viernes, 11 de enero de 2013

Lo que casi sucede

Era durante un festival de tango europeo internacional, en el que como en casi todas las milongas, hay tres veces más mujeres que hombres. Y había rusas, muchas rusas o lo parecían porque todas ellas eran rubias, con cuerpos esculturales, modelitos impresionantes y encima bailaban como ángeles. Y allí estaba yo con unas cuantas amigas, monísimas, simpatiquísimas, sonriendo y al borde de la pista esperando a que alguno notara nuestra presencia.

  Llegó un momento en que asimilé que iba a seguir siendo casi transparente el resto de la milonga. Así que me dediqué a disfrutar de la actuación de los maestros, todos nuevos para mí, ya que por entonces no estaba familiarizada ni con sus nombres ni con sus caras. Esa noche también me dediqué a calentar la silla mientras escuchaba la música seleccionada por Mariano Quiroz y observaba a la gente bailar. De vez en cuando charlaba con mis amigas e iba a tomar alguna copa para soltar el buen humor y claro está, perder el eje, para que cuando los tres conocidos que me sacaran a bailar esa noche, decidieran bailar sólo con las rusas.

  En uno de esos momentos en los que estaba sentada en mi mesa observando, esperando a que empezaran las exhibiciones, aprecié que había un chico en una mesa cercana solo, con un portátil y con cara de aburrido, fastidio o algo parecido (al menos es lo que a mí me parecía), muy en contraposición con mi estado alegre causado por las copas. Pensé que era un DJ (de ahí lo del portátil) y que podría ser que incluso no supiera bailar o fuera principiante ya que estaba sentado, y eso no era normal con la de rusas que por allí había. Así que me dio pena y decidí ponerle un poco de color a su noche si bien no por mi baile, sí por mi sentido del humor. Por un momento pensé en levantarme de la silla, acercarme e invitarle a bailar, cosa que nunca hago (no suelo invitar a hombres a no ser sean “los de casa” y muy rara vez lo hago o bien algún chico que empieza a bailar y puede no atreverse a invitarme a mi que ya bailo un poquito más que él). El caso es que incluso me puse de pie, justo un poco antes de ver cómo se acercaban a su mesa otros chicos y chicas, y al lado mío alguien decía “mira, ya vienen los maestros, la actuación será en seguida”. Yo y mi vergüenza conseguimos sentarnos discretamente en mi calentita silla y pasar desapercibidas. Fui entonces consciente de que, de haber sucedido la entrada de los maestros un minuto más tarde, yo hubiera hecho el ridículo de mi vida sacando a bailar a Mariano Chicho Frumboli.

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