domingo, 23 de junio de 2013

Mientras se baila, no se habla

Hay un código de la milonga que dice que mientras se baila, no se habla. Los códigos normalmente tienen una razón de ser, que suele ser la educación y el respeto hacia los demás. Luego está el sentido común, que en este caso en particular dice que el silencio ayuda a concentrarse mejor en la música e ir a tiempo, sentirla más, disfrutarla más, o a estar lo suficientemente alerta como para no ser un peligro para los demás milongueros, provocando un accidente al chocar contra ellos y crear así mal ambiente.

Yo me pregunto, ¿por qué, si en este país ponen multa a los conductores que hablan sin manos libres mientras conducen, no hacen lo propio con los que hablan en la milonga? ¡Deberían hacerlo!

Algo me queda claro: no todos disfrutan de la milonga por igual. Y algunos no van a bailar, sino a algo muy diferente. Eso explica porqué hay parejas que hablan, no entre tango y tango dentro de la tanda, sino mientras bailan: las que están mirando a la gente de fuera de la pista todo el tiempo y se enteran perfectamente de quien entra y quien sale por la puerta de la milonga; las que coquetean y se dicen tonterías; las que parece que están en una clase o una práctica en lugar de una milonga (se identifican rápido porque normalmente es él, un tipo que aventaja a la mujer en experiencia de baile y de vida, que se siente importante haciendo de maestrillo); las que refunfuñan todo el tiempo y hablan solos en voz alta porque las demás parejas les chocan, cuando en realidad son ellos quienes esperan que todo el mundo se aparte a su paso; o las que van “cantando”, y no hablo de las que parecen ruiseñores precisamente, sino de las que suenan como un chirrido y a veces incluso se inventan la letra o algo peor.

Necesito concentración y soy perfeccionista, y obviamente en la mayoría de las situaciones no tengo el talento de  hacer dos cosas a la vez y encima hacerlas bien. Al bailar me pasa lo mismo y sin embargo, me han dicho por ahí, que alguna vez me han visto hablar mientras bailaba. He de confesar que no bailaba: ni siquiera escuchaba la música, tan sólo me movía siguiendo a mi compañero y hablaba de jardines botánicos. Es lo que pasa cuando estás en la pista con ciertas personas, o hablas de las flores, o parece que la tanda no acaba, porque desde luego, bailar no bailas. Ahora bien, alguna vez he sentido la necesidad de mandar callar a mi compañero de baile en un intento de ser diplomática, diciendo algo así como “disculpa, pero me temo que si hablo no puedo bailar: soy como los hombres, no puedo hacer dos cosas a la vez…”. Y funciona porque se ríen o sonríen y callan, en lugar de ofenderse.

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