miércoles, 29 de enero de 2014

Dos en una

Hablo de una milonga de la capital, situada en dos centros, uno de ellos, el de la ciudad. Hablo de dos milongas, en el mismo lugar, a la misma hora. Hablo de una sociedad, que queriendo o sin querer: agrupa, separa, divide. Hablo de una milonguera no lugareña que un día, resignada, exclama: "ya me habían dicho que en Madrid, si no contratas a un bailarín para que baile contigo, no bailas".

Seguro que se me quedó cara de bobalicona al oír semejante disparate. Tomé un sorbo de mi refresco y le pedí que me contara porqué había llegado a tal conclusión. Me dijo que porque ella no había conseguido bailar con nadie a parte de los amigos locales con los que había ido a la milonga. Quizás fue por otros motivos: falta de experiencia, desconocimiento del cabeceo, el hecho de que era mujer y no de las más jóvenes y un montón de razones más. Sin embargo, me quedé pensando ya había oído a más gente forastera asegurar que en Madrid no era fácil bailar.

Creo que se debe a esa milonga en particular, en la que puede que se hayan creado perjuicios originados por el miedo, y la falta de comunicación, y que de alguna manera son palpables incluso para la gente de fuera. Hay un factor cultural importante, ya que dicen que el cambio y lo desconocido son rosas con espinas para la mayoría de los españoles, y creo que en la milonga, eso se palpa.

Algunos milonguero locales, de los no tan jóvenes, confiesan que es cierto que en esa milonga hay dos milongas en una: los jóvenes por un lado, bailando entre ellos; los algo menos jóvenes, bailando también entre ellos porque dicen que los jóvenes solo quieren bailar entre ellos. Sacan una conclusión que a lo mejor no es muy acertada.

Es cierto que por lo general el nivel de baile entre los más jóvenes es algo superior al de los otros; es cierto que la gente va a la milonga a disfrutar y por tanto a bailar con gente con la que disfruta bailando, es decir, gente más o menos de su nivel de baile. Pero la edad no es o no debería ser un factor condicionante para bailar con alguien o no, sino tan solo la forma de bailar, el abrazo y sobre todo la conexión entre dos personas, es decir, tener piel. Y para eso no hay edad que valga, como tampoco lo hay para el amor. 

Quizás si los no tan jóvenes perdieran el miedo y se animaran a cabecear a los otros, se esforzarn un poquito más por mejorar en lugar de conformarse con su técnica, sería un primer paso para que las dos milongas se conviertan de nuevo en una sola. También ayudaría una pequeña dosis de humildad, ya que algunos creen ser estupendos bailarines solo porque hace más tiempo que bailan, e incluso alguno osa dar lecciones a aquellos que no tienen tanta experiencia, y que muchas veces, encima bailan mejor que ellos.

También ayudaría que los más jóvenes hicieran un esfuerzo también, dejaran perjuicios a un ladao y se animaran a bailar de vez en cuando con los no tan jóvenes. Aquí también la pequeña dosis de humildad sería efectiva ya que por aprender más rápido y por ser más joven no se baila mejor, ni técnica y musicalmente hablando, ni se tiene un mejor abrazo. Hay que tener en cuenta que la experiencia es una gran maestra.

Doy fe de que en las dos milongas hay gente fantástica y buenos milongueros, pero para descubrirse mutuamente hay que dar un gran paso que empieza por frenar al miedo y dar paso a la comunicación. Dicen que quien nada arriesga, nada gana... y creo que los madriles se están perdiendo grandes descubrimientos, en forma de grandes abrazos.

domingo, 26 de enero de 2014

La pandilla de las amigas de Sara

Hoy es el cumpleaños de mi padre y este año tampoco se qué regalarle. ¿Os resulta familiar eso? ¡Con lo fácil que sería si fuera milonguero...! Un pantalón para bailar, unos zapatos, un abanico para la milonga, una gorra o un sombrero, un pañuelo, un estuche para limpiar zapatos y cuidarlos, un cd con sus tangos favoritos, una maleta para sus escapadas milongueras, esa foto enmarcada tan bonita que le hicieron en una milonga, un cuadro hecho de esa foto, una partitura antigua de tango, un abono a un festival o encuentro, una petaca para llenarla del coñac que le gusta y que no falte así en la milonga, una americana original para que vaya bien elegante, o porqué no, un ramo de flores para que reparta entre sus milongueras favoritas.

