lunes, 4 de noviembre de 2013

¿Quién es tu profesor?¿Cuánto hace que bailas?

¿Os ha pasado que entre tango y tango alguien te pregunta quién es tu profesor o cuánto tiempo hace que bailas? Son las típicas preguntas que te hacen la primera vez que bailas con alguien. Es algo así como cuando vas a un bar y un tipo se te acerca y te pregunta cómo te llamas y si eres de por aquí. Se me han cruzado preguntones un montón de veces en la milonga pero os confieso que sigo poniendo la misma cara de pasmada  que la primera vez que me preguntaron: primero porque me asombra que siempre sean la mismas preguntas, segundo porque tengo que valorar en un segundo si merece o no dar una respuesta, y tercero porque aunque quiera darla, no es fácil y necesito tiempo. 

Para una persona como yo, que en su historial de profesores hay varios y diferentes, que ha sido inconstante con las clases durante toda su vida de milonguera, y que encima ha dado pocas clases y esparciadas a lo largo del tiempo, resulta algo difícil responder. Lo del tiempo es aún más difícil de contestar que lo de los profesores. La razón principal es que no se cómo medirlo: ¿el tiempo que hace que bailo lo mido en horas, días, semanas, meses, años? porque no es lo mismo tomar una clase a la semana e ir una vez al mes a milonguear, que no tomar clases e ir a milonguear semanalmente, o tomar dos clases a la semana y milonguear dos o tres veces por semana... y sería interesante saber si cuenta el escuchar tango mientras lo bailas con la imaginación. Además, mi historia con el tango ha sido como un amor a distancia: a veces cerca, muy cerca; otras lejos, muy lejos, con descansos prolongados y energías renovadas al volver a bailar: es increíble cómo llegas a echar de menos esas endorfinas que te produce el bailar.

Así que cuando las preguntas llegan hago dos cosas: una, empiezo a dar una parrafada increíble al pobre bailarín si es que no me gusta cómo baila y así voy matando el tiempo y va pasando parte del segundo tango en mi charla; y dos, si me gusta su forma de bailar, le sonrío mientras cierro el abrazo para no perder tiempo y  le digo que al finalizar el tango le cuento. Como buena bruja que soy, hago que esto no suceda después del tango y aprovecho discretamente ese momento para hacer comentarios sobre la música o bien para hacerle preguntas a él. Es luego, al final de la tanda, cuando empiezo a darle el sermón, para que así vaya pasando el tiempo y con la tontería comience la siguiente tanda. De esa manera, facilito que el pobrecito no pueda escaparse, me sonría de nuevo, y termine ofreciéndome su abrazo una vez más.

3 comentarios:

  1. En realidad es mucho más bonito descubrirlo in situ bailando, que preguntando, verdad?

    Jose.

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    1. Pero también lo es que al aceptar una pareja ya se lleva algo preconcebido sobre las aptitudes que tiene o no.... Supongo que es casi inevitable. Yo mismo caigo en ello a veces pese a quejarme un poco en mis adentros de esa práctica..... En fin, el tema da para una tesis larguísima. :)

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