miércoles, 31 de julio de 2013

Jugando al escondite

En charlas con milongueros, mientras una está sentada en la mesa tomando algo y esperando a que suene una de esas tandas que aceleran el corazón, se escuchan muchas opiniones y observaciones de lo más interesantes.

Ese día se hablaba de la invitación a bailar. Entre nosotras intercambiamos experiencias sobre los bailarines con los que habíamos bailado y si los recomendábamos o no. Ellos también hablaban, pero esa vez estaban relajados, convencidos de que estaban en una conversación privada, y en un brote de sinceridad uno confesó que se estaba escondiendo de algunas bailarinas. No pude evitarlo: llamó mi atención.

Este milonguero en cuestión es un bailarín con un abrazo de los que te pierdes en él, de musicalidad excelente. Tímido, quizás demasiado bueno, demasiado cortés. No lo imagino rechazando a una mujer cuando ella le invita, simplemente por no hacerle sentir mal a ella. Por eso se esconde. Fue una sorpresa descubrir que ellos también se esconden, y si lo hacen significa que muchas otras veces les localizan y terminan bailando tandas por compromiso. Pobres, aunque no son muchos, a estos chicos las mujeres los persiguen.

Lo que me da pena de esta historia es que aunque rechazar una invitación no es plato de buen gusto para nadie, este chico tendrá que aprender a hacerlo tarde o temprano porque todos sabemos que hay tanto hombres como mujeres que no quieren ver: les da lo mismo tener delante a una persona intentando esconderse debajo de la mesa... no quieren captar el mensaje.

lunes, 29 de julio de 2013

Los botoncitos del palabra de honor

Era sábado y después de comer con dos amigas, me fui a la habitación del hotel a descansar un rato, esperar a que llegara mi compañera de habitación y hacer los arreglos necesarios a mi vestido para poder ponérmelo esa noche. Era el vestido palabra de honor que me había declarado la guerra unos fines de semana antes.

Según llegué a la habitación mandé un whatsapp a mi compañera de habitación para decirle el número de la habitación y cómo localizarme si no me encontraba allí cuando ella apareciera con su maleta. Casi en el momento recibí su contestación: esa noche iba a dormir sola porque ella no iba a venir. Luego sonreí sacando la parte positiva del asunto y decidí llenar la bañera hasta arriba, poner unos tangos en mi lista de reproducción del móvil y relajarme. Y lo hice tanto que casi me quedo dormida. Aún así me dio tiempo a hacer el arreglo al vestido, que consistía en unos botones pequeños interiores que al coser una parte al sujetador y otra al vestido, permitían mantener el vestido en su sitio en lugar de que este se deslizara hacia los pies.

 La milonga tenía un ambiente muy agradable, pero solo tenía un pequeño fallo: el suelo estaba imposible. Por esa razón no bailé apenas, ya que me escondí un poco para no ser invitada, ya que para bailar incómoda, es mejor disfrutar de la música sentada y disfrutar de la compañía de amigos. Aún así, en esas pocas tandas que bailé, mi vestido resistió las tormentas... a ratos. Los clips de la espalda se soltaban y me hicieron pasar momentos un tanto incómodos. Me daba pereza subir a la habitación así que como sabía que no iba a bailar mucho, aguanté.

En una ocasión bailaba con un amigo cuando se soltaron los botoncitos de la espalda y él se ofreció a atármelos entre tango y tango, ya que eran los que yo no alcanzaba. Tiene manos grandes, los botoncitos eran diminutos: no había forma de que atinara y para colmo, me hacía cosquillas. Empecé a medio contorsionarme intentando evitar las cosquillas y conteniendo la risa mientras él me pedía que me estuviera quieta. La gente nos miraba con impaciencia, intentando esquivarnos una vez que comenzó a sonar la música, y yo continuaba ahí en medio, sin poder moverme porque todavía tenía unos dedos realizando una misión imposible sobre mi espalda, mientras la gente aparecía bailando por ambos lados... ¡qué vergüenza! Afortunadamente pudimos retirarnos a un costado y al momento vino una amiga a terminar la faena con los botoncitos de mi vestido. Pero ya no continuamos bailando porque mi amigo se medio enfadó: algo así como lo que hacen muchos hombres cuando se han perdido conduciendo y no quieren admitirlo, y de repente paras en un semáforo y pides direcciones cuando según ellos no hacía falta...

sábado, 27 de julio de 2013

Ping... pong

Tengo amigos de poca estatura, con los que bailo a gusto. Por esa razón, cuando recibí la invitación de aquel hombre no dudé ni un instante en aceptarla, tras verle bailar, comprobar que no era un bruto, y ver que seguía la música más o menos bien. Lo que no tardé en aceptar la invitación, tampoco tardé en arrepentirme de haberla aceptado, al menos al principio.

