jueves, 6 de febrero de 2014

Hablando de daños colaterales

Mi experiencia con los boleos no es buena ya que los golpes más fuertes que he recibido bailando han sido debidos a boleos exagerados y mal hechos. Aún así casi siempre que los siento, los hago y solo los corto en seco si la energía con la que han sido originados es excesiva y descontrolada, o cuando siento que puedo golpear a alguien. Y esto es lo que más me preocupa del boleo: dañar a alguien o que me dañen a mi.

Algunos lo llaman daños colaterales, y aunque a veces los acepte, no siempre admito pulpo como animal de compañía. Al igual que otros milongueros y milongueras, siendo víctima a veces de estos dolorosos daños colaterales, me enfadan. Lo hacen aún más cuando se multiplican en número y encima provienen del mismo bailarín, al que termino mirando con cara de pocos amigos. Luego miro también a mi bailarín y le hago sentir un poco culpable por no esquivar el peligro o a veces incluso, por provocarlo.

Está claro que a veces el milonguero no puede evitar el choque o no es culpa suya, pero al fin y al cabo, cuando una milonguera acepta una invitación suya, se entrega a un abrazo a ciegas, confiando en que él la protegerá. La milonguera camina hacia atrás la mayor parte del tiempo y es vulnerable porque no ve, con lo cual es responsabilidad del milonguero mantenerla fuera de peligro, y si no es así, de alguna manera se pierde esa confianza prestada y que a veces cuesta tanto entregar. Esquivar borregos no es fácil, pero recibir golpes y sonreír, todavía menos.

Os podeis imaginar entonces la situación en una milonga en la que me dieron tres golpes durante el mismo tango. Todos vinieron de la misma chica y como conozco al milonguero con el que ella bailaba, puedo afirmar que el culpable fue él, un fiti que en lugar de a la milonga, se cree que va a la Fórmula I. A mi pareja de baile le expliqué que ya no quería continuar bailando ya que si no era capaz de mantenerse lejos del fiti, yo no podía confiar en él, relajarme, y por tanto disfrutar del baile ni que él lo disfrutara. Como él no era principiante, sino supuestamente un milonguero experimentado, decidí que uno o dos golpes, vale; tres, eso ya no.

Cosas de la milonga que unas tandas más tarde el fiti en cuestión empezó a rondar por donde yo estaba, buscando objetivo. Me miraba. ¿Estaba de broma? Al principio me hice la sueca y miraba para cualquier lugar, y lo que es más, creo que en mi vida me he contorsionado tanto en mi silla para fingir que no veía a alguien. Aún así, hubo un momento en el que ya no podía pretender que no estaba delante mirándome, así que que hice exactamente lo mismo y tan pronto como me invitó, le rechacé, sosteniéndole la mirada, sin sonreír y sin sentirme mal por ello. Me sentí realmente liberada.

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