domingo, 7 de julio de 2013

Comme Il Fault

Fue en Buenos Aires donde por primera vez entré a una tienda a comprar sandalias de tango. Me acuerdo que me habían recomendado el local, y que empleé toda una tarde en localizarlo y en elegir esos pequeños amigos, que mal elegidos, pueden ser los perfectos enemigos.

La tienda estaba ubicada no a pie de calle, sino en un local en un primer o segundo piso, como si de una vivienda se tratara. Entrabas a una salita con sofás, llena de gente probándose zapatos, y amontonando sus elecciones como si de comprar caramelos se tratara. Me sorprendió que compraran tantos, porque precisamente económicos no eran. Eran bonitos, preciosos, espectaculares. Era Comme Il Fault.

Por un momento me sentí como la especialista en finales felices de Pretty Woman, quizás porque nunca había estado en una tienda en la que te sientas en un sofá cómodamente y te sirven café mientras te pruebas zapatos (lo del café creo que fue en otra tienda… pero es igual). Quedó un hueco libre y me senté esperando a que me atendieran. Al principio fue una odisea el tema del número, puesto que en Europa es diferente, pero una vez aclarado el misterio, tocó describir el tipo de zapatos que quería. Novata yo, lo tenía claro: mucho tacón, sandalias para que se vieran bien los pies (sobre todo una vez que me hiciera la pedicura) y obviamente vistosos. Por entonces la palabra “cómodos” no estaba entre los posibles adjetivos de lo que buscaba en unos zapatos de baile. A medida que me iban mostrando pares, empecé con el síndrome de quererlo comprar todos pero al final, me contuve y salí de la tienda con dos pares para mí y otro par para una amiga.

Me acuerdo que regresaron a casa conmigo en el equipaje de mano, por miedo a que se perdiera la maleta: iba feliz con mis zapatos nuevos. Aún hoy en día los conservo a pesar de haberles cambiado las suelas más de una vez: y me acompañan de milonga en milonga. Los siguientes pares que compré con el tiempo fueron con un poquito más de sentido común: no tenían tanto tacón, recogían algo mejor el pie, tenían almohadilla para amortiguar la pisada, y eran de colores prácticos, como negros o plateados, colores que combinan con cualquier vestido.

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