martes, 29 de agosto de 2017

En un lugar de la Mancha de cuyo nombre sí quiero acordarme

Repetía. Volvía una primavera más a Lezuza, a ese hermoso lugar, a esa fábrica de la luz, que haciendo justicia debería llamarse la fábrica de la luz y el amor: ese sitio mágico que carga las pilas como pocos lo hacen, e invita a relajarse con ese sonido del agua al pasearse por el cauce del riachuelo.

Mi objetivo principal no era bailar, sino estar allí, compartir, reír, relajarme, disfrutar de la compañía de amigos. Aun así bailé y disfruté de la música de Alejandro Gonzales, Eric Heleno y Leo Mercado, y disfruté mucho compartiendo abrazos. Aproveché a dormir más, a asistir a más actividades diurnas, como por ejemplo, una de mis favoritas - el siestango-, que no revelaré en qué consiste porque estropearía la sorpresa para los nuevos milongueros que vayan otros años. Pero aquí va una confesión: no es lo que esperas, es genial, una increíble experiencia.

Durante todo el fin de semana hubo una masajista -Anabel-, con una energía muy especial, que a través de masaje y las vibraciones de un cuenco tibetano, conseguía hacer maravillas en los cuerpos y almas de los milongueros que nos poníamos en sus manos. Y obviamente el mío fue uno de ellos.

La sorpresa nocturna de este año no fue la magia de un bandoneón, sino la de una guitarra, una preciosa voz brasileña, un chelo, y algún instrumento más, que en directo, me hicieron soltar alguna que otra lagrimilla. Pero sé que hubo muchas lagrimillas que regaron la tierra de aquella estructura de barro y madera, con su fuego, bajo las estrellas de una despejada noche.  

Fue bonita la despedida también, en el pueblo, desayunando todos juntos antes de emprender el viaje de vuelta a casa. Y fueron también especiales los momentos vividos, confesiones, y promesas que se vivieron esa mañana.

Lo que más me gusto del fin de semana fue el ambiente creado por los anfitriones y por la buena onda de todos los que participaron en el evento. Disfrutamos también de comidas al aire libre, siestas, chapuzones en la piscina natural de la propiedad, de una comida exquisita y vegetariana... incluso de los mosquitos, que hicieron que más de un milonguero se ofreciera voluntario a extender el aceite de lavanda por el cuerpo de una..... ¡qué gusto!¡qué manos!

martes, 22 de agosto de 2017

Lo que tiene que hacer una milonguera para bailar

En una milonga llena de mujeres, una suele pasar cierto tiempo sentada, charlando o simplemente observando. A veces, una oye conversaciones alrededor sin querer. Una de esas veces escuché a dos chicas hablando sobre una chica sentada sola y un milonguero que según ellas, le miraba porque quería bailar con ella. Se aburrían, no cabe duda. Yo también, así que saqué el traje de cotilla, y escuché cómo retransmitían el "partido" que ellas veían en su imaginación, y he de reconocer que aquello me inspiró para escribir esta entrada.

Las dos estaban de acuerdo en que ella, con su actitud, ni estaba interesada en él, ni estaba interesada en que nadie la invitara a bailar. Llegaron a esta conclusión porque ella no sonreía, no paraba de mirar al suelo, al refresco que tenía sobre la mesa, o a todos los lados, pero sin fijar la mirada demasiado tiempo en ningún milonguero o lugar, y además, jugaba con el borde del mantel de la mesa. Según ellas, si algún milonguero intentaba cabecearla, se iba a encontrar en una misión imposible. Estaban de humor, y tan aburridas que incluso apostaron una cerveza a que no la verían bailar en toda la noche. Casi me dieron ganas de participar en la apuesta: hubiese apostado al NO.

Para bailar hay que tener actitud:

Es importante sentirte cómoda contigo misma, con tu ropa, tus zapatos, el ambiente, la gente, y si no es así, haz lo que sea para conseguirlo.

La suerte se busca, no se espera: una opción recomendable es levantarte de vez en cuando de tu silla/mesa y moverte a otros lugares.

Socializar también ayuda: se puede charlar con la gente que tienes cerca, una vez que la tanda está empezada y no tienes pareja para bailar, o ir a la barra a tomar algo, ya que un lugar donde la gente es más propensa a relacionarse.

Ubicarte bien multiplica tus opciones: colocarte detrás de una columna no ayuda, quizás si te pones de pie en lugares estratégicos, aunque no tiene porqué ser cerca de la pista, pero sí en un lugar en el que puedas observar, mirar y sonreír a los milongueros con los que te gustaría bailar.

