miércoles, 17 de septiembre de 2014

Haciendo poesía

Era una clase a la que tenía muchas ganas de asistir ya que anteriormente había tomado clases con ellos. Sabía que iba a aprovecharla plenamente, tan solo escuchando todo lo que él tenía que decir. Encontrar a alguien que desborde pasión al hablar de tango como él no hace, no es fácil; que además tenga el conocimiento sobre cultura del tango y musicalidad como él lo tiene, tampoco; y conseguir que a los asistentes se les pasen los minutos volando, queriendo escuchar más y más, mucho menos.

Esa clase era sobre tango de salón. El tema de la clase no me llamó mucho la atención, pero sabía que él tendría algo interesante que decir. En su charla nos explicó cómo en sus orígenes el tango de salón era algo diferente de lo que hoy en día se conoce como tal. Por lo que entendí, en aquellos tiempos, en la milonga se veía a aquellos milongueros más destacados del momento, bailar pisando a tiempo al inicio de la frase musical y a destiempo el resto. Desde fuera, aquello se vería extraño, difícil de comprender, e incluso quizás dando impresión de que se bailaba sin escuchar la música. Sin embargo, esa peculiaridad de no pisar a tiempo era a propósito, queriendo dar así toque poético a su forma de interpretar la música.

Pude comprobar en la clase que bailar así es muy dificilísimo porque tus pies van por sí solos a pisar en el tiempo, como algo inevitable, así que hacer lo contrario requiere concentración, improvisación y desde luego un toque de atrevimiento y mucha maestría al bailar. Maestría que muy pocos o casi ninguno tiene. Y quizás un alma poética, no digo que no. Requiere todo esto, o bien no tener sentido musical de ningún tipo.

Según él explicaba todo esto en clase, me estaba imaginando a todos esos milongueros que conozco que no pisan a tiempo ni de casualidad, pero no en un intento de ser poéticos, sino porque son del último grupo mencionado, es decir, no tienen sentido musical de ningún tipo. Me puse nerviosa, siendo terriblemente consciente de que en aquella clase habría unos cuantos de estos, que ahora, en lugar de preocuparse por escuchar la música y pisar a tiempo, tomarían lo que les conviene de lo que les estaban diciendo en la clase y sucumbirían al placer de "hacer poesía de forma natural". Se que esto sucederá así, no por ser negativa, sino porque no puedo negar una realidad: que la gente se acostumbra a escuchar lo que quiere escuchar, y que el ego de algunas personas, incapaces de reconocer sus errores o imperfecciones, puede ser el peor de los enemigos. Además, si a todo esto le sumamos esa la certeza propia de que uno no aprende cuando le enseñan, sino cuando está preparado para aprender, entonces evidentemente tenemos un problema.

¡Ay... Pebete!¡La que nos has liado a las pobres milongueras!

No hay comentarios:

Publicar un comentario