viernes, 18 de julio de 2014

Pegadita a él

Era una tarde calurosa de domingo. Estábamos cuatro amigas sentadas en la entrada de una milonga local mientras nos poníamos al día después de un tiempo sin vernos. Una de mis amigas recibió una invitación a bailar. Aquel hombre era uno de "los de casa", muy querido por ella, pero con el que creo que nunca había bailado antes. Aceptó encantada mientras el resto nos quedamos charlando hasta finalizar la tanda. Ya sonaba la cortina cuando ella apareció de nuevo, exaltada, riendo, algo indignada. Se acercó y me dijo: "¡no sabes lo que me ha pasado!¡te lo cuento para tu blog!" Me hizo gracia su arrebato y también me hizo ilusión por su gesto al acordarse de Entre Milongas. Así que aquí va la anécdota que, tras serenarse un poco, nos relató.

Todas solemos esperar esa sensación que produce una tanda bien bailada, y también ese tipo de finales que le siguen, en los que te quedas pegadita a tu pareja, casi sin respirar, disfrutando de esos segundos tan especiales en los que os miráis a los ojos, sonreís, y parece que el tiempo se para. Me imagino que ella también esperaba todo esto, y aunque no se si lo consiguió, de lo que estoy segura es de al menos, sí terminó pegadita a él. El nexo de unión: ¡un chicle!

Muchos milongueros y milongueras comen caramelos o mastican chicle para camuflar el aliento, sobre todo si es una milonga tras una comida en la que se te ha olvidado el cepillo de dientes en casa. Nuestro protagonista bailaba con uno en la boca. No sabemos si es que el chicle tenía calor y decidió airearse, obligando al pobre milonguero a masticar con la boca abierta (ajjj); o puede que al milonguero en cuestión le diera por recordar sus tiempos tiernos en los que jugaba con otros niños a ver quien hacía el globo más grande; o incluso pudo ser el arrebato musical del momento; o a lo mejor se tropezó o alguien le puso la zancadilla y el chicle salió disparado como un misil; o también pudo ser que se le escapara el chicle del susto al darse cuenta de que a su pareja de baile se le veía el ombligo, pero el caso es que por curiosos misterios de la milonga el dichoso chile terminó pegado al pelo de mi amiga.

Después de reírnos hasta casi llorar, nos entró la curiosidad y le preguntamos qué había pasado después, cómo había reaccionado él, qué habían hecho. Fue entonces cuando descubrimos porqué al finalizar la tanda ella había venido en un estado tan alterado: no fue porque el chile se le pegara al pelo, sino que él lo recuperó y ¡se lo volvió a meter en la boca como si nada!

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