jueves, 31 de enero de 2013

Un tarado en la milonga

  Era la última milonga de un festival de tango en Europa. Se celebraba un domingo por la tarde, y como en este tipo de milongas, todo el mundo estaba relajado, cansado y con dolor de pies, pero muy a gusto después de milonguear y compartir clases y comidas por varios días con otros milongueros y milongueras. El ambiente era de lo más agradable. Yo estaba sentada junto a una amiga, en una mesa redonda para 8 o 10 personas, cerca de la pista, pero no al borde. Quedaría una hora o dos para terminar la milonga y la gente empezaba ya a irse, sobre todo los que venían de lejos. En ese momento estaba seleccionando muchísimo las pocas tandas que mis pies iban a ser capaces de soportar, más teniendo en cuenta que la noche anterior tuve que salir descalza de la pista, con los tacones en la mano. Seguro que ya conocéis la sensación de tener agujas clavándose en los pies, y que a veces, más que agujas parecen cuchillos. 
 
 Entonces apareció él. Un señor de unos 60 años aproximadamente, redondo, calvo y con una mirada penetrante. Interrumpió la conversación con mi amiga y me invitó a bailar. No le conocía, estaba cansada y no me gustó su falta de educación ni su forma de mirarme, que me hizo ponerme nerviosa. Le dije que no. Creo que fue la única y primera vez que no me he sentido mal al rechazar una invitación. Veía muchas banderitas rojas en él. No dijo nada cuando le rechacé, pero se sentó justo en la mesa de al lado, ladeo su silla hacia mí y se me quedó mirando fijamente, sin pestañear. Al de un minuto o dos me preguntó otra vez si bailaba. Mi respuesta fue la misma. El continuó sentado en la mesa de al lado, mirándome de esa forma penetrante, y me fue poniendo cada vez más incómoda. La invitación se repitió por dos o tres veces, mi respuesta era la misma aunque algo más enérgica. Y el tipo seguía ahí. 

 Creo que a la cuarta vez fue mi amiga, mi ángel de la guarda, quien ya se cansó de semejante individuo y su actitud y le contestó: “te ha dicho que no”. ¿Y sabéis que pasó? Que el tipo continuó ahí sentado, mirando fijamente. Lo tuve claro, el tipo o era un enfermo o un agresor ya que su comportamiento era totalmente intimidatorio. Y ahí reaccioné: la rabia venció el nerviosismo que me causaba y casi se transformó en agresividad. Y fue sintiendo eso que me lo quedé mirando, sin pestañear y dispuesta a sacarle los ojos si seguía mirándome así. Y funcionó. Como a un castillo de arena al que le echas agua, al ver que había perdido el miedo y estaba dispuesta a enfrentarme a él, no tuvo con qué amenazarme, y al poco tiempo se levantó y se fue.

 Solo esa vez me ha pasado algo parecido en una milonga, pero como en todas partes hay tarados, solo era cuestión de tiempo que uno se colara en la milonga.

martes, 29 de enero de 2013

Entre ciegos, el tuerto es el rey

 Recuerdo cuando era muy principiante y todos los bailarines me parecían dioses, no porque lo fueran sino porque yo no tenía ni idea de bailar y cualquiera bailaba más y mejor que yo. Eran tiempos felices, ya que cada tanda era maravillosa y las quería bailar todas. Vivía en un mundo de ciegos, y me iba a dormir todas las noches con un subidón increible.

 Por aquella época recuerdo ir a una de mis primeras milongas, bailar con un señor francés mayor y quedarme tan eclipsada por su baile que me hice adicta a esa milonga, esperando poder encontrarle de nuevo y que me sacara a bailar. Él no iba a menudo, pero tuve la suerte de bailar con él una o dos veces más. Él era mi rey.

 El tiempo pasó y bastante tiempo después me emparejaron con él para una clase de vals. Yo accedí a bailar con él porque el recuerdo que tenía era maravilloso, fui de lo más ilusionada a la clase, consciente de la suerte que tenía de que quisiera hacer la clase conmigo.  Y entonces sucedió. Este señor, que antaño me parecía fantástico, casi un dios, del cual me encandilé y morí de ganas muchas veces por bailar con él, de repente parecía que ya no sabía bailar y que no era capaz ni de mantener el eje... y dejó de ser mi rey. ¿Os ha sucedido esto alguna vez? Es como la bestia que se convierte en príncipe, pero al revés.