Sobre repartir, aunque no tiene nada que ver con el tango, os quiero contar una historia que creo que merece ser contada. Es una anécdota de la época escolar que me contó una amiga hace ya unos años. Creo que ella estaba en 3º o 4º de EGB, pero seguro es que no había pasado a segundo ciclo porque ella todavía jugaba a la soga, a la goma y a los cromos. Ella recuerda el cumpleaños de una niña de clase en la que la cumpleañera, además de chuches para repartir en el recreo como era típico en aquella epoca, tenía cinco paquetes de cromos que le había regalado su abuela para ella y sus amigas. En su clase había unas doce niñas, por lo tuvo que elegir a quien regalarle los cromos, y lo hizo entre sus mejores amigas.

Entre ellas estaban mi amiga y otra niña llamada Sara, así que fueron dos de las cinco que obtuvieron su paquetito de cromos, que contenían a su vez cuatro o cinco cromos cada uno. Parece ser que hubo alguna niña que se quedó triste al enterarse de que se habían repartido los cromos y ella no había sido afortunada. Fue entonces cuando Sara, sin que nadie la viera, fue regalando sus cromos entre las demás niñas hasta que se quedó sin ninguno. Mi amiga se dio cuenta de lo que había hecho y repartió los suyos con Sara, que de nuevo, volvió a repartirlos hasta que cada niña tuvo al menos un cromo. De las niñas afortunadas hubo una que andaba presumiendo sobre lo bonitos que eran sus cromos y de cuántos tenía, e incluso se burló de Sara por haberse quedado sin los suyos.

El curso fue transcurriendo y aunque Sara se quedó casi sin cromos, ganó en amigas. Ese mismo año y unos meses más tarde Sara les anunció que dejaba la escuela porque iban a trasladar a su padre a trabajar a otra ciudad. Cuando la noticia corrió entre las amigas de Sara, no solo ellas, sino casi todos los niños de la clase le regalaron a Sara cromos, dibujos, golosinas y un montón de cosas más, de forma totalmente espontánea y como despedida. Mi amiga me contó que recordaba perfectamente el día que Sara se fué y cómo tras su partida, todavía seguían hablando de ella, como si nunca se hubiera ido. Sara había dejado tala huella entre ellas que incluso algunas decidieron formar una pandilla y llamarse "las amigas de Sara".

Al contarme esta historia mi amiga me confesó que a veces se preguntaba qué sería de la vida de Sara, de cómo seríade adulta, si era feliz. Yo la miré y callé: creo que los ángeles no permanecen en la tierra mucho tiempo, pero es un pensamiento que no me parecía justo compartir con ella en ese momento. Luego lo pensé mejor y le dije que a veces es mejor no saberlo y vivir feliz con el recuerdo y con lo que se aprende de las personas. Ella sonrió, y así me hizo entender que estaba de acuerdo.

jueves, 23 de enero de 2014

Generación 3.0

Al igual que algunos de mis lectores más participativos en el blog, yo también pertenezco a la generación 3.0. Es una generación que en su mayoría ahora está formando familias, con lo cual, es bastante lógico que no abunden en las milongas, aunque que cada vez más crecen en número. Este grupo suele estar formado por gente que empieza a bailar o que hace pocos años que baila, pero su capacidad de aprendizaje es por lo general más alta que las generaciones siguientes. Aunque como en todas las generaciones, siempre hay excepciones.

La generación 4.0 es aún más difícil de encontrar porque definitivamente casi todos tienen hijos pequeños, y muchos de ellos incluso están separados o divorciados, con lo que compatibilizar su amor por el tango, el trabajo, y la familia, es algo muy difícil de conseguir. Aún así, están esas parejas que por lo que sea no han formado familia, gente soltera o bien salidos de otras relaciones o incluso algunos atrevidos a los que admiro, que van con sus nenes a la milonga. Son los de esta generación y la 3.0 con los que yo personalmente me encuentro más a gusto bailando, quizás porque nuestros niveles de energía son más similares.

Lo que evidentemente más abunda es la gente de la generación 5.0 y 6.0, muchos de ellos ya con hijos autosuficientes, económicamente estables, y algunos de ellos incluso jubilados. Son también los que más asisten a encuentros y festivales, los que van a clases de forma continuada, los que al fin y al cabo se lo pueden permitir mejor. En este grupo hay un gran número que ven el tango como un acontecimiento social, en el que el interés por conseguir una perfección en su baile pasa a un segundo plano, mientras que el aspecto social es el que prima. Aunque he de reconocer que no son los más abundantes, hay milongueros que además de socializar, bucan esa perfección de la que hablo en su baile y por eso ofrecen abrazos expertos y maravillosos. Aquí he encontrado estupendos bailarines, con los que además he hecho buena amistad.

También los 2.0 escasean. Son una generación que cuando entran en una milonga solo ven a milongueros de la generación 9.0. en la pista: un efecto óptico típico de la edad, ya que a casi todos nos ha pasado lo mismo cuando teníamos su misma edad. Creo que quizás por este motivo el tango les seduce menos, ya que no lo ven como un baile de jóvenes, aunque afortunadamente, en algunos países -no solo en Argentina-, esto va cambiando y esta generación va creciendo en número. Aprenden con una rapidez impresionante, pero por lo general prefieren bailar con gente de su generación, ya que es entre ellos donde encuentran más milongueros con un nivel de energía similar. A mi, por lo general, no me suele gustar mucho bailar con ellos, quizás porque con los que he bailado se centran principalmente en experimentar y gastar energía, más que en la parte emocional y el abrazo.

La 7.0 y 8.0 existen, pero son escasos, al menos en Europa. No he bailado con muchos, y con los porquitos con los que he bailado, me he aburrido terriblemente porque son como principiantes a pesar de su edad, aunque algunos hace años que bailan. Mejorar su técnica no ha sido una de sus prioridades, quizás también porque su condición física no suele ser óptima. Dicen que allá por las cunas del tango, son aquellos que mejor saben bailar, y que son auténticos milongueros, que con unas discretas caminadas, unos pocos giros bien hechos y un abrazo, enamoran tanto a las más señoras como a las más pebetas. Estoy segura de que es pura magia lo que le hacen sentir a una, y he de confesaros que esta milonguera que os escribe se muere de ganas por bailar con alugno de ellos... todo llegará.  

lunes, 20 de enero de 2014

Pelea de gallos

Supongo que a casi todas nos ha pasado alguna vez. Tienes una noche fogosa con tu pareja sentimental, en la que hay incluidos bastantes besos. A la mañana siguiente, al mirarte al espejo, te dan ganas de gritar: tu cara se parece más bien a una paella a la que alguien ha puesto demasiado azafrán, y encima se ha dejado los granitos de arroz a medio cocer, y para colmo, pica. Al instante siguiente el asombro suele dar paso al enfado cuando eres consciente de que la irritación de tu cara ha sido provocada por esa dichosa barba de un día o dos que algunos se dejan crecer para parecer más sexys, o peor aún, por su dejadez o pereza y no afeitarse. ¿Tan difícil es dejarse barba o no dejársela en absoluto? Eso de "a medias" no nos gusta nada a las mujeres ni en la barba, ni en casi ninguna otra cosa.

Ya aclarado lo molesto que esto es, os cuento que algo parecido suele pasar en las milongas, solo que sin besos y sin todo lo otro, tan solo con un abrazo algo incómodo. A mí concretamente me pasó un día en el que acepté la invitación de un chico al que no había visto bailar antes, cosa que no hago a menudo. Por ese motivo mi idea era rechazar su invitación tan pronto percibí su intención de invitarme. Sin embargo, en cuanto lo vi caminar, empezó a flojear mi propósito y mis fuerzas para rechazarle se fueron esfumando. Cuando lo tuve delante y vi esa sonrisa suya tan perfecta, esos pantalones, que al estilo milonguero le caían de maravilla, y encima tan guapísimo, mi perdición fue obvia. Creo que ni le constesté: me levanté directamente. 

