domingo, 29 de diciembre de 2013

Cuando menos te lo esperas

Había ido con dos amigos a un festival de tango de verano. Nuestra intención era disfrutar un rato de la milonga de la tarde, ir a cenar, ponernos nuestros mejores trapitos, y seguir milongueando a la luz de las velas. Mis expectativas sobre las maravillosas tandas que iba a disfrutar brillaban por su ausencia, en base a experiencias anteriores de ese mismo festival: no soy muy amiga de los festivales llenos de gente, sino más bien de los encuentros milongueros, de los eventos más bien familiares.

Así que sin muchas ganas llegué a la milonga de la tarde, me puse los zapatos de baile y me entretuve saludando a amigos y conocidos que hacía tiempo que no veía. Entre todos ellos había un chico con el que he coincidido en milongas, clases, y algún que otro festival y/o encuentro. También he compartido tandas con él y las he disfrutado casi siempre, sobre todo según yo he ido aprendiendo, ya que él tiene más experiencia que yo. Me sorprendió escuchar a alguna milonguera que lo definen como frío en su baile, más que nada porque yo no aunque yo no estoy de acuerdo en lo más mínimo: creo que es de las personas que, por la razón que sea, no entrega su abrazo en cuerpo y alma a todo el mundo... tal y como hago yo.

Sonaba un temazo, el primero de una tanda que prometía. Justo entonces sentí su mirada intensa, le miré, me cabeceó y no tardé ni una milésima de segundo en sonreír encantada, aceptando así su invitación. Al llegar al borde de la pista fui consciente de que estaba repleta y que apenas había sitio para bailar en el espacio de una baldosa. Me arrimé bien, hice alarde de mi abrazo más milonguero, totalmente pegadita a él, como si de una lapa a una roca se tratara. Me cuidó en todo momento de choques, golpes, y conseguí relajarme como nunca mientras él me regalaba una de las tandas más especiales que he disfrutado nunca: aquel abrazo transformó una preciosa tanda en toda una experiencia religiosa. Fue increíble. Las palabras no eran necesarias, por lo que me sorprendió escucharle decir: "vaya tanda más intima hemos bailado tú y yo..." Obviamente yo no contesté. Por mi tierra dicen, que "quien calla, con su silencio otorga".

Pasó el resto del verano y las semanas se hicieron meses, y volví a coincidir con él, esta vez en una milonga local. Al poco de ponerme las sandalias de tango y aclimatarme un poco al ambiente, me miró y me cabeceó. He de decir que esa tanda no fue nada especial porque el suelo estaba terrible, la música muy baja y las voces de los milongueros demasiado altas como para escuchar un tango en condiciones y más aún fundirtet con la música. A pesar de esto, me gustó bailar con él, y más aún oírle decir que en aquel festival ninguna de las locales le bailó como yo... todo un cumplido, que por cierto, me volvió loca.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Segundo plato

Aquella milonga consistía en una gran pista de baile con mesas y sillas alrededor de la misma, tan pegadas a la pared que solo permitían el paso por delante de ellas, aún así estaban preciosas con sus velas de colores encima, ambientando el lugar. Como casi siempre, había un puñado de milongueros y un montón de milongueras que aparecían de la nada. La exagerada proporción era de un milonguero por cada cuatro o cinco milongueras.

Visto el panorama, me quedó claro que esa noche iba a ser la típica en la que te sientas con amigas y te pones al día, tomas algo, y te dedicas a mirar zapatos y vestidos, prometiéndote a ti misma que no vas a pecar comprando algo que no necesitas. El caso es que siempre hay una falda que necesita zapatos a juego o unos zapatos a los que les va de maravilla una falda carísima que acabas de ver... ¡qué perdición!

Esa vez me contuve y no pequé, así que me senté junto a mis amigas. Allí estábamos tranquilamente cuando se acercó un milonguero a invitar a una de nosotras. No sabíamos a cual porque estábamos todas en línea, así que esperamos a que se acercara. A continuación se puso delante de una de mis amigas, le sonrió y le extendió una mano al tiempo que se inclinaba un poco hacia ella, algo así como las reverencias esas que aparecen en las películas, las de época. Fue algo exagerado y bastante gracioso, por lo que tuve que contener la risa. Sin embargo esta se esfumó en cuanto mi amiga rechazó la invitación de este milonguero y acto seguido optó por la siguiente en la línea, es decir, yo. Lo miré, le di las gracias y le rechacé. He de confesar que de haber sido su primera elección puede que hubiera aceptado, pero lo siento: yo no soy segundo plato para nadie.

Creo que es de mal gusto hacer sentir a una mujer que ella es la segunda opción. Puede que lo sea, pero el milonguero en cuestión debería tener algo más de tacto y no invitar justo inmediatamente después de haber sido rechazado por otra, y menos aún cuando esto ha sucedido delante de las narices del "segundo plato" en cuestión.

Para que los hombres que no terminan de entender esto quiero que os imagineis otra situación. Invitas a una mujer y ella te rechaza porque esa tanda la prefiere bailar con otro hombre. Ves que ella le va a buscar pero no tiene suerte ya que otra mujer se le adelanta y le invita antes. Ella decide regresar a tu lado, te mira y te invita. Es evidente que eres su segunda opción. ¿Cómo te sientes?¿Le dices algo y luego aceptas... o no?¿Rechazas directamente la invitación?

En ambos casos hay una falta de tacto que puede hacer sentir mal a alguien, aunque se den con la mejor de las intenciones. Todos hemos observado alguna vez a un milonguero que se acerca a una mujer, la invita, y ella le rechaza. Justo inmediatamente después se acerca otro milonguero a invitarla y ella acepta. Más de lo mismo, solo que en este caso la escandalosa falta de tacto roza lo cruel. ¿Realmente es necesario esto?

miércoles, 25 de diciembre de 2013

lunes, 23 de diciembre de 2013

Tan solo una milonguera

Como si de una película al revés se tratara, la milonga empieza con los pies terriblemente doloridos metidos en un cubo con hielo en tu casa, mientras comentas la noche con tu pareja o con una amiga; o bien en un hotel, cambiando el cubo con hielo por una eficiente rociada de piernas con agua helada de la ducha; o dándote cremas y un buen masaje en los pies: todo ello, mientras engañas a tu hambriento estómago de la mejor manera que puedes.

Un poco antes has hecho eso, que por costumbre, no sueles hacer: volverte una besucona. Repartes besos por doquier, y sin darte cuenta te despides varias veces de la misma persona. Sales de la milonga y sigues regalando besos, despidiéndote de gente a la que verás en unas horas, y que viste justo el día anterior, y quizás por la emoción, igual terminas dando un beso incluso a una columna en lugar de a algún milonguero... como vi hacer una vez a un chico, aunque intuyo que los cubatas tuvieron algo que ver.

Luego la escena continúa con ese momento, en el que se te sale el corazón, después de haber aplaudido hasta dolerte las manos, y ya casi sin voz, tras pedir "otra, otra" una vez más. Te sientes viva, eufórica, adrenalina a mil corriendo por tus venas. No quieres que acabe, no tienes sueño, tan solo un pequeño malestar en el estómago recordándote que la cena quedó atrás hace ya muchas horas.

Ese último tango que suena, uno de los más especiales, al que te arrastras con lo que queda de ti y de tus pies, pero que por nada te perderías. Ya nada importa, te sientes ligera, emocionada, relajada, preparada. Dispuesta a improvisar si hace falta, a sacar lo mejor de tu tango.

Unas horas antes has salido de tu casa coqueta, con la raya del ojo pintada y una de tus faldas más bonitas, has limpiado tus zapatos y has metido en la bolsa unos, con un poquito menos de tacón, para las últimas tandas de la milonga. Has revisado tu bolso y ahí también has encontrado un abanico, caramelos, un pequeño monedero con dinero suficiente para la entrada y unas cuantas bebidas, la cámara de fotos para captar algún momento mágico, galletas, barritas energéticas o chocolates para compartir, unos pañuelos, una pinza para el pelo y mucha ilusión. Pero no hay identificación alguna dentro de ese bolso, porque tú ya no eres tú, sino esa milonguera en la que te has transformado... justo en el momento en el que salías de casa, con ese último toque de carmín en tus labios.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Quiroz

Supongo que si os movéis por Madrid de vez en cuando o por cualquier rincón de la península ibérica, habréis asistido alguna vez a una milonga musicalizada por un pibe llamado Mariano Quiroz. Hablo de ese chico de ojos vivaces y pelo revoltoso que crea magia allí donde él pone sus vinilos, su arte y su ilusión. Creo sinceramente que pertenece al grupito de los pocos Djs que conozco que realmente lo son.