Según se acercaba me di cuenta de que de lejos me había parecido algo más alto, pero cuando estaba junto a mí resulto de lo más obvio que me había equivocado: yo le sacaba casi una cabeza, y que conste que yo no soy un rascacielos, sino más bien de la media. Me ofreció el abrazo y aunque por costumbre prefiero el abrazo cerrado, intenté poner algo más de distancia. Resultó muy difícil porque sus brazos eran cortos. Así como he de reconocer que bailar con un chico alto produce incomodidad a veces porque sientes que bailas con una pared, bailar con uno demasiado bajo más aún porque parece que bailas casi sola... de no ser por un pequeño detalle que hace algo más incómoda la situación. 

Ese detalle es que su cara quedaba justamente a la altura de mis pechos, por lo que bailé la tanda entera con la sensación de que iba a suceder algún accidente de un momento a otro, como por ejemplo chocar contra ellos en cualquier momento si perdía un milímetro de mi eje o él perdía el suyo. Ya me imaginaba el partido de ping pong y así, una no se concentra. Fue algo incómodo. También sentí que me faltaba la referencia de un torso para bailar. Sin embargo, creo que eso mismo fue precisamente lo más instructivo para mí porque me obligó a bailar casi todo el tiempo en el abrazo abierto al que podíamos optar, algo que normalmente no elijo pero que debería hacer de vez en cuando, para ir ganando poco a poco más control sobre mi eje. 

He de confesar que eso de la altura es un tema delicado, pero hay parejas que bailan estupendamente bien a pesar de la diferencia de estatura, con lo cual, supongo que se trata de saber encontrar ese punto intermedio, como en muchos otras ocasiones en la vida.

jueves, 25 de julio de 2013

El porqué de las chaquetas

Bailaba, mientras sentía cómo los rayos del sol templaban mi piel. El calor invadía aquel salón con amplia cristalera y vistas al mar que dejaba disfrutar de un atardecer precioso. Todo un lujo.

Después del primer tango ya sentí que mi temperatura corporal subía y no solo por el efecto del baile, sino porque en aquel salón cada vez hacía más calor. A veces me paso de espontánea, y en ese momento, en que yo lucía un vestido de tirantes y aún así me sentía como un pollo dando vueltas en un horno, exclamé que no entendía cómo había hombres capaces de bailar con camisa de manga larga y chaqueta encima de ella. No lo decía porque no supiera la razón, sino más bien porque a pesar de saberla, no me imaginaba a mí misma vestida así sin desfallecer por el calor.

Creo recordar una sonrisa en su cara y me dio la explicación que creyó que yo esperaba: que los hombre se ponen camisa y chaqueta encima (y puntualizó que muchos de ellos lo hacen solo para bailar), para no desagradar a la mujer sometiéndola a la incomodidad de poner la mano sobre la camisa transpirada. Sonreí y le di las gracias por la explicación, ya que confirmaba lo que en parte ya sabía. Pero aprendí que hay hombres que se la ponen solo mientras bailan, y que luego se la quitan: ¡y yo que pensaba que lo hacían para parecer más elegantes!¡Qué caballeros! Las mujeres hacemos todo lo contrario: al estar sentadas más tiempo nos cubrimos para no pasar frío y luego nos destapamos para bailar. Eso sí: a ellos les encanta.
 
Puede que en otros países se estile más esa costumbre de ponerse la chaqueta para bailar, por etiqueta quizás, pero en el mío no tanto, y es o bien porque creen que eso de la caballerosidad es cosa de otra época, o bien porque nosotras hacemos lo mismo, o bien porque lo más práctico es no ponérsela para tener así más libertad de movimiento. Están guapos con chaqueta, pero yo los prefiero sin ella porque a parte del episodio de los faros de mi vestido, me gusta sentir su espalda, acceder al musculito listo. Además, no se porqué extraña razón, hay una parte consciente de mi pensamiento que aunque rechazo está ahí presente: asocio la chaqueta a los hombres que aprietan, que no disocian, que lo bailan todo igual... ¿porqué será? ¡esto es de médico!

martes, 23 de julio de 2013

Un par de chistes cortos de gallegos...

