miércoles, 30 de julio de 2014

Un canon de entrada

Fui a una milonga especial, con exhibición, que era la guinda a un fin de semana de clases con maestros invitados venidos de lejos. A las clases no pude apuntarme, por no tener pareja y porque había un aforo limitado, y como de costumbre, la idea de asistir se me ocurrió demasiado tarde. Me explicaron que no querían sobrepasar los límites de asistentes establecidos para que los profesores pudieran dedicar tiempo a cada pareja, exigiendo así un nivel de calidad en la atención. Me pareció perfecto. Ojalá todas las clases se organizaran pensando en ello. Lo que no me pareció perfecto es que debido a ello, el resto de los milongueros de la zona tuviéramos que pagar doble la entrada a la milonga para cubrir los costes de organizar todo ese evento.

Me imagino que cuesta mucho dinero traer a maestros de tan lejos, pagarles el viaje, el alojamiento, las comidas y todo lo demás establecido, clases y exhibición incluidos. Ahora bien, si yo no voy a las clases y tampoco a la exhibición, ¿por qué me obligan a pagar una desorbitada cantidad de dinero en la entrada?¿y si no me interesa ver la exhibición sino solo ir a la milonga? No me parece justo. Si con las clases, en un intento de mantener un aforo para asegurar una calidad mínima en la atención de los profesores, no cubren el coste de los maestros, no deberían cargar el resto a la gente que simplemente asiste a bailar a la milonga. En mi opinión deberían ofrecer la opción de pagar la mitad, si la entrada a la milonga se da después de la exhibición. Más justo, ¿no?  


Ahora bien, pasando a otro nivel de sinceridad, quizás el motivo por el que enfadó tanto este asunto es porque como consumidora, en cualquier situación, espero una relación calidad-precio aceptable: y el problema es que esta milonga no cumplió con mis expectativas. La milonga tenía lugar en un salón de baldosa de piedra que era un terror debido al calor que hacía y bailar de forma cómoda era imposible. La razón: el suelo parecía una pileta debido a la condensación, totalmente mojado, resbaloso, y también peligroso. Obviamente, a pesar de haber organizado todo con cariño porque era su primer evento del estilo, no prestaron la misma atención a la calidad del lugar y la pista de baile como a la de las clases. Supongo que la siguiente vez lo harán mejor... eso espero, aunque quizás no me queden ganas de asistir.

domingo, 27 de julio de 2014

Esperando que unos polvos hagan milagros

Estaba pasando un fin de semana de turismo y tango con una amiga en una preciosa ciudad francesa. Era sábado y habíamos oído hablar de una milonga con mucho encanto que tenía lugar en una plaza céntrica en la que había bancos de madera para sentarse, un banco corrido de piedra, y un par de cafeterías alrededor, para reponer fuerzas a mitad de milonga.

Me sorprendió el equipo de música excepcional que tenían allí desplegado, así como la cantidad de gente que había ido a disfrutar y también la cantidad de gente que observaba la milonga con esos de sorpresa y de "yo quiero" con los que todos miramos alguna vez a las parejas cuando bailan. Era una milonga preciosa en la que la gente estaba muy mezclada, y se respiraba buena onda.

Lo único a lo que poner pegas de aquella milonga era el suelo, que al fin y al cabo no era el más ideal para bailar. Por lo visto, alguno de los organizadores o quizás alguno de los milongueros asistentes había pensado exactamente lo mismo y tuvo la brillante idea de poner polvos talco cerca de uno de los altavoces. Todo el mundo iba como loco a pisar los polvitos blancos con la absurda esperanza de deslizarse mejor por la pista, porosa, irregular y de baldosa... especialmente las elegante mujeres francesas que insistían en lucir sus bonitos zapatos en un suelo que no estaba hecho para ellos. No pude evitar una sonrisa al ver aquello. ¡Qué afán por conseguir que un suelo que era imposible que resbalara, lo hiciera!

