martes, 28 de octubre de 2014

Las espaldas resbaladizas dejan de ser sexys

Acababa de comprarme un vestido "preciosisísimo" -como dice una amiga mía-, de los que se ajustan a la cintura y cuya tela cae hasta las rodillas, deja por detrás deja la espalda al descubierto y termina en una prolongación de tela que hace el efecto de pequeña cola. Una monada: sencillo, cómodo, y encima queda de maravilla... de los que hace que una se sienta realmente guapa con él.

Aún no lo había estrenado cuando aquella tarde me junté con unos amigos milongueros a tomar unas copas y comer. Fue entonces cuando una milonguera mencionó que había oído decir a varios hombres que no les gustan las milongueras cuyos vestidos tienen la espalda descubierta. Me quedé muy sorprendida ya que yo pensaba que a la mayoría de ellos les parecía sexy y que obviamente sí que les gustaba. Definitívamente, a veces damos por hecho muchas cosas solo porque nos gusten o por lo que desearíamos que fueran, aunque la realidad sea otra.

Por lo visto, puede que sí que les guste a los hombres ver a una mujer con un vestido cuya espalda queda al descubierto, pero parece que no para bailar con ella. La razón que me dieron fue que para un milonguero resulta muy incómodo y algo desagradable poner la mano sobre una espalda resbaladiza por el sudor. Totalmente comprensible, puesto que a mi misma me sucede lo mismo con cada milonguero cuya camisa termina calada hasta el punto de dejar ver toda su anatomía, pezones y pelacos incluidos.

Si a ellos les gustan los vestidos con la espalda cubierta, a nosotras nos gustan las chaquetas por encima de sus camisas. Es un hecho, para que tanto ellas como ellos tomen nota.Y también es un hecho que hay hombres que apenas sudan, de igual modo que hay mujeres que tampoco y por tanto podrían pertenecer a esa minoría privilegiada que puede lucir vestidos sin espalda o camisas sin chaqueta por encima. Ahora bien, el problema viene cuando a una persona se le pide que juzgue él mismo algo que atañe a su persona: la objetividad simplemente es inexistente en la mayoría de los casos. Así que sugiero que pidáis una opinión sincera a alguien de confianza, como lo hará esta milonguera, ciega hasta ahora con este asunto, con sus amigos, y si le sugieren que vista una remerita por encima de su vestido, ella acatará, aunque sea refunfuñando. 

viernes, 24 de octubre de 2014

No era cuestión de polos

A veces nos equivocamos tanto con las personas que resulta increíble lo que descubres en ellas cuando las conoces, cuando empiezas a ver más allá, y no lo haces con los ojos, sino con el corazón.. A lo largo de mi vida como mujer mis percepciones han ido cambiando totalmente según la etapa de mi vida y de mi madurez en ese momento, el estado de ánimo, la seguridad en mi misma, y otros factores que determinan el grado de positividad y felicidad de una, y por eso también lo aprendido a través de ellas. Me he pasado media vida creando verdades a través de sensaciones, que por cierto, dependían de tantos factores que al final he llegado a dudar de todo y a darme cuenta de que he estado equivocada sobre muchas cosas más veces que las que he estado atinada. Es como darse cuenta de que cuanto más sabes, menos sabes.

Y con ella me equivoqué. La primera vez que la vi, a parte de gustarme su forma de bailar, me pareció una persona muy seria, bastante mandona y refunfuñona, difícil de tratar, e incluso me atrevería a calificarla con unos cuantos adjetivos más, ninguno de ellos muy halagüeño. No me caía nada bien. Me parecía que nunca sonreía, salvo cuando bailaba con su marido y por tanto, era el tipo de personas que me producían rechazo.

Creo que en aquellos tiempos ella lidiaba con diversos problemas, como todo el mundo, pero supongo que además, con el estrés que supone presidir una asociación de tango en la que como todas las asociaciones, es imposible mantener a todos contentos; en las que todo el mundo se acostumbra a que le den todo hecho; en las que nadie echa una mano, pero se apuntan los primeros a la hora de criticar y de quejarse por todo. La gente es egoísta y verlo cada día mientras tú luchas por algo que amas, y que es para todos, por el bien de todos, termina minando a cualquiera, por muy buena que sea la intención y por mucho que sea el amor por el tango. 

Yo también vivía una época difícil a nivel personal, estaba sensible a todo, como un barco a la deriva. Quizás esa era realmente la verdadera razón de todo ese sentimiento entre nosotras (tiempo después me enteré que era recíproco): puede que tanto ella como yo tuviéramos las energías muy alteradas, y muy similares, y precisamente como los polos opuestos son los que se atraen, ella y yo hacíamos exactamente lo contrario.

Pasó el tiempo y ella por su lado, yo por el mío. La vida nos fue dando lecciones, las etapas pasaron, aprendimos, maduramos y después de todas esas tormentas, llegó la calma. Yo empecé a disfrutar del tango de otra manera, más intensamente, ya no como una terapia, sino como aquello que me llenaba y me hacía feliz. Los ojos con los que veía el mundo que me rodeaba, cambiaron. También empecé a verla diferente y supongo que en algún momento a ella le pasó lo mismo, pero definitivamente fue la pasión que compartimos por el tango lo que nos ayudó a acercarnos.