Gallego por Londres

Va un gallego conduciendo por Londres y pone la radio justo a tiempo para oir un comunicado de urgencia:
“Atención, se ruega precaución a todos los conductores de la ciudad de Londres, al parecer hay un idiota conduciendo en sentido contrario”
El gallego mira a su alrededor y dice: "¿uno?…¡hay miles!"

La guía telefónica

- Oye manolo, ¿Qué haces?
- Pues, estoy leyendo una novela.
- Hombre, eso no es una novela. Es una guía telefónica.
- ¡Coño! Ya me parecia que eran muchos los personajes.

domingo, 21 de julio de 2013

Una puerta al Támesis

Todos sabemos que el problema no es el tabaco, sino la gente maleducada. La mezcla explosiva viene cuando a la gente maleducada le das un cigarrillo, pero paradójicamente lo único que explota es la indignación por parte de los que no fumamos y nos molesta el tabaco. 

No era la primera vez que en una milonga iba al baño y me encontraba restos de tabaco o gente fumando en él. De hecho, recuerdo una milonga en un encuentro en una ciudad de la costa mediterránea donde encontré a una mujer fumando. Tras señalarle que estaba prohibido fumar allí y hacerle saber que además era molesto, le pedí que se fuera a otro sitio a fumar. ¿Y sabéis lo que hizo? ¡Se metió en uno de los baños, dejó la puerta medio abierta y siguió fumando!


Pero la milonga que me ha inspirado para escribir esta entrada al blog tenía lugar durante un encuentro tanguero de aficionados de varias asociaciones de tango en Francia y España. La milonga era en un sótano de un hotel, con lo cual, para los fumadores, una auténtica pesadilla, porque tenían que coger un ascensor, subir a la primera planta, atravesar un pasillo y salir a la calle para fumar. Y también era una pesadilla para el resto, ya que entre esas fumadoras, había unas cuantas para las que las palabras educación y respeto no estaban en su diccionario.

Tras unas copas y unas tandas, la necesidad de ir al baño surgió. Aproveché una tanda que no me gustaba nada y fui al baño, y no se porqué, parecía que era la única a la que no le gustaba la tanda ya que el baño estaba desierto... o eso creo. Abrí la puerta y vi una nube blanca: aquello parecía Londres en una mañana de invierno. Así que mi conclusión es que no era un caso o dos aislados sino el de unas cuantas tipejas maleducadas, egoístas y podría seguir con unos diez adjetivos más del pelo. Por motivos de salud no puede entrar y me colé en el baño de los hombres. Allí no había tabaco, pero sí un hombre que puso cara de asombro, y cuando estaba a punto de indicarme que me había equivocado de baño, le dije que la otra puerta daba al otro lado del Támesis. Me miró extrañado y curioso él salió del baño de los chicos, abrió la puerta del baño de las chicas y riendo dijo: "entra, hago yo guardia en el baño de los hombres para que puedas entrar...". Al salir expresó su asombro porque el baño de las mujeres estaba cargado de humo y el de los hombres no. Y he de confesar que no es la primera vez que me ocurrían episodios parecidos. Saquen sus conclusiones sobre la educación de ciertas milongueras españolas y francesas, y creo que por alguna razón, me las encuentro prácticamente en todas las milongas. ¡Que las pillen confesadas el día que la paciencia me abandone, me quite el tacón y les saque un ojo con él!

viernes, 19 de julio de 2013

El pequeño saltamontes

En mi tierra hay un milonguero veterano de los que se hacen querer, con la vitalidad de un niño y único, tanto, que es es conocido por todos. 

Conozco pocas personas que disfruten al bailar más que él, sin embargo tiene una peculiaridad: le desbordan las ganas por enseñar a las principiantes, y me refiero literalmente a enseñar, porque es de los maestrillos de la milonga. Con las que ya no son tan principiantes estila un tipo de baile curioso y llamativo, a veces es un intento muy milonguero con abrazo agradable, otras un estilo propio más bien de un pequeño saltamontes. Se divierte como nadie y hace que tú también te diviertas con él al bailar. Y como él mismo dice: "lo bailo todo, todo me gusta, porque no paro a escuchar la música", es decir, no se bien lo que hace, pero no escucha la letra ni la música, así que todo le parece bien... ¡madre mía!

Sin embargo tiene un corazón como un sol. Se preocupa de las mujeres a las que nadie saca a bailar y él les brinda tandas. Tiene su público y hay mujeres que además lo buscan para bailar, con lo cual está claro que su entusiasmo lo transmite bien, y sabe cómo hacer pasar un buen rato a una mujer. 

