sábado, 29 de junio de 2013

Los faros de mi vestido

 La milonga se celebraba en un sótano de hotel, con suelo de baldosa, donde había una barra y mesas solo a dos lados de la pista de baile. El lugar era frío, ya que a pesar de ser primavera, el aire acondicionado estaba al máximo para evitar la condensación y así que el suelo se convirtiera en algo pegajoso e insufrible para bailar.

 Cuando fue obvio para mí que nadie se había dejado la puerta del norte abierta, busqué un sitio donde sentarme sin congelarme. Lo malo es que no estuve sentada allí mucho tiempo, y cuando casi al final de la milonga lo hice, habían apagado el aire acondicionado, empezaba a hacer calor y la pista se estaba transformando ya en una pesadilla, no solo por estar pegajosa, sino porque alguien había derramado una cerveza, y el resto de la gente se había dedicado a pisar el charco y extenderlo por toda la pista.

 Decidí sacarme unas fotos con unos amigos antes de regresar a casa, y justo entonces anunciaron la última tanda. También justo entonces, recibí una invitación a bailar. Y dije que sí, porque era conocido y en circunstancias normales me gusta bailar con él, aunque a día de hoy creo que debí haber rechazado la invitación. Debe ser que tengo más debilidad por esas últimas tandas de lo que yo creía.

 Mi pareja de baile parecía que se había tirado a una piscina y acababa de salir de ella. No disfruté nada de la tanda, y obviamente no solo por el insufrible suelo. Intenté un abrazo abierto, pero milonguerito él, no me lo permitió y me acercó más a él de lo que me hubiera gustado para sentirme cómoda.  No me atreví a sentarle, no quería hacerle tal desplante, sobre todo porque él es de los que habitualmente va con varias camisas de repuesto, pero supongo que ese día no esperaba que cortaran el aire, ni tampoco terminar  transpirando de semejante manera.

 Cuando por fin acabó la tanda, me cambié los zapatos y reuní de nuevo a mis amigos para tomar una última foto más. Todos salimos sonriendo, y la foto es preciosa para el recuerdo, salvo en un pequeño detalle: en esos lugares tan femeninos -y solo en ellos-, aparecieron dos ronchones oscuros y generosos, que contrastaban traicioneros con el color lila claro de mi precioso vestido... ¡un vestido con faros!. ¡Qué desastre!¡Qué asquito!¡Qué regalito más desagradable me había dejado mi último bailarín!

jueves, 27 de junio de 2013

Sincronizando pensamientos

De nuevo en la milonga de las sorpresas, la noche continuaba depués de aquel sello en un abrazo. 

La segunda sorpresa de la noche no tardó en llegar. Aunque yo ese día yo estaba muy cansada y con muchas ganas de milonguear, a media milonga hubo un hombre, al que conocía de vista  pero al que no había visto bailar, que me invitó a bailar. Acepté sin saber, arriesgándome: podía salir rana, sapo, o experiencia religiosa... la suerte estaba echada. 

En el primer tango intenté adaptarme a él sin mucho éxito; en el segundo tango comprendí que por mucho que lo intentara no iba a poder seguirle porque no iba a ritmo ni de casualidad, y debido a su postura y movimientos bruscos, estaba tensa y con miedo de que me pudiera lastimar la espalda; en el tercer tango de los cuatro que duró la tanda y tras dejar de hacer esfuerzo por seguirle ni por intentar disfrutar algo que simplemente no iba a poder ser, ya estaba con muchísimas ganas de que terminara la tanda. Parece ser que por primera vez en mi vida conecté telepáticamente con el hombre en cuestión y me sugirió amablemente que descansáramos un poco. Espero que no se me notara la alegría que le entró a mi cuerpo en ese momento. ¡Y luego casi me entra la risa cuando fue consciente de que me habían sentado a media tanda! La segunda vez en mi vida que me pasaba algo así.  ¿Os he contado la primera? Fue hace mucho tiempo… en un palacio al lado del mar .

martes, 25 de junio de 2013

Llenando el tarrito de la vida

Hay una lección importante que una amiga dejó caer en su muro de Facebook, cuyo autor original no conozco, y que me encantaría compartir con vosotros:

Un profesor delante de su clase de filosofía, sin decir palabra, cogió un bote grande vacío de mayonesa y procedió a llenarlo de pelotas de golf. Después preguntó a los estudiantes si el bote estaba lleno. Los estudiantes estuvieron de acuerdo en decir que sí.

