viernes, 13 de diciembre de 2013

A tan solo dos milímetros

Era una milonga local. Yo bailaba con un milonguero de esos que han pasado bastantes otoños sacando viruta al piso, es decir, un chico experimentado. Relajada, confiada, disfrutando de una maravillosa tanda estaba esta milonguera cuando él empezó a juguetear, provocando la suerte y llegando a los límites de ella, que por entonces apenas hacía dos otoños que pisaba las pistas de baile.

A falta de clases en la que mejorar la técnica y ganar seguridad para luego milonguear, la confianza no era uno de mis fuertes, ni en mis capacidades como milonguera, ni en las de casi ningún milonguero. Así que cuando en un momento dado él hizo un paso lateral y percibí un un boleo lineal, con la intención de que mi pierna, a modo de péndulo, pasara entre sus piernas, la inseguridad se apoderó de mi... a tiempo. Os confieso que aunque meter goles nunca ha sido mi fuerte, esta vez casi lo consigo.

Lo que sucedió fue que sentí la energía, más fuerte de lo habitual, supongo que porque el atrevido milonguero con el que bailaba sabía que yo necesitaba una marca exagerada para percibirla, por lo que al estar una pizca más relajada de lo habitual y dejar que mi pierna cobrara vida, comenzó a elevarse a una altura algo peligrosa y poco deseada. El milonguero en cuestión tuvo una suerte increíble porque justo en ese momento mi inseguridad, de la que os he hablado, entró en acción e intentó controlar el movimiento antes de que terminara en tragedia, o en gol, según como se mire: ¡mi pie quedó a tan solo dos milímetros escasos de su entrepierna!

Él sigue a día de hoy igual de atrevido, pero ya no me mira con ojos abiertos de espanto reflejando la cara que se le pone a una cuando teme dejar sin futuro a un pobre milonguero. Ahora que ya ha transcurrido algún que otro otoño más, voy más segura, tengo más control, y afortunadamente, esos dos milímetros han pasado a ser más de veinte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario