lunes, 30 de junio de 2014

Un par de tortolitos

Entre milongas a menudo se ven parejas bailando tango y mostrándose afecto mientras lo hacen. Hay una pareja que me llamaba siempre la atención porque parecía que cada día se les veía más cariñosos, más enamorados. Me quedé sorprendida cuando supe que eran un matrimonio consolidado, con muchos años de casados. Costaba creérselo viéndoles.

El tiempo pasó y seguían compartiendo carantoñas, sonrisas, besos, y también muchos abrazos. Obviamente nadie finge tan bien ni tanto tiempo. Luego empecé a conocerles mejor y en lugar de descubrir que eran dignos de un Oscar, me sorprendí encontrándome con una mujer que hablaba de lo afortunada que era por tener un marido como él, mientras esa sonrisa suya salía por los ojos; con un hombre que que le oía decir que nadie le bailaba tan bien como su mujer, describiendo en que momentos, mientras bailaban, él se derretía totalmente por ella.

Me sorprendí más aún, cuando una noche, mientras esperaban a un ascensor y creyéndose a solas, parecían unos tortolitos, una pareja enamorada a punto de pasar su noche de bodas. En fin, que si, que era verdad. El amor así existe, y supongo que con mucho trabajo (comunicación, respeto, apoyo...) se consolida, crece con el tiempo y se hace más fuerte. También he llegado a la conclusión de que así como dicen que quien vive con amimales es más feliz, quien tiene una pasión y encima la comparte con su amor, no puede ser más feliz. También creo que hay pasiones que tienen un algo especial, que funcionan como un catalizador para estos sentimientos, como en su caso es el caso del tango...

viernes, 27 de junio de 2014

Una vez más, hablamos del cabeceo

En la milonga, esconderse sirve de poco. Fingir que no ves a alguien, sirve de lo mismo. Lo curioso es que algunos no captan el mensaje, o mejor dicho, no quieren captarlo. Hay hombres que se empeñan en conseguir su objetivo a cualquier precio, es decir, una milonguera con la que ellos quieren bailar, ignorando los códigos, y forzando situaciones. La excusa es que el cabeceo no se estila en Europa. La verdad es que a algunos no les conviene que se estile porque así tienen la opción de poner en compromiso a más mujeres, que educadas para complacer, la mayoría no sabe declinar una invitación o se siente mal al hacerlo, y finalmente aceptan por evitar una situación incómoda. 

Ahora bien, también hay mujeres que hacen exactamente lo mismo. Se amparan en esa afirmación de que el código de la milonga es machista y lo que hacen es imponer ellas de igual manera su "invitación", ya que de no hacerlo, sus posibilidades de bailar, y más aún de hacerlo con aquellos bailarines con quienes ellas quieren, decrecen considerablemente.

Creo que esta es una razón de peso por la que a mucha gente no le gusta el cabeceo. A mi, sin embargo, me parece una buena solución ya que con este método de invitación ambos eligen por igual. Yo como mujer, si no quiero bailar con un hombre, no le miro y punto; si quiero bailar con un hombre, le miro y con suerte me mirará y me cabeazará. Él hará exactamente lo mismo con las mujeres con las que quiere bailar. Si no lo hace, significa que prefiere bailar otro tipo de música conmigo, o que prefiere bailar con otra, o que no quiere bailar conmigo. Todo bien, sea la razón que sea. ¿Es tan difícil seguir un código que evita situaciones incómodas y pone en compromiso a otras personas?