A musicalizar una milonga son muchos los que se atreven una vez que se familiarizan con el conjunto de los quinientos o seiscientos tangos más oídos en las milongas. Y algunos lo hacen de maravilla, aún así, lo que hacen es simple: montan la milonga, la meten en un USB, o a veces, queriendo ser más profesionales la dejan en su ordenador de última generación y le dan al play. Algunos, ponen buena música y encandilan a la gente; otros, de forma inexplicable, encima eligen tangos difícilmente bailables, ¡con lo difícil que eso es teniendo en cuenta la de temazos que existen..!. Están los que te mezclan tandas decentes con eso que llaman tango nuevo, que corta la onda de la milonga y con ello la magia. Entiendo que hay gustos para todo así que teniendo en cuenta eso, quizás sería mejor hacer milongas solo de tango nuevo y no mezclar, ya que esas tandas de tango nuevo, a mi parecer, nada pintan en una milonga tradicional. Otros intentan ser originales, pero mejor ni hablamos de éstos. Lo hacen con ilusión y con la mejor de las intenciones y eso está muy bien para una milonga local o entre amigos, pero no para un evento al que asiste gente de fuera que ha invertido tiempo, dinero y esfuerzo. Es como darles a estos pobrecitos una milanesa, pero sin pasar por la sartén.

Un Dj no solo tiene que ir amoldando la música a los milongueros de la pista para mantenerla en todo momento fluida y llena, sino que además tiene que ir calentando el ambiente poco a poco hasta conseguir que las horas vuelen, los abrazos se hagan más íntimos y especiales y los corazones se salgan del pecho. Para ello no sirven las tandas enlatadas en un USB o un ordenador, sino ir adaptándose, leer lo que que la milonga pide. Ser Dj es un arte, independientemente de la música con la que regales a tu público, y no se aprende en dos noches y media.

Un pajarito me ha dicho que Quiroz ya era Dj de otro estilo musical mucho antes de comenzar en el mundo del tango, y supongo que eso explica lo que ocurre en las milongas en las que él musicaliza: sabe lo que hace. También me han dicho que su colección de vinilos es magnífica, de coleccionista, y eso también explica de donde saca los temazos con los que inunda las milongas, y los corazones de muchos milongueros. Gracias Mariano.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Cambiando el chip

En el mes de junio publiqué una entrada llamada "sincronizando pensamientos". En ella os hablaba de un milonguero con el que no tuve piel de ninguna clase al bailar con él, pero con suerte, lo sentimos los dos y amablemente me sentó, para mi propio alivio.

La verdad es que una amiga mía me había comentado que es un tipo particular, como bailarín no es nada especial, pero una consigue divertirse con él y entra en su juego, aunque para ello hay que cambiar el chip, mentalizarse de que bailar no vas a bailar, reírte, eso puede que sí. Como es un chico que baila a la velocidad del rayo, pisando cuando quiere y haciendo lo que en ese momento su mente le indica, dejando a su pobre milonguera con el susto en la cara, pues he de confesar que es toda una aventura atreverse a aceptar una invitación suya. Y un reto para una misma el conseguir bailar la tanda completa con él.

Lo que me sorprendió es que después de sentarme aquella vez, al coincidir con él en otra milonga, me invitó a bailar de nuevo. Quizás entonces era verdad que él necesitaba descanso y por eso me sentó, o quizás le pasó lo mismo que a mi y se dijo: "no puede ser, esto puede dar para mucho más...". Fuera lo que fuese, el caso es que me invitó y acepté.

Siguiendo consejos de buenos amigos, decidí entrar en su juego y finalmente conseguí lo que no esperaba conseguir: divertirme. Para ello tuve que olvidarme por completo de la música y poner al límite mi capacidad de mantener el eje, pero en el fondo creo que fue una especie prueba personal por la que tenía que pasar. Muy de vez en cuando coincidimos en milongas. A veces me mira y de vez en cuando mantengo la mirada lo suficiente para que pueda hacer un cabeceo, luego le sonrío, y tan pronto como llego a la pista y me regala su abrazo, para dos segundos después dejar de existir.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Lo que realmente aburre

Todas hemos bailado alguna vez con hombres a los que les gusta mostrar todo lo que saben en un solo tango: ganchos, boleos, barridas, sandwichitos, y otras figuras que se inventan ellos mismos intentando ser originales. Hace poco me enteré por casualidad, gracias a un amigo milonguero, de que hacen esto por miedo a que la mujer se aburra con ellos bailando. ¿Aburrirse? Me quedé de piedra porque de todo lo que se me podía haber pasado por la cabeza, eso era lo que menos esperaba oír. Justo en ese instante sentí que nunca había estado más de acuerdo con John Grey que en ese momento: los hombres son de Marte, las mujeres de Venus.

Se que hay muchos hombres que leéis el blog y aguantáis todas mis críticas con una sonrisa -o con ganas de estrangularme-, así que lo mínimo que puedo hacer es aclararos porqué me sorprendió tanto oír tal afirmación. Se trata de que creo que los hombres, que piensan que las mujeres se aburren cuando no les hacen muchas figuras, están muy equivocados. Por lo que tengo entendido por opiniones de otras milongueras, coincidimos que a las mujeres nos gusta un buen abrazo, entendiendo por ello un abrazo cómodo para ambos, en el que el hombre no estruje a la mujer, ni la fuerce de ninguna manera en el movimiento, ni impida su movimiento. Nos gusta también que un hombre escuche e interprete la música, pero para ello no son necesarias mil figuritas por segundo sino que solo es necesario caminar y hacer algún giro para no salirse de la pista, sin golpear ni chocarse con nadie. Nada más... y nada menos. El resto puede estar bien, pero solo si se hace correctamente, dominando el eje y los tiempos en todo momento.

He de reconocer que al menos a mí, hay algunas cosillas que si me aburren, como por ejemplo los hombres que bailan todo igual, rítmicamente hablando, que escuchan una milonga y te la bailan como un tango o un tango como un vals o ni siquiera saben lo que está sonando, que lo bailan todo. También me aburren los que sonando un precioso vals en el la música pide una fluidez de movimiento, me hacen cinco sandwichitos en cuatro minutos, con paradas donde no debía haberlas y destrozando el tema totalmente. Confieso que además me aburren los milongueros que en lugar de escuchar la música, hablan o peor aún, dan lecciones o los que hacen una figura, no les sale o no te sale a ti, y se pasan medio tango insistiendo para que salga bien. Aún así creo que el colmo del aburrimiento son los que bailan para que los miren a ellos y no para la mujer a la que abrazan. Todo esto que he mencionado son cosas que realmente aburren, y no un agradable abrazo con una caminadita y un par de giros, sin mostrar todas las figuritas de tango que uno sabe.

viernes, 13 de diciembre de 2013

A tan solo dos milímetros

Era una milonga local. Yo bailaba con un milonguero de esos que han pasado bastantes otoños sacando viruta al piso, es decir, un chico experimentado. Relajada, confiada, disfrutando de una maravillosa tanda estaba esta milonguera cuando él empezó a juguetear, provocando la suerte y llegando a los límites de ella, que por entonces apenas hacía dos otoños que pisaba las pistas de baile.

A falta de clases en la que mejorar la técnica y ganar seguridad para luego milonguear, la confianza no era uno de mis fuertes, ni en mis capacidades como milonguera, ni en las de casi ningún milonguero. Así que cuando en un momento dado él hizo un paso lateral y percibí un un boleo lineal, con la intención de que mi pierna, a modo de péndulo, pasara entre sus piernas, la inseguridad se apoderó de mi... a tiempo. Os confieso que aunque meter goles nunca ha sido mi fuerte, esta vez casi lo consigo.

Lo que sucedió fue que sentí la energía, más fuerte de lo habitual, supongo que porque el atrevido milonguero con el que bailaba sabía que yo necesitaba una marca exagerada para percibirla, por lo que al estar una pizca más relajada de lo habitual y dejar que mi pierna cobrara vida, comenzó a elevarse a una altura algo peligrosa y poco deseada. El milonguero en cuestión tuvo una suerte increíble porque justo en ese momento mi inseguridad, de la que os he hablado, entró en acción e intentó controlar el movimiento antes de que terminara en tragedia, o en gol, según como se mire: ¡mi pie quedó a tan solo dos milímetros escasos de su entrepierna!