Así el profesor cogió una caja llena de canicas y la vació dentro del bote de mayonesa. Las canicas rellenaron los espacios vacíos entre las pelotas de golf. El profesor volvió a preguntar a los estudiantes si el bote estaba lleno y ellos volvieron a decir que sí.

Después el profesor cogió una caja de arena y la vació dentro del bote. La arena llenó todos los espacios vacíos y el profesor preguntó de nuevo si el bote estaba lleno. En esta ocasión los estudiantes respondieron con un sí unánime. El profesor rápidamente sacó dos cervezas de debajo de la mesa y vació su contenido en el bote y efectivamente llenó todos los espacios vacíos entre la arena. Los estudiantes rieron.

Cuando pararon las risas el profesor dijo: Quiero que se den cuenta de que este bote representa la vida. Las pelotas de golf son las cosas importantes como la familia, los hijos, la salud, los amigos, el amor, cosas que te apasionan, son cosas que aunque perdiéramos todo lo demás y nada más nos quedaran estas, nuestras vidas aún estarían llenas. Las canicas son las otras cosas que nos importan, como el trabajo, la casa, el coche,...la arena es todo lo demás, las pequeñas cosas.

Si ponemos la arena en el bote en primer lugar no habrá espacio para las pelotas de golf. Lo mismo ocurre con nuestra vida, si utilizamos todo nuestro tiempo y nuestra energía en las cosas pequeñas, nunca tendremos espacio para las cosas realmente importantes.

Presten atención a las cosas cruciales para su felicidad: jueguen con sus hijos, dense tiempo para ir al médico, salgan con su pareja a cenar, practiquen su afición favorita. Ocupen su tiempo en las cosas que realmente importan, establezcan sus prioridades, el resto es sólo arena.

Uno de los estudiantes levantó la mano y preguntó que representaba la cerveza. El profesor sonrió y dijo: "Me alegro de que hayas preguntado. La cerveza sólo muestra que no importa cuan ocupada tu vida pueda parecer, siempre hay lugar para un par de cervezas con un amigo."


 Esas pelotitas de golf son para mí la familia, los amigos, el amor, y el tango, que hay que mimar y cuidar, porque son las que hacen que la vida valga la pena. Cuando las cosas en la vida nos superan, hay que recordar el bote de mayonesa y también esas dos cervecitas, que podrían ser también dos albariños, para que la historia tenga así un toque más personal.

domingo, 23 de junio de 2013

Mientras se baila, no se habla

Hay un código de la milonga que dice que mientras se baila, no se habla. Los códigos normalmente tienen una razón de ser, que suele ser la educación y el respeto hacia los demás. Luego está el sentido común, que en este caso en particular dice que el silencio ayuda a concentrarse mejor en la música e ir a tiempo, sentirla más, disfrutarla más, o a estar lo suficientemente alerta como para no ser un peligro para los demás milongueros, provocando un accidente al chocar contra ellos y crear así mal ambiente.

Yo me pregunto, ¿por qué, si en este país ponen multa a los conductores que hablan sin manos libres mientras conducen, no hacen lo propio con los que hablan en la milonga? ¡Deberían hacerlo!

Algo me queda claro: no todos disfrutan de la milonga por igual. Y algunos no van a bailar, sino a algo muy diferente. Eso explica porqué hay parejas que hablan, no entre tango y tango dentro de la tanda, sino mientras bailan: las que están mirando a la gente de fuera de la pista todo el tiempo y se enteran perfectamente de quien entra y quien sale por la puerta de la milonga; las que coquetean y se dicen tonterías; las que parece que están en una clase o una práctica en lugar de una milonga (se identifican rápido porque normalmente es él, un tipo que aventaja a la mujer en experiencia de baile y de vida, que se siente importante haciendo de maestrillo); las que refunfuñan todo el tiempo y hablan solos en voz alta porque las demás parejas les chocan, cuando en realidad son ellos quienes esperan que todo el mundo se aparte a su paso; o las que van “cantando”, y no hablo de las que parecen ruiseñores precisamente, sino de las que suenan como un chirrido y a veces incluso se inventan la letra o algo peor.