Cuando la milonga terminó miré hacia lo que quedaba de lugar donde habíamos bailado. Aquello parecía más bien una pista de ski que el suelo donde había tenido lugar una milonga. Eso sí, obviamente no por lo que deslizaba, sino por el colorcito blanco-nieve que cubría toda la zona de baile. ¡Que pena que no llovió! ¡De haberlo hecho podríamos haber convertido la milonga en una batalla de "bolas de nive"!

jueves, 24 de julio de 2014

Se enfadó...

Era la primera milonga de un festival, de eso me acuerdo bien. Seguramente él me miró, yo le miré; él me cabeceó, yo acepté; y finalmente nos encontramos en la pista, donde él me ofreció su abrazo. Esa primera tanda que bailé con él era rítmica, con energía, aunque no me acuerdo de la orquesta porque hace ya tiempo que sucedió, pero si era de ritmo muy marcado.

La disfruté mucho y el hombre me pareció encantador en todos los sentidos. Su forma de bailar era técnicamente buena, su abrazo agradable y su sentido del ritmo muy acertado. Por aquel entonces nunca bailaba más de una tanda seguida con nadie y con él no fue una excepción, así que a pesar de que no me hubiera importado repetir, le di las gracias y regresé a la mesa donde tenía mi abrigo y mi botellín de agua.

Más tarde, durante la misma milonga, volvió a invitarme otra vez más y esta vez tocaba el momento romántico, las tandas melódicas, esas en las que al terminar, muchas veces dejas escapar un suspiro. Ahi es cuando fui consciente de que la primera tanda había sido casualidad, de que él yo yo realmente escuchábamos algo diferente. Su baile no se adaptó a la música, y aunque pisando a ritmo, me bailó cualquier cosa menos lo que la música pedía a gritos. Fue frustrante sentir cómo ese milonguero que me había encantado al principio de la noche, me desencantó de golpe.

Sin embargo, intente comunicarme con él para solucionarlo. Intenté frenar su energía, su correr como loco por la pista, intentando dar tiempo al tiempo, rarentizando en lo posible los movimientos, enviándole un mensaje de cómo la música pedía otra cosa, silencios, sentir. Yo también quería bailar a mi manera aunque fuera una tanda. Pero él iba a lo suyo, no me escuchaba e incluso parecía molesto de que yo intentara frenar sus movimientos. Finalmente comprendí que no iba a a ser posible y desistí. Hay chicos que escuchan a su pareja, otros que bailan para sí mismos y esperan a que ellas se adapten en todo momento a ellos y no hacen del baile algo entre dos. Este hombre era de este segundo grupo.

Después de esto, me sorprendió recibir otra invitación suya ya casi al finalizar la noche. También era una tanda melódica y esa vez rechacé su invitación. Creo que por esa noche era suficiente. Bailaría con él otro día, pero fijo que otro tipo de tanda. Durante esa misma tanda o la siguiente (no me acuerdo bien) acepté la invitación de otro chico con el que no había bailado aún y con el que tenía ganas de bailar, pero honestamente, de ninguna manera había esperado una invitación suya. Él lo vio todo y no le gustó.

Al día siguiente, en un intento de compensarle, le miré para un cabeceo, en una tanda de las que le van a él, pero desvió bruscamente la mirada: fue la confirmación que esperaba de que realmente se había enfadado. Lo curioso es que no me importó: seguramente no volvería a verlo, así que miré hacia otro lado, sonreí, y al minuto siguiente estaba disfrutando de otro abrazo.

lunes, 21 de julio de 2014

Una acompañante especial

La milonga tenía lugar en un espacio acondicionado de unos 200 m2 de un suelo de madera ideal para bailar. Había bancos corridos de madera, unas pocas mesitas, un escenario, una barra y una habitación a parte que hacía de ropero y de mini-restaurante donde te servían ensaladas y crepes dulces y salados a un precio muy económico. El ambiente muy agradable, la gente muy mezclada, y la generación mayoritaria era de milongueros nacidos en los años de la hegemonía del peronismo. Definitivamente, uno de los mejores lugares en los que he estado milongueando.