Me acuerdo cuando apenas había ido a unas pocas clases y empezaba a asistir a mis primeras milongas: cuando casi nadie quería bailar conmigo, allí estaba él invitándome a bailar, brindándome una o dos tandas por milonga, a veces incluso más, y de he reconocer que por ello siempre estaré agradecida. Es de los pocos milongueros a los que siempre acepto la invitación con una sonrisa, ya consciente de que por una razón o por otra, voy a pasármelo bien, con alguien a quien aprecio de corazón.

miércoles, 17 de julio de 2013

Videocáma con patas

Iba en coche con un amigo y hablábamos de las cosas divertidas o raras que ocurren en la milonga. Ese día tocaban las raras. Y descubrí que no solo a las mujeres nos ocurren anécdotas curiosas en la milonga.Quizás en un futuro debería tener más conversaciones con mis amigos milongueros, para incitarles a que desnuden su alma... y hagan de inspiración a esta milonguera.

Mi amigo había ido a una milonga local en otra ciudad, en la cual escaseaban los hombres, y la mayoría de los pocos que había eran bastante principiantes. No había mucho nivel de baile, así que a mi amigo, que se defiende bastante bien, se lo rifaron todas las minas que allí había.

Hubo un momento en el que le invitó a bailar una mujer que no conocía, y él, que parece que nunca rechaza una invitación de una mujer, se acercó con ella a la pista. Pero no fueron solos. Una amiga de la mujer estaba con ellos, con cámara de vídeo en mano, esperando a que empezaran a bailar parar grabar el acontecimiento. No creo que pidieran permiso a mi amigo (él al menos no lo mencionó cuando me contó la historia). 

Empezó el primer tango de la tanda y la videocámara con pies, en lugar de quedarse en un punto y grabar, se dedicó a seguirles por toda la pista. Mi amigo estaba incómodo pero intentó concentrarse en el tango que sonaba. Al terminar el primer tango, y sabiendo lo diplomático y caballero que es, le insinuó a la mujer que ella estaba más pendiente de la cámara que del baile. Y continuó con el segundo tema, el cual transcurrió de idéntica forma al primero. De nuevo, al terminar el segundo tango, él volvió a llamarle la atención a la señora, pero con el mismo resultado. Aún así, terminó la tanda y seguro que hasta le dio las gracias con una sonrisa.

 No sabía si titular a esta entrada "videocámar con patas" o "el colmo de ser caballero" porque sinceramente, os confieso que la milonguera que escribe no tiene ni la décima paciencia que tiene su amigo, ¡y hubiera sentado al personaje en cuestión en el segundo compás! 

lunes, 15 de julio de 2013

Sacando las uñas por una amiga

  Eran las 3 de la mañana y me estaba cambiando los zapatos para irme a casa. Todos los que nos habíamos quedado hasta el final estabamos haciendo lo mismo, mientras nos despedíamos y comentábamos si nos había gustado la música del DJ y contando las anécdotas de la noche. 

 A mi lado había un grupo de hombres soltándose los cordones de los zapatos. Oí cómo uno de ellos, que vestía una camisa de rayas, decía medio enfadado que las mujeres solo querían bailar con los que bailan bien. La conversación siguió, y además de reconocer que era bastante principiante, mencionó a una de mis amigas entre las mujeres a las llamó de todo menos guapas, y a las que criticó con muchas ganas. Casualmente esta amiga mía baila como un ángel y obviamente dejó de ser principiante hace años. 

¿Sería justa si dijera que los hombres también quieren bailar solo con las mujeres que bailan bien? Y podría ser más bruja aún y decir que de ese grupo, si pueden, eligen a las más sugerentes, guapas o las que más les atraen físicamente. Bruja, pero diciendo verdades.

 Aclaremos una cosa: no es cuestión de sexo. Si una bailarina ya sabe bailar, es lógico que busque bailarines que bailen más o menos como ella, puesto que disfrutará más con ellos. Y teniendo en cuenta que una mujer baila con tacones, seleccionará muy bien las tandas que sus pies pueden aguantar durante la noche. El hecho de que alguien de mucho más nivel que ella la saque a bailar, será algo así como un regalo. Ese bailarín que la invite principalemnte lo hará por error, por amistad o por interés sexual. Lo que no es normal es que un hombre que no sabe bailar invite siempre a bailarinas que sí saben y a las que ni conoce, y encima espere que ellas acepten. Alguna aceptará por solidaridad porque todas han aprendido alguna vez y comprenden, pero si las invita, lo normal es que ellas le rechacen o le acepten por commpromiso o por evitar una situación incómoda, en cuyo caso ellas se pasarán la tanda deseando que ésta acabe.