Necesito concentración y soy perfeccionista, y obviamente en la mayoría de las situaciones no tengo el talento de  hacer dos cosas a la vez y encima hacerlas bien. Al bailar me pasa lo mismo y sin embargo, me han dicho por ahí, que alguna vez me han visto hablar mientras bailaba. He de confesar que no bailaba: ni siquiera escuchaba la música, tan sólo me movía siguiendo a mi compañero y hablaba de jardines botánicos. Es lo que pasa cuando estás en la pista con ciertas personas, o hablas de las flores, o parece que la tanda no acaba, porque desde luego, bailar no bailas. Ahora bien, alguna vez he sentido la necesidad de mandar callar a mi compañero de baile en un intento de ser diplomática, diciendo algo así como “disculpa, pero me temo que si hablo no puedo bailar: soy como los hombres, no puedo hacer dos cosas a la vez…”. Y funciona porque se ríen o sonríen y callan, en lugar de ofenderse.

viernes, 21 de junio de 2013

La milonga de las sorpresas

Aquella milonga de las sorpresas tenía lugar en un pueblo costero de Francia, tan escondido que ni el GPS lo encontraba y por ello muchos milongueros se perdieron y llegaron muy tarde a la milonga. Aún así, había gente suficiente para crear un ambiente de lo más agradable y el sitio y los anfitriones hacían el resto.

La primera sorpresa de la noche vino por una invitación no esperada. Hay un chico que en el pasado fue mi pareja de baile en unas clases grupales. Mi relación con él y como pareja de baile concluyó el día que fui a una de las clases totalmente destrozada emocionalmente, al recibir una triste noticia. Quizás no debí ir a la clase porque obviamente no estaba en condiciones, pero allí me planté para no dejar en la estacada a mi compañero de baile y para desconectar un poco. Antes de empezar la clase, sin dar demasiadas explicaciones, le dije a mi pareja de baile que no tenía un buen día, que no estaba bien. La clase comenzó y no estuve a la altura, él perdió la paciencia y tuvo algún comentario, que posiblemente debido a mi estado de ánimo, me sentó terriblemente mal. Soy una persona sensible y reactiva, y me cuesta enfriarme cuando me hacen daño, así que desde entonces lo puse en mi lista negra y no volví apenas ni a hablar con él ni tampoco a bailar: fue algo así como un desamor mutuo, porque a partir de entonces había tensión e incomodidad entre nosotros y no volvimos a bailar juntos, ni en clases, ni fuera de ellas. 

En esta milonga yo prestaba una ayudita a los organizadores y cuando él vino a solicitar un baño para asearse y poder bailar, yo le ofrecí un baño privado, ajeno al que se usaba en la milonga, para que pudiera estar a gusto. Parece que apreció el gesto y poco más tarde, cuando la milonga ya tomaba cuerpo, lo vi acercarse hacia donde yo estaba. En ningún momento pensé que venia a invitarme a mí, sino más bien a alguna de mis amigas, maravillosas milongueras con las que él suele bailar de vez en cuando. Seguramente se me notó la cara de sorpresa desde lejos, pero me alegró su gesto, su forma de buscar un acercamiento. El tiempo ha pasado y aunque el recuerdo de aquella última clase no es agradable, quizás él también tenía mal día, no captó que yo seguramente estaba peor que él y sucedió lo que sucedió. Aún así creo que muchos de los sinsabores o roces con la gente son parte de la naturaleza humana, imperfecta por defecto. Y creo que ambos dimos un gran paso, un pacto sellado con un abrazo.

miércoles, 19 de junio de 2013

Chiste: Juego de preguntas

Y aquí va otro de esos chistes que me han hecho reír lo suyo. Espero que os guste:

Un gallego está sentado junto a un vasco en la sala de espera de un aeropuerto esperando un vuelo largo. El vasco mira al gallego pensando en aprovecharse de él fácilmente, así que le pregunta al gallego si le gustaría jugar a un divertido juego. El gallego, cansado, solo quería dormir una siesta. Diplomáticamente rehusa y trata de darle la espalda. El vasco insiste y le dice que el juego es muy divertido. Le dice:

- El juego consite en que yo te hago una pregunta y si no la sabes, me pagas 5 €. Luego tú me haces una pregunta, y si no sé la respuesta, yo te pagaré 500 € .
 
El gallego para callar al vasco, que se pone tan pesado, acepta participar en el juego. El vasco hace la primera pregunta:

- ¿Cuál es la distancia desde la Tierra hasta la Luna ?