Él sigue a día de hoy igual de atrevido, pero ya no me mira con ojos abiertos de espanto reflejando la cara que se le pone a una cuando teme dejar sin futuro a un pobre milonguero. Ahora que ya ha transcurrido algún que otro otoño más, voy más segura, tengo más control, y afortunadamente, esos dos milímetros han pasado a ser más de veinte.

martes, 10 de diciembre de 2013

Poniendo límites

A veces se dan situaciones incómodas en la milonga. Un ejemplo es cuando un hombre se acerca a una mujer a invitarla a bailar, ella declina la invitación y el hombre se ofende, como si la mujer le hubiera dicho una barbaridad o le estuviera insultando. Creo que hay que comprender que a pesar de ser un baile social, nadie tiene obligación de bailar con nadie y a todo el mundo no le gusta bailar con todo el mundo. Además, si en la mayoría de las milongas rige un código en el que es él quien invita a bailar, siendo obvio que él elige cuando decide invitar o no a una milonguera, lo lógico es que ella ejerza el mismo derecho de elegir y decline o no  la invitación según le parezca. Así de simple. Y si no estamos de acuerdo con esto señores, pues cambiemos el código y que sean ellas o ambos quienes inviten, o mejor aún, cabeceemos, y así evitamos situaciones incómodas de todo tipo. 

Me he encontrado con hombres, acostumbrados a que las mujeres -enseñadas en muchas culturas a ser complacientes- nunca declinen una invitación suya. El problema para ellos viene cuando las que somos algo rebeldes entramos en escena y osamos rechazarles. Entonces empieza la batalla. Algunos hasta montan el númerito de turno a la milonguera poniéndole malas caras, insistiendo, persistiendo con la mirada y con la presencia hasta hacer la situación más incómoda aún, preguntando reiteradamente si quieres bailar con él o no, y alguno incluso osa agarrar del brazo y de un tirón levantarla de la silla, o en otros casos, haciendo reproches o contando por ahí que ella no es "tan buena bailarina sino que se crees no-se-que". Algunos incluso dan media vuelta brúscamente e invitan a la primera que ven como para hacerle saber saber que él si es deseado y que ella comete un error, o bien deja de hablarle o jamás le vuelve a invitar (yo, personalmente, a veces doy gracias por esto cuando me sucede). En fin, algún día me dedicaré a hacer un listado de todas estas reacciones, más que nada porque todavía hay hombres que no admiten que esto sucede, incluso cuando son ellos quienes las tienen.

Creo que la solución no solo está en el cabeceo, sino en que las mujeres complacientes dejen de serlo, dejen de sacrificarse como corderitos eternamente. Para empezar, porque ni se hacen bien a ellas, ya que no disfrutan de la tanda y a veces hasta les hacen daño físico; ni les hacen bien a ellos, porque se acostumbran a obtener siempre lo que quieren; ni nos viene bien a todas los demás, porque ellas crean un precedente; ni le hace bien al tango, porque se crean situaciones tensas cuando lo que debería haber es un maravilloso sentimiento en un abrazo compartido: maravilloso, para ambos.

Es muy difícil para algunas mujeres dejar de ser complacientes, especialmente cuando muchas de ellas no saben poner límites ni dentro ni fuera de la milonga. Y no es una lección fácil de aprender, pero en algunos casos es vital aprenderla. Lo sé porque a mí me costó mucho ir contra esa educación machista que todas hemos recibido y porque he hablado con muchas milongueras que me confirman que a ellas también les pasó. Pero aquí va un secreto: poner límites, en el aspecto que sea, es una de las lecciones que más cuesta aprender en la vida, si embargo es indispensable para valorarse una misma, aprender a quererse y ser feliz. Es triste decirlo, pero hay mujeres que no consiguen aprender la lección, seguramente por miedo, inseguridad, falta de carácter o falta de apoyo, y algunas incluso terminan pagando el más alto de los precios.

Chicas, ¡poned límites... dentro y fuera de la milonga!

domingo, 8 de diciembre de 2013

Así nació Pebeta

Bien es sabido que las primeras y más influyentes figuras del tango tenían apodos como son el caso de Francisco Canaro alias "Pirincho" o "El Kaiser" o del maestro Juan D'Arienzo también llamado en un principio "Grillito" y más tarde "El Rey del Compás" o Juan Maglio conocido como "Pacho" o Aníbal Troilo como "Pichuco".   

Actualmente las figuras del tango, especialmente los bailarines profesonales, también tienen apodos y son ellos también quienes ponen especial empeño en seguir esta tradición y bautizar a otros bailarines profesionales, solo que a veces, lo hacen con gente que no lo es.

Hay un caso particular en el que fui testigo del fenómeno de otorgar un apodo. Estaba en una clase, en un festival de tango, junto a una chica de apariencia muy joven que acababa de conocer. El maestro, al comenzar la clase, se interesó por saber la experiencia en el tango de todos sus alumnos e hizo ronda de preguntas para enterarse. Todos aseguraron que mínimamente hacía uno o dos años que bailaban, todos excepto ella, que con timidez declaró que hacía solo cuatro meses que había empezado con el básico. Él la miró como se mira a un niño que acaba de decir algo conmovedor y exclamó: "...la pebeta de la clase!".

A continuación explicó un poco sobre los apodos en el tango y nos mencionó los de todos los bailarines profesionales invitados al festival, y finalmente, el significado de pebeta. Parece que la gente en la clase se quedó con el apodo recién otorgado...y colorín colorado, Pebeta se quedó, con el apodo que un tal Pebete le dio.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Esa primera tanda

Hay un chico llamado José que lee mi blog y fue el que me inspiró para escribir esta entrada, a raíz de un comentario que hizo un día sobre ese "pecado" que cometemos todos de presuponer las aptitudes que tiene o no la pareja de baile con la que elegimos para disfrutar de una tanda. También lo cometemos basándonos en lo que hemos oído sobre esa persona, por lo que esa misma persona nos dice, pero principalmente por lo que vemos.

Aquí precisamente está la clave de todo: lo que vemos. Cuando un hombre, baile como baile, sale a la pista, lo que ven los de fuera  -dejando a un lado que muchas veces lo que se ve no es lo mismo que lo que se siente-, es lo que cuenta. Si tiene una buena postura, todas las mujeres querrán bailar con él porque asumirán que baila bien; si su postura no invita, aún así no está perdido. Al ser un chico y por lo general estar en menor número con respecto a las chicas, marcará el nivel de las chicas con las que bailará, pero rara vez tendrá que bancarse injustamente tandas que no sean más o menos de su nivel a no ser que él lo elija así.

Sin embargo para la mujer es diferente, especialmente en la milongas a las que asiste por primera vez. Aunque ella elige también al aceptar o no una invitación o al usar el cabeceo, a veces, si quiere bailar tiene que aceptar una invitación a ciegas ya que las invitaciones no llegarán si no la ven bailar o no la conocen.  

Cuando una mujer, baile como baile, sale a la pista, lo que ven los de fuera sigue siendo lo que cuenta para obtener o no invitaciones y marca de forma escandalosa el nivel de baile de los bailarines que la invitarán durante la noche. Por eso mismo, el hombre que invita a una mujer a bailar la primera tanda de su noche, tiene una gran responsabilidad, ya que si la hace lucir mal aunque ella baile bien, la condena el resto de la noche. Por otro lado, si la mujer tiene poca experiencia y quien la invita la hace brillar más de lo que ella brilla por naturaleza, casi seguro que disfrutará de una maravillosa noche de tandas, casi todas probablemente por encima de su nivel de baile.

Normalmente se ve, al igual que con los hombres, si la mujer baila o no baila, por su postura, su pisada, su escucha, pero es el hombre el que tiene la capacidad de hacer lucir a una mujer o bien que parezca la reina de las patosas. Dicho esto, es triste decirlo, pero esa primera tanda que baila una mujer en una milonga, especialmente donde no la conocen, determina definitivamente su noche. Esta milonguera que escribe ha tenido noches desastrosas por este hecho, y por el mismo, noches maravillosas. Desgraciadamente, cuando nadie me ha dado la oportunidad de una tanda, he planchado toda una milonga: la milonga es cruel, especialmente con las milongueras.

martes, 3 de diciembre de 2013

¡Entre Milongas cumple su primer año!

Aunque hace poco, parece que hace toda una vida que llevo escribiendo este blog, contando anécdotas e historias que suceden entre milongas. Algunos de vosotros me habéis preguntado cómo nació la idea del blog, así que el primer aniversario me ha parecido el mejor momento para saciar vuestra curiosidad.

Cuando empecé a bailar fueron muchos los amigos y familiares que me preguntaron porqué me gustaba bailar tango y no otros bailes, qué es lo que tenía de especial el tango, porqué me hacía tan feliz. Por entonces solía contar anécdotas que me sucedían y escribía también un pequeño diario sobre momentos y situaciones especiales que me habían emocionado en la milonga. Un día simplemente me di cuenta de que mi gente cercana esperaba casi con ansiedad al momento del café y de que yo les contara mis aventurillas en el tango. Es ahí donde decidí que quería compartirlo con más gente. También vi una oportunidad para poner mi granito de arena para que el tango se conozca más, aunque sea desde un punto de vista bastante singular. Mi objetivo: expresar emociones y anécdotas acompañados de un poquito de humor.