Elige: no olvides que tú eliges también con quién quieres bailar. Una vez marcados tus objetivos (milongueros con los que te apetece bailar), mírales unos segundos mientras les sonríes, así sabrán que estás abierta a aceptar una invitación. Luego, lo más probable es que alguno de ellos te cabecee si también quiere bailar contigo, y si no, ¡recuerda que el mar está lleno de peces!

martes, 15 de agosto de 2017

Una curiosa reflexión

Era una tarde de otoño y había quedado con una amiga milonguera a tomar un café para ponernos al día. Ella hacía tiempo que no aparecía por la milonga. Pocos años antes había decidido formar familia y sus prioridades habían sido otras. Durante ese café me confesó lo duro que había sido ser madre, no solo por la maternidad en sí misma y la responsabilidad que ello conlleva, sino por no tener ni un minuto para ella, tener poco para su pareja, y menos aún para aquello que adora y le da tanta vida: bailar.

En ese momento sonreía, pero muchas veces son las que ella había llorado por ello. Al vivir ella en una ciudad en la que apenas hay milongas, se conformaba con bailar salsa, otra de sus aficiones. Me extrañó y le pregunté si con ello ella estaba feliz, y lo me dijo a continuación me sorprendió muchísimo: "no es lo mismo... bailar salsa es divertido, como el sexo; bailar tango es sentimiento, es como hacer el amor".

No me cabía duda de que echaba de menos bailar tango, pero fueron sus palabras lo que me dejaron pensando. Bonita reflexión. Jamás lo había pensado así.

Para empezar, casi toda mi vida, en mi mente había relacionado el amor y el sexo, o más bien eran una sola cosa, quizás por la educación recibida. Pero afortunadamente la vida te enseña más que la familia y las instituciones educativas. Sin aprender a separar los dos términos, no se entienden sus palabras.

Además, me resultó curiosa la comparación, puesto que efectivamente bailar cualquier baile es un subidón de energía, pero el tango es mucho más que eso: el abrazo lo convierte en un bálsamo para el alma.


martes, 8 de agosto de 2017

Lo que todas tienen en común

Hablo de las milongas por España. Casi todas las que conozco tienen varias cosas en común:

Una pista de baile generosa rodeada de sillas. Podríamos tener una pista más reducida de tamaño con mesas alrededor para que el lugar sea más amigable y la gente pueda, además de bailar, socializar. Supongo que entonces, todos esos milongueros que necesitan algún que otro kilómetro cuadrado de pista para poder hacer sus figuritas, no tendrían espacio suficiente. Lo cierto es que con el tamaño de las pistas actuales, siempre termina habiendo algún que otro pequeño accidente, con lo cual, quizás tenemos exactamente lo que necesitamos.

Un suelo de material duro, generalmente de baldosa, bastante incómodo para el baile. Hay pocas pistas de madera idóneas para milonguear donde las articulaciones no sufren. Sin embargo, he de señalar que cada vez hay más suelos de madera, sobre todo en las milongas habituales. Lo cierto es que tampoco hay muchas milongas, así que nos podemos permitir tener suelos como esos porque nuestras articulaciones no sufren mucho tiempo.

Escasea la variedad de milongueros varones, nuevos milongueros o guiris visitantes. Se extraña poder bailar de vez en cuando con diferente gente, descubrir nuevos abrazos. Aquí todos nos conocemos, de hecho, cuando vamos a una milonga nueva, lo único nuevo, es precisamente la milonga. Pero no nos aburrimos porque siempre hay sorpresas: un milonguero que cansado de bailar con las mismas chicas prueba su faceta de Dj, o un milonguero que después de milonguear tres o cuatro años, una o dos veces al mes, decide que ya es un maestro del tango. Y siempre están también los cotilleos amorosos.

Lo genial de nuestras milongas -de todas ellas-, es que hay un ambiente de familiaridad entre los milongueros. No somos tantos, muchos son los que nos conocemos, y es por eso también que siempre tenemos la certeza de encontrar una sonrisa en una cara amiga.

La misma música. Parece que hay gente que nunca, absolutamente nunca se cansa de los mismos temas. Si hay un osado Dj que pone algo diferente, la gente no baila, y lo que es más, aplauden cuando toca tanda de temas hiper-conocidos. ¡Y dicen que hay un millón de tangos! Pero bueno, es cuestión de que todos aprendamos más a escuchar música... todo llegará, nuestra comunidad es aún muy joven.




martes, 1 de agosto de 2017

Bigfoot

A veces pasas un fin de semana tan estupendo bailando, disfrutando de los abrazos, de la música y del ambiente, que llega un momento que aunque quieres, no puedes seguir bailando. Tus pies duelen y cada pisada es como el sentir de un clavo. Sabes que has llegado a tu límite y entonces empiezas a pensar en cortarte los pies e implantarte unos nuevos... pero obviamente no es posible, así que te descalzas, los masajeas y esperas el milagro de que en un rato duelan un poco menos y así poder robarle a la noche dos o tres tandas más.