Unos segundos después, me ofreció el abrazo y olí su perfume, y a partir de entonces le consentí casi cualquier cosa: un abrazo algo rígido, un ritmo poco acertado, e incluso un pisotón. Pero como ocurre cuando te sientes timada porque lo que compras no cumple tus expectativas, a mí me paso lo mismo con él y mi tontería empezó a esfumarse, aunque eso sí, la culpable yo, por creerme el cuento de La Lechera. 

Aquel cuento había empezado con un "érase una cara a una barba de dos días pegada", y lo que debería haber sido un abrazo y cuatro tangos, terminó como algo parecido a una pelea de gallos, o al menos eso es lo que yo parecía al acabar de bailar, puesto que tenía toda la parte derecha de mi cara irritada, con heridas pequeñitas, como si me hubieran dado picotazos. Las heridas y la irritación tardaron un día entero en dejar de escocer y molestar. 

Por ese motivo y porque se que muchos no sois conscientes de ello, chicos, me gustaría pediros que a parte de que os pongáis elegantes, que os lavéis los dientes y que os echéis un perfume que nos deje medio tontas, que también os afeitéis. Que sepais que la barba de dos días efectivamente puede ser sexy... pero solo de lejos, o en una fotografía.

sábado, 18 de enero de 2014

Soñar y nada más

Era una de esas milongas de un gran evento, en el que había muchísima gente: los milongueros y milongueras parecían hormiguitas en la pista de baile, quizás porque yo ese día encontré un lugar en altura para sentarme, donde se apreciaba cada rincón, cada abrazo, cada sonrisa.

Lo menos bueno de ese lugar era que se hacía especialmente difícil el cabeceo si el chico no miraba un poco hacia arriba. Aún así disfruté durante bastante tiempo viendo bailar a la gente y quedándome con las caras de los bailarines con los que me apetecía bailar. Con unos cuantos lo conseguí, pero hubo uno que me tenía totalmente encandilada y que encima, se me resistía. Para mi mala suerte, al sentarse, tras tres tandas seguidas, fue a hacerlo cerca de los maestros. Dudé. Él no miraba hacia donde yo estaba ni de casualidad, así que utilizando esas artes de brujas que tenemos algunas, me paseé cerca suyo para ver si había suerte y me veía. Nada.

Mientras regresaba de nuevo a mi sitio me interceptó otro chico y me invitó a bailar. Disfrutamos de una tanda maravillosa en la que hubo caminaditas, algún giro y un precioso abrazo. Después regresé feliz a ocupar mi silla y saqué mi abanico. Mientras lo hacía vi que él por fin miraba hacia donde yo estaba. Así que sin entender a día de hoy qué es lo que me impusó a hacerlo, le miré a los ojos y le cabeceé yo a él.Era la primera vez que intentaba un cabeceo y el gesto que me salió fue un levantamiento de cejas, similar al que marcas a tu pareja jugando al mus cuando tienes duples. Vi su cara de sorpresa y luego miró hacia los lados, supongo que comprobando que realmente era a él a quien le hacía ese especie de cabeceo o para comprobar si realmente era un cabeceo, qué se yo. Ya de mojada, al río, y para que no tuviera duda alguna, le sonreí. Él me devolvió la sonrisa, aunque aquello era más bien era una risa en toda regla, se levantó y se dirigió hacia mi.

Fui algo escandalosa, lo reconozco, y me hubiera muerto de la vergüenza si no se levanta porque creo que media milonga se dio cuenta, pero mereció la pena el esfuerzo. ¡Vaya tanda que me brindó! Después de eso decidí que ya me podía ir a dormir... a seguir soñando y nada más.

miércoles, 15 de enero de 2014

Loba, con disfraz de oveja

Una vez conocí a una chica alemana, simpática, de esas a las que nunca le faltaba la sonrisa. Invitaba siempre a los hombres, de forma directa, sin cabeceo. Para bien o para mal, al menos parecía conformarse con cualquiera, bailó con hombres muy distintos durante el rato que la observé.