Empecé contenida, experimentando y publicando así un poco de todo, desde biografías y letras de canciones hasta algunas lecciones aprendidas, pero lo que mis seguidores me habéis pedido más durante todo este tiempo son las anécdotas, sacar temas que pueden provocar debate entre milongueros, y recientemente también opiniones sobre milongas, encuentros, maratones y demás eventos, pero creo que sobre esto último esperaré.

Quería aprovechar para daros las gracias a todos mis seguidores, ya que sois el motor que me impulsa para seguir escribiendo y que hace que crezca día a día la ilusión por escribir. Me emociona pensar que estáis tan lejos y la vez tan cerca, y que me leéis ya en cuarenta y un países, que menciono a continuación como agradecimiento: Brasil, Argentina, Bolivia, Uruguay, Chile, México, Venezuela, Colombia, Perú, Ecuador, Costa Rica, República Dominicana, Estados Unidos, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica, Reino Unido, España, Portugal, Grecia, Austria, Suecia, Suiza, Hungría, Serbia, Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Qatar, Corea del Sur, Vietnam, China, Indonesia, Bangladesh, Malasia, Filipinas, Japón y Rusia. Mis disculpas si me dejo algún país. Un gran abrazo milonguero, de corazón, desde un rinconcito de la península ibérica.

sábado, 30 de noviembre de 2013

La primera milonga en la que invité yo a bailar

Milongueando un fin de semana en una ciudad extranjera, el viernes fui a una milonga en el que las tandas que me habían ofrecido habían brillado por su escasez y por su calidad; el sábado, en otra milonga de la misma ciudad, pasé unas cinco horas en las que no bailé ni una sola tanda porque no me llegó invitación alguna, a pesar de desplegar todas las artimañas que se para que ellos se fijaran en mi; pero el domingo decidí que yo no había recorrido tantas millas en vano y que haría eso que no había hecho nunca antes: ser yo la que invitara a bailar.

Me sentía exactamente como había imaginado, como a punto de hacer algo prohibido: nerviosa, quizás incluso ansiosa. Pero me armé de valor y me acerqué a la barra del bar a invitar a un chico argentino, encargado de la comida, con el que había estado charlando previamente. Él me confesó que estaba agobiado y sin ganas de bailar pero que aún así intentaría buscarme más tarde para bailar. Charlamos un buen rato y me contó que tenía problemas con la organización de la milonga. Poco después le vi salir de la milonga con cara seria, supongo que sin ganas de bailar.

Fui a por otra víctima: una mujer. Sabía que ella bailaba de chico y como ya la conocía y era muy simpática, ni me lo pensé. He de confesar que me encanta bailar con mujeres: es como si realmente habláramos el mismo idioma en todos los sentidos. Pero... ella tenía tacones y con ese calzado no consideró adecuado bailar. Además, no salía apenas de la pista, todos los chicos la conocían y querían bailar con ella. 

Mi tercer intento fue cinco minutos después, cuando abordé a un chico que hacía tiempo que estaba en la barra, mirando, sin que le hicieran mucho caso a pesar de que miraba a todas. Ingenua de mi que creía que sería algo más principiante que el resto y que por eso quizás no rechazaría mi invitación. Así que me acerqué, entablé conversación y le pregunté si le apetecía bailar la tanda que acababa de comenzar. Su repuesta fue un rechazo directo acompañado de un "gracias" de lo más tímido. Le vi bailar después, y qué suerte la mía que me dijo que no: ¡era terrible! Aquí sin duda, ¡la víctima hubiera sido yo!

En mi cuarto y último intento invité a un chico al que ya había visto bailar aunque no le conocía. Me armé de valor una vez más, me acerqué y le invité directamente, sin entablar conversación alguna. Me miró a los ojos y me dijo que estaba descansando. ¡Olé! ¡qué capacidad tienes algunos seres humanos de mirar directamente a los ojos y mentir abiertamente! Su "descanso" duró medio minuto o quizás medio segundo, porque casi inmediatamente después le vi cabecear a una rubia y desaparecer en la pista. Entiendo que no quisiera bailar conmigo pero no su falta de tacto al invitar inmediatamente después a otra. Ahora entiendo a algunos amigos cuando se quejan de esto mismo. Yo particularmente intento no aceptar invitaciones de otros chicos si previamente he rechazado a alguien... ¡al menos no durante la misma tanda!

He de reconocer que ese último rechazo me afectó emocionalmente y decidí que cuatro rechazos eran más que suficientes. Me resigné a ser ignorada el resto de la noche, pero afortunadamente pude centrarme en ver bailar a otras parejas, tomar algún combinado que otro, y en escuchar la maravillosa música con la que el DJ nos regalaba.

jueves, 28 de noviembre de 2013

No estás cómoda con el abrazo, ¿verdad?

Es lo que preguntó un hombre con el que bailaba una tarde de domingo en la última milonga de un festival. Era el segundo tango de la tanda, y aunque no me acuerdo de la música que sonaba, sí de que durante todo el primer tango me había estado moviendo en su abrazo mucho más de lo que lo hubiera hecho en una cama llenita de pulgas. La razón: no estaba cómoda.

Lo que me sorprendió fue escuchar ese "no estás cómoda con el abrazo, ¿verdad? si es así dime y dejamos de bailar porque se supone que el baile es para disfrutar... no pasa nada". Me sorprendió tanta sinceridad y además me encantó que me lo dijera, aunque he de reconocer que me sentí un poco mal por ello, ya que reconozco que empleé más energía al principio en intentar forzar de alguna manera un cambio en su abrazo y sin embargo dejé de un lado mis esfuerzos por intentar adaptarme a él.

Al oír tal pregunta, y con el sentimiento de culpa bien arraigado, le miré sinceramente a los ojos y le dije que no quería que termináramos la tanda y seguido le comenté las razones por las que no estaba cómoda. Si él estaba dispuesto a amoldarse y cambiar un poco su abrazo, yo también a relajarme un poco más... un poco de trabajo en equipo. Y la colaboración dio sus frutos. El tercer tango fue mejor que el primero y el segundo, y mientras esperábamos a que sonara el cuarto, le dije "mejor así"; él me miró y me respondió "tú también". Casi me entra la risa ahí mismo porque tenía toda la razón del mundo: mejor los dos. La última tanda puedo decir que realmente la disfruté porque se me hizo muy corta, y de pronto me vi sonriéndole y despidiéndome de él. Definitivamente volveré a bailar con él si me invita porque sinceramente espero que lo haga. 


martes, 26 de noviembre de 2013

Una nueva especie de setas aparace por tierras norteñas: los maestrillos

El lluvioso otoño ha favorecido la aparición de muchas setas, pero lo curioso es que casi en la misma cantidad lo hayan hecho los maestrillos, allá por tierras norteñas. Aclaro que no hablo de esos milongueros que se dedican a dar lecciones a su pareja de baile en una milonga (muy mal, por cierto), sino de todas esas personas, que después de unos años bailando tango, bailen como bailen, gracias a amigos y gente conocida que no les han hecho favor alguno, se creen aptos para iluminar al mundo con sus habilidades de tango -existan o no-, y lo que es peor, transmitirlas.

En el fondo creo que la intención es buena, es de difundir el tango, de aportar su granito de arena a una pasión que les hace felices y que quieren compartir. Sin embargo, las buenas intenciones no son suficientes. En realidad lo que hacen es perjudicar al tango y a los profesionales que se dedican a ello y que mueven escuelas, milongas, y que además han invertido mucho tiempo y dinero en una formación y debido a ello tienen una calidad mínima. No olvidemos que un buen profesional es aquel que nunca para de superarse, de formarse, de crear, de aportar.

La clave de este asunto es la calidad. El hecho de que a uno o dos milongueros que hace un tiempo que bailan, alguien que les quiere mucho les diga que son fantásticos, que bailan divino y que deberían transmitirlo, no significa que deban impartir clases. Recordemos que son amigos o conocidos que les aprecian los que les hacen creer lo que no es, y luego es su ego el que toma el mando y se autoconvence, pero seamos razonables: los amigos no suelen una fuente muy objetiva, y el hijo de una madre tampoco es el niño más bueno y guapo del mundo.

