Mi amigo había ido a una milonga local en otra ciudad, en la cual escaseaban los hombres, y la mayoría de los pocos que había eran bastante principiantes. No había mucho nivel de baile, así que a mi amigo, que se defiende bastante bien, se lo rifaron todas las minas que allí había.

Empezó el primer tango de la tanda y la videocámara con pies, en lugar de quedarse en un punto y grabar, se dedicó a seguirles por toda la pista. Mi amigo estaba incómodo pero intentó concentrarse en el tango que sonaba. Al terminar el primer tango, y sabiendo lo diplomático y caballero que es, le insinuó a la mujer que ella estaba más pendiente de la cámara que del baile. Y continuó con el segundo tema, el cual transcurrió de idéntica forma al primero. De nuevo, al terminar el segundo tango, él volvió a llamarle la atención a la señora, pero con el mismo resultado. Aún así, terminó la tanda y seguro que hasta le dio las gracias con una sonrisa.
No sabía si titular a esta entrada "videocámar con patas" o "el colmo de ser caballero" porque sinceramente, os confieso que la milonguera que escribe no tiene ni la décima paciencia que tiene su amigo, ¡y hubiera sentado al personaje en cuestión en el segundo compás!
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