viernes, 28 de octubre de 2016

Cuando nos precipitamos

Aunque no me acuerdo cuando ni dónde fue, sí me acuerdo del momento de confusión que viví aquella noche.

Había llegado tarde a aquella milonga, pero me senté en una mesita que acababan de desocupar. Contenta por mi suerte fui a por una bebida, que pensaba tomar tranquilamente mientras observaba cómo andaba la pista. Pero no llegué a acabarla porque ansiosa como estaba por bailar, ya que hacía tiempo que no milongueaba, acepté la primera invitación que me hicieron. Fue una invitación directa, y como la mayoría de las veces que he aceptado una invitación directa de una persona que no conozco y sin haberla visto bailar antes, aquella, también terminó un desastre que no merece la pena relatar.

Pero aceptar aquella invitación también tuvo su parte buena porque recordé que la ansiedad no suele ser buena compañía. Así que después de terminar la tanda, me senté de nuevo y decidí terminar tranquilamente mi copa. Entonces entraron dos chicas, y al ver que en mi mesa había sillas libres, pidieron permiso y se sentaron conmigo. Al parecer, eran chicas a las que muchos conocían en la milonga.

No tardó en llegar un cabeceo para una de ellas, o lo que creí que era un cabeceo (yo, y las dos chicas que estaban sentadas conmigo). Un chico, como a unos tres metros de distancia, hizo un gesto con la cabeza, mirando a una de ellas y entendí que era una invitación. Se miraron entre ellas brevemente, pero una se levantó para dirigirse a él sonriendo, supongo que con la misma enfermedad de ansiedad por bailar que yo había mostrado un rato antes. Pero entonces él reaccionó de forma extraña, ya que se dio media vuelta y se fue. Si yo me quedé confusa, las chicas todavía más.

Hoy en día, cada vez que recuerdo aquello, intento controlar esa ansiedad que nos invade a las milongueras cuando vamos a un lugar nuevo a bailar y hace tiempo que no nos ponemos los tacones. Suelo intentar asegurarme de que el cabeceo es para mí, quedándome sentada, mirándole y sonriéndole, pero esperando a que él se acerque y confirme el cabeceo. Pero cierto es que alguna vez lo he olvidado y he sido yo la que ha tenido que disimular dirigiéndome al baño o a la barra, porque el cabeceo no era para mí... ;-)


viernes, 21 de octubre de 2016

Condicionado estados de humor

No soy Dj, ni musicalizo milongas, ni nada parecido, pero escucho música cuando puedo. Me encanta. En la milonga también lo hago y me condiciona mucho a la hora de bailar. Si la música me gusta más o menos y está bien organizada, me fundo en el ambiente, pero si no es así, me convierto en un ser que no termina de estar presente. No bailo igual, me canso, me pongo nerviosa. Es el poder de la música, de alterar o domar a una fiera. En marketing, esto es bien sabido, y la música es un instrumento muy poderoso que hace que la gente compre tranquilamente en una tienda o transite por los pasillos a más velocidad de la habitual, dependiendo de si al establecimiento le conviene una cosa o la otra, según la hora del día.

En cuanto a organizar las tandas, si en una milonga me ponen una secuencia tipo 4T-3V-4T-3M en lugar de por ejemplo 4T-4T-3V-4T-4T-3M (aclaro: V, de vals; T, de tango; M, de milonga), empiezo a alterarme: demasiada milonga, demasiado vals, por mucho que ambos me gusten.

Si en una milonga me ponen cortinas enteras de bailes caribeños (que duran muchos minutos) o bien más de una chacarera (ya que  rara vez va una sola), me empiezo a poner de los nervios, y me enfrío, puesto que cortan el ambiente de la milonga y obligan a sentarse por mucho tiempo a toda la gente que no sabe bailar los otros bailes o no le apetece. Idem para las exhibiciones interminables de algunos maestros, que me gustan, pero como todo, en su justa medida.

Normalmente en la milonga se escucha Canaro o Roberto Firpo, ambos maestros del cayengue, Troilo, D'Arienzo, Tanturi, Enrique Rodriguez, Caló, Di Sarli, Fresedo, De Angelis, D'Agostino y alguna de Pugliese. Algo menos a Alfredo Gobbi, Lucio Demare o José Basso y muchos otros a los que me gustaría escuchar. Me da la impresión de que muchas milongas son más de lo mismo. Eso también me deja un poquito fuera de onda y me aburre.