Afortunadamente para el tango, cada vez hay más mujeres y hombres que declinan invitaciones con naturalidad. Ahora lo que falta es que nadie se ofenda ni se enfade. Quien invita, arriesga, aunque también es sabido que quien no arriesga, nada consigue. Es elección de cada persona de forma individual el invitar o no hacerlo, pero sería interesante ser consecuente con ello: si eres hombre y te gusta que te inviten también, tendrás que aprender a decir "no" de vez en cuando; si eres hombre y no te gusta que te inviten, acepta que tú invitarás pero ella, con el mismo derecho de elegir que tú te otorgas, elegirá y aceptará o no tu invitación; si eres mujer y no invitas porque les cedes a ellos ese privilegio, tendrás que esperar a recibir invitaciones que puede que no lleguen pero como premio, tendrás todo privilegio y derecho de rechazar invitaciones si así lo deseas; si eres mujer e invitas, al igual que ellos, acepta que tú invitarás pero él, con el mismo derecho de elegir que tú te otorgas, elegirá y aceptará o no tu invitación.

martes, 24 de junio de 2014

El primer desplante

Yo lo había conocido unas semanas antes, cuando lo vi hablando con un amigo, del cual él es alumno. Él miraba la pista, de vez en cuando se animaba a invitar a alguna chica. Le invité a bailar porque pensé que quizás él no lo hacía por timidez, por su inexperiencia. Disfruté mucho de la tanda: de su musicalidad, de su atrevimiento al intentar experimentar con sus pocos recursos, de su abrazo suave, y de su simpatía, siempre con una sonrisa. A partir de entonces, tras hablar y conocernos un poco fuera de la pista de baile, la afinidad fue palpable. Parecía que nacía una amistad.

Apenas dos semanas más tarde, él vino a aquella milonga en la que ardió Troya. Formaba parte de mi grupo de amigos, que ocupábamos una mesa en primera fila, justo al lado de la pista. Él bailó menos esa vez, quizás algo intimidado por sentirse en un lugar nuevo o quizás por el peso de sus tres o cuatro meses de clases y poco más de media docena de milongas en su haber. A pesar de eso se le veía a gusto, emocionado, esperando poder disfrutar de unas cuantas tandas y seguir aprendiendo. Yo y mis amigas lo invitamos, una por una, todas a bailar. Más tarde, él mismo se animó a invitar a otras milongueras.

En un momento dado de la noche, yo estaba sentada observando la pista, cuando después del primer tango, el apareció a mi lado. Le pregunté: "¿qué tal va la noche?". No necesité respuesta, ví su cara, algo había pasado, algo no había ido bien. Le pregunté y me contó que había invitado a una chica y que ella, tras el primer tango, le había preguntado si hacía mucho que bailaba. Él había sido sincero y le había explicado que estaba empezando, y después, sin decir ni un gracias, ella se dio media vuelta y se fue. Planchazo total.

Yo reconozco haber dejado en la pista a alguno en más de una ocasión, pero siempre ha sido porque me hacían daño, porque mi pareja era un loco descontrolado, o porque los dos habíamos estado de acuerdo en parar de bailar por la música. Sin embargo, este chico, a pesar de ser novato, tiene un bonito abrazo, musicalidad, no hace daño, tiene cuidado en la pista y no te choca con nadie, y es educado y respetuoso. No lo entiendo. Sin embargo, he hecho mis suposiciones. A ella la conozco. Es una milonguera que sin ser principiante, no destaca por su baile, ni por su musicalidad. Quizás no supo seguirle, adaptarse a él, se agobió, y terminó dejándole. Hasta ahí bien, todos tenemos inseguridades y derecho a parar cuando no estamos cómodos. Pero hay unas formas. Creo que lo apropiado es dar una explicación, dar las gracias y retirarse juntos de la pista, y no darse la vuelta e irse sin más.

Fue entonces cuando intenté consolarle contándole mi anécdota "En un palacio al lado del mar", que publiqué del 3 de junio de 2013. Luego, una de mis amigas más veteranas lo invitó a bailar, y supongo que él se fue animando poco a poco. Lo triste es que estoy segura de que se fue de la milonga con un sabor agri-dulce. Aunque creo que es sano que todos tengamos experiencias de estas, para luego apreciar mejor las que no son así, si te ocurre algo como esto en una de tus primeras milongas, te puede llegar a desanimar bastante.

sábado, 21 de junio de 2014

Djs traviesos

¿Habeis estado alguna vez en una milonga en la que de repente en medio de la tanda encontráis una versión de lo más peculiar de un tema, o de repente, un tema nuevo, no oído antes, en el que en un momento dado la música o la falta de ella, o las voces, te dejan fuera de juego?