Allí me encontré con una mujer que al principio no reconocí. Fue ella quien se acercó a saludarme, me refrescó la memoria, y finalmente cuando caí en cuanta de quien era y cómo nos habíamos conocido, desplegué mi sonrisa y me quedé con ella a charlar un buen rato. La acompañaba otra mujer de más o menos su edad, de piel negra con un vestido blanco que la hacía resaltar por encima de todas las demás. Iba muy guapa y estaba sentada, escuchando la música. En un momento dado, un hombre se acercó a ella, le hizo una invitación verbal mientras sonreía, y ella le devolvió la sonrisa mientras extendía su mano. Él la tomó y se dirigieron juntos a la pista. Aunque era una escena de lo más normal en la milonga, me quedé mirando porque me pareció una invitación especial y me gusta vivir experiencias a través de los demás.

Estaba todavía mirándoles acercarse a la pista cuando la otra mujer me dijo que ella era su acompañante, palabra que normalmente no la usas con una amiga con la que vas a la milonga. Pensé que podría estar hablando de su pareja sentimental, pero apenas se me estaba pasando por la cabeza, cuando ella me explicó que pertenecía a un grupo de voluntari@s milonguer@s que colaboraban con una asociación de invidentes y que les estaban enseñando a bailar tango. La emoción de escuchar eso me humedeció los ojos e hizo que cobrara un sentido más intenso la escena que acababa de presenciar. Vi preciosa la iniciativa de esos milonguer@s voluntari@s y desde luego, un ejemplo a seguir.

viernes, 18 de julio de 2014

Pegadita a él

Era una tarde calurosa de domingo. Estábamos cuatro amigas sentadas en la entrada de una milonga local mientras nos poníamos al día después de un tiempo sin vernos. Una de mis amigas recibió una invitación a bailar. Aquel hombre era uno de "los de casa", muy querido por ella, pero con el que creo que nunca había bailado antes. Aceptó encantada mientras el resto nos quedamos charlando hasta finalizar la tanda. Ya sonaba la cortina cuando ella apareció de nuevo, exaltada, riendo, algo indignada. Se acercó y me dijo: "¡no sabes lo que me ha pasado!¡te lo cuento para tu blog!" Me hizo gracia su arrebato y también me hizo ilusión por su gesto al acordarse de Entre Milongas. Así que aquí va la anécdota que, tras serenarse un poco, nos relató.

Todas solemos esperar esa sensación que produce una tanda bien bailada, y también ese tipo de finales que le siguen, en los que te quedas pegadita a tu pareja, casi sin respirar, disfrutando de esos segundos tan especiales en los que os miráis a los ojos, sonreís, y parece que el tiempo se para. Me imagino que ella también esperaba todo esto, y aunque no se si lo consiguió, de lo que estoy segura es de al menos, sí terminó pegadita a él. El nexo de unión: ¡un chicle!

Muchos milongueros y milongueras comen caramelos o mastican chicle para camuflar el aliento, sobre todo si es una milonga tras una comida en la que se te ha olvidado el cepillo de dientes en casa. Nuestro protagonista bailaba con uno en la boca. No sabemos si es que el chicle tenía calor y decidió airearse, obligando al pobre milonguero a masticar con la boca abierta (ajjj); o puede que al milonguero en cuestión le diera por recordar sus tiempos tiernos en los que jugaba con otros niños a ver quien hacía el globo más grande; o incluso pudo ser el arrebato musical del momento; o a lo mejor se tropezó o alguien le puso la zancadilla y el chicle salió disparado como un misil; o también pudo ser que se le escapara el chicle del susto al darse cuenta de que a su pareja de baile se le veía el ombligo, pero el caso es que por curiosos misterios de la milonga el dichoso chile terminó pegado al pelo de mi amiga.

Después de reírnos hasta casi llorar, nos entró la curiosidad y le preguntamos qué había pasado después, cómo había reaccionado él, qué habían hecho. Fue entonces cuando descubrimos porqué al finalizar la tanda ella había venido en un estado tan alterado: no fue porque el chile se le pegara al pelo, sino que él lo recuperó y ¡se lo volvió a meter en la boca como si nada!

martes, 15 de julio de 2014

Cuando el remedio es peor que la enfermedad

Ya había bailado con él antes, aunque no me acuerdo bien en dónde fue. Él, muy simpático, me invitó a bailar de nuevo. Aunque por lo general no me gusta aceptar una invitación de alguien con quien no me gusta bailar, a veces me resulta difícil resistirme a una sonrisa, así que acepté su invitación. La mayoría de la gente tropieza dos veces en la misma piedra: esta milonguera que escribe, no dos, sino tres.

