lunes, 29 de diciembre de 2014

En un papelito

Era una milonga de tarde en las que daban picoteo, así que la gente entre aceituna y aceituna, charlaba, se iba conociendo. Me encantan estas milongas, no solo por la comida, sino por el horario ese en el que me encuentro más descansada y relajada, en el que todo el mundo está de un talante tan diferente al de la noche.

Tras el picoteo me quedé sentada en una de las sillas que bordeaban la pista, hablando con una amiga con la que me había encontrado y a la que hacía ya tiempo que no veía. La música invitaba a bailar y el ambiente también así que al finalizar una tanda y comenzar la otra, hice una pausa a la conversación y miré a los milongueros con los que me apetecía bailar la tanda que comenzaba. Pero miré demasiado tarde. La mayoría de ellos ya empezaban a dirigirse a la pista supongo que tras invitar por cabeceo. Como la tanda no era de mis favoritas, tampoco le di importancia y continué mi charla.

Fue entonces cuando se acercó un chico al que conozco y con el que bailo de vez en cuando y me dio un papelito. Mi cara de sorpresa seguro que no tuvo precio. Fue como volver a esos tiempos del cole en el que el chico de la fila de atrás te escribe en un papelito para quedar o decirte que estás muy guapa, o tu amiga para contarte algún cotilleo. ¿¿¿Pero en la milonga???

Así que toda curisosa abrí el papelito como si se tratara de un caramelo y leí: "cabeceo, por favor". Me dio un ataque de risa. Fue un buen toque de atención a que no miro lo suficiente o a que hablo demasiado. Obviamente él había estado buscándome con la mirada pero yo estaba en las nubes, eso seguro. Como él sabe que me gusta bailar con él, tuvo la ocurrencia de invitarme y retarme al mismo tiempo. Muy ingenioso y divertido, por cierto.

martes, 23 de diciembre de 2014

La mejor opción

Era invierno y yo regresaba a mi ciudad después de pasar un fin de semana con una amiga. Una milonga local estaba a punto de finalizar y aunque estaba cansada del viaje y algo enferma, quise pasar a saludar a unos amigos antes de irme a casa. Obviamente llegué muy tarde, justo para las últimas tandas, pero allí me encontré a un pequeño grupito que remataba la milonga y a un milonguero de otra ciudad que ya conocía y que estaba de visita acompañando a un amigo. Muy buen bailarín, tan solo había bailado con él una vez antes aquel día en el que iba especialmente guapa con vestido nuevo, que descubría un escote al que él puso especial atención durante aquella noche.

En esta milonga él estaba sentado, aburrido, y se iluminaron los ojos cuando me vio. Las milongueras que había aquel día aún en la pista eran muy principiantes y además estaban casi todas bailando con sus parejas, así que obviamente yo era su mejor opción. Me invitó a bailar y tras terminar la tanda siguió bailando conmigo. He de reconocer que estaba encantada y como sabía que ya terminaba la milonga, bailé las dos últimas tandas que quedaban con él.

El tiempo pasó y meses después volvimos a coincidir en un evento. Allí estaba él con sus amigas milongueras de siempre, con las que se ve a diario y con las que repartió casi todas sus tandas a lo largo del fin de semana. De mi, ni se acordó. Pero lo entiendo: al fin y al cabo ellas son amigas y mejores bailarinas. Además, soy defensora de la idea de que cada uno baila con quien quiere.

De nuevo coincidimos en unos dos o tres eventos más, y sucedió exactamente lo mismo. Deduje que no le gustaba bailar conmigo y que por eso no me invitaba. Era como si hubiera dejado de existir para él. Pero entonces la realidad cayó sobre mi como un cubo de agua fría: me había utilizado. Eso sí es algo que no entiendo ni tampoco acepto bajo ningún concepto. Me di cuenta de él solo había bailado conmigo cuando no tenía nadie más con quien bailar, pero luego dejé de ser su mejor opción y sencillamente dejé de interesarle. Opino que si a un chico no le gusta bailar conmigo, no pasa nada, pero no debería invitarme: me parece mezquino que lo haga solo cuando no tiene con quien bailar.

De todas formas, si lo ha hecho una vez, seguro que lo hará de nuevo. Esperaré ese día porque estoy segura de que tarde o temprano llegará: cuando yo sea de nuevo su única y mejor opción. Entonces yo respiraré profundo y tomaré el tiempo necesario para explicarle la razón por la cual le rechazo. Quizás no lo entienda o no quiera entenderlo porque para eso se necesita una madurez y empatía que creo que él no tiene, pero también existe la posibilidad de que me equivoque, de que él se de cuanta de lo poco acertado que ha sido su comportamiento e incluso se disculpe. Entonces y solo entonces, volveré de nuevo a bailar con él.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Crisis milonguera... segunda parte

Es curioso que esta y la anterior seas de las pocas entradas que escribo que corresponden realmente con el momento en el que los pensamientos revolotean en mí. Necesito escribir sobre ello y hablar sobre ello, y por eso precisamente hablé de ello con varias personas este fin de semana. Las respuestas que obtuve fueron diversas. Todas a quienes les hablé del tema son milongueras más experimentadas que yo en el baile, y fue a propósito, puesto que son ellas quienes seguramente hayan pasado por algo así en algún momento de su vida milonguera.

La primera milonguera con la que hablé me dijo que sentirse así es normal, que son etapas. Me sugirió que siga tomando clases y mejorando para poder acceder a mejores bailarines. Parece razonable, pero no me termina de convencer. Me doy cuenta que cuanto más mejoro, más se crece la diferencia de nivel con los milongueros locales y disfruto menos bailando con ellos. Por eso mismo, si voy mejorando pero ellos no lo hacen, entonces esta solución no parece la más adecuada, sino más bien la contraria: dejar yo de tomar clases.

La segunda persona me dijo que no debería quejarme porque a mi lado hay otras bailarinas más experimentadas que sufren más que yo por lo mismo. Ahora va a ser que si a ti te pegan una torta y a la del al lado le han pegado dos, no puedes quejarte.¿Perdón? Absurdo. Me sorprendió escuchar esto precisamente de ella, una chica que se queja constantemente de esto y va de morros a casi todas las milongas locales.

La tercera persona me dijo que le pasaba igual, y juntas nos quejamos un rato, reímos, nos desahogamos y luego incluso bailamos alguna tanda que otra cada una.

Con la cuarta persona la conversación se alargó un buen rato y rondó otros temas. En un momento dado yo le comenté que normalmente no me apetece aceptar invitaciones de gente con la que se que no voy a disfrutar bailando, y que además, no me parece justo hacerlo, pero que a veces, es eso, o no bailar. Sinceramente, duele pagar alrededor de 10 euros para entrar en una milonga y no bailar. Ella opinaba que a pesar de que el hecho de rechazar esas invitaciones pueda implicar no bailar, es lo que deberían hacer todas las milongueras. Según ella, de esa forma no incitamos a los milongueros que no ponen empeño en mejorar y no asistir a clases, a que sigan en la misma línea, ya que así se acostumbran a bailar con buenas bailarinas siendo ellos mediocres. Me quedé sorprendida una vez más por su respuesta, pero luego comprendí todo al darme cuenta de que ella se gana la vida impartiendo clases. Además, en realidad creo que si hacemos eso de no aceptar ninguna invitación de estos chicos, ellos, desmotivados, dejan de bailar... y ya faltan chicos como para desanimar a los pocos que hay.

La quinta persona me dijo lo mismo que la primera y que para ella la milonga era mucho más que bailar: el lugar donde se junta con amigos. Yo le confesé que últimamente es lo que más me motiva a la hora de ir a las milongas locales. Luego vino una amiga y me puse a bailar con ella. Y esa fue una solución no dicha con palabras: aprender el otro rol y bailar con mis amigas. Me da pereza y no me gusta la idea, pero quizás sea la solución.

Con esa idea en mente y ya habiendo aburrido a bastante gente con el tema, decidí dejarlo correr, dormir unas horas y comprobar si es cierto eso que dicen que con unas cuantas horas de buen dormir se despejan hasta los pensamientos más oscuros. Y yo digo que el estómago lleno también ayuda. Por eso mismo, aunque sigo sin ganas de ir a bailar, al menos estoy resignándome con una sonrisa mientras me lleno la boca de turrones y polvorones.

sábado, 13 de diciembre de 2014

S.O.S: crisis milonguera

Siempre voy a bailar el fin de semana, si es que puedo, porque me encanta, me da vida. Sin embargo, hace poco sentí por primera vez pereza de ir a una milonga local. Cuando lo mencioné a una amiga, ella me preguntó: "¿estás enferma?". La respuesta es NO: ni lesionada, ni enferma, ni tenía un evento familiar, ni había quedado con amigos a comer, cenar o ir al monte. No me apetecía, sin más.

Parece que estoy en una de esas crisis, pero no es ni la de los 30, ni de los 40, ni de los 50, ni ninguna del estilo.

Me acuerdo de que antes me hacía mucha más ilusión ir a las milongas locales, disfrutaba bailando con casi todo el mundo, salvo con los brutos o arrítmicos de turno, y el juntarme con los amigos y conocidos era un plus. Hoy en día es al revés: disfruto cada vez con menos bailando con la gente y lo que me motiva a ir a la milonga es juntarme con amigos. Definitivamente no me ilusiona bailar como antes. Ahora, cuando llego a una milonga y antes de calzarme las sandalias, escaneo la pista y entonces, como por arte de magia, las ganas por bailar y la ilusión se evaporan: no me entran prisas por ponerme los zapatos. El consuelo que me queda es la música y que siempre anda por ahí alguno de mis milongueros favoritos para salvar la noche de bailoteo. Pero esto me ocurre solo en las milongas de casa: mi ilusión por bailar renace cada vez que la milonga está ubicada en latitudes muy distintas a la mía, quizás porque ahí encuentro más gente con la que disfruto bailando y experimento nuevos abrazos.

Y me pregunto: ¿me estoy volviendo muy especial, rara? No me gusta nada esta sensación, y me hace cuestionarme otros asuntos: ¿realmente merece la pena tomar clases y mejorar?¿para qué?¿para que yo mejore mi baile y disminuya el número de bailarines con los que disfruto bailando? Porque hay algo que está claro: sucede. A medida que mejoras tu baile, aunque te diviertas bailando con gente a la que aprecias y con la que tienes afinidad, disfrutar realmente (esa sensación que te deja sin palabras) lo haces cada vez con menos gente.

Que alguien me diga qué me está pasando porque creo que definitivamente, si esto no es una crisis milonguera, yo no soy milonguera.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Dos años Entre Milongas

El 4 de diciembre de 2012 empecé a publicar y a programar publicaciones en el blog de todas aquellas entradas que ya había escrito durante mis inicios en el tango. Durante estos dos años he ido preparando y publicando muchas, pero quedan tantas entradas e ideas en el tintero, que iré publicando poco a poco, aunque ya no correspondan con mi forma de pensar actual.

