Pero esta invitación tiene una historia que comenzó la noche anterior cuando nos conocimos a través de una amiga en común. Fuimos a cenar en grupo, bebimos vino, nos relajamos, bromeamos, bailamos y nos lo pasamos muy bien. Conecté muy bien con ella pero al día siguiente estaba un poquito incómoda, quizás también algo avergonzada por abrir la caja de Pamdora el día anterior y entregarme a lo que sentía en el momento, quizás dando pie a alguna interpretación equivocada.
Cuando ella llegó a la milonga yo no estaba disponible para bailar, pero nos saludamos, se sentó cerca y charlamos. A pesar de que las sensaciones antes descritas estaban muy presentes en mí, intenté normalizar mi comportamiento pero he de confesar que estaba algo inquieta.
Con esa mirada intensa y ese estilo tan suyo, tan segura de sí misma, su invitación llegó. He de decir que en el rol de hombre mantenía un abrazo firme y agradable, y no solo debido a su forma de interpretar la música sino también debido a su
estilo, bailaba mucho mejor que la mayoría de los hombres que había en
la pista. Hubo un momento en el que corté el silencio, que no por ella, sino por mí, me hacía sentir algo incómoda, y dije una de esas cosas algo desatinadas que salen de la boca cuando sobran las palabras. Entre tango y tango me oí decir algo así com que era divertido bailar con ella. No elegí bien el adjetivo porque no lo definiría por divertido precisamente, sino algo más intenso y sentido, más especial. Ella me miró y dijo en voz alta: "¿divertido?". No dijo más, fue más sabia que yo. Me quedé cortada sin saber qué decir y no salió nada de mi boca, ni siquiera una disculpa. La tanda terminó. Ella se fue por un lado, yo por otro. No volvió a invitarme a bailar durante todo el fin de semana, aunque coincidimos en varias ocasiones. Me lo tenía merecido: no se puede rebajar con un adjetivo como "divertido" a algo que es puro sentimiento al bailarlo.
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