viernes, 24 de octubre de 2014

No era cuestión de polos

A veces nos equivocamos tanto con las personas que resulta increíble lo que descubres en ellas cuando las conoces, cuando empiezas a ver más allá, y no lo haces con los ojos, sino con el corazón.. A lo largo de mi vida como mujer mis percepciones han ido cambiando totalmente según la etapa de mi vida y de mi madurez en ese momento, el estado de ánimo, la seguridad en mi misma, y otros factores que determinan el grado de positividad y felicidad de una, y por eso también lo aprendido a través de ellas. Me he pasado media vida creando verdades a través de sensaciones, que por cierto, dependían de tantos factores que al final he llegado a dudar de todo y a darme cuenta de que he estado equivocada sobre muchas cosas más veces que las que he estado atinada. Es como darse cuenta de que cuanto más sabes, menos sabes.

Y con ella me equivoqué. La primera vez que la vi, a parte de gustarme su forma de bailar, me pareció una persona muy seria, bastante mandona y refunfuñona, difícil de tratar, e incluso me atrevería a calificarla con unos cuantos adjetivos más, ninguno de ellos muy halagüeño. No me caía nada bien. Me parecía que nunca sonreía, salvo cuando bailaba con su marido y por tanto, era el tipo de personas que me producían rechazo.

Creo que en aquellos tiempos ella lidiaba con diversos problemas, como todo el mundo, pero supongo que además, con el estrés que supone presidir una asociación de tango en la que como todas las asociaciones, es imposible mantener a todos contentos; en las que todo el mundo se acostumbra a que le den todo hecho; en las que nadie echa una mano, pero se apuntan los primeros a la hora de criticar y de quejarse por todo. La gente es egoísta y verlo cada día mientras tú luchas por algo que amas, y que es para todos, por el bien de todos, termina minando a cualquiera, por muy buena que sea la intención y por mucho que sea el amor por el tango. 

Yo también vivía una época difícil a nivel personal, estaba sensible a todo, como un barco a la deriva. Quizás esa era realmente la verdadera razón de todo ese sentimiento entre nosotras (tiempo después me enteré que era recíproco): puede que tanto ella como yo tuviéramos las energías muy alteradas, y muy similares, y precisamente como los polos opuestos son los que se atraen, ella y yo hacíamos exactamente lo contrario.

Pasó el tiempo y ella por su lado, yo por el mío. La vida nos fue dando lecciones, las etapas pasaron, aprendimos, maduramos y después de todas esas tormentas, llegó la calma. Yo empecé a disfrutar del tango de otra manera, más intensamente, ya no como una terapia, sino como aquello que me llenaba y me hacía feliz. Los ojos con los que veía el mundo que me rodeaba, cambiaron. También empecé a verla diferente y supongo que en algún momento a ella le pasó lo mismo, pero definitivamente fue la pasión que compartimos por el tango lo que nos ayudó a acercarnos.

La llegué a conocer mejor y descubrí que es una mujer con un corazón enorme, pasional y temperamental a su vez, de las no tienen miedo de mostrar sus sentimientos, amante de los animales y de la vida, y además de todo eso, una gran repostera y milonguera. Hoy en día ella y su marido ocupan un lugar especial en mi corazón ya que son gente a la que aprecio, con la que me encuentro a gusto y comparto una bonita amistad, que espero que sea por mucho tiempo: entre milongas y fuera de ellas.

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