Estaba en uno de esos momentos cuando sonó no tanda de Canaro, bonita, romántica, y allí estaba el, un gigante de hombre, como un Bigfoot, tan descalzo como yo, moviendo todo su cuerpo al son de la música. Él, evidentemente, también estaba meditando si cortarse los pies era buena idea o no.

Entonces me miró y ladeando la cabeza, sonriendo y levantando las cejas a la vez, me dijo: ¿qué? ¿Te atreves...?". Miró sus pies, miró los míos y yo le dije... "noooo, ¿estás loco?". Y me respondió: "¿y si bailamos aquí, fuera de la pista..., creamos una milonga para los dos?". ¡Ayyy....! ¿Cómo puede una resistirse a eso? Me levanté y fui en busca de sus brazos. Fue una experiencia divertida en un estupendo abrazo, y además, sorprendentemente relajante para los pies.

El suelo estaba algo frío y mis pies quedaron algo destemplados, pero afortunadamente eso también ayudó a desinflamarlos un poco. Según terminaba la tanda, le dije riendo que me lo había pasado genial bailando con él pero que tenía que calzarme porque se me habían quedado los pies fríos. Me dijo que los suyos estaban calientes aún y que ojalá hubiera una piscina con cubitos de hielo. Así que en un arranque de esos míos, fui y me subí a sus pies, para enfriárselos. No me esperaba su reacción, una especie de medio-grito de sorpresa y gemido de placer, que hizo que varias cabezas miraran hacia nosotros, yo me pusiera de todos los colores del arco iris, y que luego nos echáramos a reír. Sus pies, quedaron más fríos, masajeados, y listos para disfrutar de otra tanda conmigo… una vez calzados de nuevo.

martes, 25 de julio de 2017

Como un lapa

Era un evento de fin de semana, y tan pronto le vi en la pista quise fundirme en su abrazo. Le perseguí con la mirada durante toda la noche del viernes, pero él no miraba, o miraba y desviaba la mirada. Esa noche no tenía que ser... quizás ninguna, es cosa de dos.

Al día siguiente hubo una milonga de tarde a pleno sol, en un suelo que parecía el de una casa del terror: tableros de madera mal alineados, inclinados, con agujeros, y que invitaban a romperse los piños contra el suelo. Así que yo, muy dada a todo tipo de accidentes, después de bañarme en crema de sol de protección 50, me quite los tacones, me calcé unas zapatillas de baile y un vestidito muy veraniego con un escote de vértigo. Mi objetivo: bailar con él.

Allí lo vi de nuevo, sentado en un banco de madera tan firme y estable como la misma pista de baile. Fui a buscar hueco en el extremo del banco, a su lado, un instante después de que una chica se levantara del otro extremo. Y como las leyes de la física mandan, el banco primero subió y luego bajó de golpe cuando mi trasero encontró apoyo. El meneo que el pobre chico dio lo hizo chocarse ligeramente contra mí, ocasión que aproveché para entablar una mini-conversación. Justo entonces comenzaba una tanda de milongas y uno de sus pies empezó a golpear rítmicamente el suelo. Le mire, me miró y me preguntó: ¿eres chica de milonga? Y como una bellaca, mentí sin pestañear: "claro!"

Lo cierto que es bailo muy poco milonga, pero el no. La tanda, entre risas y risas, salió bien, conectamos, y al final me dijo: "pues sí, eres una chica de milonga". Y yo le dije "y también de tangos, así que si te apetece, quizás a la noche podríamos bailar una tanda". Sonrió, nos despedimos.