Ya aclarado este asunto, con tanto champiñón por las campiñas norteñas, algo muy serio está pasando: si esta nueva especie de la naturaleza osa enseñar una técnica que no posee aunque crea que sí, el resultado serán alumnos con los que nadie querrá bailar, por lo que tendrán que hacer milongas entre ellos y la división en el tango irá a más. Por otro lado, esta pobre gente con pasión por el tango y dispuesta a invertir dinero y tiempo, serán estafados ya que no obtendrán aquello por lo que pagan, y lo peor es que para cuando lo sepan, es decir, cuando realmente tomen clases con verdaderos profesionales, estarán ya desesperados porque no consiguen bailan en milongas, porque tienen que corregir malos hábitos y porque han estado perdiendo su tiempo y su dinero. Por favor, un poquito de respeto hacia los profesionales del tango y hacia esta gente que son quienes van a enriquecer el tango y hacer que la comunidad milonguera española crezca en número y en calidad.

Dicho lo dicho, que sepáis que esta milonguera pasó de la incredulidad a la indignación al enterarse de este fenómeno de los maestrillos, pero ahora he de confesaros que está esperanzada porque sabe que tras esos maestrillos hay gente honesta, con valores, capaz de razonar y de desarrollar su capacidad de auto crítica, una vez que lean esta entrada. Tengo fe.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Goteras en la milonga

Era la misma milonga en la que yo me animé a invitar por primera vez, en la que obtuve cuatro rechazos de cuatro invitaciones. Aquello me desanimó definitivamente a seguir invitando, no así a disfrutar de la música, la compañía de buenos amigos y el ambiente de la milonga. Hay noches en la que no puede ser y hay que asumirlo.

Asumidísimo lo tenía cuando un señor extranjero, mayor, muy alto se me acercó, me miró con una sonrisa, y me invitó a bailar. Obviamente acepté sin saber ni cómo bailaba, aunque os he de confesar que ya una amiga me había dicho que le había gustado bailar con él, así que me imaginé que sería una tanda al menos aceptable.

Empezamos a movernos con los primeros compases del primer tango cuando sentí una gota caer sobre mi frente e ir resbalando lentamente por mi nariz, haciéndome cosquillas, y finalmente posándose cerca de mis labios. Con un gesto rápido solté la mano del abrazo de mi pareja y retiré la gotita de mi cara. Pensé que mi suerte no tenía límites al estar justamente debajo de la única gotera de la milonga, ya que el suelo estaba seco e impecable. Es ese tipo de suerte que se tiene cuando pasa una paloma por encima de un montón de gente y te cae justo a ti la sorpresita.

La segunda gota, justo cuando pasábamos por el mismo lugar, me irritó un poco, me desconcentró, e hizo que mirara instintivamente hacia arriba para buscar la gotera o un posible bromista subido a una viga, pasándoselo en grande con una flor de esas que tienen los payasos en la solapa y que tiran un chorrito de agua cuando te acercas. Pero no, ni había payaso ni alma alguna sobre las vigas.

La tercera gotita, ya dentro del segundo tango, hizo que me diera cuenta de que por mucho que no me gusten las goteras y los payasos, hay todavía cosas peores. Esa vez estaba totalmente decidida a averiguar qué pasaba, e incluso a buscar ayuda en mi pareja de baile para localizar la gotera. Entonces lo miré. Lo siguiente que recuerdo es el esfuerzo sobrehumano que hice para no dar un grito de horror ahí mismo, al descubrir que las gotitas de lluvia no eran tales sino sudor de mi pareja de baile, cayendo directamente sobre mi, como si de gotas de lluvia se trataran.

Lo que además me dejó totalmente anonadada es que él se dio cuenta, sacó un pañuelo de papel para secarse, sonrió a modo de disculpa, y continuó bailando como si nada. No tuve el valor para sentarle pero si para adaptar mi abrazo a la situación e intentar salvar una tanda insalvable: ni corta ni perezosa, abrí el abrazo todo lo que pude, eché mi cabeza hacia atrás y continué bailando esos tangos como si de valses vieneses se trataran.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Ciencia aplicada al baile

Me acuerdo que una vez leí un artículo muy curioso escrito por psicólogos de la Universidad de Northumbría, en Newcastle. Tras una serie de estudios, concluyeron que un hombre es mucho más atractivo para las mujeres si baila bien, e incluso decían que la forma de bailar del hombre da una señal a las mujeres de su capacidad reproductora o de su masculinidad.

Lo curioso de todo esto, o lo que a mí me llamó la atención, fue que la mujeres que participaron en el estudio hacían su valoración de si un hombre les parecía buen bailarín o no fijándose en ocho detalles del cuerpo, de los que desafortunadamente ahora no me acuerdo. ¿En tanto nos fijamos nosotras cuando miramos bailar a un hombre? Supongo que nuestro cerebro tiene una capacidad de procesar datos muy superior a aquella de la que somos conscientes.

Humildemente reconozco, y por ridículo que parezca, que es cierto que los buenos bailarines, al menos a mí, me parecen más guapos, más atractivos. Así que no añado comentarios o lo sin-sentido: evidentemente soy parte de la regla y no una excepción. Supongo además, que eso explica porqué chicos poco atractivos, pero que bailan bien, tienen tanto éxito con las chicas.

Me viene al recuerdo un momento en el que estaba sentada en una milonga, en primera línea de pista, junto a un amigo, cuando me pareció que él me exclamó algo así como: "no se qué le ven las mujeres a ese chico, guapo, guapo no es...". El chico del que hablaba baila bien, efectivamente guapo no es, pero tiene el don de la palabra y sabe camelar bien a una chica, supongo que porque a pesar de su juventud, proyecta seguridad. Mi amigo no tiene nada que envidiarle porque aunque no baila tan bien ya que no tiene tanta experiencia, no lo hace nada mal y mejora día a día. Además, es buen chico, guapo, joven, aunque hay una cosa que lo diferencia del otro: su timidez. Yo creo que en el fondo la timidez podría ser inseguridad y creo que justamente por eso él cree que no tiene tanto éxito con las chicas, aunque en realidad se equivoca: sé de al menos una que le ronda, que está interesada en él; sin embargo, él no parece darse cuenta.

martes, 19 de noviembre de 2013

La actitud al bailar

Hace poco estuve en una clase poco convencional que me gustó mucho. En ella, los maestros no enseñaron figura alguna y aunque hicieron enfoque principalmente en la técnica, también lo hicieron en otro aspecto del tango que pocas veces se menciona en las clases o se dedica una clase en exclusiva a ello: la actitud al bailar.

Enfocaron su charla en explicar cómo al bailar la actitud debe de ser activa y de escucha a la música y a la pareja. Así como en una conversación hay que escuchar y dejar tiempo y espacio a los demás para que se expresen, ya que de no ser así, la comunicación no sería en forma de conversación (bilateral) sino más bien un monólogo (unilateral), en el baile ocurre exactamente igual: la comunicación debe fluir en ambos sentidos y no como se ve mucho en la pista de baile, en la que es el hombre quien marca y la mujer la que le sigue bien porque el hombre no le deja expresarse o bien porque ella no hace esfuerzo alguno por expresarse, por ser activa.

Por un lado, si un hombre no escucha a la mujer y no le deja que se exprese, solo baila él. Además, el abrazo también refleja una actitud, sea equivocada o no. Si un hombre está relajado, permite el movimiento de la mujer; si un hombre está rígido puede anular el movimiento de ella. Es una actitud inconsciente, pero que en mi opinión revela muchísimo: él es el que manda. Entiendo que habrá algún caso en el que sea simplemente la tensión por mantener una postura que no sale de forma natural, en cuyo caso habrá que trabajar mucho y aprender a relajarse para que ella se sienta cómoda también. A las milongueras no nos gustan los chicos que nos estrujan, van torcidos y nos obligan a tomar posturas incómodas que a veces incluso hacen daño. El tango no es un pulso, no va de fuerza, sino de energía. 

Por otro lado, si una mujer no es activa, es como si el hombre hablara solo, con lo cual él se aburre, pierde interés. El abrazo de ella es igualmente importante y también refleja una actitud: la rigidez que denota tensión por la falta de experiencia, por la desconfianza o por incomodidad. Amigos milongueros me han transmitido que ellos agradecen cuando ella facilita el movimiento y la comodidad del hombre no colgándose como un saco de patatas de él o moviéndose por sí misma sin esperar a que él la arrastre. Para conseguir esto último se necesita técnica (esta se adquiere tomando clases), seguridad y saber pisar, no ir de puntillas, inestable y como flotando. Hay que ser ligera, pero estar presente, sin que esto necesariamente signifique pesarle a él.