Soy consciente de que cada entrada, aunque no haya sido publicada todavía, es como una "fotografía" de mi forma de pensar en algún momento dado, y aunque quede desfasada para mi, puede que sea actual y válida para otros. La vida es así, un constante cambio y aprendizaje y me doy cuenta más aún cuando leo mis primeras entradas al blog y soy consciente de lo que ha evolucionado mi forma de pensar y mis experiencias entre milongas. Definitivamente, he aprendido mucho.

El año pasado dejaba una promesa en el aire: aquella en la que escribiría sobre milongas, encuentros, maratones y demás eventos a los que asisto. Creo que es hora de comenzar, de mojarme un poco y compartir mis experiencias. Mi único miedo es que influyan en otros a la hora de asistir o no a un evento. Soy partidaria de que cada uno debe experimentar por sí mismo ya que todos no sentimos por igual las mismas experiencias, por los montones de factores que intervienen, entre ellos la madurez y nuestro estado emocional en cada momento, y a veces, la suerte.

Una vez más quiero aprovechar para daros las gracias a todos mis seguidores, ya que sois el motor que me impulsa para seguir escribiendo y que hace que crezca día a día la ilusión por escribir. Me emociona pensar que estáis tan lejos y la vez tan cerca. Este año la mayoría de mis lectores estáis muy definidos en cuanto a vuestra procedencia: España, Estados Unidos, Argentina, Francia, Rusia, Alemania, México, Chile, Reino Unido, Ucrania, Portugal, Colombia, y Polonia principalmente. Habéis crecido en número, pero disminuido en cuanto a los países desde los que me leéis... creo que empiezo a tener mis incondicionales y por eso también os agradezco.

Un gran abrazo milonguero, de corazón, desde un rinconcito de la península ibérica.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Una maleta para cuarenta días

Un encuentro milonguero hecho con cariño, en un hotel que conserva sus originales suelos de madera y su inconfundible olor a viejo; que se sitúa en un valle precioso donde se respira aire puro de mar y montaña; donde sobran los detalles y el esfuerzo de los organizadores por hacer que todo el mundo se sienta como en casa. Definitivamente no lo cambio por ningún otro. Son unos días en los cuales se respira tango por cada esquina, donde las horas vuelan, abundan los cálidos abrazos, la buenísima onda, y las sonrisas de la gente, que ya llega feliz muy consciente de a donde viene.

A ese encuentro soy adicta, lo reconozco, como al tango, que es como un veneno que recorre las venas y que me hace permanecer por horas y por días en un estado de total euforia. Sinceramente no entiendo cómo la gente se droga cuando puede bailar tango. Suena a locura, pero solo quien es milonguero sabe de qué hablo.

Mañana comienza el Baztango. Tengo tantas ganas de que llegue que ya estoy preparando una maleta, eso sí, para unos cuarenta días, aunque el evento dure solo cuatro. Y todas nos autoconvencemos: "es por si acaso". Supongo que las ganas y las ilusiones también ocupan mucho. Pero es lo que tiene ser milonguera: todas metemos dos o tres pares de zapatos que no usaremos y unos seis o siete trapitos que solo contemplaremos colgados en su percha o en su caso puestos delante de un espejo y descartados rápidamente al darnos cuenta de que ese día justamente otro trapito nos sienta mucho mejor. No tenemos remedio, pero la felicidad de meter todos nuestros trapitos favoritos en la maleta no tiene precio. Tampoco la cara de la vecina cuando como en otras ocasiones me la encuentro en el ascensor y me pregunta si me mudo de casa. En fin, cosas de milongueras.

Este año será el X aniversario. Promete y más aún porque iré con amigos a los que adoro. Pero también por muchísimo más: este año Pagola y Bakartxo vuelven a invitar a Ariadna y a Fernando y nos dejarán morirnos de gusto con Djs de primer nivel como Mariano Quiroz y Analía "La Rubia". No se puede pedir más. Y mientras espero, los días parecen tener cuatrocientas horas: ¡qué desquiciante!

domingo, 30 de noviembre de 2014

Una jugada nada maestra

En aquella milonga al aire libre había muchas mujeres y pocos hombres, como de costumbre. Entre ellos uno principiante, que apuntaba muy buenas maneras, un chico joven, educado y tímido que se atrevía con todo. Un pibe que hoy en día baila tango divinamente pero no baila milongas.

Sentadas en las gradas, observando la pista y disfrutando la tarde había un grupo de milongueras, vino una de milongas. Nuestro protagonista se acercó al grupo, e invitó a una de las mujeres de forma directa, sin cabeceo. Supongo que ella ya sabía que el pibe era principiante o quizás le había visto bailar antes, así que no queriendo bancarse una tanda de milongas con él, le dijo que estaba cansada y que no le apetecía bailar. El pibe, rechazado e inseguro, se quedó por allí sin atreverse a invitar a ninguna otra mujer.

Así que discreto en su rincón, no tardó en ser testigo de la siguiente escena: en la tercera milonga apareció otro hombre y tendiéndole la mano a la mujer, que antes le había rechazado, le invitó a bailar. Entonces ella se recuperó de repente de su cansancio, sonrió y aceptó la invitación con un "si" de lo más rotundo. Tanto ella como el resto de las milongueras ahí sentadas se dieron cuenta de que el principiante lo había observado todo cuando vieron su cara de incredulidad por la pronta y milagrosa recuperación de la milonguera  así como de su jugada maestra para no bailar con quien no le apetecía. Las demás milongueras miraron a la protagonista con reproche y también divertidas por su metedura de pata, esperando verla salir del apuro. Pero ella, con una de esas miradas tan expresivas, cómplices, les dijo: "cabritas", y luego se dirigió a la pista sonrojada por haber sido descubierta in fraganti.

Esta es una anécdota de la que fue testigo una amiga mía. Escenas como estas son muy habituales en las milongas y por eso he querido escribir sobre ella. Tras cada historia debería haber algo que se aprende, así que dejo que vosotros mismos aprendais vuestra lección. Él aprendió la suya: hoy en día cabecea, pero dice que no le gusta bailar milongas. ¿Será coincidencia?

miércoles, 26 de noviembre de 2014

De rosas y de espinas

De pequeña escuchaba a mi abuelo decir que cuantas más aceitunas comía, menos veía. Y yo, sin entender el chiste, me sentía mal cada vez que me metía una en la boca: creía que terminaría quedándome ciega. Menos mal que llegó un día en el que fui capaz de entender, de estallar en carcajadas, y ya sin culpa alguna por comer las perlitas verdes y negras que tanto me gustan, me empaché por primera vez de aceitunas.

También por entonces me solían decir que tenía que aceptar las espinas con la rosa. Claro que esto me lo decían cada vez que había paella con gambas para comer y yo solo quería los bichitos naranjas tan ricos, pero sin arroz.  El mensaje no dejaba lugar a dudas y lo entendí a la primera: a veces debemos aceptar lo que no nos gusta con lo que nos gusta. Con el tiempo aprendí que con las personas también es así: cuando nos enamoramos y también cuando elegimos a los amigos. Y con el tango sucede lo mismo.

Se supone que si una milonguera quiere bailar, y no tiene pareja o no conoce a nadie en la milonga, tiene que arriesgarse y aceptar cualquier invitación, venga de quien venga, hasta tener la suerte de entre tanto arroz a veces sosete y duro, encontrar una gamba. El problema es que si tienes la mala suerte de dar solo con arroz en las primeras cucharadas, es probable que te vayas de la milonga sin comer gambas.Olé la decepción que le entra a una. Así que hay que buscarse la vida de otra manera: me niego a aceptar siempre espinas con las rosas, al menos en el baile, por mucho que la vida sea así y que haya que aceptarlo, encajarlo y sonreír.

Así que siguiendo un consejo de una buena amiga, esta milonguera que os escribe busca las gambas moviéndose por la pista, espera a que terminen de bailar y se acerca, se queda a unos metros, sonriendo, mirándolas, y tarde o temprano, alguna de ellas gambas termina picando el anzuelo y dejando caer un cabeceo. Algunas de estas gambas te decepcionan, pero bueno, ahí si que acepto espinas con las rosas, ya que al fin y al cabo yo he sido quien ha elegido la rosa.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Un detalle sobre lacas

Todo comenzó en mi niñez, cuando en cada uno de mis cumpleaños me disfrazaba de enfermera. Definitivamente algo de aquello aún queda en mi, esa fascinación por todo lo que tiene que ver con la salud y el bienestar. Soy una de esas milongueras a la que le gusta leer blogs sobre el cuidado del cuerpo, la alimentación, y las buenas costumbres para mejorar la calidad de vida. No he sufrido jamás una enfermedad grave, pero soy demasiado consciente de lo importante que es cuidarse, y de cómo tu cuerpo lo nota cuando haces el esfuerzo de seguir ciertos sabios consejos.

En uno de esos blogs encontré un artículo muy interesante del Dr. Juan Herrera Salazar, de Nicaragua, sobre las lacas para el pelo y su relación con las enferdades respiratorias, y entonces me acordé del comentario de un amigo milonguero, de que él, al que bailar con mujeres que usan laca en el pelo, sufría. Comentaba que le sentaba mal a la salud y  como yo no uso lacas y ni se me había pasado por la cabeza que fuera un detalle a tener en cuenta a la hora de bailar, he decidido dejarlo por escrito para que todos los milongueros lo tengamos en cuenta.

En resumen, este blog habla de que las lacas del pelo "son irritantes de la vía aérea, puede provocar hiperreactividad bronquial transitoria, incluso obstrucción permanente de la vía aérea". El Dr. Juan Herrera Salazar ha observado que el uso de lacas por parte de sus pacientes, ha provocado en ocasiones irritación de los ojos, conjuntivas, e incluso les ha provocado tos. Él recomienda además el uso de otros productos para fijar el pelo. Yo, sin embargo, como milonguera, os recomiendo que no uséis nada de eso, sino unas horquillas y una goma de pelo, que al fin y al cabo es lo más práctico, cómodo, y lo que menos molesta a todos. Además, ¿para qué usar lacas si todas terminamos con flequillo milonguero sí o sí y/o con el pelo hecho un asco?

lunes, 17 de noviembre de 2014

Como quinceañeras

La razón no la se, pero la intuyo.

Me intrigan algunas milongueras, que a pesar de tener sus cincuenta o sesenta primaveras, siguen poniendo todo su empeño vestir como quinceañeras cuando van a la milonga. Algunas van con ropa interior y encima de ella, una remera de red que no deja nada a la imaginación; otras van con minifaldas o remeras largas con tan solo unas medias debajo, que al bailar se suben hasta enseñar alguna zona íntima de su cuerpo; otras, se ajustan vestidos que marcan hasta los lunares.