El gallego no dice nada, saca de su bolsillo un billete de 5 € y se lo entrega al vasco. Ahora, es el turno del gallego, y le pregunta al vasco:

- ¿Qué sube una montaña con tres pies, y baja con cuatro ?

Acto seguido el gallego se echa a dormir. El vasco enciende su portátil, busca todas las referencias. Entra a la red y accede a todas las enciclopedias mundiales, revisa en Wikipedia, manda e-mails a todos los amigos que conoce, pero sin resultados. Después de una hora de estar buscando se da por vencido. Despierta al gallego y le da los 500 €. El gallego con los 500 € en el bolsillo, se da la vuelta y vuelve a dormirse. El Vasco cabreado como una mona por no haber encontrado la respuesta, despierta al gallego y le pregunta:

- Bueno, ¿me vas a decir qué es lo que sube una montaña con tres pies y baja con cuatro?

El gallego saca 5 €, se los entrega al vasco y se da media vuelta para volverse a dormir.

lunes, 17 de junio de 2013

La milonga es cruel

 Me impactó oír a una amiga decir que la milonga es cruel, mientras subía y bajaba los hombros, con ese gesto que hacemos a veces para dar a entender que algo es simplemente así, y que hay que aceptarlo. 

   Hablábamos entonces de las milongas, de cómo a veces se baila y otras no, de cómo algunas chicas son ignoradas, de cómo la gente solo baila y se relaciona con quien le interesa. Yo comentaba que hay mujeres, buenas milongueras, a las que no sacan a bailar simplemente porque ya no tienen 20 o 30 años, y sin embargo hay chicas jóvenes, aunque no por ello mejor bailarinas, a las que siempre se las ve en la pista.

  Pero en la vida real también es así a veces. Digamos que la vida no es justa a veces, digamos que la milonga tampoco lo es.

  Una noche, después de juntarme a bailar con un amigo, me llevaba a casa cuando en el camino hablábamos de ese tema precisamente: de lo mucho y lo poco que bailan algunas chicas en la milonga y porqué.  Salió el nombre de una chica que los dos conocemos, de las que siempre están en la pista. Yo expresé que no lo entendía. He de puntualizar que a pesar de saber adornarse, le falta mucho en cuanto a técnica y no es especialmente guapa ni joven, aunque si explosiva, de las que sabe cómo hacer para que todos la miren. Alguna lengua la define como vulgar, pero en realidad es una chica agradable que en lugar de disimular un poquito sus curvas y sacar partido a su cuerpo para parecer sexy y sensual, se excede sin darse cuenta, supongo que por falta de confianza en sí misma, para sentirse bien siendo el objeto de atención de los hombres. Todos estos detalles los omití por respeto a mi amigo, ya que dicen que "donde ha habido fuego, suelen quedar cenizas"...y él, ya había ardido con esa chica en cuestión. Ni corto ni perezoso me respondió "tienes que ser hombre para entenderlo". Y no dijo más, como si esa fuera una razón para él, imposible de entender para mí. Me dieron ganas de estrangularlo, pero casi al mismo tiempo me entró la risa, al entender que no podía haberme dado una explicación mejor...

sábado, 15 de junio de 2013

El día que me decidí experimentar, siendo yo la que invitara a bailar

En el mes de mayo iba en coche con un amigo a una clase privada cuando nos pusimos a hablar de las milongas, los códigos de la milonga y del tan buscado tema de si ellas deberían o invitar a bailar tal y como hacen ellos.

Su opinión y la de su círculo de amigos era que las mujeres también deberían invitar por dos razones: la primera era que los códigos de la milonga se crearon hace mucho tiempo y son terriblemente machistas; la segunda era que a los hombres también les hace sentir bien y les gusta saber que una mujer quiere bailar con ellos y se toma la molestia de invitarles.

Yo le dí todas las razones por las que no invito yo, y tras mirarme con una sonrisa y esa cara que ponemos todos cuando con la mirada queremos decirle a alguien que no tiene remedio, va y me dice: "piensas demasiado, si te apetece invitar, invita". Ese día por la noche cuando llegué a casa me quedé pensando en sus palabras. Y razón no le faltaba. Así que decidí poner grises a los blancos o negros, y animarme a ser yo también la que invitara en las próximas milongas, y ver el resultado.