Bastantes mujeres la miraban mal porque estando más mujeres que hombres, ella no pensaba en las demás e intentaba acaparar a todos (así me lo dio a entender una milonguera que la conocía bien). Alguna supongo que le tendría envidia por tener tal desparpajo, deseando ser como ella también. Pero otras como yo, indiferentes al principio, la terminamos mirando con fastidio y cara de pocos amigos. Os explicaré por qué: en su afán por invitar, a veces lo hacía a hombres que no estaban libres, sin aparentemente darse cuenta y sin tener en consideración a las demás.

Estaba yo sentada junto a una señora rubia de pelo corto cuando un hombre la invitó mediante el cabeceo. A continuación él se fue acercando para esperarla junto a la pista, mientras ella dejaba el abanico y la chaqueta para ir a su encuentro. Justo entonces ella vio espantada como la alemana lo interceptaba por el camino y con una especie de coqueteo, lo agarraba del brazo y se ponía a bailar con él. El hombre miró a la mujer rubia con cara de disculpa, como diciendo "tengo que bailar con ella por no hacerle el feo... perdona, luego vengo a por ti". De una historia similar fui testigo una vez más, también sin entender cómo ellos no le indicaban que no estaban disponibles y que ya habían invitado a alguien.

La tercera vez fui yo quien la sufrió, con un milonguero al que ella conocía y con una tanda maravillosa. He de reconocer que me dieron ganas de sacarle los ojos, especialmente porque con ese bailarín en cuestión no había bailado y le había estado buscando con la mirada casi toda la noche, con lo cual me costó bastante conseguir su invitación. Tras bailar con ella, vino a buscarme para la siguiente tanda, con la disculpa escrita en su cara. Era una tanda de milongas que no me gustaba y no me apetecía bailarla, así que rechacé su invitación. No volvió a invitarme, pero lo curioso es que tampoco me importó. A día de hoy he de reconocer que seguramente fue así porque en el fondo me molestó su comportamiento: ¿tan difícil es decir a una de estas mujeres "lo siento, ya tengo comprometida la tanda"?

En casi todos los entornos milongueros hay alguna loba de este tipo, suelen ser conocidas y ellas conocen a  todos los hombres de la milonga, aunque no es de extrañar, dado su proceder. Tampoco me sorprende que muchas otras milongueras las miren mal, la verdad es que es una actitud egoísta y muy molesta para el resto. Lo que todavía no tengo claro es de si este tipo de mujeres son niñas caprichosas disfrazadas de mujeres adultas, o lobas disfrazadas de ovejitas... o realmente de verdad no se dan cuenta, que también puede ser, claro.

domingo, 12 de enero de 2014

¿Deberían existir las milongas rosas?

Es increíble cómo mis seguidores me inspiran para escribir sobre nuevos temas, y me encanta que además aporten con su opinión y expongan así otros puntos de vista. Uno de ellos mencionó en una opinión las milongas rosas (de las que he escrito ya tres entradas: en mayo de 2013 "Milonga Rosa", en junio de ese mismo año "Y de repente una tanda rosa" y "La tanda rosa se pone de moda"), en las que son ellas y no ellos quienes invitan.

Él decía así: "en las tandas o milongas rosas jamás he visto a ningún hombre (exceptuando el profesor) que rechace la invitación a bailar de una mujer a pesar de que ésta lleve sólo una o dos clases de tango, huela mal, se deje caer sobre el hombre con todo el peso, bloquee el baile con un mal abrazo, etc...". Y tiene toda la razón del mundo. Yo tampoco. Otra cosas es que me parezca bien que ellos también se banquen a cualquiera.

Ahora bien, en toda mi vida de milonguera jamás he asistido a una milonga rosa y creo que no existen como tal, aunque una vez cada mil años se haga alguna para tener contentas a unas cuantas mujeres, y a hombres a los que les gusta que sean ellas quienes inviten. Fueron solo tres, ni una más ni una menos, las tandas rosas en las que yo he estado presente y eso que soy de las milongueras que no se pierden ni una. En estas circunstancias se entiende mejor el que no haya hombre alguno que rechace a una mujer en las tandas rosas, ya que al fin y al cabo, para una que hay, se bancan lo que sea. Me gustaría saber si todas las milongas fueran rosas, qué sucedería.