Supongo que visten así para sentirse sexys y guapas, esperando que los milongueros también las vean así y las inviten más a bailar. Sin embargo, lo que no saben es que no por enseñar más, una mujer es más femenina y sexy. A estas mujeres, desgraciadamente, nadie les a dicho que esa ropa que tanto les gusta ponerse no es lo que mejor les sienta, ni es sexy, sino que más bien proyecta una imagen poco elegante, a veces incluso vulgar, y que contrariamente al efecto que quieren provocar, causa rechazo en muchos milongueros. Y esto también se aplica a milongueras con muchísimas menos primaveras que se ponen ropa que poco o nada les favorece o que enseña demasiado y con poco gusto.

Está bien que una mujer no tenga complejos, se acepte y se sienta guapa con lo que sea, y también que quiera parecer lo más femenina posible. Sin embargo, hay chicas que no son elegantes porque no saben serlo. Se dice que con la elegancia se nace, pero yo creo que también se aprende, y que por tanto, todo tiene solución. Quizás lo que a alguna de estas mujeres le falta es una segunda opinión de alguien que le aprecie: su pareja o a una amiga o asesoramiento de un personal shopper con respecto a la forma de vestir, para comprobar que realmente va tan guapa como ella desea. Claro que esto no es fácil, ya que en España, quizás por cultura, la sinceridad con respecto a estos temas suele brillar por su ausencia: todo aquello que puede producir una falta de aceptación o un conflicto es algo que no gusta, y decirle a alguien que lo que se pone no le queda bien, es tema de conflicto sin lugar a dudas, al menos en la mayoría de los casos.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Carnet de milonguero

¿Quien no se ha quedado mirando a la pista alguna vez y ha tomando la sabia decisión de no calzarse los zapatos o las sandalias tras observar todo tipo de peligros por la pista? Yo lo confieso, soy culpable de ello, y no una vez, varias. Eso sí, no es que no haya bailado en toda la noche, sino que he esperado a bailar las dos o tres últimas horas de la milonga, cuando cierto tipo de personas se han ido a dormir o hay suficiente espacio como para que mis parejas los esquiven con éxito.

Los más molestos suelen ser los que bailan como si les fuera la vida en ello: suelen meter mil pasos por compás, como si cualquier tema fuera una milonga; creen que disponen de un solo tango para mostrar todo aquello que saben, lo hagan bien o no; y además, muchos de ellos les da igual circular hacia adelante que hacia atrás. Curiosamente son luego los que más se enfadan cuando hay un choque, aunque ellos sean los culpables el 110% de las veces (y digo 110% porque a veces, sin estar involucrados directamente, suelen causar otros "accidentes"). Se los distingue desde fuera muy fácilmente ya que no escuchan la música aunque vayan a ritmo y son capaces de meter boleos y figuras de todo tipo aunque no peguen ni con cola con la música. 

Desde el punto de vista de una milonguera, independientemente del abrazo que tengan (algunos tienen un abrazo fantástico), no es agradable bailar con ellos puesto que te hacen sentir como que no bailas, ya que no escuchan a la mujer, bailan para sí mismos, pretendiendo que tú solamente les sigas, sin aportar nada al baile. Ellos bailan para que los miren.

Aunque no las haya mencionado a ellas, también hay milongueras peligrosas, como por ejemplo las que se adornan inventándose boleos que suben hasta las orejas, o las que con su energía arrastran al hombre, o las que no mantienen el eje, caen sobre el hombre y le hacen perder al eje a él, y así chocan con otras parejas. Creo que "peligro", lo queramos o no, la mayoría lo hemos sido alguna vez, sobre todo, en nuestra etapa de principiantes.

Me pregunto qué sería de las milongas si así como existe un carnet de conducir, existiera un carnet para circular por la pista de una milonga... ¡cómo cambiarían las cosas!. Supongo que como eso no es posible, ojalá en algún momento a algún organizador se le ocurra observar la pista e invitar amablemente a abandonarla a aquellos envueltos a menudo en "accidentes", o mejor aún, que sean los propios milongueros y milongueras quienes lo hagan, por el bien de todos. Pero supongo que eso es mucho pedir.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Si eres ecologista, baila tango

En el tango los milongueros se saludan, se dan besos y se abrazan, aunque normalmente no hablen, y solo se vean de vez en cuando, o a veces ni eso. Es algo así como cuando subes al monte y te cruzas con otros montañeros y siempre saludas, o como cuando vas en tu moto y te cruzas con otro motero y también saludas con ese gesto tan típico que solo ellos conocen.

Lo que ocurre de especial con los abrazos es que a parte de favorecer la comunicación y transmitir sentimientos, proporcionan muchos beneficios a la persona que los recibe ya que dan seguridad, confianza, consuelan, y también dar calor, debido al intercambio de energía que se produce. Quizás si todos nos abrazáramos más, se necesitaría menos calefacción en los espacios cerrados, y desde luego, eso reduciría el gasto energético y por tanto favorecería el medio ambiente. En las milongas nos pasamos todo el tiempo abrazando.

En las milongas también nos gusta la iluminación con luz tenue para crear un ambiente acogedor, íntimo para bailar, porque el tango es así: algo personal que se comparte, muy especial. Por ello muchas veces se ven pocas luces artificiales y sí muchas velitas, que dan el toque ambiental idóneo para entregarse a la música de forma intensa. Ese cuidado con el número de lámparas que se dejan encendidas de forma artificial, también disminuye el consumo eléctrico, y por tanto, también ayuda al medioambiente.

Tras esta deducción caprichosa y subjetiva, esta noche me iré a dormir más contenta, al fin y al cabo soy milonguera y por lo que parece, quizás contribuya más de lo que pensaba a la conservación del medioambiente.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Un cabeceo maestro

Aquel chico alto, pelado y de ojos claros estaba apoyado contra la pared, mirando alrededor, buscando cabeceos. Vestía elegante. Osado él, me cabeceó desde casi veinte metros de distancia. No se ni como le vi, pero sucedió. Cómo nos encontramos y lo que tardamos cada uno en sortear las sillas y mesas hasta reunirnos en la pista, es otra cuestión, pero cierto es que casi había transcurrido el primer tema de la tanda de Enrique Rodriguez, sello oficial que aquello era una milonga.

Su abrazo era muy agradable, pero durante los primeros pasos pude percibir su inexperiencia y también su nerviosismo. Me quedé pasmada al darme cuenta de que era a un principiante a quien abrazaba: ¡me había cabeceando como lo hacen los milongueros más experimentados! Puede que en otros lugares del mundo sea normal, pero en Europa, definitivamente no.

Al terminar el primer tango se presentó, me preguntó por mi nombre y entabló una pequeña conversación, que si bien parece que por lo que me han dicho son típicas en las milongas de Buenos Aires, aquí en Europa las presentaciones existen, pero rara vez llegan a una pequeña conversación. Aquí la gente va más bien a bailar, sobre todo en los grandes festivales, y la cosa empeora cuanto más al norte de Europa te sitúes. Quizás sea algo más mediterráneo eso de charlar y charlar, y por eso las milongueras como yo lo hacemos en todo momento (salvo cuando bailamos) y claro, luego recibimos un buen reproche por ello al estilo "eres difícil de cabecear" o algo peor. Quizás también es porque en Europa hay varios idiomas y la gente a veces no se puede comunicar con las palabras sino tan solo a través de la música, las sonrisas y los abrazos, que forman el idioma internacional más hermoso y compartido, y que a su vez hace de puente entre tan diferentes culturas.

Para calmar un poco los nervios del chicoque seguramente le habían entrado al precibir que yo era algo más experimentada que él, opté por lo fácil: le miré, le sonreí y luego continuamos bailando. Para mi sorpresa, fue una tanda muy agradable, y el chico se las apañó bastante bien para esquivar a los típicos peligros que solo andan sueltos por las milongas europeas: hablo de los tarados que se creen que están en un circuito de F1, o una atracción de feria de autos de choque, o a los "cangrejos" que parece que se hayan escapado de algún río. Un diez al peladito.

Lo curioso de toda esta historia es que durante esa milonga, compartiendo impresiones con una chica suiza sobre los milongueros con los que habíamos bailado, le conté sobre este chico y lo que me había sorprendido el tipo de cabeceo tan poco característico de principiantes. Pero ella me sorprendió más aún al confesarme que ella también había bailado con él, después de recibir su cabeceo y que le había sorprendido tanto como a mi. Lo observamos de nuevo para constatar que nos referíamos al mismo chico, y nos quedamos con la boca abierta al encontrarlo en la distancia, cabeceando a una de las bailarinas profesionales, y viendo como ella, al igual que nosotras antes, se dirigía hacia la pista a su encuentro. Eso sí que es sabérselo montar: primero aprender a cabecear como un maestro, y luego ya vendrátodo lo demás.

martes, 28 de octubre de 2014

Las espaldas resbaladizas dejan de ser sexys

Acababa de comprarme un vestido "preciosisísimo" -como dice una amiga mía-, de los que se ajustan a la cintura y cuya tela cae hasta las rodillas, deja por detrás deja la espalda al descubierto y termina en una prolongación de tela que hace el efecto de pequeña cola. Una monada: sencillo, cómodo, y encima queda de maravilla... de los que hace que una se sienta realmente guapa con él.

Aún no lo había estrenado cuando aquella tarde me junté con unos amigos milongueros a tomar unas copas y comer. Fue entonces cuando una milonguera mencionó que había oído decir a varios hombres que no les gustan las milongueras cuyos vestidos tienen la espalda descubierta. Me quedé muy sorprendida ya que yo pensaba que a la mayoría de ellos les parecía sexy y que obviamente sí que les gustaba. Definitívamente, a veces damos por hecho muchas cosas solo porque nos gusten o por lo que desearíamos que fueran, aunque la realidad sea otra.

Por lo visto, puede que sí que les guste a los hombres ver a una mujer con un vestido cuya espalda queda al descubierto, pero parece que no para bailar con ella. La razón que me dieron fue que para un milonguero resulta muy incómodo y algo desagradable poner la mano sobre una espalda resbaladiza por el sudor. Totalmente comprensible, puesto que a mi misma me sucede lo mismo con cada milonguero cuya camisa termina calada hasta el punto de dejar ver toda su anatomía, pezones y pelacos incluidos.