Siempre había pensado que eran pequeños "accidentes" que se dan por un mal acierto del Dj con un tema, pero hace poco descubrí que hay Djs a los que simplemente les encanta jugar, divertirse a su manera. Haciendo esto rompen con lo esperado, pero sobre todo, ponen a prueba la escucha de la música y la capacidad de reacción e improvisación de los milongueros. Esperan con ansiedad y atención su momento de gloria, cuando los milongueros intentan salir del apuro como pueden, y se oyen risas, suspiros, y se ve alguna que otra cara mirando al Dj de turno con ganas de asesinarlo, mientras él sonríe intentando contener la risa.

He observado que los Djs traviesos, lo hacen solo durante una tanda y solo con un tango. Es su modo modo de dar el toque de humor a una milonga: su golpe maestro. Hasta ahora yo creía que ese toque maestro consistía en aburrir con la misma cortina toda la milonga, pero me equivocaba. Esto me gusta muchísimo más.

Que no era accidental sino a propósito, lo descubrí un día en el que estaba bailando y hubo un silencio musical, una nota que no terminaba, sostenida por una sola voz, sin instrumentos. Mi pareja de baile no sabía qué hacer y cuando mirando al Dj, lo vio sonreír hacia la pista, lo comprendió y se unió al momento en el que yo dejaba escapar mi risa poco contenida. Al día siguiente, y por si quedaban dudas, tuve la confirmación de que el Dj lo había hecho a propósito: momentos antes, había avisado a una amiga con una seña, para que estuviera atenta y pudiera divertirse con él con la confusión que se iba a crear en la pista.

He de confesar que me encantan esos momentos, tanto cuando me sucede en medio de la pista, como cuando los observo. No puedo evitarlo: me gusta el humor, y cómo no, también en la milonga.

miércoles, 18 de junio de 2014

No siempre son ellos

Como milonguera, suelo hablar de ellos, de lo que me gusta, de lo que no, sobre todo de lo que me llama la atención. A veces es aquello que me enfada y por ello a veces parece que no me gusta ni como se comportan ni como bailan la mayoría de los milongueros que me encuentro entre milongas. Pero no es así: es todo lo contrario. Así que para ser justa, también hablaré de otros comportamientos que no me gustan y cuyas protagonistas son milongueras, a veces, incluso yo misma. Este caso es de una milonguera que observé y conocí en un festival internacional.

Ella estaba sentada con unas amigas en una mesita en primera fila, junto a la pista de baile. Se la veía en su salsa, en terreno conocido, con bastantes aires de diva. Observaba a los bailarines, pero lo que me llamó la atención es la forma en que lo hacía, con la barbilla un poco levantada, un gesto un poco prepotente que no me gusta nada. Al parecer había un hombre intentando cabecearla pero ella, se hacía la loca porque no quería bailar con él. Finalmente, una de sus amigas, que no se enteraba de la fiesta, le hizo el típico gesto de "ese te está mirando", y ella miró. Entonces sucedió lo inevitable: un cabeceo no deseado. Él por lo visto tenía tantas ganas de bailar con ella que no esperó a ver si ella aceptaba o no el cabeceo y se dirigió hacia ella.

Fue curioso ver la cara molesta de la milonguera hacia su amiga y hacia el milonguero que se acercaba. Hasta aquí, es una escena que se ve a menudo en la milonga, en la cual ella se ve obligada a aceptar la invitación o a pasar por una situación incomoda al rechazar abiertamente a alguien. El enfado de la milonguera snob era tal, que él, una vez delante suyo, sonriendo y extendiendo la mano, recibió un desplante muy fuera de tono: ella puso cara de disgusto, y se llevó el dedo índice a la sien, girándolo, en un gesto parecido al que le haces a alguien que ha perdido la cabeza.