De todas formas la cuestión que quería plantear es otra: ¿deberían o no dejar de existir las milongas rosas... o las tandas rosas? En mi opinión, tanto las milongas rosas como las tandas rosas no tienen sentido alguno, ya que si se usa el cabeceo como medio de invitación, son ambos los que eligen y se acaba el problema: ellas mirando solo a los hombres con lo que quieren bailar, y ellos haciendo exactamente lo mismo, con lo cual, cuando coinciden, se produce la invitación de forma natural. Así, todos felices y contentos.

Hay gente a la que no le gusta el cabeceo, pero eso también lo entiendo. Tengo un amigo que me contaba que a él no le gustaba cuando era muy principiante porque no se enteraba de nada y porque ninguna mujer quería bailar con él. Admitía como buen bribón que es, que invitando él en persona, rara era la chica que rechazaba la invitación, porque se veía en un compromiso y no le quedaba otra que aceptar. Creo que como mi amigo en aquella época hay unos cuantos por ahí sueltos. Ahora mi amigo solo cabecea y reconoce que es el mejor sistema para realmente evitar compromisos, rechazos y situaciones poco agradables. Yo personalmente también soy del cabeceo, aunque muy de vez en cuando, y cuando es un amigo con el que tengo confianza, o un chico que es muy principiante y sospecho que puede no atreverse, soy yo quien invita directamente.

jueves, 9 de enero de 2014

Los cangrejos al río, por favor

Puede que vayas a una milonga ambientada a media luz, en un lugar acogedor, con suelo de madera, velitas, música maravillosa, pero luego en la pista de baile no existen los códigos de circulación: algo así como un partido de fútbol, pero sin árbitro.

He estado en más de una de esas milongas, aunque recuerdo una a la que fui con especial ilusión después de un gran periodo de ausencia en el tango. En ella recibí una invitación durante el segundo tango de una tanda, así que me levanté feliz mientras sonaba El Flete, tema que me encanta. Pero me desencanté tan pronto como pisé la pista porque por primera vez en mi vida de milonguera me golpearon incluso antes de empezar a bailar. Mi reacción fue apretar la mano o quizás clavarle también un poquito las uñas en la espalda al novato milonguero que tenía por pareja... ¡pobrecito! Eso sí, tras unos segundos de tensión, me relajé y comenzamos a circular por la pista.

No habíamos circulado ni dos metro cuando el milonguero que iba delante nuestro comenzó a caminar hacia atrás, como un cangrejo, con lo cual sucedió lo que suele suceder en estos casos: un accidente. De repente sentí un golpe seco y doloroso en la espalda, mientras me ponía rígida, se ausentaba mi respiración y mis uñas se clavaban una vez más en la espalda de mi pareja de baile, mientras él intentaba sin éxito esquivar el choque. El "cangrejo" nos miró con cara de pocos amigos, como si hubiésemos sido nosotros los que estábamos en medio de su camino estorbándole. Mientras, su pareja de baile se disculpaba: absurdo entre los absurdos. Mi compañero de baile lo miró como si fuera a estrangularlo, pero como hasta hoy las miradas no han conseguido matar a nadie, el cangrejo no se convirtió en cenizas ni antes, ni durante, ni después de terminar la tanda.

Observando he llegado a dos conclusiones: que aunque parece que son muchos los cangrejos que andan por la pista, en realidad suelen ser solo uno o dos, pero se mueven mucho y por eso parece que hay tantos; y que afortunadamente se suelen ir pronto a dormir, así que es cuestión de ser paciente hasta que la pista queda libre de ellos.

De todas formas aquel día todavía no se habían ido a dormir, ni yo había tomado todavía la sabia decisión de esperar a que se fueran, cuando más tarde y mientras bailaba un milonguero veterano, relajada, sumergida en otro mundo, de repente volví a sentir dos golpes más: uno en la parte superior de las piernas y otro en el brazo. Creo que en ese instante estuve a punto de perder las formas y montarle una bronca de campeonato al culpable, pero conseguí contenerme a tiempo. ¿Me puede explicar alguien cómo se puede recibir un golpe ahí, tan alto? Parecía que en lugar de en una milonga donde se reparten abrazos, aquello era un tatami en el que se repartía algún jepchu que otro. ¿Es que se han vuelto locos algunos?

lunes, 6 de enero de 2014

Allí donde no estaba Peter Pan...