 Soy consciente de que algunas veces bailas con bailarines muy a gusto y bien unas veces, la siguiente semana vuelves a bailar con ellos y parecen otras personas y no hay conexión, no disfrutas igual, pero luego pasa otra semana y vuelven a ser una maravilla. Antes solía creer que no eran ellos, sino yo, porque soy una persona muy emocional y mi baile depende del cansancio, de si tengo hambre o no, de si voy cómoda o no con la ropa o los zapatos, o de si estoy triste o feliz, de mil razones. Con el tiempo me he dado cuenta de que ellos también son emocionales, que todos lo somos, y que son muchos los factores que intervienen para que se de esa conexión tan especial que es lo que te hace volverte loca por el tango.

 Pero lo que me sucedió en esa clase nada tiene que ver con mi estado emocional o el de mis bailarines, sino con nuestra evolución en el baile. Ahora algo ha cambiado: en mi mundo hay ciegos, hay tuertos y gente que no tiene ningún problema en la vista. Mi querido francés, antes tuerto, antes el rey, pero ya no lo es.

viernes, 25 de enero de 2013

Tango, para cuerpo y alma

El abrazo es lo que a mí me enamoró del tango, pero fue verlo, mucho antes de sentirlo. Y no fue en el cine ni en la televisión, sino en un ambiente familiar, relajado, en el cual se veía de verdad la auténtica esencia del tango. Lo que vi fue un abrazo y un solo sentir, una conexión sin hilos, una comunicación absolutamente perfecta sin palabras, como hacer el amor sin tener sexo. Y lo quise para mí. 

 Pero el tango me ha ido dando mucho más: 

* Un lugar en el que me siento entre amigos, en el que estoy como en casa.
* Un momento en el que relajarme y disfrutar, dejando los problemas atrás.
* Una posibilidad para conocer gente de otras culturas, practicar idiomas y compartir experiencias. 
* Un alivio al dejar que otra persona tome la responsabilidad en mi vida por unos momentos al día, de que me cuiden. 
* Una oportunidad para sentirme femenina, sexy y guapa.
* Un consuelo en los momentos más difíciles, una terapia para curar el alma.
* Un ambiente en el que los silencios se agradecen en lugar de ser incómodos.
* Una forma de hacer ejercicio, de corregir posturas para aliviar tensiones en la espalda. 
* Una sensación de energía que fluye, de vida.  

miércoles, 16 de enero de 2013

Caminar: lo más difícil en el tango

 Era la época en la que empezaba a milonguear y frecuentaba dos milongas semanales. A una de ellas vino un chico nuevo. Le gustaba mucho hacer figuritas y todo lo que supusiera que le mujer levantara la pierna por encima de la rodilla. Me bastaron cinco minutos observándole para sentir pánico, pero no por miedo a que utilizando a alguna bailarina, me sacara un ojo con el tacón de la pobre chica, sino a que me invitara a mí a bailar, ya que yo apenas sabía el básico. Por entonces, la palabra no no existía en mi vocabulario. 

   A media milonga, me miró, así que para evitar la tragedia, me levanté discretamente y me fui a retocar al baño. Cuando volví a la milonga él ya bailaba con otra y yo suspiré de alivio. Y ante semejante suspiro una chica que allí había me preguntó porqué no quería bailar con él. Mi respuesta fue "es que a mi solo me gusta bailar con chicos que me abrazan un poco y caminan". Y decía una verdad como un templo, ya que caminar era lo único con lo que realmente yo me sentía cómoda por mis pocos recursos, y eso de que me abrazaran poco, era más bien una forma de decir que no me gustaba que me apretaran. Nada que ver con lo que esta chica pensaba cuando me dijo: "vaya, ¡no pides poco!” Y obviamente no entendí a lo que se refería hasta muchísimo tiempo después.

   Algo que parece tan sencillo como caminar, en realidad es lo más difícil del tango. Me refiero a caminar bien, porque caminar lo hacemos todos. Algo sucede cuando nos ponen un tango de fondo y nos piden caminar por la pista escuchando la música. Yo me acuerdo la primera vez que un profesor me dijo que caminara alrededor de la pista. Lo primero que pasó por mi cabeza, era que me tomaba el pelo. Cuando decidí que no, pensé que estaba perdiendo el tiempo porque yo ya sabía caminar y lo hacía a tiempo. Seguía sin entender, pero yo hacía lo que me decían, y caminé muchas veces alrededor de la pista.