 Así que este mensaje va para el señor malhumorado de la camisa de rayas y otros como él: si quieres bailar con bailarinas que bailen mejor que tú, invierte tiempo y dinero en clases, báncate milongas sentado observando o bailando tandas con chicas que tengan tanta experiencia como tú, hasta que aprendas, y sobre todo, se menos egoísta y más considerado. Hay un periodo de adaptación y recocimiento, y para una chica cuesta tiempo y esfuerzo el ganarse una invitación. Lo lógico es que tú pases exactamente por lo mismo y no quieras pretender bailar con mujeres más experimentadas y encima enfadarte porque ellas te rechazan. Una bailarina experimentada bailará igualmente con principiantes solo si estos son amigos, comete un error, o el chico en cuestión le atrae físicamente. Y algo está claro aquí: mi amiga no es amiga tuya; no cometió un error, porque ya te habría visto bailar; y lo siento, pero obviemante no eres George Cloney. ¿Capito?

sábado, 13 de julio de 2013

La cuarta y última sorpresa

Tras bailar con ella, en la milonga de las sorpresas, la noche cerró con una cuarta y última sorpresa.

El día anterior a esa milonga saludé a un chico que estaba con una amiga y le dije mi nombre a modo de presentación. Él respondió que ya nos conocíamos de otra milonga. Me quedé sorprendida porque aunque reconozco que soy despistada por naturaleza y que me cuesta mucho quedarme con las caras, tuve la sensación de no haberlo visto en mi vida. Fue más tarde, cuando charlábamos en una cena, cuando de repente el recuerdo volvió a mí gracias a un comentario suyo. Suelo recordar más a las personas por sus gestos, conversaciones, abrazos o detalles, mucho antes que por su cara o nombre. 

Precedente. Unos meses antes fui a un encuentro de tango en una ciudad francesa,  y allí me habían presentado a un chico al que le gustaba sacar fotos. Tras charlar un rato con él, percibí por su actitud algo de mujeriego en él, muy seguro de sí mismo. Se que me sorprendió porque no es un chico al que yo hubiera mirado dos veces, por lo que concluí que esa seguridad que proyectaba sería por su forma de bailar. Me acuerdo de que después de un rato de charla me fui a saludar a una chica que conocía –quizás la única persona que conocía en aquella milonga-, no sin antes sugerirle mientras me despedía que bailáramos una tandita más adelante en la noche. Es una de esas cosas que dices por decir, porque invitar precisamente a un chico no es mi costumbre. Después, tanto él como la tanda quedaron en el olvido.

En esa mencionada cena previa a la milonga, el comentario que hizo fue yo le había pedido bailar, pero que luego fue él quien no bailó conmigo. Mensaje claro como el agua: me esquivó porque no bailaba bien, y tampoco le atraía como mujer, porque de ser así, me hubiera invitado a bailar de todas formas. Todo bien, a esta milonguera principiante le hizo incluso gracia esa forma de hacerse el interesante. 

El caso es que durante la cena me prestó la atención no recibida meses antes, con bromas y vino de por medio, o quizás fue al escote de mi camisa blanca. Así que en la milonga del día siguiente la sorpresa no fue su invitación, sino por lo que vino después.

Él bailaba bastante bien, buen abrazo y musicalidad, pero también un defecto: puntualizar lo que no le gustaba de mi forma de bailar. Y seguramente la intención fue buena, pero no me gustó: me dijo que tenía que controlar mi energía y que tenía que ser más femenina en mis movimientos... ¿más femenina en mis movimientos? No decía lo mismo la noche anterior cuando se le iban los ojos a mi escote…¡lo hubiera estrangulado ahí mismo!

jueves, 11 de julio de 2013

Malena no es nombre de tango

Hay una milonga que nunca me pierdo: me encanta, no solo por el ambiente sino porque nada más entrar me encuentro entre amigos. Bailo de vez en cuando y me lo paso tan bien que bromeo continuamente y me siento como en casa.

