quedó, con el apodo que un tal Pebete le dio.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Esa primera tanda

Hay un chico llamado José que lee mi blog y fue el que me inspiró para escribir esta entrada, a raíz de un comentario que hizo un día sobre ese "pecado" que cometemos todos de presuponer las aptitudes que tiene o no la pareja de baile con la que elegimos para disfrutar de una tanda. También lo cometemos basándonos en lo que hemos oído sobre esa persona, por lo que esa misma persona nos dice, pero principalmente por lo que vemos.

Aquí precisamente está la clave de todo: lo que vemos. Cuando un hombre, baile como baile, sale a la pista, lo que ven los de fuera  -dejando a un lado que muchas veces lo que se ve no es lo mismo que lo que se siente-, es lo que cuenta. Si tiene una buena postura, todas las mujeres querrán bailar con él porque asumirán que baila bien; si su postura no invita, aún así no está perdido. Al ser un chico y por lo general estar en menor número con respecto a las chicas, marcará el nivel de las chicas con las que bailará, pero rara vez tendrá que bancarse injustamente tandas que no sean más o menos de su nivel a no ser que él lo elija así.

Sin embargo para la mujer es diferente, especialmente en la milongas a las que asiste por primera vez. Aunque ella elige también al aceptar o no una invitación o al usar el cabeceo, a veces, si quiere bailar tiene que aceptar una invitación a ciegas ya que las invitaciones no llegarán si no la ven bailar o no la conocen.  

Cuando una mujer, baile como baile, sale a la pista, lo que ven los de fuera sigue siendo lo que cuenta para obtener o no invitaciones y marca de forma escandalosa el nivel de baile de los bailarines que la invitarán durante la noche. Por eso mismo, el hombre que invita a una mujer a bailar la primera tanda de su noche, tiene una gran responsabilidad, ya que si la hace lucir mal aunque ella baile bien, la condena el resto de la noche. Por otro lado, si la mujer tiene poca experiencia y quien la invita la hace brillar más de lo que ella brilla por naturaleza, casi seguro que disfrutará de una maravillosa noche de tandas, casi todas probablemente por encima de su nivel de baile.

Normalmente se ve, al igual que con los hombres, si la mujer baila o no baila, por su postura, su pisada, su escucha, pero es el hombre el que tiene la capacidad de hacer lucir a una mujer o bien que parezca la reina de las patosas. Dicho esto, es triste decirlo, pero esa primera tanda que baila una mujer en una milonga, especialmente donde no la conocen, determina definitivamente su noche. Esta milonguera que escribe ha tenido noches desastrosas por este hecho, y por el mismo, noches maravillosas. Desgraciadamente, cuando nadie me ha dado la oportunidad de una tanda, he planchado toda una milonga: la milonga es cruel, especialmente con las milongueras.

martes, 3 de diciembre de 2013

¡Entre Milongas cumple su primer año!

Aunque hace poco, parece que hace toda una vida que llevo escribiendo este blog, contando anécdotas e historias que suceden entre milongas. Algunos de vosotros me habéis preguntado cómo nació la idea del blog, así que el primer aniversario me ha parecido el mejor momento para saciar vuestra curiosidad.

Cuando empecé a bailar fueron muchos los amigos y familiares que me preguntaron porqué me gustaba bailar tango y no otros bailes, qué es lo que tenía de especial el tango, porqué me hacía tan feliz. Por entonces solía contar anécdotas que me sucedían y escribía también un pequeño diario sobre momentos y situaciones especiales que me habían emocionado en la milonga. Un día simplemente me di cuenta de que mi gente cercana esperaba casi con ansiedad al momento del café y de que yo les contara mis aventurillas en el tango. Es ahí donde decidí que quería compartirlo con más gente. También vi una oportunidad para poner mi granito de arena para que el tango se conozca más, aunque sea desde un punto de vista bastante singular. Mi objetivo: expresar emociones y anécdotas acompañados de un poquito de humor.

Empecé contenida, experimentando y publicando así un poco de todo, desde biografías y letras de canciones hasta algunas lecciones aprendidas, pero lo que mis seguidores me habéis pedido más durante todo este tiempo son las anécdotas, sacar temas que pueden provocar debate entre milongueros, y recientemente también opiniones sobre milongas, encuentros, maratones y demás eventos, pero creo que sobre esto último esperaré.

Quería aprovechar para daros las gracias a todos mis seguidores, ya que sois el motor que me impulsa para seguir escribiendo y que hace que crezca día a día la ilusión por escribir. Me emociona pensar que estáis tan lejos y la vez tan cerca, y que me leéis ya en cuarenta y un países, que menciono a continuación como agradecimiento: Brasil, Argentina, Bolivia, Uruguay, Chile, México, Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Costa Rica, República Dominicana, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica, Reino Unido, España, Portugal, Grecia, Austria, Suecia, Suiza, Hungría, Serbia, Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Qatar, Corea del Sur, Vietnam, China, Indonesia, Bangladesh, Malasia, Filipinas, Japón y Rusia. Mis disculpas si me dejo algún país. Un gran abrazo milonguero, de corazón, desde un rinconcito de la península ibérica.