A pesar de que era algo rígido en el abrazo y de que su musicalidad brillaba por su ausencia, él sonreía y se lo pasaba de maravilla, así que al final me contagió y con eso de "be water, my friend", puse mis cinco sentidos en intentar adaptarme a su baile. Todo fue bien, hasta casi el final del segundo tango. Bien porque él me había arrastrado a la tragedia o porque otro la había provocado, recibí una patada de hombre en el tobillo. No grité de milagro porque la verdad es que el dolor me subió por la pierna, quizás porque tocó un nervio o me dio en un punto muy sensible. Conseguí terminar la tanda a pesar de la incomodidad y después fui a la barra a pedir hielo: aquello empezaba a parecerse a un zeppelin y tenía que bajar la inflamación como fuera. El frío me ayudó bastante, pero también una cremita milagrosa que me ofreció una simpática milonguera francesa con la que suelo coincidir a veces en algún encuentro de tango.

Mientras estaba sentada, recuperándome del golpe, apareció a mi lado el hombre que me había dado la patada. Me imagino que se sentía culpable y quiso "compensarme" invitándome a bailar. Y no tuve el valor de decirle que no. De nuevo, error, y de los grandes: no aprendo.

Lo bueno de la tanda que bailé con él es que ni me acordé del tobillo. Él hacía tanta fuerza en apretarme contra él, que con la sensación de que en algún momento me iba a partir en dos y para evitarlo, yo tenía que hacer la misma fuerza para separarme. Aquello era un auténtico pulso y me tenía tan concentrada que ni escuché la tanda.

Al acabar la tanda, tenía los músculos de los brazos doloridos y me dolía la espalda, bastante más que el tobillo, por cierto. Os preguntareis porqué no le di las gracias y me senté. Buena pregunta... ¡si alguien la sabe, que me lo explique!. Pero que conste que algo sí aprendí: me quedé con su cara para no volver a bailar nunca más con él.Y además, a partir de esa tanda y ese momento decidí que mis tandas ONGs habían finalizado. Después y a lo largo de la velada rechacé al menos seis invitaciones, y todas las tandas que bailé fueron increíbles.

sábado, 12 de julio de 2014

Buscando una sensación

La gente va a la milonga por muchas razones. Según lo que yo he observado, principalmente hay dos: divertirse y socializar, o buscar una sensación muy especial y definida, aunque a veces es más bien una mezcla de ambas. Pero son etapas. Creo que al principio la gente va para divertirse y socializar, y una vez que descubre la sensación que deja tu alma y tu cuerpo temblando, la sigue buscando como una droga, y ya no se conforma con menos. El ser humano es así.

Los que van solo a divertirse y socializar, suelen ser gente relativamente nueva en el tango, aunque siempre hay excepciones para todo, y no buscan una afinidad concreta en el baile, sino que aprenden a sacar lo mejor de cada persona con la que bailan, disfrutan con todo el mundo. Esta es la etapa más feliz de cualquier milonguer@. Para este grupo, la parte más importante de la la milonga es la parte social y no buscan una sensación que el cuerpo les pide porque no la conocen, o porque la conocen y saben que es muy difícil conseguirla, y cuando lo hacen, lo reciben como un regalo. El punto de inflexión llega cuando empiezan a obtener esa sensación más a menudo, analizan la situación, y se dan cuenta de que la consiguen casi todo el tiempo con gente que baila como ellos o que es más experimentada. Y la clave de todo este asunto es que cuando empiezas, casi todos bailan como tú o mejor, pero a medida que vas siendo más experimentado (siempre y cuando sigas evolucionando en tu baile), hay menos que bailan como tú o mejor. Es lógico, es normal. De esta forma, poco a poco dejan disfrutar de cualquier manera y con cualquiera, y empiezan a anhelar bailar con gente afín a ellos a nivel personal o en cuanto a nivel de baile, gente que les de esa sensación que han conocido y que es la que realmente te engancha como una droga al tango. 

