jueves, 7 de agosto de 2014

Las dimensiones de un ego

Aquello no era la corte, pero alguno se creía el rey.

Estábamos en una comida previa a una milonga, sentados en una mesa redonda de ocho comensales, esperando la deliciosa comida con la que cargaríamos energía para bailar toda la tarde. Yo no las tenía todas conmigo porque estaba lesionada, pero aún así, la milonga prometía. La conversación de la mesa también, ya que estábamos compartiendo vino milongueros de distintas procedencias, de muy distintas madres. En el grupo estaba un chico, protagonista de varias de mis entradas al blog, por ser alguien con quien no me gusta bailar, al que he rechazado invitaciones a montones y aún así sigue insistiendo en bailar conmigo: no entiendo porqué.

Como en todas las comidas de milongueros, el tema común y fácil era el tango. Después de que alguien sacara el tema del cabeceo, al menos por trigésima novena vez, decidí que definitivamente es el tema por excelencia elegido siempre para debatir. Yo estaba famélica, así que escuchaba y comía.

En un momento dado de la conversación escuché a un chico decir: "ya, pero el cabeceo aquí no funciona porque hay chicas que nunca miran..". Levanté lo ojos y al darme cuenta de quien era el que lo había dicho, no me pude reprimir, y aunque muy educadamente, le contesté que quizás otra posibilidad podría ser que las chicas estuvieran atentas al cabeceo pero no quisieran bailar con él. Me miró sorprendido y exclamó "¡pero si yo bailo muy bien...!". Casi me atraganto. Olé su ciego ego. Lo triste es que hay más como él, para los que la humildad es una palabra que no está en su diccionario, y que además ven la realidad algo o muy distorsionada. En el caso de este chico, es más bien mucho.

Tan pronto como se me fue el susto y la sorpresa por lo que había escuchado, me enfadé. Me recordó a esos tipos que ni dentro ni fuera de milongas soportan un rechazo y se auto-convencen de que cuando una chica les dice que no, es por "hacerse la interesante". Es el único razonamiento que encuentra su retorcido ego, que es tan grande que le hace de pantalla para ver la realidad: un NO es un NO, en el idioma que sea. Y si una chica no le mira, no es porque no le ve, sino porque no quiere verle, que es muy distinto.

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