lunes, 29 de abril de 2013

El Bazar de los Abrazos, de Sonia Abadi

 Es el primer libro que leí sobre tango.

 Habla de las milongas en Buenos Aires, de las conductas y relaciones de milongueros que allí van a bailar, de sus tipos, de con sus códigos y anécdotas, reflejando así la cultura argentina. Ha tenido repercusión en varios países y se han hecho traducciones al portugués, italiano, alemán, ruso y francés. Despertó el interés de antropólogos norteamericanos que lo incorporaron como material de lectura en la Cátedra de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Berkeley.
 

 Lo leí en verano, en mis horas de sol y piscina. Tras una larga búsqueda en internet y dar con un ejemplar en un pequeño comercio de barrio de Madrid, me llegó a casa el ultimo ejemplar que les quedaba, eso sí, sin un capítulo impreso (...así que tengo una joyita de coleccionistas).

 Es un libro interesante, algo estereotipado, pero fácil de leer, y divertido. En ocasiones me sentí identificada con alguna situación, por lo que me hizo pasar un buen rato, hasta el punto de soltar alguna carcajada. Supongo que el resto de "lagartijas", que como yo estaban aprovechando los últimos rayos de sol del verano, pensarían que había perdido la cabeza. Pero jamás hubiera dejado de leerlo y reirme a mis anchas. 

 Así habla la autora, Sonia Abadi, de él: "Hijo natural de una pasión con el tango, apadrinado por los milongueros, acunado por las bailarinas, nació este libro. Robándole al baile el tiempo para escribir y al escribir el tiempo para bailar, ya que el tiempo del trabajo era intocable. Con la picardía de la milonga, la pasión del tango y el vértigo del vals, se hizo este abrazo porteño que quise compartir con cada uno".


miércoles, 24 de abril de 2013

Algo más que Gardel

 Me dieron una semana de vacaciones e improvisé una visita a una amiga que vive en otra ciudad. Durante la cena del primer día ella me dijo que había dos noches de esa semana en los que  tenía compromisos a los que yo no podía acompañarla. Se la veía preocupada porque no quería desatender a su invitada, así que yo le tranquilicé rapidísimo diciendo que iría felizmente a bailar a una milonga mientras ella atendía a sus compromisos.

Cuando mencioné la palabra milonga, le entró curiosidad y me hizo un pequeño interrogatorio sobre lo que era una milonga, si era seguro, o si conocía gente allí.  Lo divertido fue cuando me dijo "¿en serio bailas las canciones de Gardel? uf... ¡si dan ganas de tirarte por la ventana cuando las oyes!". Obviamente Gardel no le gustaba, pero lo curioso es que pensaba que en las milongas es eso lo que se escucha y baila. Noticia: hasta ahora, ni en una sola milonga he oído temas cantados por Gardel.

En otra ocasión tenía una comida con amigos y cada uno aportó 5 temas de música para escuchar, los metimos en el ordenador y le dimos al player. Yo aproveché la ocasion para añadir tres tangos, un vals criollo y una milonga, que aunque no eran mis favoritos, quería sorprenderles, especialmente a una pareja que estaba en la mesa y me habían pedido unos días antes que mis 5 temas fueran tangos.

A media comida alguien dijo: "tú habrás traido tangos, ¿no? cuando suenen, avisa, que me voy a fumar un cigarrillo... Gardel no me gusta". Lo curioso: los tangos ya los habíamos escuchado, nadie los había identificado, y además, no eran temas cantados por Gardel. Se sorprendieron cuando los puse de nuevo, y alguien dijo: "¡eso no es tango..!"