No me gusta cuando me mezclan algo muy clásico seguido de Fervor de Buenos Aires o La Tuba Tango, que son bastante modernos, aunque me gusten. Es la forma de mezclar lo que a veces desentona. No estaría mal escuchar por año y orquesta como por ejemplo Troilo con Fiorentino seguido de una de milongas de D'Arienzo o Canaro y luego tangos de Tanturi o Campos, unas instrumentales de Di Sarli y luego quizás una tanda "tango nuevo" para que haya para todos los gustos. Luego se podría poner una de Pugliese de instrumentales y luego volvemos a unos tangos ya de De Angelis, Dante, o Martel.

Y ya que estoy protestona, tampoco me gusta que me cambien drásticamente las velocidades, como por ejemplo sería meter un D'Arienzo después de un Plugiese: eso es de chocante para mi como oír una guitarra desafinada. Algo que tampoco entiendo son a los DJs que mezclan diferentes epocas de una misma orquesta, como si a través del tiempo no hubieran evolucionado y sonasen igual: al fin y al cabo, son personas quienes componen la música, y evolucionan tanto al escribir, como al componer música, como en todo en la vida.

¡Ah! ¡..y si! Me estoy volviendo una milonguera exigente... ¡qué se le va a hacer!

viernes, 14 de octubre de 2016

De maestros hablamos

Recuerdo una vez cuando por fin llegó el esperado momento en el que un organizador hizo la presentación de la pareja de artistas, -no sin antes también emplear unos minutos eternos en elogiar a los bailarines-, los mencionó anteponiendo la palabra "maestro" al nombre del bailarín y su compañera, luego toda la sala aplaudió, ellos aparecieron, y poco después sonó la música. 

Como algo que me llamó la atención es que el presentador utilizó la palabra "maestro" antes de presentarles. Entiendo que usó la palabra como respeto o admiración hacia el bailarín, reconociendo así que se trataba de una persona que con desenvoltura maneja un arte, en este caso el de bailar tango. Sin embargo, he de confesar que para mí la palabra "maestro" tiene una connotación algo diferente, es algo más que eso: es un conocimiento experto en una material, normalmente acompañado de un título que acredita dicha capacitación o experiencia.

Quizás me equivoque, pero me da la impresión de que, a veces, se usa mucho la palabra "maestro" para presentar a cualquier bailarín o para mencionar a cualquiera que tenga experiencia bailando o enseñe a bailar, independientemente de si domina o no lo que hace o de si tiene alguna titulación. Y eso, particularmente a mí, me crea confusión, especialmente cuando voy a una exhibición en la que la pareja profesional domina el tango, pero no destaca por la originalidad de su baile o por su técnica. Así que por mucho que esa pareja de artistas trabaje mucho y evolucione, e incluso se dedique a dar clases, si en la milonga se ve a mucha otra gente bailando (milongueros, no profesionales) que controla la técnica y musicalidad mejor que la pareja de profesionales, entonces supongo que me veo en la obligación de deducir que las milongas están llenas de maestros.

viernes, 7 de octubre de 2016

Compartiendo unas palabras de otra milonguera

LaMariTere, una milonguera que escribe en tangueros.mforos.com, nos regala unas líneas preciosas que quiero compartir con vosotros. Ví luz y entré...

"Aquella noche la magia se sentía en el ambiente, y desde un tango ofrecimos al mundo lo que con palabras no pudimos decirnos. Y el tiempo, casi sin avisar, se paró en aquella trabada, en aquel caminar, en el suave arrastrar de unos píes que soñaban al compás.
La música nacía del alma y dos locos la sentían como si siempre hubiese sido suya, como si no fuese de nadie más. En la oscuridad de esa pequeña milonga hicimos nuestro aquel momento, sintiendo desde el corazón lo que los pies apenas podían comprender.
Aquella noche aprendí a poner mi alma en un solo segundo, en un solo sentir, en el familiar murmullo de un bandoneón que sólo sonó para nosotros dos."
 
Y también os dejo esta frase de Jorge Luís Borges aportada por JOTA-ERRE, otro milonguero del foro.
 
"Al cavo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso". De JORGE LUÍS BORGES "Los conjurados" 1985.