  Empecé a ver la dificultad cuando un día fui a clase enferma y tuve que sentarme y observar a los demás caminar alrededor de la pista. Algunos parecía que estaban contorsionándose en lugar de caminando, otros parecían soldaditos (algo así como Roberto Benigni en la escena de La Vida es Bella cuando pasa por delante de su hijo antes de que lo fusilen), otros sacaban la pierna hacia delante y dejaban el cuerpo atrás (me imagino que ni a propósito podían hacer semejante hazaña), y solo unos poquitos hacían algo parecido a caminar con naturalidad, de los cuales, solo uno o dos lo hacía a ritmo. Obviamente, me sentí identificada con alguno de los de la pista, y no era precisamente con los últimos que he mencionado. Ahí empecé a ver a qué ser refería la chica. Y aunque ya antes de empezar con mis clases de tango sabía lo importante que es observar, fue como volver a descubrirlo.
  Sin embargo, para saber lo que era caminar bien, lo tuve que sentir. Y ese día llegó y recibí una invitación de baile, no se si por piedad o porque tuve un día de mucha suerte. El chico con el que bailé sabía perfectamente mis limitaciones, y como todo buen bailarín, se amoldó perfectamente a su bailarina y tan solo caminó conmigo por la pista. Me relajé y disfruté muchísimo. Esa caminada suya y lo que me hacía sentir no tenía nada que ver con lo que yo conocía hasta ese momento, y aunque a él le salía con facilidad, de fácil no tenía nada. En ese momento comprendí lo que realmente quería decir con "vaya, ¡no pides poco!”, porque en realidad, pedía mucho.

domingo, 13 de enero de 2013

Sinceridad con uno mismo

Soy de esas personas que cree que cada cual tiene que saber sus limitaciones y ser sincero con uno mismo. Así que en esta línea, os contaré unos cuantos secretos. Aqúi va el primero: ni se pintar, ni se cantar, pero ambas cosas me encantan.

 Precisamente porque no se pintar, podré pintar algo parecido a un cuadro, pero nunca pretenderé ser un Goya o un Sorolla, ni tampoco aspiraré a exponer cuadros en un museo, ni siquiera a exponerlos en el portal de mi casa, ya que a parte de que podrían detenerme por vandalismo, lo más parecido a una cara que soy capaz de dibujar es un circulito con dos puntitos por ojos y un semicírculo de boca. Obviamente, tampoco daré clases de pintura a otros, a no ser que estudie sobre pintura y sea toda una experta en la materia, pero siempre me faltará algo: el don del arte. Aún así creo que una persona sin el don del arte podría transmitir mejor conocimientos que alguien que sí tiene ese don, ya que nacer con el don del arte no significa haber nacido para enseñar.

 Precisamente porque no tengo ni voz ni oído, podré cantar villancicos con mi familia, pero no intentaré pertenecer a un coro. Físicamente, seguro que sí puedo, pero no me parecería justo para los demás miembros del coro, ya que podría entorpecerles en su evolución, y afectar a la calidad del conjunto del coro y también al disfrute que ellos tienen al cantar. Se trata de ser algo menos egoístas de lo que somos por naturaleza y pensar un poquito más en los demás.

He aquí un grupo de bailarines a los que la sinceridad consigo mismos brilla por su ausencia: los maestrillos. Me encantaría que todos aquellos bailarines que se creen maravillosos, aunque ello no implique que lo sean sino sólo que ellos se lo creen, se abstuvieran de aleccionar a sus bailarinas mientras bailan en la milonga. Si las bailarinas por lo general no les entienden, puede que el problema no sea de las bailarinas, sino suyo: quizás porque no son lo suficientemente claros con la marca, o no marcan bien, o no marcan en absoluto. Un dato importante: las figuras no se aprenden, se sienten, con lo cual preguntas como “¿no te sabes la figura…es que no la has dado en clase todavía?” están bastante fuera de lugar, y peor es decir “…es que ahora tienes que ir para este lado...”, y ya el colmo de los colmos es empujarla para que vaya. Estoy cansada de los cansinos maestrillos de las milongas. Y ya que ellos no son sinceros consigo mismos, os contaré un secreto a voces: de maestros nada, los que aleccionan suelen ser los peores bailarines de la milonga y además, enseñan para esconder su incapacidad para comunicar un movimiento.