Así que aprendí dos cosas: una, mucha gente cree que tango es sinónimo de Gardel; dos, sería buena idea que los que creen esto se animaran un día a entrar a una milonga, curiosear y escuchar la música, ya que estoy segura de que se sorprenderían.

domingo, 21 de abril de 2013

Brillando por su ausencia

Hay formas de comportarse en la milonga que aunque no las comparta, las puedo llegar a entender y también a respetar, por muy cansinas e impropias que me parezcan. Sin embargo, hasta ahora no había encontrado un comportamiento que me resultara tan difícil tolerar,  y sencillamente no puedo porque ese comportamiento en sí mismo es una auténtica falta de respeto. Entiendo que hay chicos que son buenos bailarines y no quieren invitar a una principiante porque con ella no disfrutarán como con las otras bailarinas más experimentadas, pero de ahí a que ni siquiera le hablen para evitar sentirse en el compromiso de invitarla, es sencillamente absurdo. Si además resulta que esta chica está acompañada por una amiga con la que ellos se mueren por bailar, y se ponen a hablar con la amiga ignorándola a ella completamente, sin ni siquiera saludarla, me parece el colmo de la grosería y de la falta de educación. Y esto me sucedió repetidas veces durante un festivalito de fin de semana. La gente era bastante joven y el nivel de baile era alto comparado con el que por lo general encuentro en las milongas a las que suelo asistir. 

 A la primera milonga del festivalito llegué un poco tarde y ni siquiera pude encontrar un lugar donde dejar el abrigo, o poder sentarme y tomar una copa: habían vendido muy por encima del aforo del lugar, con lo cual, moverse sin recibir un empujón era bastante difícil, y mucho más bailar o ver la pista. Además, hacía mucho calor, la variedad de bebidas a elegir era reducida y hasta el agua se agotó. Las posibilidades de baile eran escasas o nulas y no por el aforo como yo pensé aquella primera noche, sino por otras razones. Esa noche bailé un solo tango –ni siquiera una tanda- con un chico principiante con el que entablé conversación de casualidad. Me fui a dormir esperando que el resto de las milongas fueran más espaciosas y mejor organizadas, y obviamente, de tener más posibilidades de bailar.

 La milonga del sábado tuvo lugar en un lugar algo oscuro pero mucho más grande, con mesas y sillas a un solo lado de la pista. Resultaba un lugar agradable ya que la temperatura acompañaba y también el espacio para moverse. La pista era otra cosa, ya que el suelo se agarraba a las suelas de los zapatos de forma escandalosa. Yo estaba ilusionada y con energías renovadas después de descansar bien. La primera tanda la bailé con un chico que tenía algo menos de experiencia que yo, pero con quien disfruté mucho. Luego bailé con otro chico que era mucho más experimentado que yo, como la mayoría de los presentes, y creo que ninguno de los dos la disfrutamos, cada uno por nuestras razones. Y ese fue todo mi baile esa noche, a no ser que cuente que el primer chico, me pidió otras dos tandas más a lo largo de la noche, con lo cual, me resultó algo excesivo, aunque compensó con creces por su simpatía y su buena educación. Es durante esta noche cuando por primera vez me ignoraron abiertamente, aunque pensé que eran los desubicados de turno, casos aislados.

 La última de las milongas fue la más reveladora. El lugar me encantó: había una pista de madera maravillosa, un buffet con comida y bebida, mesas y sillas suficientes muy bien distribuidas, masajes gratuitos y una temperatura agradable. Casi la milonga perfecta. Pero a medida que la calidad de la milonga como lugar mejoraba, mi sorpresa también. Así que después de ser ignorada durante casi toda la milonga bailé una tanda con el chico de la noche anterior; luego con otro principiante, que me pisó dos veces e hizo que me clavaran un tacón dos veces en el mismo sitio (¡vaya puntería!); y con un hombre de mediana edad, con unos ojos preciosos, con el que conecté de maravilla y que me brindó la mejor tanda de todo el festivalito. La milonga duró ocho horas, puesto que en realidad eran dos milongas en una, así que teniendo en cuenta que bailé cinco tandas a unos quince minutos cada una, pasé casi siete horas comiendo, charlando con otras chicas que calentaban silla como yo, y observando. 

 No tardé mucho en darme cuenta de que en realidad, para ciertos chicos/hombres, si no estas a su altura como bailarina, ni siquiera estás a su altura para te dirijan la palabra o te saluden, es decir, no eres interesante para ellos. He de reconocer que al principio sentí indignación, pero la fui dejando atrás. Fue una de las pocas veces en las que he sentido que la milonga no era mi lugar, y lo curioso es que me sentí bien por ello. Quizás porque sé que a pesar de que a mí me gusta tanto bailar y me hace sentir tan bien, y como todo el mundo quiero bailar con quienes me hacen disfrutar de la tanda, no creo que sea hasta el extremo de hacer que mi educación y saber estar brillen por su ausencia.