Los que van a lo segundo son gente que por lo general ya ha pasado por la primera etapa hace ya tiempo y se han vuelto algo exigentes e inconformistas. Más intensos, bailan con otros que conocen y con los que saben que van a obtener esa sensación que anhelan, pero también buscan nuevos abrazos que puedan provocársela. Se sienten completos con su vida social y de pareja y seleccionan mucho la gente nueva que incorporan a su circulo social, aunque se relacionen con todos. Rara vez bailan por compromiso. Cuando bailan, lo hacen motivados por un lazo de algún tipo, como es la afinidad o la amistad. No buscan mezclarse con cualquiera porque sí, simplemente por conocer gente y experimentar, sino más bien bailan poco pero seleccionan lo que bailan y con quien: priman la calidad antes que la cantidad. Buscan la compenetración total con la pareja de baile, que es lo que les produce la sensación que tanto persiguen, y aunque no siempre, el nivel de baile de las personas con las que bailan suele ser importante para conseguirlo.

Pero cada milonguer@ es un mundo y cada cual tenemos diferentes motivaciones según nuestra edad, nuestro estado emocional, y nuestra experiencia.

miércoles, 9 de julio de 2014

Tierra trágame

Me acuerdo que hace tiempo estaba en una milonga, sentada junto a una columna, en primera línea de pista, junto a otras tres milongueras. Todas mirábamos hacia una esquina en particular, cerca de la entrada, donde había un grupo de milongueros listos para bailar. Cada una buscaba su cabeceo.

Hubo un hombre que cabeceó a alguna, aunque ninguna de nosotras sabíamos fijo a quien. Aún así una de las milongueras junto a mi, que vestía una falda verde, se levantó y se dirigió a la pista. Al yo no tener claro a quien iba dirigido el cabeceo, no me levanté. Me habían enseñado que cuando un hombre te cabecea y siempre y cuando haya más milongueras a tu lado, no es buena idea dirigirte a la pista para esperarle, sino seguirle con los ojos, y cuando él se acerca, si es a ti a quien ha cabeceado, lo hará de nuevo cuando esté a un metro o dos de ti, para que no haya duda alguna.

Yo estaba convencida de que me había cabeceado a mí, pero frené mis impulsos de levantarme. Y menos mal. Lo primero, porque él pasó de largo junto a la milonguera de la falda verde, que ya lo esperaba en la pista, creyendo que era a ella a quien había invitado, y se acercó a nosotras. La mujer de verde se quedó sorprendida, molesta y algo avergonzada por la metedura de pata, pero aun con ese gesto de "tierra, trágame", disimuló como pudo y se fue al baño. Y lo segundo, porque para mi asombro, al acercarse a nosotras, se dirigió hacia la milonguera del vestido gris que estaba a mi derecha para saludarla, gesto que hizo que ella se levantara pensando que la invitación era también para ella, y se tuviera que sentar de nuevo al darse cuenta de que el extendía su mano hacia la siguiente chica a su lado, que iba vestida con una falda negra y un top rojo, que lo miraba sorprendida.

A ver, malentendidos suceden, pero que sean cuatro chicas las que te interpretan mal la invitación de un milonguero.. ¿no es un poco extraño? Quizás deberían enseñar a los milongueros, así como a milongueras como yo nos enseñaron a no movernos de la silla hasta estar al 100% seguras, a no ser tan dispersos en sus invitaciones.

domingo, 6 de julio de 2014

Abriendo puertas

Entre milongas es normal observar a milongueras que no suelen bailar mucho, bien porque no conocen a la gente en la milongas, son novatas, no han sabido elegir un buen sitio para sentarse, no son muy jóvenes (las jóvenes por lo general bailan más aunque no sepan bailar), o muchas otras razones, aunque a veces no hay ninguna en particular.

