lunes, 3 de junio de 2013

Mi primera clase privada, en pareja

Me acuerdo cuando tomé mi primera clase privada con un chico que conozco, de los veteranos, con el que tengo confianza. Es un chico que parece tímido, pero es como si tuviera dentro otro yo que le empuja a luchar contra esa timidez y plantarse delante de gente para hablar si tiene que hacerlo. Es reservado y tiene una sonrisa que le llega de oreja a oreja. Con él tengo una de las sensaciones más extrañas del mundo ya que a ratos estoy muy cómoda con él y a ratos parece que faltan las palabras entre nosotros, a pesar de que ya hace tiempo que nos conocemos. A veces me saca a bailar, pero sospecho que lo hace más por compromiso que por ganas. Es de esos chicos que realmente disfruta bailando, y que le gusta jugar en la pista, experimentar y sonreír cuando del experimento, en lugar de mariposas, salen sapos: parece que en ese momento es justo cuando mejor se lo pasa. La experiencia de la clase con él fue buena, productiva, y me gustó. Sin embargo tuve la sensación de que aceptó mi petición de clase particular por compromiso y no volvimos a quedar para otra clase. Pero de eso hace ya tiempo.

 Después intenté clases grupales por dos o tres meses. Quizás esta milonguera que escribe sea la persona más inconstante de la tierra en cuanto a clases de baile se refiere. Impaciente por naturaleza, dejé mis clases grupales hace ya un año, y decidí no perder ni mi tiempo ni mi dinero. En primavera de 2013 he tenido mi primera clase privada en pareja, que será la primera de unas cuantas, si todo va bien, y las ganas no flaquean.

Mi profesora es una chica con carácter, muy directa y además una buena amiga. Quizás por ello me habló con una franqueza total y me dijo que tenía que empezar de cero en casi todo. Y ahí estoy yo, empezando de cero, aprendiendo a armar mi espalda para poder bailar sin hacerme daño y poder mantener el eje en todo momento, a buscar la conexión permanente con mi pareja y a ser activa mientras bailo: mucho para una primera clase, pero ilusionada con tener por fin a alguien que me hable en un idioma que entiendo y que me explique todo enseñándome cómo se tiene que hacer y sobre todo cómo se tiene que sentir, que al final, es lo que más ayuda a la hora de corregir y darse cuenta de lo que una no hace bien. Básicamente me dijo que tengo que trabajar en mi técnica y que es lo único importante, lo demás viene solo. Creo que durante esa primera clase conseguí sentir cuándo un giro está bien hecho y cuando no, que no es poco, ya que una no puede corregir algo de lo que no es consciente que hace mal.

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