Otro grupo de bailarines a los que la sinceridad consigo mismos brilla por su ausencia: los que bailan para que les vean. Bueno, era un eufemismo: hablo de los bailarines que se pasan la milonga haciendo figuritas a sus bailarinas, aunque no encajen bien con la música, sean a destiempo, y el eje sea para ellos eso que han oído que existe, pero que desde luego no va con ellos. Me encantaría que si un bailarín no controla una figura, no la haga. Para practicar, están las milongas. Puede lastimar a su bailarina o a otros bailarines de la milonga o lo que es peor, a gente que ni siquiera está bailando: y doy fe que eso sucede. Deberían captar el mensaje cuando otros bailarines les miran con cara de pocos amigos o cuando su bailarina está mirando para todas partes y está rígida e incómoda. El problema es que hacen como si  el cuento no fuera con ellos o la culpa fuera de los demás. Ya decía mi abuela que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro. Y ya que ellos tampoco son sinceros consigo mismos, os contaré otro secreto a voces: cuando hacen una figura y se caen o casi tiran a su bailarina, no la están haciendo bien, sino terriblemente mal, y normalmente no suele ser porque las bailarinas no saben sostenerse sobre sus tacones, sino porque ellos no saben sostenerse a pesar de no llevar tacones.

Y ahora un momentito de paz, y también un secreto, de los que no se cuentan a voces: las mujeres no necesitamos figuritas para disfrutar de un tango, ya que un buen abrazo, sintiendo la música y bailando a ritmo, suele ser lo que en el fondo todas anhelamos. Y así como por lo general preferimos agua a vino agriado, de igual manera preferimos una caminadita bien hecha a un montón de figuritas mal hechas. Capito?

viernes, 11 de enero de 2013

Lo que casi sucede

Era durante un festival de tango europeo internacional, en el que como en casi todas las milongas, hay tres veces más mujeres que hombres. Y había rusas, muchas rusas o lo parecían porque todas ellas eran rubias, con cuerpos esculturales, modelitos impresionantes y encima bailaban como ángeles. Y allí estaba yo con unas cuantas amigas, monísimas, simpatiquísimas, sonriendo y al borde de la pista esperando a que alguno notara nuestra presencia.

  Llegó un momento en que asimilé que iba a seguir siendo casi transparente el resto de la milonga. Así que me dediqué a disfrutar de la actuación de los maestros, todos nuevos para mí, ya que por entonces no estaba familiarizada ni con sus nombres ni con sus caras. Esa noche también me dediqué a calentar la silla mientras escuchaba la música seleccionada por Mariano Quiroz y observaba a la gente bailar. De vez en cuando charlaba con mis amigas e iba a tomar alguna copa para soltar el buen humor y claro está, perder el eje, para que cuando los tres conocidos que me sacaran a bailar esa noche, decidieran bailar sólo con las rusas.

  En uno de esos momentos en los que estaba sentada en mi mesa observando, esperando a que empezaran las exhibiciones, aprecié que había un chico en una mesa cercana solo, con un portátil y con cara de aburrido, fastidio o algo parecido (al menos es lo que a mí me parecía), muy en contraposición con mi estado alegre causado por las copas. Pensé que era un DJ (de ahí lo del portátil) y que podría ser que incluso no supiera bailar o fuera principiante ya que estaba sentado, y eso no era normal con la de rusas que por allí había. Así que me dio pena y decidí ponerle un poco de color a su noche si bien no por mi baile, sí por mi sentido del humor. Por un momento pensé en levantarme de la silla, acercarme e invitarle a bailar, cosa que nunca hago (no suelo invitar a hombres a no ser sean “los de casa” y muy rara vez lo hago o bien algún chico que empieza a bailar y puede no atreverse a invitarme a mi que ya bailo un poquito más que él). El caso es que incluso me puse de pie, justo un poco antes de ver cómo se acercaban a su mesa otros chicos y chicas, y al lado mío alguien decía “mira, ya vienen los maestros, la actuación será en seguida”. Yo y mi vergüenza conseguimos sentarnos discretamente en mi calentita silla y pasar desapercibidas. Fui entonces consciente de que, de haber sucedido la entrada de los maestros un minuto más tarde, yo hubiera hecho el ridículo de mi vida sacando a bailar a Mariano Chicho Frumboli.

lunes, 7 de enero de 2013

El Abanico

En las milongas es muy común el uso del abanico por ambos sexos y por eso me ha parecido de lo más interesante escribir algo de él en mi blog. 

Según parece, procede del antiguo Egipto y Asia, donde se usaba en los servicios y ceremonias palaciegas. Luego Grecia lo adoptó para su uso doméstico. Era un abanico rígido.

El plegable, fue inventado por un chino en el siglo VII, inspirado en el ala de un murciélago. Pero a Europa no llegó hasta finales del siglo XV de manos de portugueses que comerciaban con Oriente. En principio lo usaban las damas de clase alta pero en seguida se fue extendiendo su uso, y luego, dependiendo de la moda, nacieron las diferentes variantes que se conocen en cuanto a materiales usados, calados y otros.  