Algunas veces, sin embargo, he observado que hay milongueras sentadas, esperando, observando, apenas sonríen, están como abstraídas del mundo, supongo que aburridas porque no bailan. Cuando estás aburrida es difícil sonreír porque no es lo natural, y si lo haces, se suele ver forzado, falso. Por eso es importante aprender a buscar razones verdaderas para sonreír, tanto en la vida como en la milonga, y ponerlas en práctica, aunque esto no se fácil a veces. La razón: quien sonríe, baila más. La gente va a disfrutar y a divertirse a la milonga y por lo general busca gente que esté en la misma onda. En este caso, no son los polos opuestos los que se atraen.

Yo me acuerdo un día en el que fui a relajarme a la milonga. Estaba triste, decaída y aunque fui allí porque quería cambiar mi estado de ánimo, durante la primera hora de la milonga mi negra energía me hizo invisible al resto de los milongueros. Decidí acercarme a la barra y pedir un vino que me templara un poco y regresé a mi silla con copa en mano, algo más relajada, descontracturados ya los músculos de la sonrisa. Entonces observé la pista y de repente vi un pequeño altercado de una pareja: uno de esos en los que ves un malentendido tomado con humor.

Esa pareja me contagió y con una sonrisa todavía en la boca, pasé la vista por la barra. Fue entonces cuando crucé mirada con dos milongueros y ambos me cabecearon. Se creó una pequeña confusión entre ellos, pero finalmente, tras intercambiar unas palabras y disculpas, se acercó uno de ellos. Me brindó una tanda maravillosa. Pero lo mejor fue que mi pareja de baile hizo que tanda acabara justo al lado de la barra, donde el otro milonguero me esperaba para tomar el relevo. Fue divertido ver cómo uno me cedía al otro y obviamente, la situación provocó risas. A partir de entonces no paré de bailar, de reírme, de pasarlo bien. Objetivo cumplido. Esta milonguero antes tristona, volvió feliz a su casa. Definitivamente sonreír abre puertas... ¿quién se resiste a una sonrisa?

jueves, 3 de julio de 2014

Des-sincronización total

Supongo que esa fue la tercera o cuarta vez que tropezaba con la misma piedra. Acepté una invitación sabiendo que la palabra "tragedia" estaba escrita en nuestro destino, pero como era el novio de una amiga, me sentía mal por rechazar su invitación y acepté por compromiso: tocaba momento ONG o de suicidio milonguero, o como queramos llamarlo.

Sonaba una de milongas...¡milongas! Él sonrió. Yo sonreí y respiré profundo intentando armarme de valor. Me concentré, sabía que iba a necesitarlo. Sonó el primer compás, el segundo, el tercero, los treinta primeros. No nos movíamos. Al final se dio el milagro, pero era algo así como un coche sin batería: un intento, una calada. ¡Ayyyy! En el segundo intento conseguimos hacer un movimiento, todavía en la misma baldosa, pero aquello era más bien a un balanceo poco sincronizado. Yo me sentía como una barca de remos en medio de una tormenta, me parecía extrañísima su forma de moverse. Los intentos se repitieron, pero el resultado el mismo. En mi vida me había pasado algo igual, de no se capaz de coordinar con mi pareja ni dos segundos y dar un paso.

La primera milonga terminó, comenzó la segunda, nosotros permanecíamos en el mismo lugar. La historia se repitió. La frustración era patente, había miradas de incomprensión: él, como diciendo "¿porqué no me entiendes?"; yo, "¿me estás hablando en chino?". Yo no hacía nada, no sabía qué hacer, no entendía sus marcas. Definitivamente, el tango es cosa de dos.bLo que está claro es que no deberíamos haber bailado: ni yo debería haber aceptado su invitación, ni él debería haberme invitadosospechando que no me gusta bailar con él, no después de haber rechazado sus invitaciones en numerosas ocasiones.Al final, pasó lo que tenía que pasar: hablamos de lo que sucedía, dejamos de "bailar", dejamos la tanda sin terminar.

Pasó muchísimo tiempo más, meses, hasta que volvió a invitarme. ¿Y sabeis qué? ¡Que no aprendo! Quinto error: seguía siendo el novio de mi amiga y volví a decirle que si por compromiso. Lo hizo con una tanda de tangos, no milongas, y aunque el resultado fue mejor, definitivamente ese chico y yo no somos compatibles. Yo ya me di cuenta hace tiempo, ¿porqué él sigue insistiendo?