domingo, 29 de diciembre de 2013

Cuando menos te lo esperas

Había ido con dos amigos a un festival de tango de verano. Nuestra intención era disfrutar un rato de la milonga de la tarde, ir a cenar, ponernos nuestros mejores trapitos, y seguir milongueando a la luz de las velas. Mis expectativas sobre las maravillosas tandas que iba a disfrutar brillaban por su ausencia, en base a experiencias anteriores de ese mismo festival: no soy muy amiga de los festivales llenos de gente, sino más bien de los encuentros milongueros, de los eventos más bien familiares.

Así que sin muchas ganas llegué a la milonga de la tarde, me puse los zapatos de baile y me entretuve saludando a amigos y conocidos que hacía tiempo que no veía. Entre todos ellos había un chico con el que he coincidido en milongas, clases, y algún que otro festival y/o encuentro. También he compartido tandas con él y las he disfrutado casi siempre, sobre todo según yo he ido aprendiendo, ya que él tiene más experiencia que yo. Me sorprendió escuchar a alguna milonguera que lo definen como frío en su baile, más que nada porque yo no aunque yo no estoy de acuerdo en lo más mínimo: creo que es de las personas que, por la razón que sea, no entrega su abrazo en cuerpo y alma a todo el mundo... tal y como hago yo.

Sonaba un temazo, el primero de una tanda que prometía. Justo entonces sentí su mirada intensa, le miré, me cabeceó y no tardé ni una milésima de segundo en sonreír encantada, aceptando así su invitación. Al llegar al borde de la pista fui consciente de que estaba repleta y que apenas había sitio para bailar en el espacio de una baldosa. Me arrimé bien, hice alarde de mi abrazo más milonguero, totalmente pegadita a él, como si de una lapa a una roca se tratara. Me cuidó en todo momento de choques, golpes, y conseguí relajarme como nunca mientras él me regalaba una de las tandas más especiales que he disfrutado nunca: aquel abrazo transformó una preciosa tanda en toda una experiencia religiosa. Fue increíble. Las palabras no eran necesarias, por lo que me sorprendió escucharle decir: "vaya tanda más intima hemos bailado tú y yo..." Obviamente yo no contesté. Por mi tierra dicen, que "quien calla, con su silencio otorga".

Pasó el resto del verano y las semanas se hicieron meses, y volví a coincidir con él, esta vez en una milonga local. Al poco de ponerme las sandalias de tango y aclimatarme un poco al ambiente, me miró y me cabeceó. He de decir que esa tanda no fue nada especial porque el suelo estaba terrible, la música muy baja y las voces de los milongueros demasiado altas como para escuchar un tango en condiciones y más aún fundirtet con la música. A pesar de esto, me gustó bailar con él, y más aún oírle decir que en aquel festival ninguna de las locales le bailó como yo... todo un cumplido, que por cierto, me volvió loca.

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