 Me fui a casa bastante más tranquila pero con una duda sembrada en mí: ¿el chico simpático y educado con el que bailé varias tandas y luego tuvo el bonito gesto de venir a despedirse dándome dos besos antes de marcharse, lo seguirá haciendo en unos meses o unos años, cuando se convierta en tan buen bailarín como ellos?

miércoles, 17 de abril de 2013

Las frutillas

 Hay palabras que en un mismo idioma, pero en países diferentes, cambian su significado. Hay montones de ejemplos, algunos curiosos, otros incomprensibles, otros divertidos.
 
 Recuerdo un día que fui al supermercado, pero antes pasé por casa de un amigo argentino para darle un recado. Su madre, sabiendo que iba de compras, aprovechó para hacerme un encargo: frutillas. Me extrañó, así que pregunté qué clase de frutillas quería. Entonces la extrañada fue ella y me contestó que de las que hubiera en la tienda.

 Dos horas más tarde regresaba con un montón de frutillas esperando que eligiera las que más le gustaban y el resto me las quedaría yo. Las puse sobre la mesa y le dije que tenían muy buena pinta y que se quedase con las que quisiera. Ella me miró extrañada buscando y me dijo: "¿y las frutillas?". Yo pensé que me tomaba el pelo así que le seguí el juego y le dije que me las había comido por el camino. Su cara fue todo un poema y me miró con fastidio. Le dije que era broma, sonrió y se puso a buscar en la bolsa de la compra. Yo estaba alucinada y preguntándome si a esa mujer le fallaba la vista.

 Lo que había pasado por mi mente cuando ella me pidió que comprara frutillas y encima "las que hubiera en la tienda" fue que tenía via libre para comprar las frutas pequeñas que viera por la tienda, tipo arándanos, fresas, moras, las típicas frutillas que usas para pasteles. Lo que pasó por su mente fue algo muy distinto.

Así que mientras estaba desconcertada en la cocina, con cara de asombro viendo cómo la madre de mi amigo seguía buscando las frutillas cuando estaban todas delante de ella encima de la mesa, entró mi amigo.  Él enseguida ató cabos, se empezó a reír y le dijo a su madre: "no vas a encontrar frutillas..." y siguió riéndose a sus anchas un buen rato hasta que se apiadó de nuestras caras de pócker y continuó: "¡es gallega! ¡a las frutillas las llama fresas!". Ahí es donde me vino la inspiración, y creé la palabra amigocidio.

sábado, 13 de abril de 2013

¿Porqué no invita la mujer?

 El código de la milonga tradicional dice que es el hombre, quien cabeceando, invita a la mujer. Ella opta por aceptar o rechazar la propuesta desde la distancia: en el primer caso, asintiendo y levantándose hacia la pista; en el segundo caso, desviando la mirada. Al final, el hombre elige, pero es la mujer quien decide. Empate.

 En Europa, esto no sucede tanto, ya que aquí normalmente el hombre se acerca a la mujer y directamente la invita. Con lo cual, si ambos quieren bailar, es perfecto. Sin embargo, si la mujer no quiere, el rechazo se convierte en una situación incómoda para las dos partes. El hombre queda tocado en su orgullo de todas todas porque se empeña en tomárselo como algo personal. La mujer se siente comprometida ya que puede que no quiera bailar con él o no le apetezca o esté cansada, y como rechazar la invitación no es plato de buen gusto, se ve obligada a decir que sí por compromiso o por miedo a que él se enfade, sobre todo si es alguien conocido. Hay mujeres que rechazan abiertamente, pero los hombres las critican y las mujeres las envidian. Saquen sus conclusiones.

