martes, 28 de abril de 2015

El milonguero misterioso

¿Os ha pasado alguna vez que vais a una milonga, conocéis a alguien con quien os ha encantado bailar, os dice su nombre, os lo repite una vez más, te lo encuentras al año siguiente, él recuerda tu nombre pero tú no te acuerdas del suyo...? Me pasó, y le pregunté de nuevo su nombre. Me lo dijo. Lo olvidé de nuevo. ¡Noooooo! Luego me daba vergüenza preguntárselo por cuarta o quinta vez, así que le puse de nombre "el milonguero misterioso". Sin  comentarios: definitivamente tengo memoria de pez y lo que no tengo es remedio alguno.

Ese segundo año en el que me lo encontré, el sonrió, me saludo POR MI NOMBRE, y yo solo pude darle un abrazo y preguntarle qué tal estaba. La situación incómoda por mi parte quedó en un segundo plano tan pronto como me guió a la pista. Y lo que son las cosas, la situación se volvió de lo más cómoda, maravillosa, y de las que se repiten no una, sino varias veces.

Cuando íbamos por la segunda tanda todo preocupado me preguntó si a mi novio le parecería bien que bailáramos más tandas. No comprendía al principio, pero poco después caí en la cuenta que no había ido con novio alguno, sino con un amigo al que él confundió con mi novio. Aclarado el asunto, y tras regalarme una enorme sonrisa de alivio, de esas que practicamente funden el sol, continuamos bailando varias tandas a pesar de que había dicho que se tenía que ir. Tras una de ellas mi susurró al oído "diosa"... ains... ¡eso no se hace!¡casi me muero del gusto! El broche final fue una tanda de milongas divertidísima.

Luego desapareció: era verdad que debía irse. Pero una siempre guarda la esperanza de volver a encontrarle más tarde, quizás otro día. No sucedió: desapareció tristemente de la milonga, del evento, de mi vida.

Un año más hasta volver a verle y bailar con él era mucho tiempo, así que puse en marcha un plan B: preguntar, a todas mis amigas de FB que habían estado en el evento, por si alguna le conocía. Tenía la esperanza de que como era un chico que bailaba bien, era simpático y además guapo, alguna, sí o sí, tenía que conocerle. Para ello usé una foto suya no etiquetada. No hubo suerte, nadie sabía de él. Definitivamente hice bien el ponerle el apodo del "chico misterioso".

viernes, 24 de abril de 2015

Una técnica desconocida

Fiel a mi memoria Dori, como en la película "Nemo", no me acordaba de él. Bailo con tanta gente que me hace tocar el cielo, que resulta imposible acordarme de todos ellos. Para mi consuelo, él tampoco se acordaba: el recuerdo vino después.

Como hago siempre que quiero bailar con alguien, le miro, sostengo la mirada, y espero a que me mire y me haga el cabeceo si el sentimiento de querer bailar juntos es compartido. Pocos minutos después estaba en la pista abrazándome a un chico al que había observado antes de bailar. No me había llamado la atención desde fuera por su técnica, pero sí por su musicalidad, y además parecía tener un abrazo agradable. No me había equivocado, tenía un lindo abrazo.

El primer y casi todo el segundo tango fue un intento poco exitoso de comunicarnos. Él tan sutil, yo tan poco relajada. Pero luego decidí centrarme en él solamente, en sentir su respiración, su latido. Funcionó y como ficha que ansía encajar en el puzzle, nuestros abrazos y energías se encontraron por fin. Supongo que por eso los tangos de bailan de tres en tres o de cuatro en cuatro, ya que a veces es tan solo cuestión de tiempo para adaptarse el uno al otro.

Nos supo a poco y repetimos tanda. Madre mía... en esa tanda, las estrellas, el sol y todo el firmamento: una experiencia religiosa total, como pocas antes había tenido. Al comenzar esa tanda, sentí algo que solo había sentido antes una vez bailando, cuando era muy principiante, y el chico con el que bailaba por entonces era muy avanzado para mi. Se trata de una marca difícil de describir: no sale del pecho, sino de la parte del cuerpo situada entre el pecho y el ombligo, a la altura del diafragma. Desde fuera supongo que es algo que no se ve, pero definitivamente se siente... y se siente maravillosamente bien. Es una marca muy sutil, que empleada adecuadamente complementa la comunicación, la mejora. Me dio la sensación que quizás proviene de otros bailes más sensuales, donde los cuerpos se ajustan en movimientos más vibrantes y ondulantes. Sea lo que sea, la experiencia me encantó.

lunes, 20 de abril de 2015

Impartiendo una "clase de cabeceo"

El tango es un pequeño mundo, y aunque una viva en China y la otra en España, dos milongueras amigas se terminan juntando de nuevo sin planearlo. Hacía casi dos años que ella y yo no coincidíamos y a pesar de que no pudimos estar juntas mucho tiempo porque cada una tenía sus compromisos e intereses, hubo una noche en la que pasamos un buen tiempo juntas, charlando sobre nuestra vida, y cómo no, de la milonga, los milongueros y de lo fácil o difícil que era conseguir que te invitaran a bailar. Ella no usaba el cabeceo, a pesar de que sabía de su existencia. Me confesó que le resultaba incómodo mantener la mirada, que le daba vergüenza. Lo comprendí, seguramente era algo cultural.