Yo saqué una conclusión muy clara de todo esto: en el baile debe de haber buena comunicación y ambos deben de ser activos para que, como en el sexo, la calidad de la experiencia mejore de forma considerable. Y también me quedó muy claro que el tango no es una dictadura, ya que no es él el que manda sino el que propone, el resto es un trabajo en equipo; pero el tango tampoco es un autobús en el que una milonguera se sube y espera a que la lleven. Ahora solo espero que yo, como estudiante de milonguera, tome nota y aplique la lección.

sábado, 16 de noviembre de 2013

La cotilla del bajo A aparece en la milonga

En aquella milonga casi la mitad de la gente que asistía era conocida o eran amigos a los que hacía tiempo que no veía: fue un encuentro añorado al que fui con mucha ilusión. Estaba feliz, como todo ese año en el que me había sentido en la cresta de la ola, llena de energía y positividad. Supongo que se notaba en mi baile porque la verdad es que esa noche tanto amigos como milongueros, con los que nunca había bailado antes o hacía mucho que no bailaba, me brindaron un montón de tandas maravillosas. Mis doloridos pies al final de la noche dieron fe de ello.

Esa noche tuve la suerte de poderme sentar en un lugar estratégico de la milonga, en primera línea, cerquita de la entrada y de la barra, gracias a unos amigos que habían llegado temprano y habían podido hacerse con un buen lugar. Entre ellos estaba un amigo con el que últimamente me muevo mucho a milonguear, hay buena complicidad y una amistad muy especial convertida en cariño. Supongo que eso se ve, al igual que con otros amigos y amigas, porque soy muy expresiva.

Esa noche hubo una invitación de un chico que se dedica profesionalmente al tango. Me encantó bailar con él una vez que pasé los primeros minutos de nervios y conseguí olvidarme un poco de la gente que sin lugar a dudas estaría mirándole: todos miramos a los maestros cuando salen a la pista, bailen con quien bailen. Lo más sorprendente no fue su invitación, sino que al acompañarme a mi silla me miró y pidió que le prometiera otra tanda más adelante. Y cómo no, la promesa fue hecha.

Ya el día anterior había estado simpático, como muchos otros chicos a los que les gusta piropear a las chicas, y me había dicho que estaba muy guapa. Ese día el cumplido se repitió pero a diferencia del día anterior, alguien lo oyó. Una señora que no había visto en mi vida y que por lo visto me había visto bailar con él las dos tandas. Asi que en un momento en el que me acerqué a la barra del bar a comprar un refresco, ella me asaltó por el camino, provocando que por el susto casi tirara mi refresco al suelo. Pero el susto más gordo no fue su asalto sino lo que me dijo: "a tu marido no le va a gustar que ese otro te haga ojitos y encima tú le sonrías....", mientras señalaba a "mi marido" primero y luego a "ese otro. Algún día me darán medallas por las caras de idiota que se me quedan a veces. Obvio es que pensó que mi amigo era mi marido y que el otro chico, el profesor, tenía un interés especial en mí solo por haber bailado dos tandas conmigo y ser simpático: dos conclusiones de lo más erróneas expresadas por una auténtica cotilla ridícula de las que no bailan casi nunca y van a la milonga a meterse donde no les llaman. Me recordó a esa mujer rubia teñida del bajo A de mi portal que espera en la ventana de su casa a que alguien salga o entre en el edificio para no perderse detalle de cómo va vestida, con quien va, echar imaginación con el resto y luego soltarlo a los cuatro vientos... a quien se apiade de ella y la escuche.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Un cabeceo de lo más original

No era una de esas milongas en las que parece que los anfitriones ponen especial empeño en que los milongueros no encuentren la forma de cabecear, sino más bien una en la que había espacio de sobra, pasillos entre las mesas y también detrás de las mismas. Con lo cual, era bastante sencillo cabecear así que lo que descubrí esa noche no dejó de sorprenderme y hacerme reír.

Es normal que entre amigos sentados cerca en la milonga o al lado, se oigan invitaciones del tipo "¿bailamos esta?", o "venga, levanta que esta tenemos que bailarla" o similares. También es común un cabeceo a solo un metro o dos de distancia haciendo algún gesto atípico con las cejas, el guiño de ojos u otro tipo de mueca graciosa para invitar a una amiga con la que hay confianza, o bien acercarse a ella ya bailando, sonriendo y en plan juguetón: la invitación deja de ser algo formal y se convierte en un juego.

Yo estaba tranquilamente sentada en una mesa junto a un amigo cuando me di cuenta de que él miraba a una amiga para invitarla a bailar, y tras hacer una serie de cabeceos de los que ella no se precató porque estaba hablando con otro chico y mirando a su teléfono móvil, agudizó su ingenio para llamar su atención. Sacó él también su teléfonomóvil y le mandó un mensaje a través de Whatsapp que decía: "¿bailamos?". Acto seguido ella miró hacia nosotros riéndose, levantándose de la silla mientras guardaba su teléfono. Los vi reírse todo el trayecto hasta llegar a la pista. Creo que ese día nació el whatsacabeceo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

El camaleón

Estaba sentada observando la pista y de repente le vi. Hubiera sido imposible no verle porque realmente llamaba la atención por su postura, tanto como por su forma de bailar. Algún tipo de contorsionista parecía haberse escapado de un circo y haberse colado después en la milonga. Un caso realmente llamativo.

Iba totalmente torcido, invadiendo el espacio de ella, con lo cual la piba tenía que torcer todo su cuerpo para buscar un hueco que él no le permitía obtener debido a su rígido abrazo. Para colmo, él bailaba con la cabeza inclinada hacia adelante y hacia un lado, mientras ejercía una más que ligera presión sobre la cabeza de ella. Sufrí al ver la cara de ella y la miré espantada. De nuevo, esa comunicación tan especial existente entre milongueras se asomó por esa milonga y por primera vez a mi cara de asombro se le unieron ambas manos gesticulando un "piba, qué haces... cómo lo aguantas!". Pero ella siguió bailando y lo que es peor, se bancó la tanda entera. Qué malo es no saber poner límites.

Según iba observando la escena fui consciente de que mucha gente pone demasiado esfuerzo en mantener una postura que cree que es correcta, y llega a un punto de rigidez antinatural que adopta eternamente como postura de baile. Creo que sucede cuando la tensión es obvia al intentar hacer demasiado bien algo que no sale de forma natural y que cuesta al principio. Es con el tiempo, cuando los milongueros se llegan a relajar, cuando adoptan una postural natural y cómoda para su pareja de baile.

Me dio por observale cuando iba a la barra, después al baño y finalmente a sentarse en su mesa. Su postura era erguida, de lo más normal; su cabeza recta, no torcida ni hacia adelante; sus pasos eran constantes y naturales. ¿Qué sucedía?¿Acaso era un camaleón?¿Por qué entonces en la pista parecía un contorsionista tremendo, ridículo y caminando fuera de la pista era todo un señor elegante y natural? No lo entiendo.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Homeless tanguera

Aquella vez hice una locura poco característica en mi: apuntarme a todas las clases del festival. Supongo que mi conciencia, después de permanecer casi un año sin clases, tocó fondo o quizás fue la cruda consciencia de que mi técnica no mejoraba y que necesitaba clases urgentemente.

Me apunté a ocho clases de las cuales cuatro tomé con el que se ha convertido en mi compañero"habitual cuando me da por ir a clases sueltas. El resto las tomé con un un chico jovencísimo, de ojos claros, muy educado y con una energía desbordante. En todas ellas me entregué en cuerpo y alma e intenté absorver toda la información posible para luego interorizarla con el tiempo. El mismo tiempo que me ha demostrado que conseguí mi propósito y que efectivamente mis milongueros habituales notaron la diferencia.

Tanta clase, tantas horas de tacones y llegó un momento en el cuarto y último día en el que mi cuerpo no daba más por el agotamiento. He de decir que a parte de las clases, cerré todas y cada una de las milongas del evento, por lo que me me faltaban muchas horas de sueño y descanso. Ese último día comí casi sin ganas y lo único en lo que pensaba era en tumbarme un poco antes de la milonga de cierre de la tarde. Como ya había hecho el check-out y no podía dormir en mi habitación, me dirigí a lo que creía que era una planta discreta del hotel en la que vi unos sofás que parecían muy cómodos y decidí cerrar los ojos un rato y descansar. Seguramente no tardé ni cinco segundos en caer dormida y como ocurre en estos casos, casi al instante siguiente de acomodarme en el sofá noté un toque en mi hombro y una voz que me decía que eran las seis y que la milonga iba a comenzar: me había quedado dormida unas dos horas.