Sabía que cuando ese momento llegara, me iba a sentir como una niña a punto de hacer algo prohibido y que estaría nerviosa. También era consciente de que estaría emocionada, al asimilar que no bailaría tandas por compromiso al ser yo la que eligiera, que bailaría más de lo habitual al aprovechar todas las tandas que me apetecieran, y además, que por estadística, serían pocos los que rechazarían mi invitación, bien por compromiso o bien por sorpresa o quizás por estar encantados de recibir la invitación... ¡quien sabe!

Y entonces me di cuenta de que efectivamente mi amigo tenía razón: pensaba mucho. Y fue entonces cuando realmente decidí experimentar, siendo yo la que invitara a bailar en la próxima milonga.

jueves, 13 de junio de 2013

Un ingenuo malentendido

Sales un sábado, tomas dos copas de más divirtiéndote, y al día siguiente juras que nunca más vas a tomar de nuevo una copa, pero otro sábado vuelves a salir y la tentación de disfrutar de una copa vuelve, y obviemanete, la historia se repite de nuevo. ¿Os suena?  

Pues me ocurrió algo parecido con las clases de tango... la tentación es la tentación y nunca se sabe el final. Era la época en la que ya había decidido no tomar más clases grupales, tan solo privadas. Ariadna y Fernando eran quienes daban las clases y no pude ni quise resistirme a tomarlas, aún sabiendo que era un riesgo porque no sabia si tendría o no de pareja de baile, si podría o no aprovechar la clase, o si me permitían quedarme a escuchar, pagando los 20 euros de la clase, por supuesto.

No soy de las que tienen suerte con las parejas que le asignan, así que en principio fui sin expectativas. La primera la tome con un chico, voluntario forzoso, que además de simpático y guapo, bailaba como un ángel: fue una de las clases más aprovechadas que he tomado nunca. Después tenía tiempo de ir a la barra a tomar algo y descansar mientras espera a la siguiente clase. Allí me encontré con un señor, milonguero de mi zona con el que me siento muy a gusto al bailar y con el que alguna vez he tenido la suerte de tomar clases grupales sueltas, cuando él se quedaba sin pareja. Parece ser que al principio querían habernos emparejado juntos para las clases (él, como voluntario forzoso), y como es un encanto en todos los sentidos, vino a decirme que se había enterado de que me habían emparejado con Ariadna para las clases y que obviamente al enterarse él, no había querido decir nada, puesto que había sido una auténtica suerte y privilegio para mí el que me tocara bailar con ella. He de aclarar que la chica a la que se refería obviamente no era Ariadna, sino una chica con un nombre bastante parecido. Al principio al darme cuenta del malentendido me entró la risa y luego me dieron ganas de comérmelo, por lo ingenuo que había sido, y al mismo tiempo por ser tan encantador y todo un caballero. He de decir que la clase con “Ariadna” fue tan provechosa como la primera o incluso más, y además, durante todo ese tiempo mi estado de ánimo fue inmejorable, sonriendo a ratos, cada vez que recordaba la anécdota y el ingenuo malentendido.

martes, 11 de junio de 2013

La tanda rosa se pone de moda

 Era negra, oscura, fría. Al salir de ella parecía que salías a otro mundo: mar azul, un puerto precioso, un atardecer, gente paseando, patinando... y la diferencia la hacía una sola puerta. La diferencia es marcada muchas veces por cosas insignificantes.

 Nada más entrar en la milonga, entre tanta oscuridad, vi una luz: una amiga a la que hacía mucho que no veía y que me hizo sentir que solo por verla, el viaje había merecido la pena. Y así fue. Bailé poco aquella tarde, pero a gusto. El resto del tiempo estuve charlando. Soy de las que prefiero bailar poco y a gusto que mucho y a disgusto, aunque obviamente todas no pensamos igual.

 Lo que cabe destacar de esa milonga fue que me hizo ver que las tandas rosas se iban a poner de moda esta primavera. Hacía menos de un mes que había disfrutado de mi primera tanda rosa, y en esta milonga hubo dos más. Tan pronto como la anunciaron, hubo algunas chicas que literalmente corrieron a buscar a alguien. No entiendo... ¡si la música ni siquiera sonaba todavía! Les daba igual una tanda que otra con tal de cazar bailarín. Y no se porqué creían que por el hecho de invitar ellas creían que el chico estaba obligado a decir que sí. Pero por lo visto, ellos también lo creían así o pensaron que un sacrificio en toda la milonga, no era mucho pedir, conclusiones que saqué por lo que allí vi. 

