domingo, 2 de noviembre de 2014

Un cabeceo maestro

Aquel chico alto, pelado y de ojos claros estaba apoyado contra la pared, mirando alrededor, buscando cabeceos. Vestía elegante. Osado él, me cabeceó desde casi veinte metros de distancia. No se ni como le vi, pero sucedió. Cómo nos encontramos y lo que tardamos cada uno en sortear las sillas y mesas hasta reunirnos en la pista, es otra cuestión, pero cierto es que casi había transcurrido el primer tema de la tanda de Enrique Rodriguez, sello oficial que aquello era una milonga.

Su abrazo era muy agradable, pero durante los primeros pasos pude percibir su inexperiencia y también su nerviosismo. Me quedé pasmada al darme cuenta de que era a un principiante a quien abrazaba: ¡me había cabeceando como lo hacen los milongueros más experimentados! Puede que en otros lugares del mundo sea normal, pero en Europa, definitivamente no.

Al terminar el primer tango se presentó, me preguntó por mi nombre y entabló una pequeña conversación, que si bien parece que por lo que me han dicho son típicas en las milongas de Buenos Aires, aquí en Europa las presentaciones existen, pero rara vez llegan a una pequeña conversación. Aquí la gente va más bien a bailar, sobre todo en los grandes festivales, y la cosa empeora cuanto más al norte de Europa te sitúes. Quizás sea algo más mediterráneo eso de charlar y charlar, y por eso las milongueras como yo lo hacemos en todo momento (salvo cuando bailamos) y claro, luego recibimos un buen reproche por ello al estilo "eres difícil de cabecear" o algo peor. Quizás también es porque en Europa hay varios idiomas y la gente a veces no se puede comunicar con las palabras sino tan solo a través de la música, las sonrisas y los abrazos, que forman el idioma internacional más hermoso y compartido, y que a su vez hace de puente entre tan diferentes culturas.

Para calmar un poco los nervios del chicoque seguramente le habían entrado al precibir que yo era algo más experimentada que él, opté por lo fácil: le miré, le sonreí y luego continuamos bailando. Para mi sorpresa, fue una tanda muy agradable, y el chico se las apañó bastante bien para esquivar a los típicos peligros que solo andan sueltos por las milongas europeas: hablo de los tarados que se creen que están en un circuito de F1, o una atracción de feria de autos de choque, o a los "cangrejos" que parece que se hayan escapado de algún río. Un diez al peladito.

Lo curioso de toda esta historia es que durante esa milonga, compartiendo impresiones con una chica suiza sobre los milongueros con los que habíamos bailado, le conté sobre este chico y lo que me había sorprendido el tipo de cabeceo tan poco característico de principiantes. Pero ella me sorprendió más aún al confesarme que ella también había bailado con él, después de recibir su cabeceo y que le había sorprendido tanto como a mi. Lo observamos de nuevo para constatar que nos referíamos al mismo chico, y nos quedamos con la boca abierta al encontrarlo en la distancia, cabeceando a una de las bailarinas profesionales, y viendo como ella, al igual que nosotras antes, se dirigía hacia la pista a su encuentro. Eso sí que es sabérselo montar: primero aprender a cabecear como un maestro, y luego ya vendrátodo lo demás.

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