... estaba Campanilla.

Como ya os expliqué en mi entrada de hace unas semanas, en el mundo del tango hay debilidad por los apodos y aunque son los bailarines profesionales lo que más se empeñan en seguir esa "tradición" y bautizar a otros bailarines profesionales, a veces no son ellos sino los milongueros los que lo hacen para identificar a otros milongueros cuyos nombres no son capaces de pronunciar o bien tienen un nombre muy común o a veces simplemente todo empieza por una broma y luego sin querer va transformándose en un apodo en toda regla.

Así sucedió con una morena de ojos verdes norteña, con nombre impronunciable para la mayor parte de los milongueros que asistían a aquel evento. Con un vestido de gasa de un tono verdemar, como el que se encuentra junto a las arenas blancas de alguna playa caribeña, estaba ella dando vueltas por la pista. Parecía algún ser mitológico escapado de un cuento.

Yo estaba sentada observándola a ella y a otra gente bailar cuando alguien se sentó a mi lado, y tras una breve conversación, la mencionó a ella y me preguntó si la había visto. No tardé ni un segundo en identificarla en la pista y me salió del alma decir: "allí!... Campanilla!". Parece que mi descripción fue acertada porque la vio al instante, y entre carcajadas, comenzó un frenético asentimiento de cabeza para confirmarme que efectivamente estaba de acuerdo y que se parecía a Campanilla. 

Un buen rato después, coincidí con "Campanilla" en la barra del bar y le conté la anécdota. Ella no se sorprendió y aseguró que ya le habían llamado así antes debido a su vestido. Parece que bastante más tarde alguien la presentó no por su nombre, sino por Campanilla, y creo que a a partir de ese momento, aunque Peter Pan no se pasee por las milongas... Campanilla sí que lo hace.

viernes, 3 de enero de 2014

¿Parodia o realidad?

Supongo que os acordareis de la entrada en la que invitaba a los maestrillos (personas que se dedican a impartir clases de tango tengan la preparación que tengan) a la auto-crítica, para valorar si realmente estaban o no preparados para impartir clases.

Creo que con algunas parejas que hacen exhibiciones o se presentan a concursos, ocurre exactamente lo mismo. Cuando vi por primera este video pensé que era una parodia. Luego me di cuenta de que era real, el de una pareja que se había presentado nada menos que a una competición de tango, un mundial, y encima lo hacía por tercera vez. Entre los comentarios del vídeo hay de todo, pero predomina la burla, aunque a mí lo que me dieron ganas no eran precisamente de eso, sino de llorar.

Entre los comentarios del vídeo hay un chico de La Plata, que se hace llamar Miche Ailen, que añade algo muy interesante: "ellos bailan como bailan , lamentablemente alguien le enseñó a bailar así y para ellos está bien". Esa es la clave de lo que me preocupa: que alguien les haya enseñado eso. 

Al ver el vídeo ves que ponen voluntad e incluso puede que hayan pasado horas practicando, pero de nuevo, como en el caso de los maestrillos, se repite la falta de auto-crítica. Evidentemente creen que bailan bien. Entre los comentarios del vídeo también hay un chico que se hace llamar Uno Para Todo que dice "cuando no sabes, no sabes que no sabes y pensas que lo que estas haciendo lo estas haciendo bien, para ser un buen critico tenes que saber de lo que criticas". Razón no le falta: triste pero cierto.

Me quedo también con un comentario final de Miche Ailen en el que en su opinión "en los mundiales cada uno presenta lo que puede hacer y hay libertad de expresión". Mi conclusión está que el problema está en el filtro deficiente del mundial, al permitir que ciertas parejas participen y muestren lo que saben hacer, con su libertad de expresión incluida, ya que es obvio que deberían hacerlo en otro lugar y no en un mundial de tango, que se proyecta a nivel mundial, dando así una imagen del tango que no es cierta. El tango es abrazo, sentimiento, no un contorsionismo carente de todo, salvo de dar miedo.