 Yo no bailé. El DJ tuvo el buen atino de escoger una tanda de milongas y casi todos los bailarines con los que me podía apetecer bailar una milonga estaban ocupados ya: tenían cada uno a alguna versión femenina de Usain Bolt a su lado. Decidí que, si bien había algún otro con que el que podía bailar milonga, no me apetecía mucho bailar con ellos, porque no eran de los que habitualmente me piden baile, con lo cual, sabiendo que ellos no quieren bailar conmigo habitualmente, no me parecía cómodo "obligarles" a una tanda comprometida.  

 La segunda tanda rosa se debió exclusivamente a las quejas que le llegaron por elegir milongas en la primera, así que después de anunciarla y pedir que por favor, los que tuvieran pareja no la bailaran con su pareja, se volvió a repetir la escena anterior: las mujeres de siempre corriendo a acaparar a los bailarines. Fue triste y una perfecta vergüenza ajena. Tampoco bailé esa segunda tanda rosa. Pero observé. Sentía curiosidad por saber qué chica había elegido a qué chico y porqué. E hice descubrimientos de lo más interesantes, como por ejemplo: ver cómo mujeres que nunca bailan, estaban todas en la pista; comprobar cómo esos bailarines que nos agobian continuamente a todas y con los que nadie quiere bailar, no bailaban; percibir cómo bailarines del montón estaban también sin bailar, con caritas porque nadie los había invitado, como un grupito de escolares o los que han castigado sin recreo. Definitivamente no hay nada como cambiar los roles de vez en cuando para ser algo más comprensivos y solidarios.

domingo, 9 de junio de 2013

Je ne t’aime plus... mon amour

Para los que no sois milongueros, explicaros lo que son las cortinas en una milonga. No sirven para tapar la luz o para que el sol no estropee los muebles, ni para que los vecinos chismosos no te vean, sino para algo muy distinto.

 Lo primero que hay que saber es que en las milongas hay tandas del mismo género, compuestas por tangos, milongas y valses criollos, y que se bailan de tres en tres o de cuatro en cuatro. Van separadas por otros temas de otro género musical, generalmente música ligera, a los que llamamos “cortinas”. Éstas sirven para descansar, intercambiar saludos y buscar nueva pareja de baile. 

Las cortinas suelen ser la firma del DJ, y varían muchísimo. Yo he estado en milongas en las que ponían música folklórica tradicional, temas pop-rock, y música ligera de todo tipo. Hay algunos DJ que ponen tangos no muy bailables o temas que pueden ser bailados como tango por sus tiempos, pero en mi opinión, no es muy buena idea, porque hay gente que o bien no se entera de que la tanda ha terminado (cosa que no entiendo), o están tan emocionados con la experiencia que acaban de tener, que incluso bailan la cortina. También están los que la bailarán de pura alegría porque la tanda ha terminado, pero eso es otra historia.

 No es que tenga nada en contra de las milongas en Francia, ni de los franceses, a los que aprecio de corazón, pero si os soy sincera, casi todas las anécdotas más curiosas que me ocurren son en Francia. Me acuerdo una vez que me fui con una amiga a un encuentro de tango, obviamente en Francia, y después de la primera tanda escuché el trocito de cortina que decía algo así: “je ne t’aime plus, mon amour” (perdón por mi francés), que significa algo así como “ya no te quiero más mi amor”. Me pareció bonito el tema y muy en la línea con el ambiente. Hasta ahí, todo bien. Al final de la segunda tanda sonó de nuevo la misma canción y pensé que el DJ se había equivocado y había repetido cortina por error. Tras la tercera tanda creí que se le habían borrado del ordenador el resto de las cortinas y que el pobre estaba en un apuro. Pero ya tras la cuarta tanda, me convencí de que o bien tenía un problema enfermizo con esa canción, o bien se me escapaba algún dato importante. Y el dato importante era que es común en Argentina y otros lugares que los DJ firmen su trabajo con un tema, y lo repitan como cortina en cada milonga que musicalizan. Me parece bien que hagan esto si lo que pretenden es dar la nota, pero si realmente quieren "poner su sello" o "firmar su trabajo" sería mejor que hicieran un esfuerzo mayor en mejorar la musicalización de la milonga en lugar de poner dolor de cabeza a los pobres milongueros. 

