miércoles, 3 de abril de 2013

La "rueda" de repuesto

Era verano y me fui de vacaciones al extranjero. Hice mi pequeña búsqueda de milongas en mi destino a través de San Google y di con un listado de milongas para cada día de la semana, así como de un festival que tenía lugar en la zona.  

 Era jueves y la primera de las milongas que elegí era un mercado durante el día. Por ello, en Internet había una nota muy graciosa junto al horario de la milonga y el precio de la entrada que decía “Don´t Forget to Bring Your Own Chair!” (¡no olvides traer tu propia silla!). Quizás por eso elegí ir a esa y no a otra, simplemente me hizo gracia. Me las apañé para que me prestaran una silla plegable, alquilé un coche y me aventuré al centro de la ciudad. Tuve suerte y encontré rapidísimo lugar para estacionar, justo en frente de la milonga. Parecía que era mi noche de suerte. 

 Al principio busqué el lugar ideal para colocar mi silla, justo entre la mesa con el picoteo y la pista de baile, que curiosamente era un cuadradito más bien pequeño situado como a uno o dos centímetros del suelo. Me quité los zapatos con mucha tranquilidad y busqué en mi bolsa de tango, donde tenía mi par de sandalias favoritas. Eran de colores vivos, con tacón alto, hechas a medida y muy cómodas. Mientras hacía esto, iba observando el ambiente, los bailarines, y charlando con alguno que otro que me daba la bienvenida. Y como era novedad en la milonga, no me faltaron invitaciones. Fui bailando con todos ellos, sin descanso ni para observar o seleccionar bailarín alguno, hasta que encontré un momento para escaparme al baño e ir a comer algo. Hubo tandas de todo tipo y muchas de ellas las disfruté de verdad. La pista se fue llenando más y más, y empecé a preguntarme cómo iban a arreglárselas bailando ahí, cuando había algún que otro bailarín que parecía bastante peligroso. Me refiero a los que les gustan las figuritas, las coreografías y eso de “apártese quien pueda”. Primera semejanza con las milongas en Europa, y digo esto porque me han dicho que en Argentina, a estos tipos los echan de la pista, sin miramiento alguno. ¡Qué buena costumbre si es cierta!

 Mientras comía, con la boca todavía llena de una o dos uvas, alguien me cabeceó: ¡pero lo hizo a solo dos centímetros de mi cara! Casi me atraganto del susto, pero mantuve la compostura lo suficiente para seguirle a la pista. Decidí bailar con los ojos cerrados para no ponerme nerviosa. De repente, ya no estaba en la pista de baile. Todo ocurrió muy deprisa. No se que pasó: quizás mi bailarín tropezó o le empujaron ó le faltó habilidad. Y sucedieron 3 cosas: de pronto uno de mis pies se apoyó fuera de la pista, que como he comentado antes, estaba más alta que el resto del suelo, así que debido al desnivel caí hacia atrás; dos, al caer, mi tacón hizo cuña contra el suelo y se partió; tres, seguí cayendo hacia atrás hasta que alguien que lo vio todo llegó a tiempo de rescatarme antes de que mi cabeza golpeara el suelo. Parece que sí era mi día de suerte. Un minuto más tarde, mi corazón latía a mil del susto y con el tacón partido en mi mano, oí a mi bailarín preguntarme: “¿quieres que sigamos bailando?”. No se la cara que le puse, pero no necesitó respuesta alguna: se dio media vuelta y se fué.Y ahí terminó la milonga para mí, porque no tenía calzado para seguir bailando, ni tampoco cuerpo para ello. 

Moraleja: es bueno ir a la milonga con un par de zapatos de baile extra, igual que cuando haces un viaje con el coche y llevas la rueda de repuesto... ¡nunca se sabe!

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