viernes, 23 de septiembre de 2016

Tango en Tarbes

Al festival de Tarbes voy siempre que puedo. Somos cientos de personas las que en agosto vamos a disfrutar por más de una semana de todo tipo de eventos relacionados con el tango: películas, clases, espectáculos, milongas, y charlas, entre otras actividades.

Es un festival es de lo más especial, y no solo por el ambiente, sino porque toda la localidad acoge el evento con mucha ilusión, tanto, que incluso ponen hilo musical por las calles, para que puedas ir escuchando tango mientras paseas.

Las milongas de la noche tienen lugar un pabellón enorme. Y si soy sincera, no me gusta nada ese sitio, ya que para poder albergar a tanta gente, lo convierten en algo así como un estadio de fútbol, con gradas incluidas pero sin árbitros para echar de la pista a todos esos que creen que aquello es un circuito de carreras donde todo está permitido. Además, las gradas tienen unas escaleras que atentan contra la vida de más de un milonguero o milonguera cada año (todavía no han tenido éxito, pero todo llegará....).

En esas milongas de la noche el cabeceo es algo complicado, pero es  fácil que durante días y días no veas a alguien, sabiendo con certeza que está por algún lado en la milonga; hay demasiada gente. Este año, en uno de los días de más afluencia de gente, propusieron celebrar dos milongas a la vez, en dos lugares distintos. No acertaron: en una la música era para el gusto de unos pocos, y en la otra no supieron acondicionar bien la pista y el calor que allí hacía era insoportable.

Sin embargo, aunque no me gustan las milongas de noche, soy fan total de las milongas diurnas. Esas milonguitas informales en las que se puede ver bien la cara de la gente, donde todo el mundo está relajado y el ambiente da para mucho más que bailar; donde puedes charlar y disfrutar de un vino mientras te tumbas en una manta bajo un árbol, donde esperas un invitación para una de esas tandas que hacen que se te erice la piel.

Es cierto que las pistas de baile de día suelen ser pequeñas y que hay que bailar en apenas una baldosita, pero eso es precisamente lo que más me gusta. La razón: así se intimida un poco a todos esos bailarines que necesitan kilómetros cuadrados para moverse y hacer sus boleos hasta las orejas. Adoro que no vengan este tipo de bailarines, tanto como sentir los abrazos milongueros: esos que terminan con una mirada directa a los ojos, que envuelven una conversación sin palabras, y que culmina con una palabra de agradecimiento y a veces un achuchón en un intento de alargar un segundo más la maravillosa sensación.

1 comentario:

  1. Estoy bastante de acuerdo, especialmente lo que mencionas de la noche.

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