Llegó la noche del sábado y también la milonga de despedida del domingo. Me iba a ir a mi casa sin probar de nuevo su abrazo. Sonaba la última tanda cuando decidí que solo le iba a mirar a él y brindarle la mejor de mis sonrisas... ¡y funcionó! Me miró, cabeceó y nos fundimos en un maravilloso abrazo al borde de la pista. Lo que siguió después fue pura conexión, tanta y tan intensa, que pegados como una lapa a la roca, no nos separamos ni un milímetro entre tema y tema, fue tan intenso, que dos minutos después de terminar la tanda seguíamos abrazados, sin articular palabra alguna, sin querer que el momento terminara.

martes, 18 de julio de 2017

Todos los caminos conducen a Roma

Una milonga preciosa, ideal: amplia, con mesas ubicadas adecuadamente alrededor de la pista, con espacio suficiente para pasar cómodamente entre y por detrás de ellas; suelo de madera, cuidado con mimo; sonido limpio, elección musical que mantenía buen nivel de energía y la pista llena; luz tenue, ambiente relajado; fluidez de pista, sin peligros.

Yo estaba sentada en un bonito sillón rojo, con esa mala costumbre que tengo de cruzar las piernas, y disfrutando del ambiente y de una copa de vino blanco francés. Me sentía relajada, feliz, en las nubes. Hacía un tiempo que sentía su mirada constante sobre mí, esperando a que me girara y él pudiera invitarme mediante cabeceo. Le había visto bailar y sé que disfrutaría con él, pero la tanda no me gustaba. Esperé.

La tanda siguiente era una preciosa de Caló, me apetecía bailarla. Me giré, le mire, y allí estaba él esperando que nuestros ojos se encontraran. No dudó y me cabeceó. Sonreí, asentí y nos dirigimos a la pista. Una vez allí, parecía que no le gustaba el lugar del borde de la pista por donde debíamos incorporarnos, así que para mi sorpresa, salió corriendo (literalmente), cruzando la pista por medio, al otro extremo. Me quedé perdida, estupefacta, y pensando que aquel hombre había perdido la cabeza. Ni siquiera miró atrás para ver si yo le seguía. Dicen que todos los caminos conducen a Roma pero, ¿es realmente necesario recorrer todo el globo terrestre para llegar a ella?

Una vez que pude reaccionar al verle sonreír desde el otro extreme, me entró la risa por la situación absurda y seguí el juego y su locura aprovechando que la pista estaba calentando motores y que la gente aún estaba conectando en el abrazo: crucé a paso ligero sin parar de reír y me fundí en su abrazo.

Mereció la pena el deporte de riesgo de cruzar la pista y la cara de más de un milonguero cuando lo hice... me regaló una tanda fantástica, a la que siguieron unas cuantas más a lo largo de la noche. Fue uno de esos cuatro abrazos mágicos que descubrí aquella noche.

martes, 11 de julio de 2017

Andar en bici nunca se olvida

Eso me dijo de pequeña una vez mi abuelo, cuando después de aprender a montar en bici un verano, estuve el invierno sin subirme a ella, y de nuevo en primavera quise volver a intentarlo. Miré la bici recelosa, como si  fuera una tarea de la que quizás no fuera capaz de hacer.

En la vida hay muchas "bicicletas", con lo cual, esto ocurre de vez en cuando: a veces creemos que hemos olvidado, pero en realidad hay una parte inconsciente que siempre recuerda. Suele ser el miedo el mayor enemigo, ése que nace de la falta de confianza en la capacidad que tiene una misma de hacer las cosas, de la pérdida de control ante la incertidumbre y lo inevitable, de la certeza de sentir vulnerabilidad física y de sufrir un daño.

El tango también ha sido una "bicicleta" para mí en varias ocasiones, la última, hace muy poco tiempo.

Esta primavera, tras meses sin bailar por motivos de fuerza mayor, acudí a un evento de tango en el que bailaba con gente a la que no conocía. No había miedo por falta de confianza en mí misma, tampoco miedo por la pérdida de control ante la incertidumbre y lo inevitable, sino más bien a la vulnerabilidad física y a sufrir daño. Tan solo bailé con milongueros que conocía, en los que confiaba y rechacé cuatro o cinco invitaciones, todas ellas directas, de milongueros a los que no había visto bailar... y menos mal, porque luego los vi, y supe que había hecho bien en rechazarlas: me hubieran dañado sin duda. Pero eso sí, estaba feliz, por fin había conseguido subirme de nuevo a una bicicleta.

Durante algún momento de la noche fui al baño -ese lugar donde las mujeres cotorreamos-, y no pude evitar oír la conversación de dos mujeres a las que no veía. Una de ellas parecía ofendida porque alguien había rechazado a su marido en una invitación a bailar. Se quejaba de que el tango era un baile social, de que la mujer que había rechazado a su marido era una maleducada, bla,bla, bla... todo perlitas las que soltó la mujer que hablaba. Tras un minuto o dos de conversación, me di cuenta de que la "maleducada" de la que hablaba era yo. Poco después, las oí cerrar la puerta y salir.