Si a ellos les gustan los vestidos con la espalda cubierta, a nosotras nos gustan las chaquetas por encima de sus camisas. Es un hecho, para que tanto ellas como ellos tomen nota.Y también es un hecho que hay hombres que apenas sudan, de igual modo que hay mujeres que tampoco y por tanto podrían pertenecer a esa minoría privilegiada que puede lucir vestidos sin espalda o camisas sin chaqueta por encima. Ahora bien, el problema viene cuando a una persona se le pide que juzgue él mismo algo que atañe a su persona: la objetividad simplemente es inexistente en la mayoría de los casos. Así que sugiero que pidáis una opinión sincera a alguien de confianza, como lo hará esta milonguera, ciega hasta ahora con este asunto, con sus amigos, y si le sugieren que vista una remerita por encima de su vestido, ella acatará, aunque sea refunfuñando. 

viernes, 24 de octubre de 2014

No era cuestión de polos

A veces nos equivocamos tanto con las personas que resulta increíble lo que descubres en ellas cuando las conoces, cuando empiezas a ver más allá, y no lo haces con los ojos, sino con el corazón.. A lo largo de mi vida como mujer mis percepciones han ido cambiando totalmente según la etapa de mi vida y de mi madurez en ese momento, el estado de ánimo, la seguridad en mi misma, y otros factores que determinan el grado de positividad y felicidad de una, y por eso también lo aprendido a través de ellas. Me he pasado media vida creando verdades a través de sensaciones, que por cierto, dependían de tantos factores que al final he llegado a dudar de todo y a darme cuenta de que he estado equivocada sobre muchas cosas más veces que las que he estado atinada. Es como darse cuenta de que cuanto más sabes, menos sabes.

Y con ella me equivoqué. La primera vez que la vi, a parte de gustarme su forma de bailar, me pareció una persona muy seria, bastante mandona y refunfuñona, difícil de tratar, e incluso me atrevería a calificarla con unos cuantos adjetivos más, ninguno de ellos muy halagüeño. No me caía nada bien. Me parecía que nunca sonreía, salvo cuando bailaba con su marido y por tanto, era el tipo de personas que me producían rechazo.

Creo que en aquellos tiempos ella lidiaba con diversos problemas, como todo el mundo, pero supongo que además, con el estrés que supone presidir una asociación de tango en la que como todas las asociaciones, es imposible mantener a todos contentos; en las que todo el mundo se acostumbra a que le den todo hecho; en las que nadie echa una mano, pero se apuntan los primeros a la hora de criticar y de quejarse por todo. La gente es egoísta y verlo cada día mientras tú luchas por algo que amas, y que es para todos, por el bien de todos, termina minando a cualquiera, por muy buena que sea la intención y por mucho que sea el amor por el tango. 

Yo también vivía una época difícil a nivel personal, estaba sensible a todo, como un barco a la deriva. Quizás esa era realmente la verdadera razón de todo ese sentimiento entre nosotras (tiempo después me enteré que era recíproco): puede que tanto ella como yo tuviéramos las energías muy alteradas, y muy similares, y precisamente como los polos opuestos son los que se atraen, ella y yo hacíamos exactamente lo contrario.

Pasó el tiempo y ella por su lado, yo por el mío. La vida nos fue dando lecciones, las etapas pasaron, aprendimos, maduramos y después de todas esas tormentas, llegó la calma. Yo empecé a disfrutar del tango de otra manera, más intensamente, ya no como una terapia, sino como aquello que me llenaba y me hacía feliz. Los ojos con los que veía el mundo que me rodeaba, cambiaron. También empecé a verla diferente y supongo que en algún momento a ella le pasó lo mismo, pero definitivamente fue la pasión que compartimos por el tango lo que nos ayudó a acercarnos.

La llegué a conocer mejor y descubrí que es una mujer con un corazón enorme, pasional y temperamental a su vez, de las no tienen miedo de mostrar sus sentimientos, amante de los animales y de la vida, y además de todo eso, una gran repostera y milonguera. Hoy en día ella y su marido ocupan un lugar especial en mi corazón ya que son gente a la que aprecio, con la que me encuentro a gusto y comparto una bonita amistad, que espero que sea por mucho tiempo: entre milongas y fuera de ellas.

lunes, 20 de octubre de 2014

Cuando el burro le dijo al asno

En aquella milonguita había un invitado especial, un amigo de la anfitriona. Él, bailarín profesional de tango, fue el centro de atención de alguna que otra milonguera local, de las que andan siempre con el radar puesto para localizar a los mejores bailarines, acorralarlos e invitarlos directamente. Supongo que no es el hecho (querer bailar con los que bailan bien), sino el modo lo que importa.

En un momento dado, en el que yo estaba tomando algo en la barra, charlando con otra amiga, con él y con otro milonguero más, apareció una de estas mujeres a invitarle, interrumpiendo la conversación que manteníamos. Nos sorprendió a todos, pero él, habituado a situaciones como esa, acertó a salir del apuro como pudo. Al ser yo la única milonguera que en ese momento estaba a mano, puso una mano en uno de mis hombros y mirando a la intrusa le dijo que en ese justo momento él pensaba bailar conmigo. Mentira de las gordísimas, pero coló. Para encubrir su mentira, me agarró de la mano y murmurando algo así como "ahora tenemos que bailar, ¿no?", se dirigió a la pista. Para cuando fui capaz de reaccionar, estaba abrazada a él y el primer tango ya sonaba. No disfruté nada de la tanda: en aquellos tiempos todavía no podía mantener el eje casi ni de casualidad y me ponía muy nerviosa al bailar con milongueros más experimentados que yo. Así que la tanda fue un desastre: pero él se la buscó, él se la bancó.

Y luego se bancó otra más. La intrusa, al ver que había finalizado la tanda, volvió a acercarse a él y repitió su hazaña, solo que esta vez, él ya sin excusas y no queriendo ofender a una alumna de su amiga, aceptó resignado. Tuvo suerte: ella al menos bailaba mucho mejor que yo.

Lo curioso de esta anécdota es que más tarde, después de bailar una tanda, lo encontré sermoneándole al marido de la intrusa sobre bailar con todo el mundo y no con los que bailan bien. No se a qué venía esa conversación en la que me vi envuelta y quizás atrapé algo fuera de contexto, ya que recuerdo que me sorprendió y me resultó un sin-sentido porque por lo que había captado de la conversación, estaba siendo testigo: parecía como si un asno acusara a un burro.

Me explico. Por lo que yo he observado, normalmente los profesionales, al igual que casi todo el mundo, bailan con gente con la que se divierten bailando, normalmente otros profesionales o milongueros muy experimentados, y rara vez lo hacen con quienes no se divierten bailando, a no ser que sea por motivos profesionales (promocionarse, tener contentos a los alumnos o motivos similares), por lo tanto por eso no tenía sentido alguno que él aleccionara a otros de algo que seguramente él mismo hace.

jueves, 16 de octubre de 2014

Borrachos no, gracias

Una de las cosas que más me gusta del tango son las milongas y el ambiente que hay en ellas. Son lugares donde la gente es respetuosa y donde es muy raro ver a alguien descontrolado por la bebida u otras sustancias, con lo cual el ambiente es más relajado, menos conflictivo y las mujeres están más cómodas: no hay que aguantar tonterías de ningún desubicado borracho, como suele sucede habitualmente en bares comunes o en discotecas.

Creo que la razón de esto es porque a la milonga, a diferencia de estos otros lugares mencionados, se va principalmente a bailar, así que eso hace de las milongas algo así como un mini-paraíso, donde de vez en cuando, se cuela alguna excepción.

Él estaba apoyado sobre una columna, con una bebida en la mano, observando. En algún momento crucé la mirada con él y la mantuve, con lo cual, el cabeceo por parte de él vino en pocos segundos. Entre nosotros y la pista había una hilera de mesas y sillas, lo suficientemente apiñadas como para dificultar el paso. Él dejó su bebida en una de las mesas, y al pasar por la siguiente, tropezó. Accidentes nos ocurren a todos, así que no le di importancia alguna.

Ya en la pista me ofreció el abrazo, mientras al mismo tiempo me llegaba un olor a alcohol preocupante. Pensé que justo habría bebido un trago y que por eso olia. Pero no tardé en darme cuenta de que de ir conduciendo, le hubieran quitado el carne. A mitad del primer tango, tras chocar con alguna pareja y perder él el eje un par de veces, me sorprendió con un par de miradas y comentarios fuera de tono sobre mi escote, así que le di las gracias y me fui. Él me miró enfadado, me persiguió unos metros, luego lo pensó, se dio media-vuelta y finalmente se fue. Dos horas más tarde lo vi dormido en un sofá... durmiendo la mona, obviamente.

Jamás lo volví a ver y jamás he vuelto hacer es aceptar invitaciones de chicos cuya mano sostiene siempre un cubata.... política de empresa.

domingo, 12 de octubre de 2014

Algunos chistes...

Es curioso que me acuerde de estos, porque normalmente se me olvidan al instante siguiente, pero ahí están, todavía y milagrosamente en mi memoria, quizás porque quien me los contó fue un argentino.

Dos argentinos llegan a Italia y uno le dice al otro:
- Che, ¿habrá argentinos acá en Roma?.
- No sé, mirá en la guía telefónica...
Y el otro mira y lee en voz alta:
- Baldini, Corranti, Dominici, Ferrutti... ¡Che!¡Roma está llena de apellidos argentinos!

Un comentarista deportivo argentino retransmitiendo un partido del Pelusa:
- Diego Armando Maradona es el MEJOR jugador de Fútbol en el Mundo... y en Argentina uno de los mejores.

Un argentino se encontraba haciendo el amor con su novia cuando ella dice :  'Ay! dios mio !'.
El responde :  'Bueno... en la intimidad me podés llamar Darío'. 

Un argentino, acompañado de un amigo no argentino, brindando :
-Este....¡¡¡porqué nosotros los argentinos somos los mejores!!!!!!.

- ¡Pero perdiste en la guerra de las Malvinas!'.
-¡Che.... No!, no perdimos:¡quedamos subcampeones!

Adivinanza: ¿cómo ladra un perro argentino?. Respuesta: Esteeeeee, ¡guau!

Adivinanza: ¿cuál es el país que está más cerca del cielo? Respuesta: Uruguay que está al lado de Argentina.

Un tipo llega a su casa y encuentra a su mujer con su amigo, saca la escopeta y lo mata.
Y la mujer -muy molesta, le dice: - Seguí así que te vas a quedar sin amigos.

En plena boda, un colado le hace un comentario a un invitado:
-Oiga, Nunca vi una novia tan fea! Por favor, ¡es horrible!
-Pero, ¿qué le pasa? ¡La novia señor, es mi hija!
-¡Uyyy... perdone! No pensé que usted fuera su papá.
-¡No soy su papá pelotudo, soy su mamá!

martes, 7 de octubre de 2014

Aprendiendo de maestros

Era un festival internacional de tango en el el me animé a tomar varias clases de tango con dos parejas diferentes de maestros. Las parejas de baile con las que pude asistir también eran diferentes: a uno lo conocía y a los otros dos no, así que tenté a la suerte. Esta vez el resultado global fue muy positivo. Las dos parejas de maestros me gustaron, aunque en diferente grado, de diferente manera.

