martes, 18 de julio de 2017

Todos los caminos conducen a Roma

Una milonga preciosa, ideal: amplia, con mesas ubicadas adecuadamente alrededor de la pista, con espacio suficiente para pasar cómodamente entre y por detrás de ellas; suelo de madera, cuidado con mimo; sonido limpio, elección musical que mantenía buen nivel de energía y la pista llena; luz tenue, ambiente relajado; fluidez de pista, sin peligros.

Yo estaba sentada en un bonito sillón rojo, con esa mala costumbre que tengo de cruzar las piernas, y disfrutando del ambiente y de una copa de vino blanco francés. Me sentía relajada, feliz, en las nubes. Hacía un tiempo que sentía su mirada constante sobre mí, esperando a que me girara y él pudiera invitarme mediante cabeceo. Le había visto bailar y sé que disfrutaría con él, pero la tanda no me gustaba. Esperé.

La tanda siguiente era una preciosa de Caló, me apetecía bailarla. Me giré, le mire, y allí estaba él esperando que nuestros ojos se encontraran. No dudó y me cabeceó. Sonreí, asentí y nos dirigimos a la pista. Una vez allí, parecía que no le gustaba el lugar del borde de la pista por donde debíamos incorporarnos, así que para mi sorpresa, salió corriendo (literalmente), cruzando la pista por medio, al otro extremo. Me quedé perdida, estupefacta, y pensando que aquel hombre había perdido la cabeza. Ni siquiera miró atrás para ver si yo le seguía. Dicen que todos los caminos conducen a Roma pero, ¿es realmente necesario recorrer todo el globo terrestre para llegar a ella?

Una vez que pude reaccionar al verle sonreír desde el otro extreme, me entró la risa por la situación absurda y seguí el juego y su locura aprovechando que la pista estaba calentando motores y que la gente aún estaba conectando en el abrazo: crucé a paso ligero sin parar de reír y me fundí en su abrazo.

Mereció la pena el deporte de riesgo de cruzar la pista y la cara de más de un milonguero cuando lo hice... me regaló una tanda fantástica, a la que siguieron unas cuantas más a lo largo de la noche. Fue uno de esos cuatro abrazos mágicos que descubrí aquella noche.

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