A España llegó en el siglo XVIII gracias al artesano francés Eugenio Prost que bajo la protección del conde de Floridablanca, convirtió a España en uno de los principales productores del mundo. Por entonces se crea el Gremio de Abaniqueros y a principios del siglo XIX se funda, en Valencia, la Real Fábrica de Abanicos. En un principio, el abanico era usado por ambos sexos. Los de los hombres eran más pequeños y se metían en el bolsillo, como hacen ahora algunos de nuestros milongueros. Aparecieron los abanicos más grandes, llamados de pericón, que se usaban para el baile flamenco. 

En el siglo XX ya solo usaban abanicos las mujeres, y se hicieron tan hábiles en su uso, que se creó todo un lenguaje del abanico, sobre todo, en la época en la que las  mujeres no tenían la libertad que tenemos hoy en día, y tenían que comunicarse con hombres de forma muy discreta cuando asistían a eventos sociales. El lenguaje estaba basado en la posición del abanico, su apertura y en cómo se agarraba. Es curioso saber que aunque había varios lenguajes del abanico para comunicarse, todos tenían algo en común: colocaban el abanico en cuatro direcciones diferentes y con cinco posiciones diferentes, creando así un alfabeto basado en dirección y posición del abanico. Además de esto, estaban los gestos con el abanico, que ya de por sí comunicaban, de forma más rápida, un mensaje.

Hoy en día, aunque son de uso más común en las mujeres, se ven tantos hombres como mujeres usándolos, aunque apostaría a que son pocos los que conocen su lenguaje.

jueves, 3 de enero de 2013

La bolsa de los zapatos

Era sábado y me animé a ir por primera vez a una milonga que no conocía. La había encontrado en internet, y tenía la dirección cuidadosamente escrita en un papel para poder localizarla. Llegué hasta el lugar que indicó el GPS y estacioné.

Empecé a caminar por la calle de un lado a otro, pero aún así el lugar parecía estar escondiéndose de mi. Quizás pasé unas cuantas veces por delante de la entrada sin reconocerla, ya que parecía cualquier cosa menos la entrada de una milonga, pero llegó un momento en el que me convencí que no tenía bien anotada la dirección y regresaba al coche cuando oí una voz: "hey... ¿buscas la milonga?". Me dí la vuelta y me encontré con dos chicos que me indicaron el camino. He de reconocer que sin ellos no hubiera dado con la milonga de ninguna manera. Reconocieron que era milonguera por la bolsa de los zapatos. Y creo que en la calle, cuando no sabes llegar a una milonga pero sabes que estás cerca, lo que haces es precisamente eso... buscar bolsas de zapatos.... ¡y no falla!

Las bolsas normalmente con de tela, pequeñas, justo para guardar el par de zapatos y generalmente muestran el logo de la marca o de la tienda donde los has comprado. Algunos vienen además con bolsas interiores de tela de raso fina, para guardar individualmente cada zapato para que así no se rocen. Yo personalmente los llevo en la bolsa, sin bolsitas individuales, ya que no cuido como debería el calzado. En casa si los guardo en las bolsitas de tela individuales, más que nada porque por falta de espacio van todos a un montón. Pero no me copieis la idea, que yo no tengo remedio, y eso es algo que no deberíais hacer si quereis cuidar bien vuestros zapatos. Ya os comentaré en otra entrada del blog como deberíamos mimarlos.

Para los que no soleis ir a las milongas, los milongueros tenemos la costumbre de ir con calzado de calle a la milonga, luego una vez allí, sacamos nuestra bolsa de zapatos de baile y nos los ponemos, pero solo para bailar, ya que después de la milonga nos los quitamos y los guardamos de nuevo, como joyas que son. Hacemos esto para que no se estropeen con la lluvia o se desgasten mucho con suelos poco agradecidos, en definitiva, que no se estropeen y duren más, porque cuando hablaba de joyas, es que son como tales y valen su peso en oro: entre 100 y 200 euros el par, que en mi opinión, es más que exagerado.

Mientras estás con los zapatos de calle en la milonga, nadie te saca a bailar, así que es perfecto cuando quieres estar un rato saludando, tomando algo o charlando antes de bailar. En el momento en que te pones los zapatos, es como bajar la bandera... todo el mundo sabe que estás lista para la carrera.

miércoles, 2 de enero de 2013