La primera de ellas, Carlitos y Noelia, eran nuevos para mi como profesores y había oído tanto hablar de ellos, que me moría de ganas por asistir a sus clases. Pero hubo algo que me sorprendió y también, me decepcionó: ella. A mi parecer, en las clases se comportó de una forma muy poco seria, poco profesional, llamando la atención con su comportamiento durante las cuatro clases que con ellos tomé. Todo lo contrario que él, que si mostró su profesionalidad en todo momento y cubrió de sobra mis expectativas. Aún así, debo confesar que fue algo triste ver cómo Carlitos la excusaba con bromas tipo "es que hoy no se ha tomado su medicación" o alguna frase del estilo que soltaba para excusar con humor el comportamiento de ella. Lo que más me quedó en el recuerdo, a parte de la certeza de que ella necesita centrarse, crecer y madurar bastante, fue una clase de rolling en abrazo cerrado. En solo una clase sentí una evolución en mi escucha, y conexión, gracias a los consejos de Carlitos y por supuesto, de mi pareja en esa clase. Quizás sea por mi por falta de experiencia en clases, pero creo que normalmente eso no sucede de forma tan obvia y en tan poco tiempo.

La segunda pareja, Godoy y Magdalena, me encandilaron, me enamoraron. Y la razón es porque me sorprendieron. En España no es habitual encontrarte con maestros de tango que en sus clases, a parte de enseñar técnica, musicalidad y otros conceptos, enseñen sobre cultura e historia del tango con la pasión y conocimiento con el que Godoy lo hace. Me sentí en mi elemento y la adrenalina corrió por mis venas en todo momento, disfrutando cada minuto de las clases. Ella, además, se comportó de forma cercana y muy profesional. Entre todas las clases hubo una que me pareció más original que las demás: era sobre boleos, sobre su evolución en la historia del tango y sobre el uso de sus distintos tipos según lo que pide la música en cada momento. Quizás lo que más me quedó en el recuerdo fue que durante una de las clases, tuve la atención de Godoy de forma personalizada, y me mostró cómo abrazar para conseguir la mejor conexión posible con la pareja. Es sorprendente como al igual que una imagen vale a veces más que mil palabras, también lo hace sentir un abrazo.

martes, 30 de septiembre de 2014

El rol en el que te cuidan

Me atrevo a decir que el rol del hombre en el tango tiene más mérito que el de la mujer. Creo que el hombre, tras aprender lo básico, que no es nada fácil, tiene después que aprender a deslizarse por la pista, a estar pendiente de la mujer y a protegerla de posibles golpes, a escuchar la música mientras imagina cómo interpretar cada frase musical, y aún así, todavía disfrutar del baile, a pesar de todo ese estrés.

Para una milonguera, lo más difícil de bailar tango puede que esté en dejar que él tome las riendas, en aprender a esperar y no adelantarse, en conseguir un control del eje, y en preparar el cuerpo para responder a marcas casi por acto reflejo, ya que al fin y al cabo el tango es un idioma, cuyo canal de comunicación es el abrazo. Una vez aprendido todo esto, bailar, es como conducir, solo que no tienes que estar pendiente de los demás conductores, y puedes hacerlo además con los ojos cerrados, entregándote aún más al abrazo, a la música y al disfrute del momento. Relajada, confiada, a ciegas. 

Para una milonguera también tiene un toque egoísta eso de dejarle a él con la responsabilidad de cuidarnos a los dos, pero la verdad es que esa sensación nos encanta a muchas: es una liberación. Dejar a un lado a esa cuidadora innata que casi todas llevamos dentro como madres potenciales, aunque sea por unos minutos, y dejar que sea otra persona quien nos cuide, es uno de los aspectos de bailar tango que más encandilan desde el primer día en el que pisas una milonga.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Lo importante no es como se empieza sino cómo se acaba

Finales de verano, en una localidad declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1981. Allí tenía lugar un festival, con formato de maratón, en la que desde las dos de la tarde hasta bien entrada la madrugada, podías disfrutar de los abrazos hasta que tus pies no daban más, sobre un suelo de madera, colocado para la ocasión, y rodeado de paredes que en otros tiempos habían pertenecido a una preciosa iglesia gótica. El sitio, simplemente increíble, precioso.

Era jueves y había hecho un viaje largo, así que tras asearme rápidamente en el hotel, me fui corriendo a la milonga. Hacía ya dos horas que los abrazos se deslizaban por la pista. Decidí cenar algo ligero y casero allí mismo, mientras observaba la pista y me sumergía en el ambiente, así que compré un refresco y un platito de algún tipo de tartaleta de verduras y busqué un lugar para sentarme. Junto a una enorme columna vi una mesita de noche, parte del decorado, y como parecía que todas las mesas estaban ocupadas, me pareció una buena opción. Además, desde ahí vería a mis amigos llegar.

Dejé mi cena sobre la mesita y localicé a medio metro una silla que estaba sin ocupar, la acerqué y me senté toda emocionada, nerviosa por empezar a disfrutar del maravilloso fin de semana de tango. Una milésima de segundo después sentí cómo la gravedad me atraía estrepitosamente hacia el suelo de piedra, mientras sin comprender lo que sucedía, mi trasero aterrizaba bruscamente encima de lo que quedaba de mi silla, que ahora estaba hecha añicos.

Tardé unos segundos en reaccionar, intentar moverme para comprobar que mis huesos no habían terminado como la silla. Para cuando se me fue el susto del cuerpo, ya tenía a un amable señor ayudándome a levantarme y a una testigo super-simpática de la organización, que no paraba de preguntarme si me encontraba bien. Ella retiró la silla, y me trajo otra, y tras asegurarse de que estaba en condiciones, volvió a disculparse para luego ofrecerme un postre o un refresco para terminar de quitarme el susto. Todo un detalle. Definitivamente aquel fin de semana no lo empecé con buen pie, pero suelen decir que lo importante no es como se empieza, sino como se acaba.

A lo largo del fin de semana, yo y mis morados repartidos por todo el cuerpo, nos cruzábamos con esta chica de la organización bastante a menudo, y cada vez que lo hacíamos había alguna broma de por medio, o un ratito de charla, así que con los días se formó una complicidad especial y muy buena onda. Tanto, que al final del festival, habiéndose mis amigos ya a sus casas y yo quedándome un día más antes de regresar a la mía, me ofrecí a ayudarle a ella y a su equipo a recoger todo. La sorpresa vino después, cuando como agradecimiento por la ayuda, me invitaron a cenar con todos ellos comida casera riquísima, dando así el broche final a un estupendo fin de semana lleno de tandas maravillosas, un ambiente increíble y una sensación de querer volver.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Un abrazo inalcanzable

Él era un chico al que admiraba de lejos, pero lo veía como inalcanzable a la hora para bailar. En realidad lo era. Cada vez que él y su preciosa novia bailaban, me quedaba embobada por lo elegantes y bien que se desplazaban por la pista. Era un auténtico placer verlos. Pero a nivel personal, pensaba que eran raritos y poco simpáticos, y también algo especiales ya que a pesar de tener amigos en común, sus saludos habían sido escuetos, casi comprometidos. Tampoco los veía relacionarse con mucha gente, tan solo con el grupito de bailarines profesionales asistentes a evento en cuestión en el que coincidíamos. Llegué a la conclusión de que quizás ellos también eran bailarines profesionales.

Fueron varias las veces las que coincidimos en distintos lugares, hasta que sin saberlo, fui a una maratón de tango a la ciudad en la que él vivía. Él no era asistente oficial, pero sin embargo, en la noche del sábado, justo el día en el que la pista estaba rara, medio vacía, él apareció, tan elegante como siempre, a bailar unas tanditas. Casi todos estábamos en grupitos con nuestros amigos, comiendo, charlando, la música desde luego no invitaba a bailar.

Iba al baño, a recogerme el pelo que me estaba agobiando por el calor y entonces me crucé con él: me reconoció, me saludó y me dio dos besos, e incluso se paró a charlar un par de minutos. Me quedé sorprendida, quizás no era tan rarito como pensaba. Al regresar del baño me volví a sentar junto a mis amigas y me olvidé completamente de él.

En un momento dado empecé a tener algo de sueño y me propuse bailar unas tandas para despejarme, aunque la música no me gustaba. Me acerqué al borde de la pista y me senté en un puf. De repente, a metro y medio de distancia, él me miraba y me cabeceaba. Miré alrededor, estaba sola, definitivamente era a mí. Me levanté sin salir de mi asombro y le ofrecí el abrazo. Fue tan fantástico como imaginaba. Lo que no estuvo a la altura fue la tanda, que rara a más no poder, fue todo un reto para bailar. Aún así pudimos salvar la tanda y disfrutarla a nuestra manera. No sé ni la orquesta ni de dónde sacó el Dj aquello que sonó.

Dos semanas más tarde, de nuevo coincidí con él en otro evento, nos vimos, y los saludé a ellos y otras personas que estaban con ellos, algunos maestros que ya conocía de alguna clase. Luego me fui a sentarme a las gradas, donde estaban mis amigos, y donde esperaba las tandas que me gustaban para empezar a mirar a chicos y obtener un cabeceo. Había tanta gente que aquello era como una pesadilla.

De pronto, lo vi de nuevo a unos tres metros de mí, cabeceándome otra vez. Ahora sí estaba realmente sorprendida, pero mi asombro y yo bajamos felices a ofrecerle el abrazo. Sinceramente, no pensé que esa vez, que él estaba con su grupito de siempre, se separara de ellos y viniera a buscarme para bailar conmigo: pero lo hizo. Me volvió a brindar una tanda maravillosa, y a partir de aquel día, lo anoté en mi lista de "talones de Aquiles". Es increíble como algunas personas son capaces de romperte los esquemas en tan poco tiempo.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Haciendo poesía

Era una clase a la que tenía muchas ganas de asistir ya que anteriormente había tomado clases con ellos. Sabía que iba a aprovecharla plenamente, tan solo escuchando todo lo que él tenía que decir. Encontrar a alguien que desborde pasión al hablar de tango como él no hace, no es fácil; que además tenga el conocimiento sobre cultura del tango y musicalidad como él lo tiene, tampoco; y conseguir que a los asistentes se les pasen los minutos volando, queriendo escuchar más y más, mucho menos.

Esa clase era sobre tango de salón. El tema de la clase no me llamó mucho la atención, pero sabía que él tendría algo interesante que decir. En su charla nos explicó cómo en sus orígenes el tango de salón era algo diferente de lo que hoy en día se conoce como tal. Por lo que entendí, en aquellos tiempos, en la milonga se veía a aquellos milongueros más destacados del momento, bailar pisando a tiempo al inicio de la frase musical y a destiempo el resto. Desde fuera, aquello se vería extraño, difícil de comprender, e incluso quizás dando impresión de que se bailaba sin escuchar la música. Sin embargo, esa peculiaridad de no pisar a tiempo era a propósito, queriendo dar así toque poético a su forma de interpretar la música.