Hace poco volví a oír ese tema de “je ne t’aime plus, mon amour” y ya no sonaba igual que la primera vez que lo oí... quizás porque después de quince veces en aquella milonga, resultó tan empalagoso y cansino que le agarré un poco de manía.

miércoles, 5 de junio de 2013

En un palacio al lado del mar

Fue unos meses después de mi primera milonga en Buenos Aires, tiempo durante el que tomé clases grupales y no asistí a milongas, salvo las que organizaba mi profesor para sus alumnos, es decir, eran más bien prácticas que milongas. Estaba realmente muy verde, tanto, que lo poco que era capaz de hacer era el básico, perdiendo el eje completamente y encima a destiempo.

Aún así la tentación llamó a la puerta cuando me enteré que había festival internacional de tango en otra ciudad. Me enteré tarde, pero me moría de ganas de ver bailar a gente de otros lugares, de meterme en el ambiente, de vestirme de princesita y asistir a un baile, aunque fuera sin pareja. Estaba nerviosa, emocionada, como una niña que esperando al día en que vienen los Reyes Magos y le dejan regalos por lo buena que ha sido: asistir a esa milonga iba a ser como mi regalo por todos esos meses de clases con largas explicaciones en mis tardes de domingo, aguantando pisotones, abrazos que parecían estrangulamientos y muchos intentos por hacer algún ocho en pareja cuando tenía la suerte de tener a un chico disponible para ello.

La milonga era en un palacio al lado de mar, mirándolo, cantándole tangos al oido. Un lugar precioso, con suelo de madera y olores a otros tiempos. La magia que producían mis emociones hacía que mi sonrisa precediera a cada momento, y allí estaba yo, intentando que esos pies que ya bailaban solos, con sus uñas pintaditas de rojo, calzaran mis preciosas sandalias verdes.

Junté las rodillas, coloqué las manos sobre ellas y abrí los ojos para no perderme nada, con esa sonrisa que parecía que no iba a borrarse nunca. Y entonces llegó la primera invitación. Alguien preguntó: "¿bailas?". Me levanté como un rayo de la silla, tan demasiado apresuradamente que hasta el hombre que me invitó se asustó un poco. A veces desearía no ser como una niña, tan emotiva, pero a veces no puedo evitarlo: es mi forma de vivir intensamente cada momento. Aunque he de reconocer que a día de hoy voy ya controlando mis impulsos, canalizando mis emociones y también mi energía... creo que a eso se le llama madurez.

Mis emociones casi no tuvieron tiempo de asentarse. Apenas terminó el primer tango, que ya había comenzado cuando él me invitó a bailar, se arrepintió y me acompañó a mi silla. Yo estaba contentísima ya que por entonces ni siquiera sabía que no era un bonito gesto que te sentaran sin terminar la tanda. Los ignorantes son los más felices, doy fe. Acto seguido se dirigió a mi amiga, sentada junto a mí, y le pregunto: "¿tú bailas como tu amiga?" y ella le contestó con una sonrisa espléndida de oreja a oreja "siii! casi: ella empezó dos meses antes que yo a bailar...". Y no terminó la frase, el tipo se dio media vuelta y se fué. Mi sonrisa se apagó como una vela al comprender, mi ilusión se evaporó hacia el mar.

Quizás dos copas de vino ayudarían a templar mis emociones, calmarlas. Tras tomarlas regresé a mi silla. Decidí que la noche iba a ser inolvidable a pesar de todo: observaría bailar a otras parejas, imagináría que yo era una de esas chicas que bailaban como ángeles. Y pensándo en ángeles yo estaba cuando del cielo bajó uno, me sonrió, y me extendió la mano para invitarme a bailar. Lo miré, le di las gracias y le dije que apenas sabía bailar. Él me dijo que no importaba, y de nuevo me extendió la mano. Unos minutos después estaba caminando por la pista, envuelta en un increible abrazo, disfrutando de la música y de un estupendo bailarín que no paraba de sonreir. No me dejó tras el primer tango, ni tras el segundo y me hizo experimentar por primera vez ese placer indescriptible que te producen algunos momentos, ese que se siente cuando el tango engacha tu alma.