Os seré sincera: por encima de todo hay algo que realmente me intriga y preocupa. Se trata de saber porqué la gente que quiere y aprecia a esta pareja (amigos y familiares) no se sinceran con ellos y les evitan hacer el ridículo de semejante manera, o les advierte que bailando así pueden lastimarse: para tener amigos como esos, yo prefiero tener enemigos.  

miércoles, 1 de enero de 2014

Un deseo en un susurro

Los milongueros tenemos debilidades. Algunos las tienen por ciertos tangos, por una orquesta en concreto, por música de una década o dos en particular, por temas instrumentales o vocales, por un Dj, por una milonga, unos anfitriones, unos bailarines, unos maestros, pero también por cancionistas... como yo.

En mis primeros pasos como milonguera sentía curiosidad por Ada Falcón y de ella leí, de ella vi un documental, vi una película y conseguí montones de temas cantados por ella: me apasionaba todo lo que tuviera que ver con ella. Después escuché y conocí sobre más y más cancionistas, de diferentes épocas, tanto hombres como mujeres, hasta que un día la oí a ella, a Nina Miranda, y ella me encandiló como ninguna otra.

Nina, esta uruguaya nacida en 1925, hace hoy exacatemente dos años que murió. De ahí esta entrada al blog, en agradecimiento por todo lo que ella nos dejó con ese sentimiento y su maravillosa voz con el que hace que algunos temas invadan nuestros corazones.

Hacía tiempo que en mí había un anhelo por escuchar en alguna milonga una tanda de Racciatti con ella de cancionista, pero de milonga en milonga yo iba, y no conseguía escucharla. Osé incluso pedírsela a algún Dj, siendo crudamente consciente de que la mayoría de ellos son musicalizadores de los que tienen enlatada la música en un ordenador o un USB, y para ellos supone un fastidio que la gente les pida tandas porque se desmorona su trabajo, previamente consolidado en un listado de tandas numeradas por orden de ejecución. En el momento en el que fui consciente de que ésa era la razón, decidí esperar.

La ocasión llegó en una milonga inolvidable, para mí perfecta: por los anfitriones, la ambientación del lugar, la buena onda, los milongueros, y por supuesto el Dj. Yo estaba con tal subidón de adrenalita y tan feliz, que las horas pasaron y pasaron, y cuando las siete de la mañana llegaron, ni me enteré. La gente pedía una tanda más cada vez que anunciaban la última y en uno de esos momentos en los que el Dj tiene rendidos a todos a sus pies, vi mi oportunidad. La tanda había finalizado y empezaba a sonar la cortina. Yo estaba cerca del Dj, le miré y susurré "Nina Miranda, Nina Miranda...". El no me vió pero lo hizo un bailarín profesional que estaba cantando tangos a su lado, así que le indicó que yo estaba intentando comunicarme con él. Entonces el Dj finalmente me miró y sin más, miró de nuevo a su equipo: al menos, lo había intentado.

Tan pronto como un asomo de pequeña decepción empezaba a apoderarse de mí, sonaron los primeros compases y me volví como loca. Él me miró con una sonrisa, y en ese momento lo puse en el número uno de mis Djs: ¡a sus pies! Corrí a buscar a un amigo con el que me gusta bailar y el pobre no pudo ni responder si quería o no bailar conmigo porque lo arrastré literalmente a la pista: es lo que pasa cuando hay mucha confianza, y yo fui lo suficientemente bruja como para aprovecharme de ella. Lo que vino a continuación fue magia, pero al cuadrado. 

Me dolieron las manos de tanto aplaudir al final de la milonga y me acerqué a darle dos besos bien merecidos al Dj, mi forma de darle las gracias por el detallazado de hacer caso a mi petición, y de encima haberlo hecho con tan poco tiempo de margen. Definitivamente, ahí es donde se ve también la calidad de un profesional. Creí que el subidón me había durado toda una semana, pero ¡qué va!.. al recordarlo todavía lo siento ahí.

¡Entre Milongas os desea 

un Feliz Año 2014!