Su opinión y la de su círculo de amigos era que las mujeres también deberían invitar por dos razones: la primera era que los códigos de la milonga se crearon hace mucho tiempo y son terriblemente machistas; la segunda era que a los hombres también les hace sentir bien y les gusta saber que una mujer quiere bailar con ellos y se toma la molestia de invitarles.
Yo le dí todas las razones por las que no invito yo, y tras mirarme con una sonrisa y esa cara que ponemos todos cuando con la mirada queremos decirle a alguien que no tiene remedio, va y me dice: "piensas demasiado, si te apetece invitar, invita". Ese día por la noche cuando llegué a casa me quedé pensando en sus palabras. Y razón no le faltaba. Así que decidí poner grises a los blancos o negros, y animarme a ser yo también la que invitara en las próximas milongas, y ver el resultado.

Y entonces me di cuenta de que efectivamente mi amigo tenía razón: pensaba mucho. Y fue entonces cuando realmente decidí experimentar, siendo yo la que invitara a bailar en la próxima milonga.
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