martes, 29 de septiembre de 2015

No todo es lo que parece

Creo que a estas alturas nadie duda de que el rol del que propone es bien difícil, más bien todo un reto. Más allá de lo que implica dominar los movimientos para que se den de forma refleja y de circular por la pista y adquirir los recursos necesarios para que la circulación sea fluida, está la difícil tarea de cuidar y proteger a tu pareja para que confíe en ti y pueda darte lo mejor de su baile. El verdadero reto sin embargo está en ganar la confianza de ella en tan solo unos segundos, cuando regalas tu abrazo, o bien en ganárla durante el tiempo que dura una tanda. Es la única forma de que una mujer se relaje y baile: de que ambos disfruten de la tanda. Normalmente una de las señales claras de que es ha conseguido es cuando ella baila con los ojos cerrados, totalmente entregada a la música y al abrazo. 

Pero no es oro todo lo que lo reluce. A veces una cierra los ojos no porque haya regalado esa confianza, es decir, no para fundirse más intensamente en el abrazo y disfrutar de la música, sino para concentrarse lo suficiente para conseguir interpretar el lenguaje extraterrestre en el que le están hablando, o bien para no ver y no ponerse nerviosa cuando la pista están imposible, o bien cuando el abrazo que ha aceptado y que se banca en ese mismo momento tiene más peligro que un caramelo en la puerta de un colegio.

Hubo un día en el que bailé con un chico que si bien musicalmente estaba en la línea adecuada, era un tipo brusco en cuanto a la ejecución de sus movimientos y nada fluido. Para mí no era una energía que fluía de forma más o menos intensa, sino una especie de energía con cortocircuitos cada pocos segundos. Era uno de esos casos en los que yo iba con los ojos cerrandos para intentar concentrarme lo máximo posible e interpretar sus intenciones de movimiento: algo bastante frustrante y que además, no siempre conseguía.

Sin embargo, él, convencido de que obviamente el problema era solo mío y que además era porque iba con los ojos cerrados, bastante molesto, no tardó ni media tanda en expresarme verbalmente cómo tenía que bailar según él, es decir, con los ojos bien abiertos. ¿Perdónnnn? Ahí es cuando esa paciencia de milonguera que creía que no tenía, me sorprendió: no le dejé plantado ahí mismo en medio de la pista como se merecía, sino que le mire con cara de "¿me estás vacilando?" y le ignore. Fui yo la que tomó el mando y en lugar de hacer esfuerzos por entenderle, me relajé e hice lo que me daba la gana, mientras la cara de fastidio de él se hacía cada vez más evidente, y obviamente, con los ojos bien cerrados.

martes, 22 de septiembre de 2015

Volviéndote poco social

Último día de un fin de semana precioso en un maratón de tango. Era domingo a mediodía, o lo que es lo mismo, la mañana para los milongueros. De forma relajada, los "madrugadores", menda incluida, tomábamos un brunch mientras charlábamos. Allí había una chica con la cual compartía una amiga en común, así que nos reconocimos y la conversación se dio de forma natural. A la media hora ya estábamos confesándonos, hablando de milongas, de cómo nos sentíamos, lo que nos gustaba y lo que no: entrando en ese ciclón de experiencias y sentimientos que la otra cuenta, luego tú te sientes identificada, asientes, y sigue así una tras otra, primero ella, luego tú, y así hasta que los minutos pasan y pasan sin enterarse. Entendimiento y pequeñas confesiones milongueras.

Es así como en un momento dado ella me contó que con el tiempo se había vuelto algo menos sociable en las milongas y los eventos de tango, y que incluso a veces, evitaba a cierta gente con la que no quería bailar, por muy bien que le cayeran a nivel personal. Me quedé sorprendida, pero no por el contenido de lo que decía, sino porque me sentí, una vez más, identificada con ella.

La razón que me dio esta madrileña no me sorprendió para nada: según ella, si charlas con algunos hombres, amigos, conocidos o no (pero más aún si son conocidos), eso genera una invitación por parte de ellos en algún momento de la noche, y además, con la excusa de que "hay confianza" porque ya habéis hablado. Supongo que entienden que si hay buena onda fuera de la pista eso significa que estarás encantada de bailar con él. Pues no: muchas veces no es así y con esa invitación directa te compromete. Y claro, si es amigo o de tu entorno de tango, si rechazas su invitación, casi siempre declaras una guerra, lo quieras o no. Y no hay duda de que así es porque por mucho que digan que no les molesta que les rechacen, la verdad es que sí que les molesta.