Quisiera que alguna mujer que piensa como ella me responda a la siguiente pregunta: ¿no es mejor gastar la energía en tener buena onda, sonreír y abrazar, que en juzgar a los demás sin más, sin conocer?

martes, 4 de julio de 2017

Respondiendo a un porqué

Una mujer es invitada por un hombre y ella rechaza la invitación. Es una escena que no es agradable para ninguna de las partes implicadas, pero sucede de vez en cuando. Hay hombres que se ofenden, directamente asumen que la mujer no quiere bailar con ellos, y listo. Muchas veces es cierto, otras no.

La verdad es que nadie se para a pensar el porqué, simplemente se sentencia el acto, mediante un juicio personal. A veces, el orgullo del hombre queda herido, y la consecuencia de esto es que luego ese hombre ya no habla a la mujer de nuevo, se comporta con incomodidad, evita su mirada, o incluso hay algún osado que incluso la crítica. Pocos lo toman con naturalidad, sin darle más importancia de la que merece.

¿Os ha pasado alguna vez? Pues bien, yo soy una de esas mujeres que ha rechazado, nunca por gusto, sino porque me ha salido del corazón. Me he visto en esa situación varias veces. La primera vez me dolió la actitud del hombre, después ya no, aunque sigue resultando algo molesto que reaccione de esa manera en lugar de con naturalidad.

Hay algún hombre rechazado (amigo o conocido), sin embargo, con el que he podido hablar tomando una copa y explicarle el porqué de mi rechazo. Después de comprenderlo la energía ha vuelto a fluir positivamente. Pero esto es algo que no se puede hacer con cada milonguero. Además, nadie tiene el deber de contar su vida ni dar explicaciones: comprender eso es respetar. 

A este conocido le expliqué que en mi caso particular, por motivos de salud, soy muy sensible a cualquier movimiento brusco o a abrazos rígidos, que por leves que sean, me hacen daño. Fui muy sincera con él y le expliqué, que como él, hay hombres que aún no saben o no pueden disociar bien por los motivos que sean (salud, falta de práctica, o técnica), pero que les gusta el abrazo cerrado (y rechazan el abrazo abierto, que es en el que la mujer podría estar más cómoda). El que un hombre no disocie bien, hace que de alguna manera y sin querer, someta a la mujer a movimientos antinaturales, que pueden dañar seriamente su columna, o también las articulaciones, principalmente rodillas. En el mejor de los casos es simplemente molesto, no es agradable... y para disfrutar ambos de una bonita tanda, los dos deben de estar cómodos.

martes, 27 de junio de 2017

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va

En el último año la vida nos ha dejado de prestar los abrazos de varios amigos de la comunidad milonguera española, y digo prestar, porque considero que fueron un regalo. Es en recuerdo a ellos que escribo estas palabras.

Hay una famosa canción que dice que algo se muere en el alma cuando un amigo se va... y yo solía estar de acuerdo, pero ya no. Lo cierto es que personalmente ya no siento que algo se me muere en el alma cuando alguien a quien quiero se va: tan solo se me encoje, por la pena de los momentos que ya no compartiremos, por la tristeza de no disfrutar más de su sonrisa y sus abrazos. 

Pero llega un momento en el que el alma vuelve a expandirse, cuando la pena se evapora con el tiempo y se convierte en bonito recuerdo, de los momentos vividos, la buena energía compartida en vida. Luego, además, el alma crece, al dar las gracias a la vida por haber podido disfrutar de esa persona, aunque haya sido por poco tiempo. Así siento que tengo trocitos de bastantes personas en mi alma, y siento por ello que cada día esta se hace más grande.

Para sentirme así, he tenido que aprender a canalizar en lugar de contener; a sonreír en lugar de llorar en el recuerdo... he tenido que aprender a dejar ir.

Recientemente me ha llegado una invitación especial, ya que se trata de una milonga en homenaje al último de ellos que nos dejó con su recuerdo: Javier Viribay. Me parece una bonita forma de recordar a alguien, de dar el primer paso para convertir las lágrimas en una bonita sonrisa.

Para quien quiera y pueda ir, la milonga tendrá lugar el día 15 de julio a las 20:00hrs en el Museo Artium de Vitoria-Gasteiz.

viernes, 27 de enero de 2017

Y ahora en Twitter!

Con ganas de seguir a milongueros de todo el mundo, orquestas, djs, grupos de danza, escuelas de tango, festivales y demás por twitter.. ¡hoy ha nacido @entremilongas en Twitter!

¿Qué tal si nos seguimos? ;-)