También me di cuenta de que el lugar elegido para soñar con los angelitos no era todo lo discreto que yo pensaba. Después de pasarme media milonga escuchando bromas sobre mi siesta, el colmo de los colmos tuvo lugar al día siguiente cuando por sorpresa encontré en Facebook una foto de lo que parecía una homeless tanguera durmiendo tirada de cualquier manera en un sofá... ¡me habían etiquetado!¡la homeless tanguera era efectivamente yo! ¡Oh, noooo!

lunes, 4 de noviembre de 2013

¿Quién es tu profesor?¿Cuánto hace que bailas?

¿Os ha pasado que entre tango y tango alguien te pregunta quién es tu profesor o cuánto tiempo hace que bailas? Son las típicas preguntas que te hacen la primera vez que bailas con alguien. Es algo así como cuando vas a un bar y un tipo se te acerca y te pregunta cómo te llamas y si eres de por aquí. Se me han cruzado preguntones un montón de veces en la milonga pero os confieso que sigo poniendo la misma cara de pasmada  que la primera vez que me preguntaron: primero porque me asombra que siempre sean la mismas preguntas, segundo porque tengo que valorar en un segundo si merece o no dar una respuesta, y tercero porque aunque quiera darla, no es fácil y necesito tiempo. 

Para una persona como yo, que en su historial de profesores hay varios y diferentes, que ha sido inconstante con las clases durante toda su vida de milonguera, y que encima ha dado pocas clases y esparciadas a lo largo del tiempo, resulta algo difícil responder. Lo del tiempo es aún más difícil de contestar que lo de los profesores. La razón principal es que no se cómo medirlo: ¿el tiempo que hace que bailo lo mido en horas, días, semanas, meses, años? porque no es lo mismo tomar una clase a la semana e ir una vez al mes a milonguear, que no tomar clases e ir a milonguear semanalmente, o tomar dos clases a la semana y milonguear dos o tres veces por semana... y sería interesante saber si cuenta el escuchar tango mientras lo bailas con la imaginación. Además, mi historia con el tango ha sido como un amor a distancia: a veces cerca, muy cerca; otras lejos, muy lejos, con descansos prolongados y energías renovadas al volver a bailar: es increíble cómo llegas a echar de menos esas endorfinas que te produce el bailar.

Así que cuando las preguntas llegan hago dos cosas: una, empiezo a dar una parrafada increíble al pobre bailarín si es que no me gusta cómo baila y así voy matando el tiempo y va pasando parte del segundo tango en mi charla; y dos, si me gusta su forma de bailar, le sonrío mientras cierro el abrazo para no perder tiempo y  le digo que al finalizar el tango le cuento. Como buena bruja que soy, hago que esto no suceda después del tango y aprovecho discretamente ese momento para hacer comentarios sobre la música o bien para hacerle preguntas a él. Es luego, al final de la tanda, cuando empiezo a darle el sermón, para que así vaya pasando el tiempo y con la tontería comience la siguiente tanda. De esa manera, facilito que el pobrecito no pueda escaparse, me sonría de nuevo, y termine ofreciéndome su abrazo una vez más.

jueves, 31 de octubre de 2013

Un cangrejo en mis nalgas

El lugar de la milonga era precioso: era como estar en una isleta rodeada de agua, pero al mismo tiempo muy lejos del mar. La sala de baile estaba impregnada de ese olor tan característico que solo desprenden los suelos y muebles de madera que han visto pasar muchos otoños. La pista estaba rodeada por una hilera de sillas separadas por una chimenea, en la cual era fácil imaginar un día de nieve con la leña de haya y roble ardiendo, creando una hoguera capaz de hipnotizar y parar el tiempo, mientras el calor templa la piel y se observa la danza cambiante de sus llamas. Al otro lado de la chimenea un hermoso balcón, al que tras forzar un poco sus puertas, se podía salir al exterior y disfrutar de vistas casi infinitas a un paisaje azul compuesto de agua, cielo y algunas montañas que contrastaban y le daban un encanto aún más especial. Allí el aire fresco y sano llenaba los pulmones... esos pulmones que un minuto antes respiraban tango.

Era una de las primeras tandas de la milonga, concurrida por más milongueros de los que hubiera imaginado que asistirían. Aprovechando bien el espacio, el milonguero amigo que ese momento me brindaba su abrazo y una tanda increíble que me mantenía los ojos cerrados para disfrutar de lleno cada compás, caminaba por el borde de la pista. Sonaba la Orquesta Típica Víctor, una de mis favoritas, de las que me hace sufrir cuando estoy sentada y cada célula de mi ser quiere moverse con la música, y de las que me hace también temblar de emoción cuando la comparto con un milonguero de los de verdad.

En ese estado estaba yo, fuera de este mundo soñando, cuando oí unas voces y mi nombre. Eran unos amigos milongueros que justo llegaban a la milonga. Supongo que preguntaron por mí, alguien me señaló en la pista, y decidieron hacerme saber que habían llegado. Para ello esperaron a que pasáramos junto a las sillas en las que estaban dejando sus abrigos, bolsas de zapatos e instalando sus bebidas y abanicos. Y es entonces cuando noté algo parecido a un cangrejo atacando con sus pinzas a una de mis nalgas. El susto y la impresión me hicieron lanzar un grito. Acto seguido abrí los ojos y miré espantada a un par de milongueras traviesas que estaban riéndose, a las que solo les faltaba taparse la boca con la mano para parecerse a dos niñas traviesas que recién han hecho la trastada del día. Cuando me di cuenta de la situación, pasó el momento de vergüenza por el grito, y me di cuenta que no podía enfadarme por más de dos segundos con esas milongueras revoltosas a las que quiero tanto (y más aún cuando realmente es posible que yo hubiera hecho algo parecido), sonreí, cerré de nuevo los ojos, y volví a soñar.

lunes, 28 de octubre de 2013

Las hormonas también bailan milonga

Una cosa es saberlo y otra muy distinta sentirlo.

Era Mayo, en una milonga a la que no había ido nunca. En los últimos meses mis hormonas se habían salido de las estadísticas y empezaban a actuar por su cuenta. Quizás ayudó a que por aquel tiempo pasaba bastante tiempo con una amiga, y como dicen que las amigas que pasan mucho tiempo juntas terminan sincronizando sus períodos menstruales, pues quizás eso influyó. Fui terriblemente consciente de ello mientras bailaba una milonga.

No me acuerdo de su nombre, llamémosle "el bala". Me había invitado a bailar con él una tanda de milongas y aunque soy de las que solo baila milonga cuando está 120% segura de que la va a disfrutar, supongo que las hormonas me alteraron la razón, por lo que acepté a bailar con él.

Iba a comenzar la segunda milonga de la tanda, la primera había ido medianamente bien. Empezaba a sentir el agotamiento al que me sometía "el bala" en ese intento tan característico suyo de bailar la milonga no a traspié sino a mil traspiés por segundo. Entonces las hormonas me la liaron otra vez y empecé a marearme un poco, aunque intenté seguir su ritmo. Finalmente en algún momento de la tercera y última milonga terminé perdiendo mi "presencia de espíritu" por una milesíma de segundo, suficiente para que nuestros cuerpos dejaran de sincronizar y casi cayéramos al suelo al tropezarnos. Él, ajeno a que esa milonga la bailábamos él, mis hormonas y yo, ajeno también a que no me había tropezado porque había perdido el ritmo sino porque no me encontraba bien, me hizo un gesto para continuar bailando. Pero no pude y disculpándome le dije que no me encontraba bien y que necesitaba sentarme. Él, todo un caballero, me acompañó a la silla. Y ahí mismo, en el mismo rincón donde a mí me dejaba, dejó su caballerosidad: se dio media vuelta, buscó otra milonguera...¡y le invitó a bailar el resto de lo que quedaba de milonga!

viernes, 25 de octubre de 2013

Mi fan número uno

Entre milongas se conoce a gente maravillosa, que abre su casa y su corazón a otras personas, simplemente por compartir la pasión por el tango, la magia de los abrazos, y la emoción que produce escuchar canciones que llegan al alma. Es realmente algo increíble. También en la milonga nacen amores y buenas amistades de las cuales algunas se consolidan hasta el punto de ser realmente especiales y de por vida duraderas.
 

La conocí en una pequeña milonga local. Aparte de saludos e intercambiar unas pocas palabras al principio, compartíamos una amistad en común y obviamente una profunda pasión por el tango. Con el tiempo las palabras se convirtieron en largas conversaciones en las que hubo momentos intensos, risas, incluso lágrimas y confidencias, y así, poco a poco surgió la amistad que hoy nos une. Esa milonguera de mirada intensa, sonrisa contagiosa y un corazón enorme, vive tan intensamente el tango que se emociona como nadie al hablar de tango, y cierra los ojos al bailar para entregarse en cuerpo y alma a un abrazo. Y es así, pura entrega, con las personas que por lo visto llegan a su corazón. 