Quise ayudarla y le expliqué todo lo que sabía, y le hablé de mi experiencia con el cabeceo. Así que le conté cómo recuerdo las primeras veces que usé el cabeceo y cómo al igual que a ella, me resultaba algo incómodo: no sabía cómo hacerlo. Pero luego aprendí lo que todas las milongueras con experiencia saben ya:

1. Hay que observar la pista y elegir a las personas con las que te apetece bailar.
2. Una vez localizados los milongueros que te interesan, debes seguirles con la mirada al finalizar la tanda para ver su ubicación.
3. Si puedes acortar distancias, mejor.
4. Le buscas con la mirada y la mantienes.
5. Esperas a que él mire hacia ti y te cabecee, que hará solo si él también quiere bailar contigo (si le sonríes mientras le miras, casi seguro que obtienes el cabeceo).
6. Si él no quiere bailar contigo o no te ve (lo notarás porque mira hacia otro sitio o no fija su mirada en ti), buscas con la mirada al siguiente de tu lista.

Además, como muchas milongueras, soy miope, así que en mis inicios en el cabeceo, sin gafas ni lentillas, lo tenía algo difícil. Al principio iba con gafas, y tan pronto como recibía el cabeceo, las dejaba sobre una mesa, y al terminar la tanda, regresaba a por ellas. Luego, me acostumbré a las lentillas y mi vida de milonguera mejoró considerablemente.

Como en todas las experiencias, de vez en cuando hay malentendidos, así que alguna vez me he encontrado a dos chicos delante mio creyendo ambos que acepté su cabeceo. Pero también me ha sucedido de ir a encontrarme con un chico después de un cabeceo y descubrir que no soy la única que ha salido a su encuentro. Con el tiempo aprendes a quedarte en tu lugar después del cabeceo, mirándole, y esperar a que ya a casi un metro de ti, te haga un segundo cabeceo o te sonría o te ayude a incorporarte a la pista.

Una vez que le expliqué todo esto a mi amiga, la animé a practicar y para su sorpresa, no se le daba nada mal. Fue divertido ver su cara cuando al primer chico al que ella miró con una sonrisa de oreja a oreja, le cabeceó: casi se pone a dar saltos de alegría mientras él la acompañaba a la pista. Unas horas más tarde me abrazaba emocionada contándome todo lo que había bailado y las buenas tandas que había disfrutado.

Tendré que montar una escuela de cabeceo: y eso que doy consejos, para para mí pocos vendo.

jueves, 16 de abril de 2015

Lo llamaban "competencia desleal"

Es curioso cómo las realidades y verdades fluctúan según el punto de vista de la persona de la cual surgen.

En aquella milonga yo estaba sentada con una amiga junto a la barra del bar, justo al lado de una pareja de profesores de tango (pareja A), nada discretos, que hacían comentarios sobre otra pareja de profesionales (pareja B), cuyos precios por clase privada eran muy bajos comparado con los precios que por lo general se cobran en el mercado. Según la pareja A, la pareja B perjudicaba al mercado y además, para ellos, lo que hacían era "competencia desleal".

Partamos de la idea de que competencia desleal es cualquier comportamiento comercial que no respete las reglas del mercado, que van sujetas a leyes o establecidas por los usos o costumbres.

Partamos también de otra idea, más bien de una realidad: en el mundo del tango, en el que yo hace un tiempo que me muevo y observo, un gran número de los que imparten clases no son ni una asociación, ni una escuela de baile, ni autónomos, por la sencilla razón de que para serlo, Hacienda tiene que saber de ellos. Y no es así: estafan al Estado y nos estafan a todos.

¿Que engañar a Hacienda es el deporte nacional en este país y que todo el mundo lo hace, no solo en el tango sino en cualquier modalidad de clases de baile y en otros ámbitos? Pues señores, por mucha costumbre que sea, no se admite barco como animal acuático.