Yo me quedé perpleja y horrorizada. Ella, me pareció una perfecta desubicada. Había visto comportamientos y gestos de mal gusto, pero este es digno de mencionar. Al hombre, que no se creía lo que le estaba pasando, le cambió la cara de color, luego se dio media vuelta  -obviamente con cara de pocos amigos-, y desapareció. Fue todo un caballero, yo no estoy segura de haber hecho lo mismo. Ella se merecía un par de palabras altas y claras: creo que las formas son algo que sea cual sea la situación, hay que intentar no perderlas.

domingo, 15 de junio de 2014

Trampeando un cabeceo

Me acuerdo que una vez fui a un evento milonguero, en el cual había unas normas estrictas que había que respetar de forma rigurosa si querías participar en las milongas. Entre las normas estaba la obligación de invitar mediante cabeceo, es decir, ir a la mesa e invitar directamente quedaba prohibido. La idea me encantó.

Lo curioso de estas milongas era que tenían lugar en una pista cuadrada con dos filas de sillas, de las cuales dos lados eran para las mujeres y los otros dos lados para los hombres. No era fácil ver un cabeceo una vez que la tanda comenzaba, ya que según en que sitio estuvieras sentada, solo veías a otras mujeres. En mi caso, dormilona por naturaleza, durante las dos primeras milongas, en una me tocó silla en una esquina, con lo cual no podía ver a ninguno; y la otra vez me tocó justo delante de un fotógrafo, con lo cual, me tapaba ante los ojos de cualquiera. Al menos tuve el buen atino de optar por quedarme de pie cerca de la entrada y así no hubo problema para recibir cabeceos.

De todas formas, el último día de todos, aprendí la lección y madrugué. Conseguí un buen sitio, pero ya ese día, aquellos para los que el cabeceo era algo relativamente nuevo, estaban algo cansados de torcer el cuello e intentar cabecear a una chica, y utilizaban otras tácticas, disimuladas, para que no les tiraran de las orejas como a niños traviesos.

Estaba yo sentada, perfectamente visible para todos los milongueros, cuando se me acercó un chico, con el que había bailado los días anteriores, para saludarme. Y, ni corto ni perezoso, se acercó a mi oído y me susurró: "estáte atenta, que te voy a cabecear ahora". Y antes de poderle decir que eso era hacer trampa, había desaparecido. Cuando volví a verlo, ya estaba en su silla.

Me lo puso demasiado fácil como  para no gastarle una broma, así que decidí mirarle y hacerle un gesto como de "no entiendo" en cuanto vi su cabeceo. Él me miró sorprendido, me cabeceó dos o tres veces más, y luego me entró la risa cuando lo vi levantarse, moviendo de lado a lado la cabeza y acercándose a mi. Cuando llegó hasta mi silla, me miró con cara de reproche, pero divertido. Me entró la risa, no pude evitarlo.

miércoles, 11 de junio de 2014

El Garrón

Era otoño, mi estación favorita. Iba por primera vez a una milonga llamada El Garrón. Por mi tierra dicen que "garrón" es la carne dura con nervios que no hay quien se la coma, así que me imagino que esa era la razón del nombre, al menos para mí, ya que desde luego ni era gratuita ni había nadie regalando abrazos por pura simpatía. 

En aquella milonga obtuve uno de mis records de milonguera: cinco horas enteras, sin bailar ni dos compases de un tango. Usé todas las tácticas que conozco para cambiar la situación, pero no hubo suerte: saludé a la poca gente que conocía en la milonga, miré y miré esperando algún cabeceo, me puse un vestido bonito y un escote de vértigo, paseé a la barra (e incluso me aprendí los nombres de los camareros), me senté en un sitio privilegiado, no hablé casi (y eso sí que fue un gran esfuerzo), y empleé varias ocurrencias más, hasta que finalmente tuve que aceptar que esa noche sería para disfrutar de la música, pero de otra manera.

Tras la aceptación me dediqué a observar la pista, hasta que los vi. Allí, entre tantas parejas que intentaban llamar la atención acentuando el ritmo y haciendo toda clase de piruetas, boleos, ganchos y demás figuritas, estaban ellos en un abrazo que nada tenía que ver con todo lo demás. Su forma de bailar me encandiló. Captaron mi atención en el momento en el que los vi, y luego ya no miré a nadie más. Me emocionaron durante unas cuantas tandas. No sabía quienes eran, aunque me imaginaba que serían alguna pareja de bailarines profesionales.