 Cuando una mujer acepta una invitación por compromiso, ni ella disfruta ni creo que lo haga su pareja. Entonces, ¿porqué provocar situaciones de este tipo? Lo ideal sería que la mujer pudiera rechazar la invitación sin el hombre se lo tome como algo personal, o quizás otra solución sería que la mujer también invite para que estén ambos en condiciones iguales a la hora de sufrir un rechazo. Ahora bien, esta última opción tampoco les gusta a muchos hombres: no les gusta que les digan que no, pero tampoco que ellas inviten. ¡Mira que listos ellos! El día en que llegué a esta conclusión, un volcán llamado enfado entró en erupción, y esta milonguera que escribe empezó a formar parte del grupo de las envidiadas. He de confesar que no me gusta rechazar, pero que es algo que hay que hacer a veces, y como dice una buena amiga mía, libera.

martes, 9 de abril de 2013

Como una sombra

Era ese mismo verano en el que me fui de vacaciones al extranjero. Tras el incidente del tacón, me aventuré otro día a ir a una nueva milonga, más pequeñita, situada en una zona de ambiente. Me costó encontrarla porque había que subir muchas escaleras, hacer algún que otro rodeo, seguir subiendo escaleras, y por fin dabas con una milonguita muy familiar. Recuerdo un sofá retro para dos o tres personas ubicado a un lado de lo que parecía más bien un salón de una vivienda, que una milonga. Parecía más bien una reunión de amigos en un piso.

 Paseé un rato para observar, fui a por una bebida y me senté en aquel sofá que estaba libre, parecía de lo más cómodo y encima estaba bien ubicado para poder observar. Por bastante tiempo nadie me sacó a bailar, ni siguiera me saludaban, ignorándome por completo, y me sentí como si me hubiera colado en una fiesta privada en la que no había sido invitada. ¡Qué diferencia con la milonga en el que me quedé sin tacón! 

 Después de un rato y considerando seriamente la opción de irme después de estar sentada calentando sofá como si estuviera en una milonga llena de rusas en las que las demás somos casi invisibles, un chico se sentó mi lado. En seguida me plantó una sonrisa, me dio conversación y a los pocos minutos me escribía en una servilletita de papel algo en su idioma, que creo era coreano. Cuando le pregunté que ponía, me dijo: “¿bailas?” Así que aunque me pareció que las intenciones del chico iban más allá de un baile y que en la servilleta seguramente no ponía eso, acepté la invitación porque me moría de ganas de bailar. Era un chico con abrazo agradable, pero por lo demás, parecía que bailar con él era algo así como una persecución al estilo 007: partía los tiempos de cualquier tema y los bailaba como si se trataran todos ellos de milongas, y además, al estilo “apártese quien pueda”. Después de esa tanda lo tuve siguiéndome a cada sitio al que iba, así que tuve que desplegar todo mi ingenio para escaparme como una chiquilla que hace pira de clase. Lo conseguí. 

 Pero me lo volvía a encontrar en cada milonga a la que iba y me seguía a donde quiera que fuera. En las primeras milongas bailé con él una tanda, pero luego simplemente no pude. Era realmente molesto y yo intentaba ignorarle en la medida de lo posible. Le di esquinazo varias veces, y aún así me buscaba, me encontraba y me seguía sonriendo. Mis nervios no podían más. Hay cosas que no entiendo. ¿Porqué hay hombres que insisten cuando es obvio que la mujer les está diciendo que no está interesada? 

 Durante todos esos días pude observar que nadie bailaba con él. Alguna persona me preguntó si era mi amigo, alguna otra me hizo algún comentario sobre lo pesado que era, y un milonguero con el que charlé un rato me confesó que ninguna mujer quería bailar con él. Y entiendo perfectamente porqué. Creo que tuve la sensación de tener su cara siguiéndome a cada milonga y cada sitio al que iba, hasta que por fin subí al avión y regresé a casa… ¡y luego creí verlo en el avión!¡vaya pesadilla!

sábado, 6 de abril de 2013

Definiendo una nueva palabra: tangoterapia

Tangoterapia ['tangote'ɾapja] s. f. Tratamiento que se pone en práctica para curar una enfermedad o un estado de anímico, bailando tango. 