Al final, para evitar esos malos momentos de tener que rechazar una invitación o bancarte una tanda que no vas a disfrutar, algunas milongueras optamos por ser poco sociales con todas aquellas personas con las que no nos gusta bailar, por miedo a encontrarnos ante la tesitura de aceptar o no la invitación. Es una pena y al mismo tiempo una cobardía, de la que yo soy culpable a veces, pero cuando no lo soy, corro el riesgo de tener a alguno persiguiéndome toda la noche por la milonga para invitarme a bailar, sin querer enterarse de que no estoy interesada, y eso sí que es incómodo. O peor aún, como tampoco he ido a la milonga para que otros se lo pasen bien y yo no, rechazo invitaciones y claro, todos sabemos lo que pasa después. Injusto, pero es así.

martes, 15 de septiembre de 2015

Las botas de monte, por si acaso

Aquel verano fui a un encuentro de tango en el que el año anterior me lo había pasado muy bien por el ambiente dentro y fuera de la milonga, debido a todas las actividades que se ofrecían, muchas de ellas, en contacto con la naturaleza. Recuerdo que las milongas no me habían emocionado mucho, pero me lo había pasado muy bien en general y es eso lo que en realidad me importaba.

Llegué justo cuando empezaba la primera milonga, que tenía lugar exactamente en el mismo lugar que el año anterior, en una sala rectangular, con suelo de baldosa y sillas junto a las paredes. No era una distribución que me gustara, pero lo importante iban a ser la música y los abrazos. Tras saludar a unos cuantos amigos, me senté a observar la pista mientras me calzaba.

En la milonga había dos grupos de milongueros: los más mayores, a los que después de observar un buen rato, solo vi uno o dos con los que estaba segura que disfrutaría una tanda; y los algo más jóvenes, que escaseaban bastante y estaban rodeados de muchas chicas, la mayoría amigas, con las que seguramente bailarían toda la noche. Efectivamente el tiempo me daría la razón. Asimilé el panorama y decidí estar atenta a posibles cabeceos, pero después de enterrar bien los pies en la tierra, me dediqué charlar con amigas y tomar unas copas en lugar de intentar tandas imposibles. La milonga no invitaba a nada más.

Entre mis amigas, hubo una que visto el panorama y consciente de que una de esas tandas maravillosas que te hacen ir a la cama con una sonrisa seguramente no iba a llegar, a mitad de la milonga y algo molesta por haber renunciado a otras cosas por ir a bailar, se quitó los zapatos, y se fue a casa. Creo que no bailó ni una tanda. Me apenó verla partir, pero en el fondo yo deseaba hacer lo mismo, solo que no podía porque no había ido sola.

Aún así, la imité un par de horas después, cansada de esperar y del largo día después de un viaje en coche de varias horas tras una agotadora semana de trabajo. No se bien cómo llegué al hotel y creo que es de las pocas noches que me dormí sin desmaquillarme. Esperaba madrugar al día siguiente y poder disfrutar del maravilloso entorno precioso de montaña de Benia de Onís.

Por la mañana calcé mis botas de monte, que conmigo siempre van en el maletero del coche, me junté con gente amante de la naturaleza, y dejamos al tango tan solo como melodía que acompañaba a aquel precioso paisaje. Aproveché bien los días soleados, pero menos mal que así fue, porque el resto de las milongas del fin de semana fueron exactamente igual que la primera: una perfecta decepción.

martes, 8 de septiembre de 2015

Nunca es igual

Era un festival internacional y repetía. Durante el primer año, el anterior, había conocido a cuatro chicos con los que había bailado, y la verdad es que tenía ganas de volvérmelos a encontrar, disfrutar de nuevo de la experiencia de bailar con ellos, aunque era consciente de que ya no sería igual que el año anterior.

Son tantos los factores que afectan cuando dos milongueros se vuelven a unir en un abrazo, que nunca hay dos momentos o dos abrazos iguales en el tiempo, aunque estos se den con la misma persona. Todos evolucionamos de forma diferente en cuanto a técnica, conocimiento musical, y no solo eso, sino que también influyen otros factores como el nivel de energía, el estado emocional y la salud en cada momento y de cada persona. Volver a bailar con estos cuatro chicos tan solo constató esa firme creencia mía.

El primero de todos me había parecido en su momento el mejor bailarín de todos porque era al que más le entendía las marcas. Yo era muy principiante y él prácticamente me empujaba a los movimientos, con lo cual no había duda alguna de hacia dónde tenía que moverme. Desde la primera vez que había bailado con él un año antes, hasta entonces, yo había tomado clases y parecía que él había tomado menos; también había bailado con otro tipo de bailarines más suaves y que marcaban mejor, con lo cual había cambiado totalmente mi percepción de lo que era un buen bailarín para mí. Así que esa segunda vez que bailé con él no me gustó en absoluto: me pareció brusco, arítmico y con un abrazo horrible.