Volviendo a la historia de la barra del bar, el colmo de los colmos fue escuchar a esa pareja A, desconocidos totalmente por Hacienda, que debido a su ignorancia o falta de vergüenza, criticaban a la pareja B, igualmente desconocida por Hacienda, por hacer básicamente lo mismo que ellos pero de forma algo más exagerada. Porque seamos sinceros, competencia desleal es lo que la pareja A y B hacen a todos los que pertenecen a ese mundo y sí que pagan impuestos.

Y ahora lo que no entiendo: ¿porqué los que pagan impuestos no denuncian a toda esta gentuza? Yo, sin duda, lo haría. Como alumna, intento poner mi granito de arena y ya desde hace un tiempo no voy a clases que no sean organizadas por una asociación o una escuela de baile o un profesor del cual tenga constancia que paga sus impuestos tal y como yo hago cada primavera. 

Hace años que es este país estamos en una crisis que no acaba, pero la crisis verdadera no es económica, sino de valores. ¿Cómo pretendemos que halla cambios y mejoras si cada ciudadano hace lo que le da la gana y en lugar de hacer un esfuerzo por corregir su comportamiento emplea esa energía en criticar a otros que hacen lo mismo...?

domingo, 12 de abril de 2015

Cuando sobran las palabras

Había bailado con él una sola vez, un año antes. Recuerdo su abrazo, suave; recuerdo la conexión entre nosotros, maravillosa; recuerdo su mirada, dulce e intensa; y recuerdo también su sonrisa al despedirnos, una sonrisa igual de calurosa que la que me recibió cuando volvimos a encontrarnos un año después.

Durante el transcurso de las horas, él me miraba y se encontraba con mis ojos fijos en él; más tarde, cuando yo le miraba, encontraba siempre sus ojos fijos en mí; así que cada vez, todas las veces, nos perdíamos en miradas que sosteníamos en el tiempo, durante varios segundos, a veces hasta diez o veinte segundos. Es mucho tiempo, pero se hace poco para una mirada en la que no hay palabras, en el que la comunicación va más allá de las mismas. Me hice adicta a mirarle, a encontrarme una vez más con su mirada. Y así pasamos todo ese primer día.

Al día siguiente, al encontrarnos de nuevo nos saludamos, nos fundimos en un abrazo largo, de esos que das cuando no quieres separarte nunca. Pero una vez que ya no era posible sostenerlo por mucho más tiempo sin que alguien rompiera la magia con alguna broma, volvíamos al juego de miradas eternas. Aquel día, tras muchas conversaciones sin palabras y llegada la hora de despedirse para ir a cenar, se acercó de nuevo para abrazarme y, mientras me derretía en su abrazo, me susurró "I would love to dance with you...". Entonces creo que me enamoré totalmente de él, en un sentido platónico total y maravilloso: le miré, le sonreí, no hubo necesidad de palabras.

Aquella noche bailamos, y conectamos a un nivel tal, que me hizo sentir miedo de no volver a sentir algo así: fue una de las mejores experiencias de mi vida como milonguera.

Tras aquella increíble experiencia volví a encontrármelo los días siguientes, y de nuevo nuestro ritual de fundirnos en un abrazo del que nos negábamos a despegarnos, fue el saludo mañanero. Luego venían las miradas, con el remate de una sonrisa, y cuando ya ninguno se aguantaba las ganas, nos acercábamos y nos volvíamos a fundir en otro abrazo. Jamás me había pasado algo así con alguien. Pura dulzura.

La siguiente noche que volvimos a bailar, ya muy cansados los dos, no fuimos capaces de conectar, así que lo solucionamos con un abrazo lejos de las miradas, de esos que duran varios minutos. Y al siguiente día que bailamos, más temprano en la noche y menos cansados, sucedió de nuevo la magia... volví a caer rendida en su abrazo.

La eternidad no va asociada a los momentos mágicos, o estos dejarían de serlo. Así que llegó el amanecer en el que yo debía despedirme, tomar un taxi para ir al aeropuerto y de ahí un avión de regreso a casa. Le busqué, le encontré y cuando los primeros rayos de sol todavía no se atrevían a salir, él me acompañó a la salida del recinto de la milonga, mientras tiraba de mi maleta y no apartaba sus ojos de mi. Luego tuvo lugar una despedida en forma de secuencia de abrazos digna de recordar, que hizo que nos costara separarnos un gran esfuerzo. Con una losa de pesar, caminé hasta un taxi, y justo cuando estaba a punto de subirme a él, me giré, para visualizar en mi imaginación la despedida de solo unos minutos antes, pero allí estaba él de nuevo, sosteniendo esa última mirada suya...

miércoles, 8 de abril de 2015

Inventando el carnet para milonguear

Vas a una milonga en la que el ambiente es agradable; la iluminacíon, acertada; el suelo de madera, ideal para bailar; los abrazos, de los que invitan a fundirse en ellos; la música, de las que enamoran... pero luego en tu primera tanda alguien te mete una patada digna de penalti, solo que en esa milonga, ni hay árbitro, ni hay tarjetas rojas, ni expulsiones de ningún tipo. Lo único que hay es un tobillo hinchado, mucho enfado y ganas de dar una patada en el trasero al causante de tal alboroto.