La llegué a conocer mejor y descubrí que es una mujer con un corazón enorme, pasional y temperamental a su vez, de las no tienen miedo de mostrar sus sentimientos, amante de los animales y de la vida, y además de todo eso, una gran repostera y milonguera. Hoy en día ella y su marido ocupan un lugar especial en mi corazón ya que son gente a la que aprecio, con la que me encuentro a gusto y comparto una bonita amistad, que espero que sea por mucho tiempo: entre milongas y fuera de ellas.

lunes, 20 de octubre de 2014

Cuando el burro le dijo al asno

En aquella milonguita había un invitado especial, un amigo de la anfitriona. Él, bailarín profesional de tango, fue el centro de atención de alguna que otra milonguera local, de las que andan siempre con el radar puesto para localizar a los mejores bailarines, acorralarlos e invitarlos directamente. Supongo que no es el hecho (querer bailar con los que bailan bien), sino el modo lo que importa.

En un momento dado, en el que yo estaba tomando algo en la barra, charlando con otra amiga, con él y con otro milonguero más, apareció una de estas mujeres a invitarle, interrumpiendo la conversación que manteníamos. Nos sorprendió a todos, pero él, habituado a situaciones como esa, acertó a salir del apuro como pudo. Al ser yo la única milonguera que en ese momento estaba a mano, puso una mano en uno de mis hombros y mirando a la intrusa le dijo que en ese justo momento él pensaba bailar conmigo. Mentira de las gordísimas, pero coló. Para encubrir su mentira, me agarró de la mano y murmurando algo así como "ahora tenemos que bailar, ¿no?", se dirigió a la pista. Para cuando fui capaz de reaccionar, estaba abrazada a él y el primer tango ya sonaba. No disfruté nada de la tanda: en aquellos tiempos todavía no podía mantener el eje casi ni de casualidad y me ponía muy nerviosa al bailar con milongueros más experimentados que yo. Así que la tanda fue un desastre: pero él se la buscó, él se la bancó.

Y luego se bancó otra más. La intrusa, al ver que había finalizado la tanda, volvió a acercarse a él y repitió su hazaña, solo que esta vez, él ya sin excusas y no queriendo ofender a una alumna de su amiga, aceptó resignado. Tuvo suerte: ella al menos bailaba mucho mejor que yo.

Lo curioso de esta anécdota es que más tarde, después de bailar una tanda, lo encontré sermoneándole al marido de la intrusa sobre bailar con todo el mundo y no con los que bailan bien. No se a qué venía esa conversación en la que me vi envuelta y quizás atrapé algo fuera de contexto, ya que recuerdo que me sorprendió y me resultó un sin-sentido porque por lo que había captado de la conversación, estaba siendo testigo: parecía como si un asno acusara a un burro.

Me explico. Por lo que yo he observado, normalmente los profesionales, al igual que casi todo el mundo, bailan con gente con la que se divierten bailando, normalmente otros profesionales o milongueros muy experimentados, y rara vez lo hacen con quienes no se divierten bailando, a no ser que sea por motivos profesionales (promocionarse, tener contentos a los alumnos o motivos similares), por lo tanto por eso no tenía sentido alguno que él aleccionara a otros de algo que seguramente él mismo hace.

jueves, 16 de octubre de 2014

Borrachos no, gracias

Una de las cosas que más me gusta del tango son las milongas y el ambiente que hay en ellas. Son lugares donde la gente es respetuosa y donde es muy raro ver a alguien descontrolado por la bebida u otras sustancias, con lo cual el ambiente es más relajado, menos conflictivo y las mujeres están más cómodas: no hay que aguantar tonterías de ningún desubicado borracho, como suele sucede habitualmente en bares comunes o en discotecas.

Creo que la razón de esto es porque a la milonga, a diferencia de estos otros lugares mencionados, se va principalmente a bailar, así que eso hace de las milongas algo así como un mini-paraíso, donde de vez en cuando, se cuela alguna excepción.

Él estaba apoyado sobre una columna, con una bebida en la mano, observando. En algún momento crucé la mirada con él y la mantuve, con lo cual, el cabeceo por parte de él vino en pocos segundos. Entre nosotros y la pista había una hilera de mesas y sillas, lo suficientemente apiñadas como para dificultar el paso. Él dejó su bebida en una de las mesas, y al pasar por la siguiente, tropezó. Accidentes nos ocurren a todos, así que no le di importancia alguna.

Ya en la pista me ofreció el abrazo, mientras al mismo tiempo me llegaba un olor a alcohol preocupante. Pensé que justo habría bebido un trago y que por eso olia. Pero no tardé en darme cuenta de que de ir conduciendo, le hubieran quitado el carne. A mitad del primer tango, tras chocar con alguna pareja y perder él el eje un par de veces, me sorprendió con un par de miradas y comentarios fuera de tono sobre mi escote, así que le di las gracias y me fui. Él me miró enfadado, me persiguió unos metros, luego lo pensó, se dio media-vuelta y finalmente se fue. Dos horas más tarde lo vi dormido en un sofá... durmiendo la mona, obviamente.