El Segundo había sido mi pesadilla durante el primer años porque aunque él era un estupendo bailarín, yo no había sido capaz de estar a su altura y de seguirle, me había puesto muy nerviosa y no había disfrutado nada: y lo peor es que seguramente él tampoco. Ese segundo año, en el que yo me encontraba más segura en el baile, me sorprendí recibiendo de nuevo su invitación. Esa vez fui capaz de seguirle y de disfrutar, pero no conseguí relajarme del todo. Por entonces no sabía que un buen bailarín no es solo quien baila bien, sino quien además sabe adaptarse a su pareja y hacer que ésta bailé cómoda, disfrute, y además, saque lo mejor de sí misma.

Mi tercer milonguero había sido una gran novedad para mi durante el primer año, pero no por su baile, sino porque su nivel de energía era el más parecido al mío. Ese segundo año fue él quien más me hizo disfrutar de una tanda, quizás porque nuestros niveles de baile en cuanto a técnica eran muy similares, también nuestro nivel en cuanto a técnica era similar, y supongo que además vivíamos la experiencia con igual intensidad. Resaltaría sobre él que era uno de esos chicos que da más importancia a la música que a hacer un millón de figuritas intentando "entretener" a su pareja pensando que de lo contrario, ella se aburrirá: error muy común en principiantes.

Mi cuarta experiencia fue quien más me sorprendió el segundo año, pero no por su baile, sino porque solo me invitó cuando el ultimo tango de la tanda estaba por comenzar. Y luego no quiso continuar. Él y yo teníamos niveles parecidos el primer año, pero se notaba que él había progresado muchísimo con respecto a mi durante el transcurso de ese año y ya no se divertía bailando conmigo. Es lógico, así que aquello fue algo así como una decepción y a la vez un reto para mí: mejorar lo suficiente para que en futuras ocasiones él me viera como una milonguera con la que sí puede divertirse bailando y así conseguir de nuevo una invitación suya.

martes, 1 de septiembre de 2015

La magia de un bandoneón

Era primavera y fui a un evento que se organizaba por primera vez, en lo que ante era una antigua fábrica de la luz y a la vez hogar de una pareja de milongueros, que como anfitriones inmejorables, consiguieron que todos los asistentes nos sintiéramos como en casa.

Aquel hermoso lugar invitaba a la relajación desde el primer momento en el que llegabas. Se oía un constante y lejano sonido del agua que corría por un riachuelo que atravesaba la propiedad. Era especialmente agradable oírlo mientras hacíamos ejercicios de pilates en los jardines de césped verde bajo los árboles que nos daban lo mejor del sol: la sombra. Allí todo era tranqulidad, la comida sana, había servicios de masajes estupendos para los pies de la mano de @Yolitango, y la buena onda flotaba en el ambiente, tanto, que creo que me lo hubiera pasado igual de bien de habernos quedado sin música ni milongas.

Aún así hubo de todo lo prometido, y más, pero no revelaré todo, ya que las sorpresas dejarían de serlo para todos aquellos milongueros que vayan en un futuro por primera vez. La música me gustó mucho, a excepción de un día por la tarde en el que pusieron tango nuevo/alternativo y yo decidí escaparme a dar un paseo y tomar fotos en lugar de bailar. Para ello salí de la propiedad y seguí un sendero hacia una colina donde había una estructura parecida a una plaza de toros pequeña, pero que parecía ser algo bien distinto. Es entonces cuando lo escuché... era un bandoneón. ¡En medio del campo!

Fui acercándome poco a poco hasta que se materializó ante mi. No era mi imaginación, era real. Allí estaba él, Fernando Giardini, practicando, inmerso en su música, y yo robándole parte de ese momento. Saludé, le pedí permiso para escuchar, y tras concedérmelo, me senté allí, con los ojos cerrados, dejándome llevar por su sonido y la acústica del lugar: fue algo mágico.

Aquel fin de semana me llevé alguna tanda en mi corazón pero fue la magia del lugar, la gente que vive en él y los demás invitados y su buena onda los que hicieron de aquellos dos días algo tan especial. El encuentro se llama Mánchame y cómo no, definitivamente os lo recomiendo porque aunque a veces lo creamos así, la vida no es solo tango, es compartir momentos con gente especial, es disfrutar, relajarse, charlar, y a veces, tan solo escuchar y sentir.