Aplicable a: aquellas enfermedades del alma causadas por la tristeza profunda que causa la pérdida de un ser querido, un amor... o tus pendientes favoritos; miedos o inseguridades, como la timidez, la falta de confianza en las personas, el temor a dejar libre las emociones y a sentir... incluso un taconazo en la espinilla; las personas infelices, incapaces de sonreír sin motivo alguno... las que no saben lo bien que se siente un abrazo.

Diccionario Enciclopédico de una Milonguera © 2013 Editorial Tanguera, S.L.

miércoles, 3 de abril de 2013

La "rueda" de repuesto

Era verano y me fui de vacaciones al extranjero. Hice mi pequeña búsqueda de milongas en mi destino a través de San Google y di con un listado de milongas para cada día de la semana, así como de un festival que tenía lugar en la zona.  

 Era jueves y la primera de las milongas que elegí era un mercado durante el día. Por ello, en Internet había una nota muy graciosa junto al horario de la milonga y el precio de la entrada que decía “Don´t Forget to Bring Your Own Chair!” (¡no olvides traer tu propia silla!). Quizás por eso elegí ir a esa y no a otra, simplemente me hizo gracia. Me las apañé para que me prestaran una silla plegable, alquilé un coche y me aventuré al centro de la ciudad. Tuve suerte y encontré rapidísimo lugar para estacionar, justo en frente de la milonga. Parecía que era mi noche de suerte. 

 Al principio busqué el lugar ideal para colocar mi silla, justo entre la mesa con el picoteo y la pista de baile, que curiosamente era un cuadradito más bien pequeño situado como a uno o dos centímetros del suelo. Me quité los zapatos con mucha tranquilidad y busqué en mi bolsa de tango, donde tenía mi par de sandalias favoritas. Eran de colores vivos, con tacón alto, hechas a medida y muy cómodas. Mientras hacía esto, iba observando el ambiente, los bailarines, y charlando con alguno que otro que me daba la bienvenida. Y como era novedad en la milonga, no me faltaron invitaciones. Fui bailando con todos ellos, sin descanso ni para observar o seleccionar bailarín alguno, hasta que encontré un momento para escaparme al baño e ir a comer algo. Hubo tandas de todo tipo y muchas de ellas las disfruté de verdad. La pista se fue llenando más y más, y empecé a preguntarme cómo iban a arreglárselas bailando ahí, cuando había algún que otro bailarín que parecía bastante peligroso. Me refiero a los que les gustan las figuritas, las coreografías y eso de “apártese quien pueda”. Primera semejanza con las milongas en Europa, y digo esto porque me han dicho que en Argentina, a estos tipos los echan de la pista, sin miramiento alguno. ¡Qué buena costumbre si es cierta!

 Mientras comía, con la boca todavía llena de una o dos uvas, alguien me cabeceó: ¡pero lo hizo a solo dos centímetros de mi cara! Casi me atraganto del susto, pero mantuve la compostura lo suficiente para seguirle a la pista. Decidí bailar con los ojos cerrados para no ponerme nerviosa. De repente, ya no estaba en la pista de baile. Todo ocurrió muy deprisa. No se que pasó: quizás mi bailarín tropezó o le empujaron ó le faltó habilidad. Y sucedieron 3 cosas: de pronto uno de mis pies se apoyó fuera de la pista, que como he comentado antes, estaba más alta que el resto del suelo, así que debido al desnivel caí hacia atrás; dos, al caer, mi tacón hizo cuña contra el suelo y se partió; tres, seguí cayendo hacia atrás hasta que alguien que lo vio todo llegó a tiempo de rescatarme antes de que mi cabeza golpeara el suelo. Parece que sí era mi día de suerte. Un minuto más tarde, mi corazón latía a mil del susto y con el tacón partido en mi mano, oí a mi bailarín preguntarme: “¿quieres que sigamos bailando?”. No se la cara que le puse, pero no necesitó respuesta alguna: se dio media vuelta y se fué.Y ahí terminó la milonga para mí, porque no tenía calzado para seguir bailando, ni tampoco cuerpo para ello. 

Moraleja: es bueno ir a la milonga con un par de zapatos de baile extra, igual que cuando haces un viaje con el coche y llevas la rueda de repuesto... ¡nunca se sabe!