lunes, 3 de junio de 2013

Mi primera clase privada, en pareja

Me acuerdo cuando tomé mi primera clase privada con un chico que conozco, de los veteranos, con el que tengo confianza. Es un chico que parece tímido, pero es como si tuviera dentro otro yo que le empuja a luchar contra esa timidez y plantarse delante de gente para hablar si tiene que hacerlo. Es reservado y tiene una sonrisa que le llega de oreja a oreja. Con él tengo una de las sensaciones más extrañas del mundo ya que a ratos estoy muy cómoda con él y a ratos parece que faltan las palabras entre nosotros, a pesar de que ya hace tiempo que nos conocemos. A veces me saca a bailar, pero sospecho que lo hace más por compromiso que por ganas. Es de esos chicos que realmente disfruta bailando, y que le gusta jugar en la pista, experimentar y sonreír cuando del experimento, en lugar de mariposas, salen sapos: parece que en ese momento es justo cuando mejor se lo pasa. La experiencia de la clase con él fue buena, productiva, y me gustó. Sin embargo tuve la sensación de que aceptó mi petición de clase particular por compromiso y no volvimos a quedar para otra clase. Pero de eso hace ya tiempo.

 Después intenté clases grupales por dos o tres meses. Quizás esta milonguera que escribe sea la persona más inconstante de la tierra en cuanto a clases de baile se refiere. Impaciente por naturaleza, dejé mis clases grupales hace ya un año, y decidí no perder ni mi tiempo ni mi dinero. En primavera de 2013 he tenido mi primera clase privada en pareja, que será la primera de unas cuantas, si todo va bien, y las ganas no flaquean.

Mi profesora es una chica con carácter, muy directa y además una buena amiga. Quizás por ello me habló con una franqueza total y me dijo que tenía que empezar de cero en casi todo. Y ahí estoy yo, empezando de cero, aprendiendo a armar mi espalda para poder bailar sin hacerme daño y poder mantener el eje en todo momento, a buscar la conexión permanente con mi pareja y a ser activa mientras bailo: mucho para una primera clase, pero ilusionada con tener por fin a alguien que me hable en un idioma que entiendo y que me explique todo enseñándome cómo se tiene que hacer y sobre todo cómo se tiene que sentir, que al final, es lo que más ayuda a la hora de corregir y darse cuenta de lo que una no hace bien. Básicamente me dijo que tengo que trabajar en mi técnica y que es lo único importante, lo demás viene solo. Creo que durante esa primera clase conseguí sentir cuándo un giro está bien hecho y cuando no, que no es poco, ya que una no puede corregir algo de lo que no es consciente que hace mal.

sábado, 1 de junio de 2013

Y de repente, una tanda rosa

 Una milonga local con buen ambiente, entre amigos. Sentada junto a un cristal que daba a la calle, descansando. Veía pasear a la gente bien abrigada y con sus paraguas, era invierno. De pronto la música cesa y se anuncia algo, una tanda rosa.

 Yo no daba crédito a lo que acaba de oír. ¿Una tanda rosa? Me acuerdo de aquella mañana tomando mate en la que un amigo me habló de lo que era una milonga rosa, milonga en la que son ellas y no ellos quienes invitan a bailar. No me quedó tiempo apenas para digerir la información porque de repente alguien me había invitado a bailar y caminaba hacia la pista. La tanda rosa sería la siguiente.

 Fue tal mi desconexión del mundo mientras bailaba, que ni de la tanda rosa me acordé, ni tampoco de pensar a quién me gustaría invitar a bailar. Y de pronto la tanda había acabado y yo regresaba a mi mesa, pero a medio camino me choqué de frente con una pareja que hacía tiempo que no veía: el destino me había puesto delante al que iba a brindarme mi tanda rosa… ¡y qué bueno fue conmigo el destino!

 Los saludé y no se cómo transcurrió la conversación pero me acuerdo que ella dijo algo de que era la tanda rosa, y yo, que estaba en las nubes, bajé a tierra. No podía tener tanta suerte: le miré a él y sonreí, él hizo lo mismo con una de esas sonrisas de oreja a oreja, y luego no fue necesario decir más. Un instante después estábamos bailando. He de decir que nos conocemos desde hace dos años y desde entonces conectamos al bailar, y casi siempre que coincidimos en una milonga me invita a una tanda, que yo acepto encantadísima. Él baila como un ángel, es algo tímido, encantador y dulce, y tal como es él, él baila. Lo malo es que cada vez es más difícil bailar con él, porque continuamente se ve a mujeres buscándolo, invitándolo a bailar, y me imagino que él acepta muchas de esas invitaciones por compromiso, con lo cual sospecho que en ese momento me odiaron unas cuantas mujeres. Pero no importa: disfruté de una de las mejores tandas de la noche, quizás la mejor.