martes, 28 de julio de 2015

Lo que tienen las gatas y las milongueras en común

Dicen que un gato tiene siete vidas por mucho que todos sepamos que en realidad tiene una sola, por mucho ingenio y talento que ponga para conservarla. Si atendemos a la creencias populares, lo de las siete vidas quizás por la facilidad con la que sale bien parado de ciertas situaciones en las que otros animales no; o por la capacidad de caer sobre sus cuatro patas, de forma totalmente equilibrada, aunque caiga de grandes Alturas; también puede ser porque era el número de la suerte en la antigüedad, o porque entonces también se creía que los gatos se reencarnaban siete veces hasta hacerlo en carne mortal, humana.

De una forma bien diferente, la milonguera también tiene unas cuantas vidas...¡quien sabe, quizás hasta tenga genes gatunos! Lo digo porque la milonguera común, además de la su vida entre milongas, también tiene una como madre, otra como hija o familiar de alguien, otra como amiga, otra como trabajadora, otra como amante y compañera sentimental, y otra interior que solo disfruta y conoce ella misma. Y curiosamente, todas estas vidas terminan fundiéndose en la misma maravillosa mujer.

Pero las mujeres, y las milongueras en especial, tienen algo más en común con los gatos: son inteligentes (por eso bailan tango), intuitivas (sobre todo cuando no tienen ni la más remota idea de lo que les intentan marcar algunos milongueros cuando bailan), curiosas (siempre quieren saber todo sobre zapatos, vestidos, vida sentimental y cotilleos de otros milongueros) , cariñosas (a no ser que les den un taconazo, en cuyo se vuelven ariscas... también como los gatos), seductoras (saben poner ojitos, acicalarse bien, y "ronronear" cuando bailan), sensitivas (notan el estado absoluto de cualquier milonguero con tan solo abrazarle: si está aburrido, si está nervioso, y también si está demasiado contento), buenas cuidadoras (especialmente con sus amigas milongueras, a las que advierten de cualquier peligro que ande suelto por la milonga), autosuficientes (no dependen de ellos para pasar un buen rato en la milonga), el mejor apoyo en los momentos más difíciles (consuelan como nadie a una amiga milonguera que acaba de tener una tanda horrible o cuando el ex de esta aparece en la milonga con otra), tienen buen oído (demasiado bueno a veces, tanto que incluso se enteran de las conversaciones de alrededor mientras están bailando)... y también se enfadan por cosas que algunos hombres consideran sin sentido, por mucho sentido que tengan: igualito que los gatos.

martes, 21 de julio de 2015

Camerero, ¡una ducha, por favor!

Aquella era una milonga que tenía lugar dentro de un fin de semana lleno de clases impartidas por maestros que venía de Buenos Aires.Yo había ido con una amiga a bailar, así que buscamos una mesa redonda grande y nos sentamos en espera de las invitaciones que harían nuestra noche inolvidable.

Sin embargo, hay milongas en las que se baila y otras e las que no, pero confieso que después de inventarme un montón de teorías a lo largo del tiempo que expliquen este fenómeno, sigo como al principio, sin enterderlo. En la primera milonga del viernes, ambas bailamos, aunque poco. En la milonga del sábado, por la razón que sea, yo bailé más que ella, con lo cual, según fue avanzando la noche, llegó un punto en el que mi amiga supongo que empezó a aburrirse un poco y decidió aceptar invitaciones dudosas.

Un milonguero de la zona la invitó. Cuando terminó la tanda le pregunté qué tal le había ido. Ella me miró pero fue incapaz de decirme nada. Supe por su expresión que la tanda había no solo sido un desastre, sino seguramente una tortura. Cuando pasaron unos minutos y fue capaz de hablar, me lo confirmó. Tras un pequeño reproche a sí misma por haber aceptado la invitación, me contó que el milonguero en cuestión tenía un serio problema con su higiene personal y que olía terriblemente mal. Describió el olor no como algo desagradable, sino como algo que te hace sentir literalmente enferma. Esa tanda obviamente condicionó bastante su noche: cuando sufres una tanda espantosa, sufres un desequilibrio en tu nivel de energía.

Es cierto que hay personas cuyo olor corporal es por enfermedad, pero lo cierto es que en la mayoría de los casos es por falta de higiene. En el tango, un baile en el que te abrazas íntimamente a otra persona, el sentido de la higiene y los olores cobran otra dimensión. Es un aspecto que realmente hay que cuidar por educación y respeto hacia los demás. Sino, lo que lógicamente ocurrirá es que nadie querrá bailar contigo. Así que un consejo: si lavas tu ropa una vez al mes y te duchas cada cuatro semanas, no estaría mal que fueras pensando que sería buena idea también que "cuando te toca" sea al menos el día de la milonga.

Me sorprende que algo que es tan básico y de sentido común para casi todos los mortales, todavía sea un tema del que me siento obligada a escribir. Pero lo tengo que hacer: ¡en casi cada milonga te encuentras uno o dos personajes (hombres y mujeres) a los que parece darles alergia asearse!

martes, 14 de julio de 2015

Sin fronteras

¡Cuánto se aprende en la barra de las milongas...! Conversaciones interesantes y atrevidas nacen ahí. Los vinos, los cubatas y las cervezas hacen magia sobre la lengua de los milongueros y las milongueras, y las sueltan como nadie. Es así como sentada en aquella silla alta que cojeaba, esta milonguera no pudo evitar oír una conversación a gritos, que finalmente terminó escuchando. Pero no fue sin querer: lo siento, pero todo lo que tiene que ver con tango siempre me parece interesante.