Ella, es además mi fan número uno, una de las primeras en leer mi blog, y seguramente una de las lo siguen y disfrutan y me lo hace saber riendo, otras veces haciendo pequeñas críticas o sugerencias, y otras simplemente bromeando, siempre con una complicidad muy nuestra. Y a ella quería dedicarle esta entrada porque si algo he aprendido es que no somos conscientes de lo rápido que pasa el tiempo, de cómo hacemos planes para "algún día", cómo no decimos lo que sentimos a la gente porque "no es importante" o porque "ya lo sabe". Quizás hoy porque he recordado una promesa de un viaje que nunca hice y nunca haré porque ella ya no está, no quiero dejar de decir unas palabras ahora que esta amiga sí que está... aunque ya lo sepa.

Mami de Toñi y Malena: gracias por dejarme formar parte de esos afortunados que forman parte de tu vida. ¡Te quiero un montón!

martes, 22 de octubre de 2013

Los paparazzi milongueros

Hay milongueros aficionados a la fotografía que siempre andan de un lado para otro con una cámara  y se aventuran a sacar instantáneas en la milonga. Les encanta. Ajenos a si eso les gusta a unos milongueros o les molesta a otros, las publican en las redes sociales, a veces pidiendo permiso, otras sin hacerlo. No tan ajenos a esto, a los bailarines profesionales les pasa lo mismo cuando hacen alguna exhibición o muestran la lección al final de cada clase: son víctimas de vídeos y fotografías robadas, que en en su mayoría son subidas a Facebook o YouTube sin su previo consentimiento. En mi opinión eso no está bien.

La principal razón es que los bailarines profesionales viven de su imagen, y por ello es de especial importancia que los "paparazzi milongueros" lo tengan en cuenta y lo respeten. Si se cuelga por ejemplo un vídeo en YouTube en el que los bailarines no han tenido su mejor día y han cometido errores o la luminosidad de la sala es mala, o la imagen está movida y sin arreglar, ese vídeo permanece en YouTube a la vista de todos, incluyendo todas esas asociaciones, organizaciones que los contratan para exhibiciones, clases y demás trabajos. En fin, el daño puede ser enorme si es justo el vídeo que no debería verse el que precisamente se ve. Además, los milongueros también miramos en YouTube vídeos de los maestros para decidir si tomamos clases con ellos o no sino tenemos referencia alguna de ellos como profesores.

Otra razón es el derecho a la propia imagen, en la que la ley indica que tenemos derecho a disponer de la imagen como parte de nuestra personalidad, de modo que de forma genérica están prohibidas la captación, reproducción y publicación de la imagen reconocible de una persona, salvo consentimiento expreso, aunque existen unas excepciones en la que no creo que estén incluidos los bailarines profesionales de tango.

Otra razón es puramente una cuestión ética y moral, y ahí sobran las explicaciones.

De todas formas, tristemente en el mundo hay de todo: quienes de forma inconscientemente publican fotos y vídeos muy a la ligera; quienes de forma muy consciente, no solo publican sabiendo que puede molestar a las personas objeto de la foto/vídeo, sino que el colmo de los colmos, encima pretenden lucrarse de ello.

sábado, 19 de octubre de 2013

Incendio en su falda

Era una milonga de domingo tarde, la última de un encuentro de milongueros, ya a última hora cuando apenas quedaba gente. El ambiente era relajado y me acuerdo que sonaba un tema en el que yo estaba en perfecta sintonía: soñando y nada más... hasta que de repente oí un grito. La naturaleza curiosa de la que estoy hecha y yo nos dimos la vuelta a la vez para ver de dónde provenía el escándalo y entonces vi a una mujer bailando más bien una danza africana que un vals, mirando como loca a su falda como si hubiera descubierto una tarántula trepando por ella, pero no... lo único que pasaba es que su falda echaba un poquito de humo.

Lo siguiente que vi fue a otra mujer con una chaqueta golpeando la minúscula fogata pegada a su falda compuesta de una llamita insignificante. La escena pasó a ser divertida en cuanto el marido de la dama entró en acción, que sin chaqueta alguna y con la palma de su mano, consiguió apagar el fuego de la falda a base de palmadas en el trasero de su mujer. Ella, volviéndose hacia él algo molesta por lo sucedido y al mismo tiempo queriendo quitarle importancia, bromeó diciendo: "cariño, ¡si querías meterme mano no hacía falta que como excusa prendieras fuego a mi falda!". Creo que después de eso Canaro quedó en el olvido, acallado por las risas de todos los presentes. El misterio de cómo su falda prendió fuego con una de las velas, quedará ahí pero supongo que su falda rozó alguna vela al pasar junto a alguna mesa.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Como un castillo de arena

Todos tenemos unas responsabilidades cuando trabajamos, debemos cumplir con las expectativas que se tienen de nosotros e incluso superarlas, mantener las formas y saber comportarnos con compañeros, clientes/estudiantes, proveedores o público en general. Esta norma se cumple tanto como si trabajas en la línea de producción junto a una máquina, como si te dedicas a dirigir el tráfico, como si te dedicas a cuidar enfermos o como si eres profesor. Ahí también están incluidos los bailarines profesionales de tango, ya que viven de ello y para los cuales además de una pasión, el tango es un negocio, una pequeña empresa en la que ellos son los empresarios y trabajadores. 

Así que señores ahí os dejo una serie de apuntes sobre hechos que a lo largo de mi historia como alumna de tango he observado en diversas situaciones:

* No está bien dedicarse a tomar mate y hacer el indio mientras impartes una clase, ya que estás trabajando, no de fiesta.

* No está bien mostrar una figura y dedicarte luego a ensayar con tu pareja durante la clase en lugar de atender a las dudas de tus alumnos: los recursos que se alquilan tienen que estar disponibles y funcionar durante el tiempo que se paga por ellos, no solo a ratos. 

* No está bien que empieces tarde la clase y la acabes pronto: del mismo modo que no puedes fichar en tu trabajo cuando te da la gana ni irte cuando cambia el viento.

* No está bien que te dediques a hacer arrumacos con tu pareja una vez que los alumnos están practicando lo que les acabas de enseñar, o peor aún, que tengan que esperar a que acabes para continuar con la clase: el sexo y dormir en la oficina sí, pero fuera de las horas del trabajo.

* No está bien que trates a tus alumnos con superioridad y arrogancia porque al fin y al cabo lo único que has demostrado es que sabes bailar, del resto puede que no estés ni a la altura de los zapatos de tu alumno más torpe. De hecho doy fe de que hay algunos profesionales del tango que a excepción de temas sobre tango, son incapaces de mantener una conversación inteligente de ningún tipo.

* No está bien que en la clase critiques a otros profesores o que hagas mala prensa de otras escuelas o tengas actitudes todavía peores como son robar alumnos o el espacio y tiempo de milongas que pertenecen ya a otros profesionales: del mismo modo que en una entrevista de trabajo quedas descartado automáticamente si hablas negativamente de tus anteriores compañeros, jefes o empresas. No dice mucho bueno de ti. 

* No está bien que mientras asistes a eventos relacionados con tu trabajo (milongas, festivales, etc) tengas discusiones públicas con tu pareja a los ojos de todos los demás y lleguen a ser escandalosamente desagradables. No hay que mezclar los asuntos personales con el trabajo, por respeto hacia los demás y por profesionalidad.

* Y obviamente tampoco está bien que te paguen por un trabajo y no aparezcas, ni des explicaciones, ni devuelvas el dinero que te han pagado. A eso lo llamo suicidarse, profesionalmente hablando. 

Todos sabemos que cuesta mucho hacer castillos de arena. Si los haces junto a la orilla, no llores si una ola los destruye con facilidad. Si para hacer tu castillo robas los recursos, es decir, la arena del castillo de otro niño, puede que este se enfade y pisotee tu castillo en cuanto tenga oportunidad saltando con rabia y con los dos pies juntos encima de él. Si sabes que para que tu castillo crezca necesitarás cubos y palas, cuídalos y no te dediques a agujerear los cubos o doblar las palas. Y para que tu castillo sea realmente bonito y la gente de la playa hable de él, será mejor que en lugar de tirar agua y arena a quien viene a ver tu castillo y admirarlo o a echarte una mano en su construcción o a permitirte que lo construyas en su trozo de playa, los cuides, los respetes y les des protagonismo en tu castillo... son los que estarán ahí ayudándote a construirlo de nuevo cuando se derrumben las paredes o se venga abajo el castillo entero.