Se acercaba el final de la milonga y la vi a ella sentada sola, en un rincón. Aproveché para acercarme discretamente a preguntarle su nombre, para poder buscarles en YouTube y ver vídeos suyos bailando. Fui breve, ya que solo le dije que me había encantado verles bailar y que si eran profesores de tango, me encantaría saber su nombre. Ella sonrió amablemente, me dio su nombre, y luego nos despedimos.

La milonga terminó y yo me quitaba las sandalias para ponerme las botas y salir a buscar un taxi. Entonces la vi a mi lado, despidiéndose, mientras me preguntaba qué tal la milonga. En ese momento llegó su pareja y ella le dijo: "es esta la chica de la que te he hablado antes". Me quedé sorprendida, y entonces fue él quien se puso a hablar conmigo. Me volvió a preguntar por mi opinión sobre la milonga, y me salió del alma ser sincera: le dije que la música me había gustado, que había disfrutado viendo la pista de baile, pero que me iba con pena porque no había bailado ni un solo tango. Él quiso ser amable y me dijo algo así como que las chicas bonitas intimidan a los chicos. Mentirosillo en mayúculas, pero un cielo: desde luego hay chicos que sí que saben cómo sacar una sonrisa a una chica.

Luego, tras sacar su cartera, me extendió una tarjeta de presentación y me invitó a que los llamara la próxima vez que fuera a París a milonguear. Me quedé sorprendida y también muy agradecida por su amabilidad. Me fui de la milonga con una sonrisa de oreja a oreja. Ni la lluvia parisina consiguió borrármela, ni aún así cuando algunas odiosas gotitas caían sobre la tarjeta emborronando los nombres de Sebastián Missé y Andrea Reyero.

domingo, 8 de junio de 2014

Viva la espontaneidad

Era una milonga de domingo, la última de un festival, en la que fueron los miembros de una asociación de tango local los que muscializaron. Como en muchas asociaciones de este tipo, ponerse de acuerdo y consensuar algo es complicado, con lo cual esta vez no fue una excepción: no se pusieron de acuerdo sobre quien iba a musicalizar la primera parte de la milonga y quien la segunda, y creyeron tener buen atino al optar por una solución salomónica: ni para ti ni para mí, mejor una tanda cada uno. La intención fue muy buena, pero el resultado un desastre.

Musicalizaban dos voluntarios. Con uno de ellos, un chico amante del tango nuevo, con el que bailé por primera vez durante ese fin de semana. Él, muy amable, se había sentado a mi lado para darme conversación y allanar la invitación que vendría minutos después. Hice una tontería de libro al aceptarla sin saber cómo bailaba. El chico no era capaz de mantener el eje, era algo brusco y me daba la sensación de que bailaba para sí mismo y para que le vieran, es decir, tenía todas las virtudes que en circunstancias normales me hacen rechazar una invitación. Intuyo además que tiene una gran opinión de si mismo como bailarín, y como Dj. Aclaro que era tan buen Dj como bailarín, pero allí donde no estaba gente cercana a él para abrirle los ojos, lo hizo de forma espontánea toda una milonga.

Supongo que la música había sido preparada con antelación, las tandas enlatadas, simplemente alternando las de uno y las del otro, y con cortinas entre ellas. He de confesar que en más de una ocasión tuve problemas para identificar alguna de las cortinas porque había tandas, estilo tango nuevo, que eran cualquier cosa, muchas imbailables, pero que al Dj de tango nuevo le encantaban. Al menos, no nos encontramos ninguna jota aragonesa como parte de la tanda, aunque creo que a esas alturas no me hubiera sorprendido. Así de triste era la situación.