Ese día la milonga estaba tranquila y decidimos hacer una pequeña sesión de fotos en la cual, tras posar para una foto con una amiga milonguera, decidí ejercer yo de reportera para las siguientes fotos. Tomé la primera, en la cual las milongueras protagonistas salían terribles, y tras enseñársela a ellas y espantarse por lo que veían, decidimos que lo mejor era repetir fogonazo. Otra amiga milonguera, alias doña sincera, tras ver las fotos y ver que en la primera yo había salido decente, me pidió medio en broma que les diera a las otras dos consejos de cómo posar, confirmando así que estaban horribles. Sin pensármelo dos veces, siguiendo el juego, les comenté que lo primero que tenían que hacer era colocar bien a "Susy" y a "Caty"... y el cachondeo se sirvió en bandeja de plata. Tardaron un buen rato en dejar de reír y serenarse lo suficiente como para poder posar en condiciones e intentar una segunda foto. Con una postura de señoritas estiradas y conteniendo la risa, esta vez quedó divina, o al menos así fue según doña sincera, que exclamó al verla: "¡cómo habéis mejorado con los consejos de la reportera!". Obviamente, sin parar de reírse.

Unos días después, tomando café con una de las protagonistas, ésta bromeó con su "Toña" y "Malena", nombre que les había puesto en honor al comienzo de la letra de una sevillana, mientras me decía que mis gemelas tenían nombres demasiado giris. No pude parar de reírme, y en ese momento, en el que tragaba un sorbo de café, casi produzco un desastre en medio del restaurante.

Al llegar a casa decidí escribir a "Toña" y a "Malena" para que me recordaran exactamente la conversación en la que les presenté a "Susy" y a "Caty" durante esa sesión de fotos. La había olvidado, quizás porque en su momento hice el comentario de broma y espontáneamente y no le di más importancia, pero si la broma continuó días después, es porque creo que merecía una entrada en el blog. Solo espero que os haya robado también a vosotros una sonrisa.

martes, 9 de julio de 2013

Palabra de honor

Ese fin de semana estaba de estreno. Estaba muy orgullosa de mi compra porque por menos de 12 euros había conseguido un precioso trozo de tela capaz de transformarse en falda, vestido palabra de honor, y vestido playero: en definitiva, una joyita.

Pero la joyita decidió desafiarme en la primera milonga en la que me la puse. Elegí la modalidad de vestido palabra de honor, que ajusté a mi cuerpo rodeando una tira a modo de lazo por debajo del pecho y esperando que el sujetador que me había puesto hiciera la magia suficiente para mantener el escote del vestido en su sitio. He de confesaros que la tela del vestido tenía mucha caída y era fina. 

 Llegué a la milonga encantada con mi vestido nuevo pero no pude lucirlo hasta que me invitaron a bailar la primera tanda, que es cuando me quité la chaqueta para bailar más cómoda. Tal era el frío que hacía en el local. Esa primera tanda la bailé con un chico con el que habitualmente bailo a gusto, pero ese día no fue así. Parecía como se hubiera vuelto más rígido o torpe, o quizás solo fue porque ambos  estábamos fríos, el ambiente no acompañaba, y la tanda tampoco. No disfruté de la tanda, pero la principal causa fue que en cada giro, en el abrazo cerrado en el que bailábamos, la fina tela de  mi "vestidito de diseño" se deslizaba hacia abajo cada vez más y más, declarándome oficialmente al guerra cuando tras subirlo discretamente y colocarlo de nuevo en su sitio, al instante siguiente volvía a desplazarse. No quise mirar al chico con el que bailaba para no hacerle pasar vergüenza, porque es evidente que veía más de lo que yo quería mostrar. Y ahora que lo pienso quizás por eso parecía estar tan torpe al bailar. Al final encontré la forma de enganchar el vestido al sujetador de forma discreta, pero el apaño no duró mucho, aunque sí lo justo para terminar la tanda.

Afortunadamente esa milonga estaba triste, sin gente apenas, hacía frío, y la mayoría de los bailarines en la pista no me atraían demasiado. No bailé ni una sola tanda más y me quedé sentada, charlando con mis amigos y sacando fotos de vez en cuando. Y obviamente pensando en soluciones para mi vestido: he decidido ponerle botones de clip o enganches, unos cosidos al sujetador y otros al vestido, así quedan como si fueran una solo pieza y no hay peligro de que el vestido vaya por libre. Ya os contaré el día que me ponga el modelito por segunda vez, eso sí, iré con otro vestido de repuesto por si acaso. ¡Debería tener la lección aprendida!

domingo, 7 de julio de 2013

Comme Il Fault

Fue en Buenos Aires donde por primera vez entré a una tienda a comprar sandalias de tango. Me acuerdo que me habían recomendado el local, y que empleé toda una tarde en localizarlo y en elegir esos pequeños amigos, que mal elegidos, pueden ser los perfectos enemigos.

