martes, 9 de abril de 2013

Como una sombra

Era ese mismo verano en el que me fui de vacaciones al extranjero. Tras el incidente del tacón, me aventuré otro día a ir a una nueva milonga, más pequeñita, situada en una zona de ambiente. Me costó encontrarla porque había que subir muchas escaleras, hacer algún que otro rodeo, seguir subiendo escaleras, y por fin dabas con una milonguita muy familiar. Recuerdo un sofá retro para dos o tres personas ubicado a un lado de lo que parecía más bien un salón de una vivienda, que una milonga. Parecía más bien una reunión de amigos en un piso.

 Paseé un rato para observar, fui a por una bebida y me senté en aquel sofá que estaba libre, parecía de lo más cómodo y encima estaba bien ubicado para poder observar. Por bastante tiempo nadie me sacó a bailar, ni siguiera me saludaban, ignorándome por completo, y me sentí como si me hubiera colado en una fiesta privada en la que no había sido invitada. ¡Qué diferencia con la milonga en el que me quedé sin tacón! 

 Después de un rato y considerando seriamente la opción de irme después de estar sentada calentando sofá como si estuviera en una milonga llena de rusas en las que las demás somos casi invisibles, un chico se sentó mi lado. En seguida me plantó una sonrisa, me dio conversación y a los pocos minutos me escribía en una servilletita de papel algo en su idioma, que creo era coreano. Cuando le pregunté que ponía, me dijo: “¿bailas?” Así que aunque me pareció que las intenciones del chico iban más allá de un baile y que en la servilleta seguramente no ponía eso, acepté la invitación porque me moría de ganas de bailar. Era un chico con abrazo agradable, pero por lo demás, parecía que bailar con él era algo así como una persecución al estilo 007: partía los tiempos de cualquier tema y los bailaba como si se trataran todos ellos de milongas, y además, al estilo “apártese quien pueda”. Después de esa tanda lo tuve siguiéndome a cada sitio al que iba, así que tuve que desplegar todo mi ingenio para escaparme como una chiquilla que hace pira de clase. Lo conseguí. 

 Pero me lo volvía a encontrar en cada milonga a la que iba y me seguía a donde quiera que fuera. En las primeras milongas bailé con él una tanda, pero luego simplemente no pude. Era realmente molesto y yo intentaba ignorarle en la medida de lo posible. Le di esquinazo varias veces, y aún así me buscaba, me encontraba y me seguía sonriendo. Mis nervios no podían más. Hay cosas que no entiendo. ¿Porqué hay hombres que insisten cuando es obvio que la mujer les está diciendo que no está interesada? 

 Durante todos esos días pude observar que nadie bailaba con él. Alguna persona me preguntó si era mi amigo, alguna otra me hizo algún comentario sobre lo pesado que era, y un milonguero con el que charlé un rato me confesó que ninguna mujer quería bailar con él. Y entiendo perfectamente porqué. Creo que tuve la sensación de tener su cara siguiéndome a cada milonga y cada sitio al que iba, hasta que por fin subí al avión y regresé a casa… ¡y luego creí verlo en el avión!¡vaya pesadilla!

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