Jamás lo volví a ver y jamás he vuelto hacer es aceptar invitaciones de chicos cuya mano sostiene siempre un cubata.... política de empresa.

domingo, 12 de octubre de 2014

Algunos chistes...

Es curioso que me acuerde de estos, porque normalmente se me olvidan al instante siguiente, pero ahí están, todavía y milagrosamente en mi memoria, quizás porque quien me los contó fue un argentino.

Dos argentinos llegan a Italia y uno le dice al otro:
- Che, ¿habrá argentinos acá en Roma?.
- No sé, mirá en la guía telefónica...
Y el otro mira y lee en voz alta:
- Baldini, Corranti, Dominici, Ferrutti... ¡Che!¡Roma está llena de apellidos argentinos!

Un comentarista deportivo argentino retransmitiendo un partido del Pelusa:
- Diego Armando Maradona es el MEJOR jugador de Fútbol en el Mundo... y en Argentina uno de los mejores.

Un argentino se encontraba haciendo el amor con su novia cuando ella dice :  'Ay! dios mio !'.
El responde :  'Bueno... en la intimidad me podés llamar Darío'. 

Un argentino, acompañado de un amigo no argentino, brindando :
-Este....¡¡¡porqué nosotros los argentinos somos los mejores!!!!!!.

- ¡Pero perdiste en la guerra de las Malvinas!'.
-¡Che.... No!, no perdimos:¡quedamos subcampeones!

Adivinanza: ¿cómo ladra un perro argentino?. Respuesta: Esteeeeee, ¡guau!

Adivinanza: ¿cuál es el país que está más cerca del cielo? Respuesta: Uruguay que está al lado de Argentina.

Un tipo llega a su casa y encuentra a su mujer con su amigo, saca la escopeta y lo mata.
Y la mujer -muy molesta, le dice: - Seguí así que te vas a quedar sin amigos.

En plena boda, un colado le hace un comentario a un invitado:
-Oiga, Nunca vi una novia tan fea! Por favor, ¡es horrible!
-Pero, ¿qué le pasa? ¡La novia señor, es mi hija!
-¡Uyyy... perdone! No pensé que usted fuera su papá.
-¡No soy su papá pelotudo, soy su mamá!

martes, 7 de octubre de 2014

Aprendiendo de maestros

Era un festival internacional de tango en el el me animé a tomar varias clases de tango con dos parejas diferentes de maestros. Las parejas de baile con las que pude asistir también eran diferentes: a uno lo conocía y a los otros dos no, así que tenté a la suerte. Esta vez el resultado global fue muy positivo. Las dos parejas de maestros me gustaron, aunque en diferente grado, de diferente manera.

La primera de ellas, Carlitos y Noelia, eran nuevos para mi como profesores y había oído tanto hablar de ellos, que me moría de ganas por asistir a sus clases. Pero hubo algo que me sorprendió y también, me decepcionó: ella. A mi parecer, en las clases se comportó de una forma muy poco seria, poco profesional, llamando la atención con su comportamiento durante las cuatro clases que con ellos tomé. Todo lo contrario que él, que si mostró su profesionalidad en todo momento y cubrió de sobra mis expectativas. Aún así, debo confesar que fue algo triste ver cómo Carlitos la excusaba con bromas tipo "es que hoy no se ha tomado su medicación" o alguna frase del estilo que soltaba para excusar con humor el comportamiento de ella. Lo que más me quedó en el recuerdo, a parte de la certeza de que ella necesita centrarse, crecer y madurar bastante, fue una clase de rolling en abrazo cerrado. En solo una clase sentí una evolución en mi escucha, y conexión, gracias a los consejos de Carlitos y por supuesto, de mi pareja en esa clase. Quizás sea por mi por falta de experiencia en clases, pero creo que normalmente eso no sucede de forma tan obvia y en tan poco tiempo.

La segunda pareja, Godoy y Magdalena, me encandilaron, me enamoraron. Y la razón es porque me sorprendieron. En España no es habitual encontrarte con maestros de tango que en sus clases, a parte de enseñar técnica, musicalidad y otros conceptos, enseñen sobre cultura e historia del tango con la pasión y conocimiento con el que Godoy lo hace. Me sentí en mi elemento y la adrenalina corrió por mis venas en todo momento, disfrutando cada minuto de las clases. Ella, además, se comportó de forma cercana y muy profesional. Entre todas las clases hubo una que me pareció más original que las demás: era sobre boleos, sobre su evolución en la historia del tango y sobre el uso de sus distintos tipos según lo que pide la música en cada momento. Quizás lo que más me quedó en el recuerdo fue que durante una de las clases, tuve la atención de Godoy de forma personalizada, y me mostró cómo abrazar para conseguir la mejor conexión posible con la pareja. Es sorprendente como al igual que una imagen vale a veces más que mil palabras, también lo hace sentir un abrazo.