Pude comprobar en la clase que bailar así es muy dificilísimo porque tus pies van por sí solos a pisar en el tiempo, como algo inevitable, así que hacer lo contrario requiere concentración, improvisación y desde luego un toque de atrevimiento y mucha maestría al bailar. Maestría que muy pocos o casi ninguno tiene. Y quizás un alma poética, no digo que no. Requiere todo esto, o bien no tener sentido musical de ningún tipo.

Según él explicaba todo esto en clase, me estaba imaginando a todos esos milongueros que conozco que no pisan a tiempo ni de casualidad, pero no en un intento de ser poéticos, sino porque son del último grupo mencionado, es decir, no tienen sentido musical de ningún tipo. Me puse nerviosa, siendo terriblemente consciente de que en aquella clase habría unos cuantos de estos, que ahora, en lugar de preocuparse por escuchar la música y pisar a tiempo, tomarían lo que les conviene de lo que les estaban diciendo en la clase y sucumbirían al placer de "hacer poesía de forma natural". Se que esto sucederá así, no por ser negativa, sino porque no puedo negar una realidad: que la gente se acostumbra a escuchar lo que quiere escuchar, y que el ego de algunas personas, incapaces de reconocer sus errores o imperfecciones, puede ser el peor de los enemigos. Además, si a todo esto le sumamos esa la certeza propia de que uno no aprende cuando le enseñan, sino cuando está preparado para aprender, entonces evidentemente tenemos un problema.

¡Ay... Pebete!¡La que nos has liado a las pobres milongueras!

sábado, 13 de septiembre de 2014

Los talones de Aquiles

Creo que toda milonguera tiene al menos un talón de Aquiles. Hablo de esos milongueros a los que una ni puede ni quiere rechazar una invitación suya, de esos cuya conexión en el abrazo es tal, que garantiza una tanda maravillosa, que sabes que será igual de bueno suene un tango, una milonga o un vals, Canaro, Pugliese o eso que llaman tango nuevo. Pero esos puntos débiles que una tiene, van cambiando con el tiempo, a medida que la experiencia los va transformando, o las circunstancias dadas por el momento o las etapas de la vida.

Recuerdo que cuando empecé a bailar, tenía muchos talones de Aquiles: todos los milongueros me parecían maravillosos. Luego empecé a seleccionar y a quitar del grupo a aquellos que me hacían daño al abrazarme, me empujaban, me daban lecciones mientras bailábamos, olían a todo menos a rosas, en definitiva, todos los que me hacían sentir incómoda. El grupo se redujo considerablemente. Se convirtió en una lista en el momento en el que eliminé a todos los que no escuchaban la música. Con el tiempo, la lista se quedó temblando, pero también ha sido porque he afinado la definición de talón de Aquiles, dejando en ella tan solo a aquellos milongueros con los que siento algo mágico y se con seguriad que es compartido, con los que me hacen sonreír y temblar a cada momento, con los que podría pasarme toda una milonga sin separarme de ellos.

Ahora os hablaré de uno de los pocos milongueros que a día de hoy forman parte de mis talones de Aquiles.

Lo conocí hace algún tiempo, cuando yo todavía era incapaz de mantener mi eje, la perfecta pesadilla de cualquier milonguero. Me pareció un chico guapo y buen bailarín, bastante fuera de mi alcance debido a su nivel de baile. Así que el día que me invitó por primera vez, no me lo podía ni creer: supongo que se equivocó, pero como regalos como ese no caen del cielo cada día, acepté. Fue lo que estaba destinado a ser: un desastre, y no por él, sino por mí, que estaba tan nerviosa que fui incapaz de dar dos pasos seguidos a ritmo o en mi eje. Aún así, disfruté, pero seguro que este disfrute fue unilateral. Terminamos la tanda, y después de sonreír, me dio las gracias.

Pasó bastante tiempo hasta que volvimos a coincidir, y para sorpresa mía, me volvió a invitar. Supongo que sentiría curiosidad por ver que cómo había evolucionado mi eje, si seguía como la torre de Pisa o empezaba a parecerse más a la torre Ader. Por entonces ya lograba mantener mi eje bastante mejor, empezaba a necesitar algo menos de concentración para "traducir" las intenciones del chico y por tanto prestaba más atención a la música. Aún así, disfruté la tanda menos que la primera vez, porque aunque él se adaptaba a mi en todo momento, yo no alcanzaba a relajarme, bajo la presión de no estar a su altura, de que él no disfrutara.

Bastante tiempo después, volví a coincidir con él: de nuevo me sorprendió, me volvió a invitar a bailar. Esa vez conecté con él, ya dueña de mi eje, entregada tan solo a su abrazo y a la música, pude brindarle una tanda que se que él también disfrutó, y lo sé porque no bailamos una, sino dos tandas seguidas. Es increíble cómo aquel chico, con el que nunca hasta la fecha había vivido esa magia tan especial que te deja temblando al compartir un abrazo, de repente se convirtió en uno de mis talones de Aquiles.

Hoy en día, aunque son bastantes los milongueros con los disfruto bailando, cada vez el número se reduce más y más. En ese grupito selecto de mis talones de Aquiles están aquellos con los que además de disfrutar bailando, puedo jugar con la música, me sorprenden, me dejan con una sonrisa permanente en la cara tras cada tema o un suspiro mal contenido al finalizar la tanda, cuando se acaba y no quiero que lo haga, pero sobre todo, cuando se que todo esto que me hace sentir es compartido.

Hay que disfrutarlos todo lo que se puede, porque hoy están, mañana ya no; porque el tiempo y la experiencia van moldeando, cambiando a las personas; porque lo que hoy te parece un abrazo maravilloso, mañana puede que deje de serlo. El gran consuelo es saber que cuando pierdes un talón de Aquiles, normalmente sueles descubrir otro... u otros.

martes, 9 de septiembre de 2014

Al rescate

Era el festival de Tarbes y yo estaba sentada en la última fila de las gradas laterales, esas con peldaños tan mortíferos que hacen que cada año más de una milonguera esté apunto de quedarse sin dientes tras rodar unos cuantos escalones abajo. Había elegido aquel sitio porque a parte de que me gusta la aventura, era uno de los sitios más discretos para dejar las pertenencias, era además un lugar donde observar bien la pista y el ambiente, y a la vez ideal para evitar un exceso de invitaciones directas incómodas.

Sonaban los primeros acordes de uno de esos temas que te hacen saltar de la silla y ponerte como una loca de emoción y de ganas de bailar. En aquel momento yo estaba cambiando mis zapatos a unos con menos tacón. Creo que entonces batí el record del mundo en ajustarme las tiras de las sandalias y salir corriendo a la pista en busca de una pareja para bailar la orquesta de mis amores... y todo eso conservando cada una de las piezas que componen mi sonrisa.

Una vez en la pista intenté relajarme y concentrarme para mirar a aquellos bailarines con los que me gustaba la idea de bailar esa tanda tan especial. Sentía que no podía bailarla con cualquiera: necesitaba alguien con sentido de la musicalidad, con ganas de jugar, de escuchar, de ser cómplice, de hacerme volar. Cabeceé a uno, pero no hubo suerte. Finalmente, algo desesperada, localicé a mi lado a uno de mis bailarines favoritos y haciendo eso que solo hago en situaciones muy particulares, invité de forma directa. Tampoco tuve suerte esa vez: él rechazó mi invitación.

A veces no puede ser, así que con cara de pena, pero al menos con ganas de disfrutar la música sentada en mi silla, subí las escaleras del exorcista, donde un amigo me miraba con cara de sorpresa por no estar bailando mi tanda favorita. No se lo pensó dos veces: se levantó, como el mejor de los amigos, me invitó a bailar.

¡Y qué contaros! a pesar de que solo llegamos a bailar los dos últimos temas, él los hizo inolvidables. Como siempre, supo esperar, sintió, escuchó, permitió que mis pies jugaran con la música, e hizo que aquella conversación de a trés -la música, él y yo-, fuera inolvidable. Me hizo volar. Gracias por todo, D'Artañan.

sábado, 6 de septiembre de 2014

SoloOcho

Todas las milongueras, tarde o temprano pecamos comprando unos zapatos, una falda, un top o cualquier otra preciosidad que vemos en las tiendas ambulantes de ropa de tango que van a los encuentros milongueros o festivales. Normalmente todas miramos la ropa, la deseamos, pero luego intentamos resistirnos todo lo posible, ya que el bolsillo no da para satisfacer cada capricho, sobre todo, porque los caprichos en cuestión van normalmente desde los cincuenta a los doscientos euros.

Ese día había desayunado muy temprano, al finalizar la milonga, antes de ir a dormir. Engañé al estómago lo suficiente como para dormir unas horas, pero después de bailar durante toda una noche, por mucho que le engañes, en pocas horas despiertas famélica total. Así estaba yo esperando a que abrieran el comedor para devorar lo que fuera, cuando conocí a Elvira, la creadora de las preciosidades de SoloOcho. Pero el encuentro duró muy poquito y me quedé con ganas de observar los trapitos al detalle, ya que poco después, el ruido de mi estómago batallando contra el hambre y el ruido de las puertas del comedor al abrirse se transformaron para mi en una orquesta que hizo que mis pies volaran comedor adentro, justo como me sucede cuando oigo un tango que me gusta.

Por la tarde, ya tranquila la fiera, volví a ver los modelitos con el estómago lleno, y qué cosa, ¡parecían incluso más bonitos! Allí estaban todos ellos, colgados en perchas, preparados para tentarnos a todas las milongueras. Ya tenía un modelito casi elegido cuando vi como una amiga sostenía una falda entre sus manos... y fue inevitable: me enamoré. Me la probé, pero justa de talle como me quedaba, volví a colocarla en su percha con cara de pena. Elvira me vio y se ofreció a tomarme las medidas para hacerme una de mi talla. Pagué la falda y semanas después, el cartero llamaba a mi puerta con mi auto regalo de Navidad.

Corrí como una loca a ponérmela y casi me muero del susto cuando vi que no me quedaba bien: el tinte de la tela no era exactamente como el que me había probado y me quedaba alta en la cintura, así que decidí escribir a Elvira. Ella, profesional como es, en seguida me ofreció soluciones y me pidió que le enviara la falda para arreglarla o incluso hacerme una nueva, haciéndose ella cargo de todo. Da gusto encontrar gente como ella, la verdad.

Cosas de la vida y la milonga que a la semana siguiente me la encontré en un festival, me tomó medidas de nuevo, charlamos, y tuvo el detallazo de regalarme un top para la falda como compensación por las molestias causadas. No me lo podía creer, un amor, definitivamente.

Unas semanas después, aunque con algo de retraso, tenía mi preciosa falda. La lucí por primera vez en una milonga malagueña... y no pude evitarlo: me volví a enamorar del trapito.

Así que chicas, os recomiendo SoloOcho, no solo por la preciosidad de modelos que ofrece sino porque podéis tener la completa seguridad de que detrás, está Elvira, una auténtica profesional que os tratará como reinas.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

¿Diamantes en los tacones?