Los milongueros que habían venido desde muy lejos estaban indignados y vi cómo algunos bromeaban con el asunto, otros tenían caras muy serias, y alguno incluso llegó a llevarse las manos a la cabeza. Así que tras una de las tandas más horribles, en la cual la pista estaba vacía, a excepción del Dj de tango nuevo bailando, y alguno otro que se movía por no quedarse frío, llegó una cortina que pasó totalmente desapercibida. Y luego ocurrió algo  que jamás había presenciado en una milonga: sonó una tanda de Ricardo Malerva con los temas Embrujamiento, La piba de los jazmines y Violín, y de repente todos los milongueros presentes comenzaron a aplaudir de forma espontánea. El Dj de tango nuevo se quedó mirando alrededor intentando comprender, y la verdad le debió caer como un jarro de agua fría cuando practicamente la milonga al completo se apresuró a abandonar las sillas y a llenar la pista de baile.

Segun esto sucedía, recibí un cabeceo del otro musicalizador, al que creo que hice pasar un rato de apuro, ya que al acercarme a él no pude reprimirme, y exclamé "¡qué bien, esto sí que es una tanda!". Odio ser tan espontánea a veces, con lo casi-guapa que estoy callada. Al instante siguiente de pronunciar las palabras recibí una mirada de reproche: era la forma de mi compañero de baile de hacerme callar porque a un escaso metro de distancia estaba el otro Dj. Creo que lo oyó todo, pero hizo como que no, que no iba con él. Sin embargo no me disculpé: supongo que en ese el momento no sentí que debía hacerlo, o porque soy más bruja de lo que pensaba, y aún estaba molesta con él por haberme hecho sentir maltratada dos días antes, durante la tanda que había bailado con él.

jueves, 5 de junio de 2014

La fusión de un abrazo

"Ayer bailé con otra chica...". Me quedé sorprendida al oírlo. Una declaración espontánea y a vez muy cierta. Era yo, aunque más bien una versión de mi misma en ese estado tembloroso, tenso y con la energía bien revuelta, esa que no impide fundirse en el abrazo, aunque sí entregarse a él. En estos casos nada se puede hacer salvo intentar relajarse, pero aún así, es cuestión de energías, de un equilibrio entre la energía de dos seres que se abrazan. Y si uno de los dos no está en equilibrio, la magia no se da.

En otra ocasión, tras un fin de semana bailando con un amigo en varias ocasiones, lo hice por última vez en una tarde de domingo. Son las milongas que más me gustan porque son de día, el ambiente es más relajado, estoy más descansada y a la vez con esa certeza de que a lo bueno le quedan los minutos contados y quieres disfrutar y entregarte como nunca para irte con el mejor de los recuerdos. Bailamos varias tandas seguidas y ya desde el primer momento sentí que la conexión con él era más intensa. Pero fue durante la segunda tanda que ambos lo sentimos... y le oí decir algo así como "ahora lo siento.. ahora estamos conectados", y esa magia que te une a la otra persona totalmente, donde la energía, el movimiento y el abrazo es uno solo, surgió. Creo que pocas veces he conseguido una fusión a ese nivel.

He pensado mucho en ello, porque en realidad es lo que hace del tango algo tan especial y lo que en el fondo, una vez que lo has sentido, lo buscas con desesperación, como una droga. Y también he pensado en ello porque es una fusión íntima, que algunos no comparten y reservan solo para su pareja, otras veces no se comparte porque no se puede, bien porque no se consigue el nivel de relajación y entrega suficiente para conectarse o bien porque se requiere alcanzar un nivel de baile específico para ello. Creo que la unión en el abrazo se consigue de forma rápida; la unión sincronización musical también; pero esta unión en la fusión del movimiento a un nivel que sientes que no sois dos sino uno solo, incluso para respirar y sentir... eso es otra cosa.Y me vuelve loca, me encanta.

lunes, 2 de junio de 2014

Ardiendo Troya

Yo había llegado temprano a la milonga con el fin de conseguir una de las mejores mesas, y reservarla para mi grupo de amigas milongueras. Dejé todas mis pertenencias en tres sillas y en la restante se sentó conmigo un amigo de los que si la música es buena y le gusta, lo baila casi todo. Perfecto para que mis amigas, que como siempre están en mayor número respecto a ellos, pudieran ocupar también su silla cuando él no lo hiciera. Éramos cinco mujeres y dos hombres, con lo cual pensé que con cuatro sillas nos las arreglaríamos bien. Y así fue, hasta que llegó ella.