Parece que en algunas milongas, a pesar de que los códigos son unas normas sociales para que todo el mundo esté a gusto milongueando, no todo el mundo las conoce y/o respeta. A veces hay gente que sí pero que se cree con derecho a hacer lo que le de la gana a pesar de las consecuencias sobre los demás: es una actitud bastante egoísta y poco cívica.

¡Me pregunto cuando inventarán el carnet de milonguero...! La idea es ridícula en sí misma, pero siendo sinceros, ¿acaso no sería práctico para el buen funcionamiento de la milonga?

Es triste que haya que hacer chiste con esto, pero en realidad, hay una razón por la que existen leyes y normas: el sentido común es algo muy subjetivo, y todo el mundo no ha sido educado con los mismos valores. La falta de respeto a veces es producida por el egoísmo de las personas y les puede cegar en sus valoraciones de lo que debería ser correcto y respetuoso y de lo que no.

Y volviendo a divagar y al carnet de milonguero/a, a ver si os imaginais por ejemplo un examen teórico sobre los códigos milongueros, incluyendo invitaciones, aseo e higiene personal, circulación en pista, y sanciones. Entre estás últimas no estaría nada mal si por ejemplo por una patada, quitaran 3 puntos; por un empujón, 2 puntos; por circular en otro sentido, 5 puntos; por invitar sin cabeceo, 2 puntos; por meterse en la pista ceder el paso a los que están en ella, 3 puntos; por hablar en la pista, 2 puntos; por hablar fuera de ella muy alto, 4 puntos; por hacer boleos altos o figuritas del estilo en una pista muy llena, 5 puntos.. y así con unas cuantas acciones más. También estaría bien un examen práctico y cómo no, un poli milonguero para quitar los puntos, y expulsar de la milonga a los milongueros/as que los pierdan... ¡eso sí, con unas cuantas milongas de sanción!¡como en el fútbol!

sábado, 4 de abril de 2015

Mi segunda clase de kizomba

Mi segunda clase de kizomba, en la que sorprendentemente también había más chicos que chicas, comenzó de nuevo con precalentamiento, practicando los pasos del último día. Conseguí que me salieran bastante bien, así que una vez que el ritmo de la kizomba me dejó de sonar a chino, empecé a divertirme. Eso sí, para ello tuve que intentar no ser tan perfeccionista como de costumbre y dejar la técnica a un lado.

Ese día tuve una grata sorpresa: apareció un chico que ya conocía. ¡Era un milonguero! Aquello ya implicaba que tenía asegurada al menos una pareja de baile que hablara en el mismo idioma que yo en cuanto a la conexión. Y como suelen decir, el tiempo me dió la razón ya que sólo con él y con tres chicos más, de los diez o doce que había, conseguí conectar durante la clase y los ejercicios. A pesar de eso, fue muy interesante practicar con todos y también darme cuenta de que el más torpe y que menos sabe, que no escucha la música, es casualmente el que empuja para que te muevas, el que critica y echa la culpa a los demás, y encima el que se molesta cuando la figura no sale. ¡Vaya... como en el tango! Me parto de risa: resulta que es universal.

Tras la clase, el profe nos dejó un tiempo para practicar, así que me quedé con el milonguero que conocía perfeccionando los pasos básicos de la kizomba. Pero a falta de recursos, y como es natural, la influencia del tango afloró en algún momento y estuvimos experimentando, acoplando giros y caminadas básicas del tango a la música de la kizomba. El resultado fue de lo más divertido.

Creo que merece la pena seguir en estas clases, que aunque se que a nivel técnico mucho no voy a aprender, el ambiente es agradable y he recuperado ese pequeño aliciente de ir a una clase solo con el fin de divertirme en lugar de aprender técnica para mejorar mi baile.

Supongo que si más adelante quiero tomarme la kizomba en serio, tendré que plantearme el buscar un profesor que enseñe técnica corporal y así mejorar más rápidamente, no quedarme mirando cuando voy a una fiesta, y optar poco a poco a bailarines que realmente saben lo que hacen. Pero más me vale aprender, porque no soy de las que se ponen cinturones anchos como falda para recibir invitaciones a montones... bueno, aunque si os soy sincera, tampoco es que me interesen precisamente ese tipo de invitaciones: soy bastante más selectiva que eso.