 Los zapatos de tango son preciosos, suelen ser de calidad y cómodos. Ves unos que te gustan, te los pruebas y a veces tienes la sensación de que deben de tener algún diamante escondido en los tacones, sobre todo cuando ves el precio. Lo bueno casi siempre cuesta dinero, cierto; pero a veces, estos precios son sencillamente exagerados.

Hace menos de dos años viajé a un país del este. Visité una tienda de zapatos de tango y compré unos por 80 euros. Los dueños de la tienda eran los fabricantes. La razón de obtener un precio tan ventajoso fue que se trató de una compra colectiva entre un grupo de amigos milongueros, y que no eran intermediarios. Ese mismo año, alguien, de los que no pueden hacer factura y de los que venden en un puesto dentro del festival, ofrecía esa misma marca por 160 y 180 euros.

Al año siguiente viajé de nuevo a otro país y visité otra tienda de zapatos de tango de otra marca diferente. Los dueños de la tienda no eran los fabricantes, sino intermediarios, legales, verdaderos, de los que hacen factura. Obtuve un precio algo menos económico porque compré dos pares. Pagué 105 euros por cada uno. En cuanto a calidades, debo aclarar que eran similares a los del año anterior. Casualmente, también en ese año y en otro festival, vi otra persona, de los que venden zapatos en festivales, que ofrecía exactamente esa misma marca, pero por 160 euros. Sinceramente, no se si estos eran o no verdaderos intermediarios, aunque tengo mis dudas.

Sacar conclusiones aquí es fácil: los zapatos no tienen diamantes en los tacones, sino gente avariciosa y no muy legal que se quiere hacer de oro a costa de la ingenuidad de los demás.

Profundizando en el tema, aclaro que en el caso de los zapatos de tango, como milonguera consumidora, entiendo que el precio del fabricante debe de ser relativamente alto (que no es lo mismo que caro) porque usan materiales de calidad y es un trabajo artesanal, con lo cual, además es lógico que  añadan un margen significante para el beneficio de su empresa. También me parece bien que los verdaderos intermediarios añadan el coste de la distribución y un margen para obtener a su vez un beneficio. Hasta ahí, todo correcto.

Luego llegan los avariciosos de los que hablo, es decir, particulares disfrazados de asociaciones, escuelas, o lo que sea, que compran estos zapatos, que los transportan a otro país y los venden incrementando su precio a veces hasta en un 100% o más, sin ningún miramiento, aprovechándose así de los milongueros y milongueras que desconocen el verdadero precio de esos zapatos. Reconozco que cada uno es libre de poner el margen que quiera para obtener un beneficio en su empresa, pero para hacer eso hay que tener una empresa. Lo que sucede es que la mayoría de esta gente no son empresas, ni pagan impuestos, ni siquiera son legales, y mucho menos, intermediarios. Para comprobar lo dicho solo teneis que pedir factura y ver la cara que ponen. Yo me niego a comprar a esta gente porque primero, estafan al consumidor final, hacen competencia desleal a los verdaderos distribuidores y encima, cometen delito por no declarar impuestos, cosa que nos perjudica absolutamente a todos. Os dejo pensando...

sábado, 30 de agosto de 2014

Aire

"Aire", de Pedro Marín. La primera vez que la oí fue en el 2007 aunque creo que es un tema de los 80. De pronto el otro día iba conduciendo mi coche cuando por la radio lo escuché de nuevo, con su estribillo tan pegadizo: "aire, soy como el aire, pegado a ti, siguiéndote al andar... porque te juro que, soy aire, soy como el aire, pegado a ti, no puedes escapar, no te resistas nunca". Y será porque soy milonguera, pero de repente la canción tenía otro sentido y mi mente voló a los abrazos en el tango, a esos que son como el aire de esta canción.

El tango es un abrazo, pero no cualquier abrazo: es aquel entregado de corazón, el que es conexión, comunicación, un intercambio de energía, sensaciones y emociones. Hablo de un abrazo que sin ser asfixiante, sea firme y suave al mismo tiempo, pero por encima de todo, respete, no se imponga.

Hay abrazos en el tango que no son así, sino que son agobiantes, de los que creen que te atrapan, te dicen que no puedes escapar y que no te resistas. Esos abrazos que llaman resistencia a moverte para poder respirar. Los detesto.

Normalmente los hombres que te abrazan así son rígidos, se mueven en bloque, no disocian, te atrapan y te encierran en sus brazos porque son incapaces de comunicarse, así que imponen. Muchos de ellos además son experimentados, les gusta bailar en cortito sin terminar de marcar del todo los cambios de peso y se creen muy milongueros. Obviamente creen que su forma agobiante de abrazar es la forma más milonguera y correcta.

El caso es que cuando vas a una milonga donde no conoces a la mayoría de los milongueros, es difícil fijarte y acordarte de todos, de cómo bailan, de su abrazo, con lo cual si hay cabeceo es sencillo porque hasta que no has evaluado, no miras. Pero, si no hay cabeceo y te invitan directamente, te tienes que arriesgar. Así que como soy consciente de que no puedo enfadarme ni dejar plantado a cada tipo de estos con los que termino bailando, quizás debo de rechazar toda invitación directa que me hagan a partir de ahora.

Quizás también debería empezar a desviar mi energía a algo más productivo que enfadarme, como por ejemplo, escribir mi lista de deseos milongueros para el año nuevo 2015. Así que ya puesta, aquí va el primero: que algún profesor de tango nos haga un favor enorme a todas las milongueras del planeta haciendo el milagro de hacer entender como sea a este tipo de milongueros la diferencia este asfixiar y abrazar, entre imponer e invitar, entre bailar tango y no hacerlo.

martes, 26 de agosto de 2014

Morirse de vergüenza

Era un fin de semana especial de tango en el que casi todos los asistentes eran amigos o conocidos, aunque a muchos de ellos hacía tiempo que no veía. Entre ellos, un amigo milonguero con el que siempre me pongo nerviosa al bailar, quizás porque es mucho más experimentado que yo y temo no estar a la altura, no hacerle disfrutar, y quizás también porque sonríe cada vez que meto la pata, aunque lo hace de forma amigable, en plan tranquilizador. Y eso me pone más nerviosa aún, he incluso hace que me sonroje. Esa es la razón por la que evito mirarle.

Descubrir cuando empecé a bailar tango que en el fondo existe una timidez en mi que desconocía, me dejó fuera de juego; descubrir que las miradas intensas también me dejaban fuera de juego, fue el colmo de los colmos. No entiendo cómo a estas alturas, que ya soy mayorcita, soy capaz de sentirme insegura entre milongas cuando fuera de ellas tengo la situación controlada. Es un fastidio y encima me pasa con más de un milonguero, con varios, por cierto. Normalmente bailo con los ojos cerrados para evitar esto, pero a veces, cuando el estilo que me marcan requiere abrazo abierto, tengo que abrirlos forzosamente.

Este chico en cuestión es de los que le gusta bailar en abierto. En aquella milonga me cabeceó desde lejos, en una de esas veces en las que no tienes duda alguna de que el cabeceo está dirigido a ti, luego nos dirigimos a la pista y me recibió con una sonrisa mientras me ofrecía su abrazo. Bailamos el primer tango, en el que fui incapaz de mirarle a los ojos ni una sola vez. Me encantó. En el segundo conseguí levantar la mirada un par de veces, y cada una de esas veces me encontré con su sonrisa y conmigo misma sonrojándome, para mi propia vergüenza. En el tercer tango me acorbardé y ya no volví a mirarle a los ojos, hasta que terminó la tanda.

Fue entonces cuando con esa sonrisa suya me dijo que aunque normalmente no lo hacía nunca, me quería decir algo: que había evolucionado mucho en cuanto a mi baile - toma piropo-, y que lo único que el me aconsejaba era que al bailar mirara hacia arriba, aunque no lo hiciera a los ojos de mi pareja. Muy perceptivo: se había dado cuenta de que miro hacia abajo para evitar cruzar miradas, ponerme nerviosa y sonrojarme; luego trató de decirme que para evitar mirar a los ojos a un chico no es necesario mirar hacia abajo, sino solo mirar hacia otra parte. Definitivamente en ese momento sentí morirme de vergüenza. No sabía que era tan obvio. Lo peor es que pensarán cualquier cosa cuando me sonrojo e incluso a lo mejor confunden el asunto con un interés de otro tipo, al menos hasta que se den cuenta de que me pasa con casi todos. Definitivamente tengo un pequeño problema. ¿Consejos?

viernes, 22 de agosto de 2014

Polvos mágicos

Era uno de esos lugares que parece que están hechos para que tenga lugar una milonga en ellos, y sin embargo era el sótano de un hotel, en un polígono industrial. El suelo de madera, aunque no muy bien cuidada, apenas resbalaba, pero a mi me daba igual: estaba contenta. Me gustan los suelos así porque en ellos me siento más segura. Además, los organizadores habían pensado casi todo y al lado de cada columna exterior había montoncitos de polvo blanco para pisar a conveniencia y así poder resbalar mejor.

Y digo que los organizadores pensaron en casi todo porque se les pasó un detalle que dio lugar a la anécdota de la milonga. Como aquel espacio tenía pinta de ser un lugar en que se celebraban bodas y eventos similares, en cada columna interior había un cubitero, que en otros momentos habría albergado muchos hielos y alguna botella de vino o de cava. Supongo que los dejaron ahí, cerca de las columnas pensando que no molestarían. Y no molestaban, pero todos sabemos que a veces la pista de baile, en lugar de parecerse a una milonga, se parece más bien a un campo de fútbol.

Aquel día, la gente bailaba relajada, pero aún así, alguno se creía en el mundial y aunque no terminó metiendo gol, si dio alguna patada que otra. Con una de ellas, una de las cubiteras de metal quedó desparramada por la pista, con sus litros de agua circulando como si de un río se tratara. A los pocos segundos aquello ya parecía más bien a un lago, ocupando un cuarto de la pista de baile.

Obviamente, yo estaba cerca de la catástrofe, como siempre. Con suerte, mi milonguero, que estaba a todas, evitó que tuviéramos que salir remando del lugar: el agua ni nos tocó. Después los organizadores delimitaron de forma rápida y efectiva el lugar inundado y en apenas unos minutos, mientras sonaba la siguiente cortina, lo limpiaron y quedó como si ahí no hubiera pasado nada. Aún así, me dio tiempo a pisar el agua, o lo que fuera aquello, y convertir las suelas de mis sandalias en pegamento, hasta que me acordé de los montones de polvos mágicos que había esparcidos cerca de las otras columnas, esos polvos talco que tanto ayudan cuando la pista no resbala.

domingo, 17 de agosto de 2014

Hablando de escuchar

En una milonga, puede que el ambiente no sea de tu gusto, o quizás el suelo de la pista de baile, o la luz, o cualquier otra cosa, pero creo que definitivamente tiene que estar a la altura, es la música. Si la música falla, falla todo. Por suerte para los musicalizadores, Djs, y amantes del tango atrevidos, mucha gente de la que va a las milongas no escucha la música.