Salí a bailar una tanda en la que por lo visto también varias de mis amigas recibieron invitaciones. Quedaron dos de nuestras sillas libres. Una señora aprovechó la ocasión y se sentó en mi silla, en primera línea, a pesar de que había muchas otras sillas libres lejos de la pista. Hasta ahí todo bien, puesto que nadie la ocupaba. Esperaba que ella hiciera lo que hacemos todas: levantarnos de la silla que no es nuestra cuando la dueña regresa a ella al acabar la tanda. Lo que me encontré fue una silla ocupada y unos ojos saltones preguntando si la silla era mía. Mis cosas estaban allí, yo estaba mirando mi silla con ganas de sentarme, mi bebida estaba delante.... ¿no era obvio? Aún así, al ver que había una silla libre al lado, la de mi amigo, no quise ser mala y le dije que no se preocupara, que me sentaba en la de al lado. No esperaba que ella directamente se adueñara de mi silla el resto de la milonga.

Ella, cómoda en primera fila y sin apenas invitaciones, no estaba dispuesta a renunciar el chollo que había conseguido. Durante la milonga, observé entre otras escenas, una en la que ella se levantaba a bailar y una de sus amigas ocupaba inmediatamente la silla, levantándose justo cuando ella regresaba de su tanda, para devolvérsela, mientras ella la ocupaba de nuevo como si fuera suya por derecho.

Mis amigas, mientras todo esto sucedía, iban enfadándose más y más por su descaro... hasta que terminó ardiendo Troya. Hacía muchísimo calor y mis amigas tenían todas unos estupendos abanicos dispersos en la mesa, listos para ser usados al regresar de la tanda. La usurpadora, creyó que ya que le había ido bien con la silla, le iría igual de bien con el mejor y más bonito abanico de la mesa, que obviamente se adueñó en cuanto tuvo ocasión. Obviamente ni se le ocurrió devolverlo a la mesa al acabar la tanda por si la dueña lo necesitaba y lo buscaba, o tal vez se le ocurrió y le dio igual, como con la silla. La dueña del abanico, como era de esperar, al regresar de una tanda vio su silla ocupada (por una de las amigas de la usurpadora), y no veía su abanico por ninguna parte... hasta que le vio a ella usándolo. Se dirigió hacia donde estaba, la miró y le dijo: "¿me disculpas?" y sin esperar, se adueñó de su abanico. Yo observé ese arrebato, y lo disfruté como una enana: la usurpadora se lo tenía merecido. Justo en ese momento decidí hacer lo mismo con mi silla. A estas alturas me queda claro que cuando alguien no tiene educación, ni respeto, las formas convencionales para que aprenda a tenerlos, simplemente no funcionan.

No esperé mucho: la ocasión se presentó durante la siguiente tanda. La usurpadora se levantó a bailar, ninguna de sus amigas estaba presente, y dejó su bolso encima de la silla, para que nadie pudiera ocuparla. El colmo de los colmos. En ese momento, yo estaba sentada justo al lado, en la silla de mi amigo, y otro amigo mío estaba de pie, por no tener silla en la que sentarse. Mientras miraba perpleja y enfadada, una amiga de ella venía dispuesta a quitar el bolso y sentarse, pero justo al levantar ella el bolso de la silla y aún dudando de si sentarse o no, le dije a mi amigo bien alto para que la otra lo oyera: "siéntate si quieres, al fin y al cabo es mi silla y parece que ella no se va a sentar". Entonces ya no hubo duda, ella no quiso osar sentarse viendo mi enfado, y mi amigo por fin ocupó mi silla. Después de eso, quedó bien claro de quien era el derecho a usar esas sillas, los abanicos, y la mesa.