lunes, 4 de marzo de 2013

Y tenía que sucederme a mi

 Era el mismo festival en el que se coló un tarado en la milonga, pero en otra milonga del festival. Yo estaba muy ilusionada esa noche porque esperaba repetir una noche como la anterior, en la que me lo pasé de fábula y bailé todas las tandas de la milonga que mis pies me permitieron. Así que me vestí con esmero y mi falda favorita: elástica, con algo de vuelo, cómoda, pero un poco revoltosa. Al ser la falda algo ajustada en la parte de arriba y para no marcar braguita, decidí ponerme un tanga. 

 Bailaba una tanda de las que me gustan, con uno de mis bailarines de siempre, y aunque en ese momento yo iba con los ojos cerrados disfrutando de la música, pronto me di cuenta de que estaba más o menos en el centro de la pista. Sentí un boleo y mi pierna cobró vida, hasta que encontró uno de los picos de mi falda y decidió anclarse. Sucedieron cuatro cosas: una, que el tacón se acomodó en un agujero que hizo atravesando mi falda; dos, que al darme cuenta me puse nerviosa, perdí el eje y para no caerme bajé la pierna al suelo; tres, que al bajar la pierna al suelo mi falda bajó a la misma velocidad y a pesar de ser elástica no lo era lo suficiente y dejó al descubierto mi tanga y trasero blanco como la nieve; y cuatro, que muerta de la vergüenza e intentando sacar el tacón del agujero, di gracias a mi buena sensatez de al menos haberme puesto una de esas tangas bonitas, ya que obviamente la vio buena parte de la milonga.

 Mi bailarín, todo un caballero, me sostuvo en equilibrio mientras hacía la proeza de rescatar mi falda y ajustármela de nuevo, todo ello cuidando de que el resto de los bailarines que andaban por la pista no terminaran haciéndome perder el equilibrio de nuevo. Esa misma semana logré hacer un apaño cosiendo un adorno en la falda para tapar el agujero hecho por el tacón, y he decir, que ahora luce aún más bonita que antes.

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