Llegué a esta conclusión hace mucho tiempo tras observar la pista de baile y fijarme en cuanta gente pisaba a tiempo; tras recibir invitaciones sin ni siquiera haber empezado a sonar la música; tras ver cómo la gente bailaba un tango como milonga, una milonga como tango y un vals de cualquier manera; tras oír decir a más de uno que ellos lo bailaban todo. Quizás soy un bicho raro, pero a mí todo no me gusta bailar: hay temas que me emocionan, otros que no, y una ranchera con ritmo de tango va a ser que tampoco lo bailo porque no me nace bailarlo como tango, sin más.

De todo lo que te puede llegar a sorprender, hubo un día en el que escuché sonar dos tangos idénticos seguidos. Obviamente, al Dj le había dado algún tipo de locura temporal o quiso jugar un poco con los milongueros, pero el caso es que los sorprendidos, mirándonos entre nosotros, no éramos más de diez, y eso, en una milonga de unas cincuenta personas, es bien poco. El resto de la gente bailaba otra vez el tango, como si no se tratase de un error, sino de un nuevo tango que sonaba. Me sorprendió. En otra ocasión ocurrió lo mismo con una tanda entera. De nuevo, los que se dieron cuenta fueron una minoría.

Recuerdo otro día en el que estaba sentada, observando la pista. El primer tango terminó y el segundo no correspondía ni en época ni en orquesta ni en estilo. Tampoco se trataba de una tanda mixta en el que a veces algunos Djs componen una tanda de tangos de la misma época y que al menos son del mismo estilo aunque las orquestas no sean las mismas. Aquella vez era algo chocante, raro, pero de nuevo, solo lo fue para unos pocos. Aún así vi como dos parejas dejaban de bailar y se sentaban debido al cambio o la ruptura de la tanda, algo sorprendidos, molestos... y eso, no se porqué, me hizo sonreír.

martes, 12 de agosto de 2014

Mi segunda maratón

Era primavera y era la segunda vez que iba a una maratón de tango. Mi experiencia y la de mis amigas milongueras era que en este tipo de eventos tango, si no bailas bien y no conoces gente, apenas bailas. De hecho, la primera maratón a la que había asistido unos cuantos meses antes fue un auténtico desastre. Así que cuando llegó el día de ir a esta otra, a la que me había apuntado por estar relativamente cerca de casa y porque tenía especial ilusión por juntarme con una amiga milonguera a la que hacía tiempo que no veía, no estaba muy emocionada. Pero a veces, cuando no tienes expectativas, encuentras sorpresas agradables.

Llegué de noche, sola. Nada más llegar me topé con unos amigos y tras seleccionar riquísima comida de un bufé preparado con mucho cariño en la que nos dieron hasta helado de postre, me senté con ellos a cenar. La maratón acaba de empezar hacía unas pocas horas y en esa milonga del primer día pude tantear bien el ambiente, observar, bailar un poquito con amigos y conocidos y relajarme. No bailé mucho, pero disfruté.

Al día siguiente, más descansada, la gente menos ansiosa por bailar, hizo que tuviera una tarde de milongueo en la que fueron lloviendo invitaciones poco a poco, y fui experimentando nuevos abrazos, de los cuales algunos noruegos y franceses, me volvieron loca.

La noche llegó y por fin mi amiga apareció. Con ella, un amigo con el que me encanta bailar, pero que me pone nerviosa porque es mucho más experimentado que yo y como miedo común de todo milonguer@ en una situación similar, temo no estar a la altura y hacerle disfrutar. Como siempre que nos vemos, fueron bastantes las tandas que bailé con él. Supongo que él se rige por los mismos principios que yo y baila por afinidad personal, por encima de todo lo demás. Pero me sorprendió el último día en un momento en el que descansábamos sentados en un escalón de la pista de baile y me dijo que con las dos milongueras con las que más conexión había sentido al bailar habían sido mi amiga y yo. Me sorprendió, no lo esperaba, y también me hizo mucha ilusión escucharlo. La verdad es que cuando cumplidos que no escuchas a menudo caen así, te alegran el alma.

Aquella maratón la disfruté muchísimo en cuanto al baile, conocí a mucha gente nueva y profundicé con otros milonguer@s que ya conocía, descansé, y me llené de energía positiva. Empiezo a cambiar mi idea sobre este tipo de eventos de tango que tan poco gusta a los bailarines profesionale, y comienzan a gustarme, definitivamente. Creo que la clave para disfrutarlos es ser muy sociable, conocer y que te vayan conociendo, y para ello es necesario milonguear, moverte a otros lugares a bailar fuera de tus milongas locales.

jueves, 7 de agosto de 2014

Las dimensiones de un ego

Aquello no era la corte, pero alguno se creía el rey.

Estábamos en una comida previa a una milonga, sentados en una mesa redonda de ocho comensales, esperando la deliciosa comida con la que cargaríamos energía para bailar toda la tarde. Yo no las tenía todas conmigo porque estaba lesionada, pero aún así, la milonga prometía. La conversación de la mesa también, ya que estábamos compartiendo vino milongueros de distintas procedencias, de muy distintas madres. En el grupo estaba un chico, protagonista de varias de mis entradas al blog, por ser alguien con quien no me gusta bailar, al que he rechazado invitaciones a montones y aún así sigue insistiendo en bailar conmigo: no entiendo porqué.

Como en todas las comidas de milongueros, el tema común y fácil era el tango. Después de que alguien sacara el tema del cabeceo, al menos por trigésima novena vez, decidí que definitivamente es el tema por excelencia elegido siempre para debatir. Yo estaba famélica, así que escuchaba y comía.

En un momento dado de la conversación escuché a un chico decir: "ya, pero el cabeceo aquí no funciona porque hay chicas que nunca miran..". Levanté lo ojos y al darme cuenta de quien era el que lo había dicho, no me pude reprimir, y aunque muy educadamente, le contesté que quizás otra posibilidad podría ser que las chicas estuvieran atentas al cabeceo pero no quisieran bailar con él. Me miró sorprendido y exclamó "¡pero si yo bailo muy bien...!". Casi me atraganto. Olé su ciego ego. Lo triste es que hay más como él, para los que la humildad es una palabra que no está en su diccionario, y que además ven la realidad algo o muy distorsionada. En el caso de este chico, es más bien mucho.

Tan pronto como se me fue el susto y la sorpresa por lo que había escuchado, me enfadé. Me recordó a esos tipos que ni dentro ni fuera de milongas soportan un rechazo y se auto-convencen de que cuando una chica les dice que no, es por "hacerse la interesante". Es el único razonamiento que encuentra su retorcido ego, que es tan grande que le hace de pantalla para ver la realidad: un NO es un NO, en el idioma que sea. Y si una chica no le mira, no es porque no le ve, sino porque no quiere verle, que es muy distinto.

sábado, 2 de agosto de 2014

Amor a primera vista

Una tarde de primavera, preciosa, soleada, junto al mar. Una milonga local, en la calle, esperando a que el sol duerma. Gente paseando alrededor, degustando helados artesanos, contemplando abrazos y sonrisas desplazarse sobre tablones de madera. Una milonguera que intenta bailar, mientras respira a mar, mientras siente la brisa revolver su pelo. Ella esquiva como puede agujeros que hay entre los tablones y que forman la pista de baile. Es su tarde de suerte: diana total con su tacón en cinco de ellos. 

Un chico que observa, se ríe.  Es joven, guapo. Hace tiempo que mira a la gente bailar. Amor a primera vista, del tango, sin duda. Una milonguera de rojo le mira, él la mira. Vuelve a mirar, ella también. Él se queda allí, observando, disfrutando, aplaudiendo cuando acaba una tanda. Ella recibe una invitación y baila, y mientras baila, ella le vuelve a mirar. Él la mira también.

Él se levanta, busca a alguien a quien preguntar, aunque no por ella. Le dan información sobre clases de tango, seguro que llamará. Quizás un futuro milonguero acabe de nacer mientras otro chico observaba, este otro también joven, no tan guapo, sí muy simpático. Pregunta también por clases. Quizás el tango ha vuelto a enamorar. 

Milongueras jóvenes, guapas, sonrientes, encantadas del interés que despierta el tango en chicos jóvenes. Rodean al simpático, le enseñan sus primeros pasos. Él, feliz, disfruta, ríe, queda hipnotizado por ellas, un perfecto akelarre de milongueras. El otro chico, más tímido, observa de reojo, también encandilado, deseando ser embrujado por ellas.

miércoles, 30 de julio de 2014

Un canon de entrada

Fui a una milonga especial, con exhibición, que era la guinda a un fin de semana de clases con maestros invitados venidos de lejos. A las clases no pude apuntarme, por no tener pareja y porque había un aforo limitado, y como de costumbre, la idea de asistir se me ocurrió demasiado tarde. Me explicaron que no querían sobrepasar los límites de asistentes establecidos para que los profesores pudieran dedicar tiempo a cada pareja, exigiendo así un nivel de calidad en la atención. Me pareció perfecto. Ojalá todas las clases se organizaran pensando en ello. Lo que no me pareció perfecto es que debido a ello, el resto de los milongueros de la zona tuviéramos que pagar doble la entrada a la milonga para cubrir los costes de organizar todo ese evento.

Me imagino que cuesta mucho dinero traer a maestros de tan lejos, pagarles el viaje, el alojamiento, las comidas y todo lo demás establecido, clases y exhibición incluidos. Ahora bien, si yo no voy a las clases y tampoco a la exhibición, ¿por qué me obligan a pagar una desorbitada cantidad de dinero en la entrada?¿y si no me interesa ver la exhibición sino solo ir a la milonga? No me parece justo. Si con las clases, en un intento de mantener un aforo para asegurar una calidad mínima en la atención de los profesores, no cubren el coste de los maestros, no deberían cargar el resto a la gente que simplemente asiste a bailar a la milonga. En mi opinión deberían ofrecer la opción de pagar la mitad, si la entrada a la milonga se da después de la exhibición. Más justo, ¿no?  


Ahora bien, pasando a otro nivel de sinceridad, quizás el motivo por el que enfadó tanto este asunto es porque como consumidora, en cualquier situación, espero una relación calidad-precio aceptable: y el problema es que esta milonga no cumplió con mis expectativas. La milonga tenía lugar en un salón de baldosa de piedra que era un terror debido al calor que hacía y bailar de forma cómoda era imposible. La razón: el suelo parecía una pileta debido a la condensación, totalmente mojado, resbaloso, y también peligroso. Obviamente, a pesar de haber organizado todo con cariño porque era su primer evento del estilo, no prestaron la misma atención a la calidad del lugar y la pista de baile como a la de las clases. Supongo que la siguiente vez lo harán mejor... eso espero, aunque quizás no me queden ganas de asistir.