La tienda estaba ubicada no a pie de calle, sino en un local en un primer o segundo piso, como si de una vivienda se tratara. Entrabas a una salita con sofás, llena de gente probándose zapatos, y amontonando sus elecciones como si de comprar caramelos se tratara. Me sorprendió que compraran tantos, porque precisamente económicos no eran. Eran bonitos, preciosos, espectaculares. Era Comme Il Fault.

Por un momento me sentí como la especialista en finales felices de Pretty Woman, quizás porque nunca había estado en una tienda en la que te sientas en un sofá cómodamente y te sirven café mientras te pruebas zapatos (lo del café creo que fue en otra tienda… pero es igual). Quedó un hueco libre y me senté esperando a que me atendieran. Al principio fue una odisea el tema del número, puesto que en Europa es diferente, pero una vez aclarado el misterio, tocó describir el tipo de zapatos que quería. Novata yo, lo tenía claro: mucho tacón, sandalias para que se vieran bien los pies (sobre todo una vez que me hiciera la pedicura) y obviamente vistosos. Por entonces la palabra “cómodos” no estaba entre los posibles adjetivos de lo que buscaba en unos zapatos de baile. A medida que me iban mostrando pares, empecé con el síndrome de quererlo comprar todos pero al final, me contuve y salí de la tienda con dos pares para mí y otro par para una amiga.

Me acuerdo que regresaron a casa conmigo en el equipaje de mano, por miedo a que se perdiera la maleta: iba feliz con mis zapatos nuevos. Aún hoy en día los conservo a pesar de haberles cambiado las suelas más de una vez: y me acompañan de milonga en milonga. Los siguientes pares que compré con el tiempo fueron con un poquito más de sentido común: no tenían tanto tacón, recogían algo mejor el pie, tenían almohadilla para amortiguar la pisada, y eran de colores prácticos, como negros o plateados, colores que combinan con cualquier vestido.

viernes, 5 de julio de 2013

Cualquier lugar es una milonga

 Normalmente cuando voy a una ciudad nueva a milonguear, busco en Internet información sobre milongas locales o pregunto a mis amigos de Facebook. Sin embargo, una vez me fui con una amiga de fin de semana a milonguer, y no lo hice. Decidimos ir el último día a una milonga local diurna, así que preguntamos a milongueros locales. Mencionaron dos milongas: una de ellas tenía lugar justo después de comer; la otra, a media tarde. Nos decantamos por la primera, por la hora a la que empezaba, ya que estábamos a varias horas en coche de casa y no queríamos llegar muy tarde. 

 Decidimos localizar primero la calle donde iba a tener lugar la milonga, y después ir a comer tranquilamente por la zona. Fue toda una aventura y nos costó bastante tiempo, porque estaba en una callejuela que, como otro montón de calles más, salía de una plaza irregular llena de terrazas, tiendas y un mercado de la pulga bastante cutre. Después de comer tuvimos que recorrer varias veces la calle para dar con la milonga: nos ayudaron un grupo de individuos algo borrachos y extraños, pero amables. 

 La milonga era en un bar pequeño, con buen suelo de madera. Como llegamos temprano, pedimos un café. El café estaba bastante flojo, acorde con el ambiente del lugar, y no mejoró apenas con el transcurso del tiempo. El grupo consistía en algo menos de diez personas, de los cuales había algún principiante (muy principiante) y el resto eran viejos amigos de las milongas, pero de los que no motivan a una ni a ponerse los zapatos de baile. Para colmo, la musicalización corría a cargo de un tipo que salía y entraba a la barra corriendo cada vez que el USB con tangos daba algún problema. El concepto de tanda no estaba muy bien definido.

 Mi amiga lo intentó, pero no se le dio muy bien disimular. Así que a pesar de la risa que me daba verla poner caras de terror y suplicándome con la mirada que nos fuéramos de allí, conseguí terminar mi café. Me dio tiempo a sentir pena varias veces por las chicas que estaban en la pista, y a ver con mis incrédulos ojos cómo a alguna de ellas parecía que la iban a partir en dos. No creo que hubiera nadie bailando a ritmo, y si había alguien, era de pura casualidad. 

 Mi amiga decidió ir al baño antes de irnos, como corresponde antes de emprender un viaje largo en coche. Cerca del baño, que es donde estaban las mesitas y donde la gente se había cambiado los zapatos, un señor muy amable le indicó que se podía sentar allí para cambiarse si así lo quería. Mi amiga muy educada, y supongo que con una sonrisa, le dijo que no iba a cambiarse los zapatos, que solo iba al baño. Y así fue. Acto seguido nos fuimos.