Sonaba una tanda en francés, y de eso hablaban: del tango en otros idiomas.

El tango se ha internacionalizado tanto que los amantes de esta danza maligna no se conforman con la música, sino que quieren que nadie les robe la poesía de sus letras. Por eso las traducen, las inventan, creando así algo nuevo, más o menos distinto, pero también muy hermoso en su sentir. Al fin y al cabo, quieren su trocito del pastel.

Desde aquella vez en la que fui consciente del regalo que supone comprender las letras del tango, una vez que obviamente fui capaz de entenderlas (digo esto porque aunque hablo el idioma, en los tangos abunda el lunfardo), me he molestado en buscar tangos que no conozco en otros idiomas y escucharlos para imaginar lo que dicen tan solo por su música. Ha sido un experimento cuyo resultado me ha sorprendido porque hay música a la que parecen no irle esas letras y letras que parecen desencajadas en su música. Pero sin embargo, me ha ayudado a comprender porqué a veces veo bailar un tango a gente que no comprende lo que dice como si fuera la canción más alegre del mundo, mientras que a mi, por su letra, me hace llorar. Se dejan guiar por la música y lo que les dicta el corazón, y seguro que escuchan, sienten, se emocionan y tiemblan, pero al no entender la letra, es decir, la poesía que hay en muchos de los tangos, interpretan el tono del tema de forma muy distinta a los que sí entienden la letra.

Quizás por todo esto se traducen los tangos, se crean nuevos, existen en otros idiomas. El tango cambia, y deja de ser el tango que se define no solo por su música, sino también por una cultura y una región geografíca. Aquel tango que a tantos nos enamoró, hoy en día está evolucionando, tomando tantas y diferentes formas, que está convirtiendose en una nueva cultura, que desde hace tiempo, afortunadamente ya no tiene fronteras.

martes, 7 de julio de 2015

Poniendo en entredicho un código

Hay un código milonguero, socialmente aceptado por todos como norma no escrita, en la que se establecen las pautas de comportamiento en una milonga. En lo referente a lo que sucede entre el milonguero y la milonguera tras bailar juntos una tanda, la norma aceptada es que él acompaña a su pareja de baile a su sitio, y si quiere continuar bailando con ella, deberá hacerlo más tarde, tras un nuevo cabeceo. Tiene cierto sentido, y como teoría está bien, sobre todo si ello permite que esta norma social milonguera haga que todo el mundo tenga la oportunidad de bailar con todo el mundo. Pero la realidad es bien distinta.

En Europa al menos, se cuestiona abiertamente si se puede "obligar" a alguien a bailar o dejar de hacerlo simplemente porque el código milonguero así lo diga. ¿Qué sucede si un hombre y una mujer quieren seguir bailando juntos por la razón que sea, de mutuo acuerdo, tanda tras tanda? Al fin y al cabo, están en su derecho de hacerlo y no deberían dar explicaciones a nadie.

Quienes se quejan de este comportamiento suelen ser mujeres casi siempre, quizás porque las mujeres solemos ser más numerosas que los hombres en las milongas. Erróneamente creen que si una milonguera "acapara" a un milonguero varias tandas, eso implica que las demás no tienen tantas oportunidades de bailar con él. En realidad, se les escapa un pequeño detalle: nadie obliga al milonguero a repetir tandas, sino que él lo hace porque quiere. Es decir, si él solo quiere bailar con ciertas chicas y solo puede bailar una tanda con cada una de ellas porque hay un código milonguero que así lo indica y quiere respetar esta costumbre, ¿acaso alguien cree que porque no pueda bailar todas las tandas que quiere con sus milongueras elegidas, optará por bailar con otras con las que no quiere o no le apetece bailar? Sinceramente, creo que no.

Me pregunto si también les parecerá mal que una milonguera se quede charlando en la barra con un milonguero, tomando cervezas, mientras transcurren varias tandas, y por tanto, "impidiendo" así que baile con otras. Creo que es bastante absurdo; también creo que la envidia no es sana; y obviamente también considero que se puede emplear la energía en protegerse de otros comportamientos que definitivamente sí son poco sociales y desconsiderados hacia las demás.

Con tales comportamientos me refiero por ejemplo a la típica milonguera que invita de forma directa, comprometiendo a ciertos bailarines con las que todas quieren bailar (para así asegurarse sus buenas tandas), en lugar de cabecear; o a la roba-cabeceos, que se hace las tonta mejor que nadie, y con la excusa de que creía que era para ella, siempre se las apaña para interceptar un cabeceo que no es para ella, sabiendo que la mayoría de los hombres, por educación y por evitar situaciones incómodas, no corregirá el malentendido. También está la milonguera que se pone delante de las demás, tapándolas, y así asegurarse de que solo ella pueda recibir un cabeceo dirigido a la zona donde todas ellas están. En fin, que me parece que hay muchos comportamientos bastante más preocupantes que el hecho de que un hombre y una mujer quieran, por mutuo acuerdo, bailar juntos más de una tanda.