 Solo me queda decir una cosa de aquella experiencia: hoy en día da lo mismo un salón de baile, un bar de mala muerte, o una baldosa en la calle...¡qué falta de respeto, qué atropello a la razón! ¡a cualquier lugar lo llaman milonga! ¡a cualquier pibe lo llaman milonguero!Pero no señores: una milonga es una milonga, ¡en el quinientos seis y en el dos mil trece también!

miércoles, 3 de julio de 2013

Ella

Después de sincronizar pensamientos, parecía que aquella milonga seguía dándome sorpresas. La tercera de la noche vino de la mano de una invitación peculiar, poco convencional, que no tardó mucho en dejarse caer. En realidad no lo fue tanto por la invitación en sí, ya que en realidad la esperaba en algún momento de la noche, sino más bien por lo que sentí al bailar, ya que aunque no lo esperaba tanto, la disfruté muchísimo.

Pero esta invitación tiene una historia que comenzó la noche anterior cuando nos conocimos a través de una amiga en común. Fuimos a cenar en grupo, bebimos vino, nos relajamos, bromeamos, bailamos y nos lo pasamos muy bien. Conecté muy bien con ella pero al día siguiente estaba un poquito incómoda, quizás también algo avergonzada por abrir la caja de Pamdora el día anterior y entregarme a lo que sentía en el momento, quizás dando pie a alguna interpretación equivocada. 

Cuando ella llegó a la milonga yo no estaba disponible para bailar, pero nos saludamos, se sentó cerca y charlamos. A pesar de que las sensaciones antes descritas estaban muy presentes en mí, intenté normalizar mi comportamiento pero he de confesar que estaba algo inquieta. 

Con esa mirada intensa y ese estilo tan suyo, tan segura de sí misma, su invitación llegó. He de decir que en el rol de hombre mantenía un abrazo firme y agradable, y no solo debido a su forma de interpretar la música sino también debido a su estilo, bailaba mucho mejor que la mayoría de los hombres que había en la pista. Hubo un momento en el que corté el silencio, que no por ella, sino por mí, me hacía sentir algo incómoda, y dije una de esas cosas algo desatinadas que salen de la boca cuando sobran las palabras. Entre tango y tango me oí decir algo así com que era divertido bailar con ella. No elegí bien el adjetivo porque no lo definiría por divertido precisamente, sino algo más intenso y sentido, más especial. Ella me miró y dijo en voz alta: "¿divertido?". No dijo más, fue más sabia que yo. Me quedé cortada sin saber qué decir y no salió nada de mi boca, ni siquiera una disculpa.

La tanda terminó. Ella se fue por un lado, yo por otro. No volvió a invitarme a bailar durante todo el fin de semana, aunque coincidimos en varias ocasiones. Me lo tenía merecido: no se puede rebajar con un adjetivo como "divertido" a algo que es puro sentimiento al bailarlo.

lunes, 1 de julio de 2013

El orgasmo musical

¿Alguna vez os habeis metido tanto en una canción, que la habeis sentido tan intensamente, que al terminar tenías el corazón aceleradísimo, en un estado de euforia tal, de puro placer? Es lo que yo llamo un orgasmo musical.

Una de las últimas veces que he disfrutado de uno, era un fin de semana en el que una amiga y yo iniciamos un viaje de fin de semana, donde entre muchos otros planes, estaba el de bailar. Nos esperaban unas horas de trayecto así que sacamos el USB y los CDs que teníamos y nos fuimos templando para el fin de semana de tango que nos esperaba. Uno de los CDs que pusimos fue Muñeca Mecánica, de la Roulotte Tango, que ella no conocía. En mi opinión, este grupo modesto tiene una frescura y una magia especial ,y gana aún más en el directo cuando se entrega como lo hace a su público.

La mezcla de la emocion por el viaje, el fin de semana de chicas que comenzaba, y las ganas de conocer una ciudad nueva de la que nos habían hablado maravillas, hizo que sufriéramos más de un orgasmo musical durante el viaje. Son fáciles de reconocer, puesto que después de bailar con todas las partes del cuerpo que son posibles estando sentadas en un coche, al acabar el tema era como si se nos hubiera olvidado respirar, instintívamente nos miramos, dejamos escapar un suspiro, y se nos puso una sonrisa de oreja a oreja, igual que la que se les pone a dos niñas de 15 años cuando el chico que les gusta las mira... ¡y menos mal que en ese momento a nosotras no nos miraba nadie!